Por F. Crespo
Los juguetes se acumularán y se considerarán como un objeto de prestigio social de quienes los regalan, el hartazgo infantil se producirá a los tres o cuatro días, el de los padres un poco más tarde, y tras 15 o 20 días acabarán en la basura.
Y la insatisfacción de todos seguirá viva esperando las otras fiestas del consumo y así hasta que el niño/a pueda tener móvil, moto, coche y hasta botellón semanal y siga siendo un consumidor/a voraz por haber tenido unos padres proveedores, triunfadores y generosos.
He guardado en mi biblioteca el catálogo de juguetes de una conocida gran superficie comercializadora— 370 páginas a todo color— donde aparece la faz luminosa de un niño/a sonriente; entre las páginas he ido metiendo imágenes de niños de Haití, de Gaza, de Níger, de las favelas de Brasil, de Afganistán…
He guardado también, el folleto de UNICEF, sobre su campaña de vacunación contra la neumonía, para ponerle también un precio aproximado a la vida de esos niños.
Así el catálogo-novela está completo y es un reflejo suficiente del civilizadísimo Occidente, que tantas oportunidades nos aporta, al menos a los más competitivos de entre todos nosotros.