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La expectativa frustrada

Por Ángeles Antón

Nací en la década de los 50, concretamente un año más tarde de que desapareciera la cartilla de racionamiento en España. Entre 1953 y 1959, cuando empecé a tener uso de razón, no recuerdo que en mi familia se diera una especial necesidad, mi padre tenía trabajo y, dentro de un orden, todo era más o menos normal de acuerdo con la época, excepto la falta de libertad. Crecí en un seno familiar cuyos miembros, padres, hermanas, cuñados, etc. eran mucho más mayores que yo, que nací con mucha distancia de años de ellos. Era la pequeña de ocho hermanas y la mayor de las que vivían entonces, tenía 25 años y la más pequeña, inmediatamente anterior a mí, 16.

Siempre escuché de todos ellos la importancia del trabajo para cotizar a la Seguridad Social y asegurar una jubilación.  Según esa tesis, el trabajo nos permitiría vivir entonces y después, cuando ya alcanzáramos la edad del retiro y nuestras aportaciones nos permitieran seguir viviendo dignamente, sin preocupaciones económicas importantes. Hoy, los que no tenemos trabajo, a partir de los 45 o 50 años nos vemos abocados a la máxima exclusión social y al más indigno olvido de nuestros años de trabajo y de luchas por mejorar las condiciones sociales de este nuestro país: España.

Los que nacimos en esa generación, y en gran mayoría tuvimos hijos a los que, en buen número, incitamos a ser estudiosos, poseer una licenciatura que les permitirá ser buenos profesionales, alcanzando buenos empleos adaptados a sus estudios, ciudadanos cualificados, sin problemas para vivir cómodamente, hemos vivido durante años instalados en unas expectativas que eran falsas. Para nosotros y para nuestros hijos.

¿Quiénes han frustrado estas legítimas aspiraciones? ¿Quiénes han reventado nuestras vidas y nos mantienen en una incertidumbre asfixiante que a los mayores nos destierran del derecho a seguir trabajando y a los jóvenes, los que aún tienen oportunidad de encontrar un empleo, éste nada tiene que ver con su sacrificio por el estudio, con su confianza en lo que sus padres les contaron que iba a pasar, si se esforzaban por ser “alguien”? Todo ha sido falso, porque hemos interpretado que “alguien” era quien poseía una carrera y una posición, y en definitiva alguien es una persona, formada en buenos valores de educación, generosidad, solidaridad, libertad y respeto al ser humano, independientemente de sus características.

Muchos millones de personas somos alguien, y quienes nos acosan y desprecian con sus farsas y manipulaciones no son más que títeres que hoy manejan nuestras vidas pero mañana no serán más que un mal recuerdo en la historia de la humanidad.