Por Agustín Arroyo
La dimisión y retirada, parece que definitiva, de Alberto Ruiz-Gallardón de la vida política española es la crónica de una ambición truncada casi en la cúspide.
Desde su ya lejano inicio en las filas de Alianza Popular de la mano de su padre y de Manuel Fraga hasta hoy, Gallardón ha sido un referente decisivo en la trayectoria e historia política de la derecha democrática española.
Sus guiños constantes y calculados al encuadramiento en una derecha no retrógrada ni cavernaria, le permitían ser tenido como un delfín de futuro primer ministro o presidente de gobierno en la sombra.
Su, a veces, petulante arrogancia y su no disimulada y correosa ambición, le hacían blanco fácil de otros barones más sinuosos dentro de su propio partido. Sus repetidas y aplastantes victorias en sendos combates electorales por la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid le prefiguraban, no sólo como ministro sino como futuro candidato a la más alta magistratura del Gobierno, su presidencia.
Su última deriva posicional e ideológica encarnando y propiciando reformas ampliamente contestadas desde la calle y su torpe instrumentalización por la ultraderecha montaraz del Partido Popular, le han puesto, al final, al pie de los caballos. Con todos mis respetos, retírese en paz.