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Entradas etiquetadas como ‘presos’

Derechos humanos de según quién

Por Pedro Blanquer

Creo en la reinserción social de muchas personas que fueron juzgadas por delitos y que merecen otra oportunidad tras cumplir su condena, pero pienso que esto solamente puede suceder cuando son personas. Decir «Buena noticia. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha reafirmado la condena a España por violar los derechos en la Doctrina Parot» queda muy bonito pero sólo cuando en una Estrasburgosociedad no exista el machismo, la homofobia, la servidumbre y exista igualdad de oportunidades para todos, igualdad de derechos, tener derecho a un nivel de vida adecuado y demás artículos de la tristemente utópica Declaración de los Derechos Humanos. Solo entonces se podría cuestionar la aplicación de los artículos 5.1 y 7 de tales derechos «universales» a personas que cometieron masacres. Lo que no se puede hacer es empezar la casa por el tejado y que el Tribunal de Estrasburgo proceda a legitimar unos derechos a personas que acabaron con las vidas de muchas otras porque deberíamos cuestionarnos dónde quedaron los derechos humanos de las personas a las que asesinaron.

 

Prohombres en la cárcel

Por Luis Fernando Crespo

CárcelDíaz Ferrán ya estaba preso, ahora llega Miguel Blesa. La cárcel se puebla de presos “lustrosos”, antes que ellos hubo otros que allí perdieron su prestigio social y algunos que lo mejoraron. Jordi Pujol, al cumplir los 80 años, todavía se acordaba de su estancia en la cárcel. Reconocía que, 48 años después, —a pesar de que no llegó a sufrir los dos años completos de internamiento, durante una etapa histórica en la cual la cárcel otorgaba prestigio, apoyo grupal y hasta representatividad política—, todavía le amargaba su paso por prisión: “antes de entrar era una persona más dúctil, más abierta, más alegre, más franco. Nunca me he recuperado plenamente”. Esto mismo les ocurrió a otros muchos demócratas que, víctimas de la represión franquista, pasaron por las cárceles de la dictadura.

Para superar estas situaciones, tras la aprobación de la Constitución, la primera Ley Orgánica de la Democracia fue la 1/79, General Penitenciaria, que desde entonces intenta humanizar la privación de libertad; y en eso deberíamos estar, hasta convertirla en una oportunidad para la integración social de los penados, tarea propia de la Justicia.

Pero poco a poco las cárceles españolas utilizadas como amenaza, casi universal, contra el terrorismo, la violencia machista, los conductores imprudentes, los jóvenes delincuentes, y otras gentes del malvivir, se han convertido en la sentina de la sociedad de la excelencia que pretendemos ser, urgidas por necesidades políticas perentorias han devenido en almacén de delincuentes, hombres y mujeres marcados de por vida.

No existe una política penitenciaria reconocible, pero esto no causa ningún malestar o inquietud social. Alejando las cárceles de las ciudades hemos conseguido hacerlas invisibles, excepto para quienes las habitamos y las sufrimos: internos y trabajadores penitenciarios, que seguiremos recordándolas amargamente, durante mucho tiempo, después de haberlas dejado atrás. Todo es aparente normalidad y un pellizco a la condición humana de los internos.

Pena sobre pena

Por Luis Fernando Crespo Zorita

El  Código Penal que proyecta Gallardón, respecto  de los condenados a penas o medidas de seguridad privativas de libertad, que sean extranjeros originarios de terceros países, ajenos la Unión Europea,  propone como único tratamiento la expulsión, inicialmente como sustitutivo de la privación de libertad o en cualquier momento durante el cumplimiento de la sanción penal, siempre antes de alcanzar la libertad condicional o definitiva. Se obvian así las tres finalidades (prevención general, retribución social y tratamiento resocializador de los privados de libertad) que hasta ahora se reconocían a las sanciones penales, y se sustituye por una única finalidad nueva: extrañar o hacer completamente ajeno a la sociedad  española al delincuente que no esté protegido previamente por la ciudadanía española o europea, a pesar de que pudiera estar integrado plenamente en la sociedad española, antes, o mejor aún,  después de cumplir la condena. Demagógicamente se pretende esconder el endurecimiento del Código Penal, utilizando a los extranjeros como espejo, que nos devuelve una imagen autocomplaciente, para el imaginario colectivo:  precisamente para ellos, para los extranjeros, el nuevo Código Penal es aún más duro, que para los autóctonos, de España y Europa.