Por Agustín Arroyo Carro
África también existe. Está en Madrid y en muchas ciudades de España. Se mueven individualmente, de dos en dos, o en grupo reducidos. Arrastran voluminosas bolsas como viejos paracaídas negros o blancos donde transportan sus heterogéneas mercancías: bolsos, perfumes, collares, esculturas de madera, pulseras, relojes, chandals, camisetas, sudaderas, nikis, cinturones, gafas de sol, dvds de música y películas pirateadas.
A veces caminan solos con una sonrisa en el rostro, portando su impedimenta y ofreciéndola en bares, terrazas concurridas, plazas, bulevares, chiringuitos de playa, parques o calles céntricas.
Otros trabajan en la construcción o en la recogida de la fresa o la aceituna. De vez en cuando salen corriendo en estampida al otear a la policía que les acosa sin descanso. Los hay que pasan largas horas de pie junto a los supermercados vendiendo “La Farola” o abriendo amable y gentilmente la puerta a los clientes.
Conozco a tres de ellos: Wamba, Almanzor y Estela. No viven en mi barrio pero son ya como nuestros bondadosos vecinos. Desde su mirada profunda y humilde nos transmiten a diario el saludo y el abrazo de nuestra madre África y su cercana lejanía.