Por Sol Duque
Nunca voy al centro de Sevilla en Semana Santa porque todo son obstáculos: gente que va muy perdida mirando al infinito, la cera en el suelo, los palcos desmontados esperando a que recoloquen sus sillas…
Esa zona, para los que vemos el mundo ‘sentados’, puede llegar a ser bastante estresante. Pero cuál fue mi sorpresa, que el otro día por la mañana me quise aventurar a dar un paseo por la zona de La Campana y de repente me vi que la circulación sí que estaba abierta a los coches y me quise montar en la acera para dejar paso sin molestar. En ese momento me di cuenta de que las subidas que tan bien conozco de todo el año las han tapado con asfalto para no perder el hueco para poner 2 o 3 sillas de madera.
Desde entonces, no dejo de darle vueltas a la cabeza. ¿Es más importante de verdad que ahí se puedan poner un par de sillas para ver unas procesiones que duran cinco horas que una persona discapacitada en silla de ruedas pueda pasear durante el resto del día por encima de las aceras como cualquier persona normal? Además del dinero que eso supondrá, ¿no se les caerá la cara de vergüenza, después de lo que nos está costando conseguir una Sevilla «accesible y adaptada», por quitar las rampas de las aceras para darle más importancia a los palcos?