Por Ernesto Oyonarte
No es preciso ser abogado o catedrático en Derecho, para comprender que cuando alguien no cumple un contrato, amén de reclamarle judicialmente, queda excluido de cualquier transacción posterior.
Pongamos ejemplos:
¿Volveríamos a comprar en una frutería si en lugar de cobrarnos como figura en las pizarrillas nos incrementaran el precio, dándonos excusas variopintas? No, ¿verdad?
¿Volveríamos a almorzar en un restaurante en el que pedimos atún de almadraba (a precio de oro) y nos sirven atún congelado de la Conchinchina? No, ¿verdad?
¿Volveríamos a pernoctar en un hotel en el que nos ofrecen una habitación doble a un precio determinado y al ir a abonar la cuenta, nos cobran el doble? No, ¿verdad?
Entonces, iluso de mí, ¿qué coño hacemos los españoles votando una y otra vez a dos partidos políticos que jamás cumplen su contrato con sus «representados”, cuyas claúsulas están estipuladas en su programa electoral? 
No lo entiendo. No me cabe en la cabeza.
Si actuásemos como ciudadanos, en lugar de como “ganado domesticado”, dándoles –comicio tras comicio– el cuchillo con el que nos degüellan esperando que nunca lo utilicen, estos dos partidos haría años que habrían desaparecido.
Ante el actual panorama, donde la “clase política” (la de siempre y la que está por venir), ha demostrado su incapacidad para beneficiar a sus representados, y su infinita capacidad para llenarse los bolsillos, a la par que asegurar espléndidamente su futuro, no queda más opción que no votar.
Y digo bien, no votar antes de votar en blanco, opción que beneficia a los partidos “de toda la vida”.
Estos “representantes” (por la gracia de Dios), aluden permanentemente a nuestro Estado de Derecho y nuestra Democracia argumentando que el ciudadano tiene siempre la oportunidad del voto. ¿La oportunidad del voto? ¿Cada cuatro años? ¿Sin control? ¿Sin ningún otro cauce de participación? ¿Observando cómo el contrato que firmamos con ellos se incumple sistemáticamente?
El único epíteto que se me ocurre es… patético.
Si a esto hemos reducido “el gobierno del pueblo” prefiero mil veces una Monarquía absolutista.
Al menos tendré asumido que al monarca no lo puedo votar y que su Corte será infinitamente más reducida que esta pléyade de “titiriteros” hipócritas que acaban en la política por vocación… con ánimo de lucro.
¡Viva el Rey, aunque sea un felón!