Por Ignacio Ceballos
A todos (los que aún podemos permitírnoslo de vez en cuando) nos gusta tomarnos un aperitivo en una terraza de un bar, ¿no es cierto?
Pero, aun así, con preocupación vemos cómo poco a poco las terrazas de verano se van convirtiendo en salones externos de bares y restaurantes, cerrados con estructuras fijadas al suelo, calientes en invierno y vaporizadas en verano.
No sé si fue desde la prohibición de fumar dentro de los locales, o desde que Madrid contrajo su enorme deuda. La cuestión es que, sin preguntarnos a los ciudadanos qué queríamos hacer con nuestras aceras, vemos que en un par de años los bulevares, las plazas y los espacios callejeros han sido vendidos a los locales cercanos, no durante el buen tiempo, sino para todo el año.
Donde hoy hay una mesa de un bar, tal vez podría haber un banco o una zona ajardinada o un columpio. No sé qué es lo mejor, pero deberían habernos preguntado antes de expropiarnos los espacios públicos.