Por José María Heras Muñoz
¿Qué diríamos si en Marruecos, tras un terrible accidente con centenares de víctimas, las autoridades sólo saludaran a heridos y familiares de los muertos que consintieran asistir al rito fúnebre islámico en una mezquita, contra las convicciones religiosas o morales de algunos de ellos? ¿No criticaríamos el fanatismo que discrimina ferozmente hasta en esos extremos carroñeros? ¿No dudaríamos con razón del respeto a los derechos humanos, para no hablar de la democracia, en ese país? Pues eso es exactamente lo que acaba de ocurrir en Santiago, a pesar de las protestas de algunas organizaciones, -BNG, AGE- que propusieron hacer un funeral oficial para todos en la Plaza del Obradoio, y no en la catedral. En vano. Y confirmaron con su presencia ese intolerante e intolerable espectáculo anticonstitucional de autopromoción personal –no sólo de los ulemas del nacionalcatolicismo— el príncipe, Rajoy y palmeros, incluido Rubalcaba; sí, el mismo que ganó la jefatura del PSOE en Sevilla prometiendo defender la laicidad del Estado. A ese nivel de irrespeto estamos.