Por Sarah Whitehurst Alfonso
La juventud está asociada por definición con cierto grado de ignorancia e ingenuidad, no del todo negativas si hacen que se viva cada momento con más pasión y garra. Esto hace que los que menos han vivido y menos saben del mundo se queden más en aspectos generales y en la superficie de los asuntos que los rodean.
Jóvenes en una huelga de estudiantes. (SARAH WHITEHURST)
Y por una parte es la magia de esta edad, y puede tomarse como una virtud, por ejemplo, en materia de política, haciendo que las luchas por sus respectivas ideologías, aunque parezcan más vacías -que no tiene en verdad porqué ser así- tengan más fuerza.
Pero no, esto no ocurre así y se desaprovecha muchas veces esa fortaleza juvenil. Véase el ejemplo de “la izquierda juvenil” o como quieran llamarlo. ¿Será que se cumple a rajatabla el refrán, “de tal palo tal astilla”? ¿Puesto que es lo que ven de sus “ejemplos a seguir”, es lo que acaban desarrollando?
Todos conocemos lo de que “la izquierda está dividida”, frase ya demasiado desgastada. Hay que empezar a sacar la cabeza de nuestros amplios, diversos y críticos ombligos; y saber que es este el momento en el que debemos de ceder por un bien común.
El objetivo, pues, debe ser accionar esa mentalidad, dejando a un lado las reyertas de veinteañeros inmaduros que hacen que realmente tengamos que avergonzarnos por no haber crecido lo suficiente.
Si usamos nuestra “inmadurez” no para imitar a los mayores,sino para alzarnos de una manera más fuerte podremos parar ese círculo vicioso de división continua en el que parece que la izquierda se ha instaurado. Y así, seremos los jóvenes los que demos ejemplo, haciendo que ellos reflexionen y se den cuenta de que los que han sido infantiles durante todo este tiempo han sido ellos.
Hacer que se sientan avergonzados puede ser el golpe necesario para que reaccionen los llamados adultos de una vez por todas.