Por L. R.
Esto era una casa a las afueras de una gran ciudad. Tenía tres plantas y un jardín precioso cercado por un alto muro. Su dueña la cuidaba con esmero e intentaba con alguna dificultad que día a día la casa mejorara. Una noche saltaron el muro dos personas pobres que llevaban varios días sin comer. La dueña les dio alimento y les dijo que si querían trabajar podrían echarle una mano con las labores de la casa con las que ella sola no podía. Estas personas se pusieron contentísimas y aceptaron sin dudar, así que la dueña les preparó un cuarto. Ellos hacían muy bien su trabajo y la dueña no tenía ninguna queja de ellas, al contrario les estaba agradecida. Pasaron algunos días y cuatro personas más saltaron el muro otra noche, igual de pobres y de desesperadas que las primeras. La dueña de la casa les dio de cenar y les dijo que si querían podrían ocuparse del jardín que últimamente no tenía tiempo de cuidarlo. Ellos de nuevo aceptaron muy contentos y la dueña les preparó otra de las habitaciones. El jardín se arregló y estaba más bonito que nunca.
Así pasaron los meses y cada cierto tiempo había más personas que saltaban el muro y entraban en la casa. La dueña intentaba encontrarles trabajo y habitación pero cada vez eran más y más y llegó un momento en el que las habitaciones se agotaron así que colocó tiendas de campaña en el maravilloso jardín. El trabajo también se acabó y las personas que llegaban a la casa ya no podían trabajar así que se buscaban la vida como podían.
La dueña, desesperada, colocó cristales en la parte superior del muro para evitar que la gente saltase ya que era imposible darle cobijo a nadie más. Incluso así, los pobres desesperados lo intentaban y cuando alguno conseguía saltar y se hacía daño, la dueña le curaba e intentaba encontrarle algún hueco entre las abarrotadas tiendas del jardín. Más tarde decidió colocar vigilancia pero cuando usaban disparos para asustar, los vecinos, que nunca ayudaron a la dueña y no ofrecían trabajo a los pobres desesperados, se quejaban por el ruido. El intento fue inútil, pues la dueña sólo podía pagar dos guardias y los intentos de saltar el muro eran ya de 50 o 60 personas.
Y al terminar de escribir esta historia, pensemos: ¿cuál será la solución para la dueña? ¿Cómo acabará la casa y el muro? Yo no lo sé.