Por Rafael de la Haza
La noche del 3 comenzó y terminó en la madrugada del día 4 uno de los episodios más esperpénticos y surrealistas sufridos por mi familia en mis más de 50 años con la sanidad madrileña. Para las 4 de la tarde convocan el día anterior a mi madre, de casi 80 años, para ser operada de cataratas tras un mes de espera. Nos presentamos en Urgencias del Clínico de Madrid donde se realizan las operaciones oftalmológicas que anteriormente se realizaban en el Pabellón 8 y que fue cerrado el verano de este año.
Desde Urgencias nos trasladan a la tercera planta a la zona de quirófanos y nos dicen que esperemos a ser llamados. Allí había unas 100 personas entre pacientes y familiares que esperaban “pacientemente” de pie en el pasillo porque, aunque hay 3 salas de espera, no caben en cada una más de 10 personas.
Fueron pasando las horas, hasta cuatro, en las que con cuentagotas iban llamando a los pacientes mientras en el pasillo sorteábamos camillas, carros y personal sanitario que pasaban frecuentemente. Por fin a las 8 llaman a mi madre y volvemos a esperar pacientemente otra hora y media hasta que nos indican que debemos desalojar la taquilla donde ha depositado sus pertenencias, dado que la citada sala debe ser cerrada. Aprovechan la llamada para entregarnos una factura informativa de 700 y pico euros por el coste de la operación, pero aun no sabemos nada de mi madre.

«Trastero» en el clínico. (RAFAEL DE LA HAZA)
A las 22:15 (ya van más de 6 horas) aparece por la puerta un enfermero que trae directamente desde el quirófano a mi madre en una silla de ruedas y nos dice que tienen que cerrar y que la trasladan a otra dependencia para reanimación. Dejamos al resto de familiares que esperan en la misma situación en el pasillo y tras un largo deambular por el hospital en procesión nos llevan a la zona de Urgencias donde nos depositan en un pasillo nuevamente diciéndonos que nos llamarán; pero no nos llama nadie y a la media hora pedimos explicaciones en Urgencias y nos dicen que han llamado al Jefe del Hospital o al Supervisor para que les indiquen cómo actuar, dado que no saben qué hacer.
Perplejos empezamos a protestar y nos meten en un cuarto trastero donde nos encontramos a otra paciente con su familia en la misma situación. Una tercera paciente recién operada se suma al poco rato al citado trastero (ver foto). Tras una nueva espera que se hace interminable, aparece por fin a las 11:30 el Jefe de Hospital, el cual no nos da ninguna explicación acerca de lo que está sucediendo, insistiendo en que le hemos pillado allí por casualidad dado que visita el hospital cada cuatro meses y que su papel es informar de las incidencias a la Dirección, para todo lo demás debemos dirigirnos a Atención al Paciente (que a esas horas está cerrado claro), pero nos recoloca en habitáculos separados para que estemos más cómodos. Es evidente la descoordinación existente ya que no tienen el informe con la intervención realizada y ni siquiera saben el nombre de los pacientes.
Un nuevo personaje entra en escena, el oftalmólogo de guardia que nos solicita datos para poder preparar un informe que nos deben entregar con la medicación del postoperatorio y el alta. Por fin tras otra larga espera a las 00:30 abandonamos el hospital con el informe y la medicación.
Han sido 8 largas horas en las que he visto que trataban a los pacientes y a sus familiares como ganado dadas las dependencias del hospital; que la organización ha brillado por su ausencia, ya que convocan a todos los pacientes a la vez y luego tiran de libretilla manuscrita con tachones para ir llamándolos en un orden desconocido; que existe una gran descoordinación dado que cuando llega la hora de cerrar una sala o un quirófano echan efectivamente el cierre y pasan la patata caliente a otra área, que no sabe cómo actuar tal como nos han demostrado con la intervención de mi madre.
Yo creo que a los responsables de toda esta mala gestión y organización alguien debería decirles algo y no solo porque sus emolumentos, que seguramente no sean mileuristas, los paguemos directamente a través de nuestros impuestos, sino por respeto humano.