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Archivo de agosto, 2020

Los profesores (y también padres), ante la vuelta al cole

Pensemos, preparemos y actuemos

Por Carmen Navarro. Profesora de ciencias en Secundaria en el Colegio Nazaret Oporto de Madrid y madre de 3 (de 4, 8 y 11 años).

En 1973 el zoólogo austríaco Karlvon Frisch recibió el Premio Nobel de Fisiología por su investigación sobre el lenguaje visual de las abejas, en el que describía cómo se comunican entre sí para indicar dónde se encuentra la fuente de alimento.

Durante este verano atípico del 2020 que todos estamos viviendo, entre nuevos rebrotes de Covid-19 y la incertidumbre del nuevo curso escolar que está por venir, he tenido la suerte de visitar el Aula Museo Abejas del Valle en Poyales del Hoyo, Ávila; y comprobar de primera mano que no se necesita un cerebro muy grande para comunicarse de una manera efectiva, vivir en comunidad y mantener un equilibrio entre todas las partes de una “sociedad” que utiliza la inteligencia colectiva en beneficio de todos por encima del interés individual.

Mi hijo de 4 años, el de 8 y todos los alumnos de infantil y primaria de mi centro trabajan a diario las matemáticas con el método EMAT de Tekman Books en el que el/la profe les cuenta la situación o problema a resolver y a continuación todos repiten: PIENSO-PREPARO y MUESTRO. Esto ayuda a nuestros hijos/alumnos a saber la forma más lógica de resolver las distintas situaciones con las que se irán enfrentando durante su etapa escolar y posteriormente en sus vidas profesionales y personales:

  1. PIENSO sobre la situación que se me presenta y que quiero/tengo que resolver.
  2. PREPARO la/s solución/es analizando los pros y contras de cada una y la más adecuada para cada caso.
  3. MUESTRO a los demás mi propuesta, de forma que la comparto para que todos los miembros de mi comunidad (local y/o global) puedan aprovechar y ser partícipes del análisis/investigación y de la/s conclusión/es.

Les aseguro que ensayándolo muchas veces se llega a interiorizar y sale solo. ¡Lo hacen los niños de 3 años! Sin embargo, desde que comenzó la crisis del Covid-19 vemos cómo la gestión que se hace de la misma altera el orden de los factores, lo que en este caso sí implica un cambio drástico y lamentable en el resultado. Hemos asistido a numerosas decisiones en las que nuestros dirigentes MUESTRAN o ACTÚAN, PREPARAN y después, y no siempre, PIENSAN si lo que han hecho es lo correcto, para modificarlo a los pocos minutos, horas o días. Es imposible no sentir inseguridad e incluso miedo cuando lo que hoy es una verdad irrefutable mañana deja de tener vigencia…

Y así, a tan solo unos días del comienzo del curso escolar, los docentes nos vemos de nuevo desprotegidos por la administración y vilipendiados por la sociedad cada vez que se nos ocurre alzar la voz para avisar de lo que todos sabemos que sí o sí terminará ocurriendo.

Es de sobra conocido que a los docentes se nos pide desde siempre que actuemos más como magos que como educadores:

  • para educar de manera competencial con un currículo totalmente basado y enfocado en los contenidos,
  • para acabar temarios trabajando por proyectos, desarrollando múltiples teorías pedagógicas innovadoras y con el mayor uso posible de tecnologías
  • para educar en valores, desde la emoción y la pasión, sin que decaiga nunca el entusiasmo, como correponde a las profesiones vocacionales, y a pesar de las circunstancias de cada momento,
  • para enseñar pensamiento crítico y reflexivo a nuestros jóvenes en un mundo en el que la misma clase política altera su mantra diario: MUESTRO-PREPARO-PIENSO.

Pero los acontecimientos recientes nos han empujado a todos los mago-profesores a situaciones de verdaderos equilibristas, acróbatas, malabaristas, improvisando aulas de clase en nuestras propias casas, con nuestros propios recursos, rodeados de nuestros familiares y sin recibir ni un solo aplauso por ello.

Ya en junio se vaticinaba lo que ahora está ocurriendo: a punto de incorporarnos al nuevo curso escolar los “posibles escenarios” no dejan de ser planteamientos teóricos que distan mucho de la realidad que se vivirá en las aulas y que nos pondrá a todos, alumnos y docentes, en una situación de vulnerabilidad muy peligrosa para toda la comunidad.

Como dice el famoso proverbio africano, “para educar a un niño hace falta la tribu entera”.

Durante el confinamiento los padres hemos tenido la suerte de convertirnos en profesores de nuestros hijos a tiempo completo. Durante ese tiempo se leían en redes sociales muchos comentarios de agradecimiento y reconocimiento por la dura labor de los profesores, no siempre valorada.

Sin embargo, como está ocurriendo con otras situaciones recientemente vividas, olvidamos pronto, y ahora esos mismos padres critican a los profesores que alzamos la voz para decir que la vuelta al colegio no está garantizada en unas condiciones mínimamente seguras.

Muchos de estos padres son los mismos que:

  • No se ponen mascarilla porque, aunque las autoridades dicen que es obligatoria incluso en espacios abiertos, ellos deciden que ¡vaya rollazo!
  • Quedaban a escondidas con amigos/compañeros de trabajo para tomar unas cerves en los momentos más duros del confinamiento.
  • Se reunían a hurtadillas con otros amigos/familias cuando solo estaban permitidos paseos de 1 adulto con sus hijos.

En esta “tribu”, ahora más que nunca, todos educamos, todos sumamos, todos debemos remar en la dirección correcta y al unísono. Por suerte o por desgracia, los docentes hemos dejado de tener el mayor peso de la educación de nuestros jóvenes, para compartirla con las familias y el resto de la sociedad. Y recordemos que “nada educa más que nuestro ejemplo”.

Cuando nuestros propios representantes políticos (ACTUANDO, sin PREPARAR, y por supuesto sin PENSAR) nos señalan y nos ponen en el foco mediático para desviar la atención de su inacción, debemos aceptar que estamos en manos de una clase política mediocre y de gran bajeza moral, que se traduce en una sociedad que no respeta a sus docentes. Tenemos y tendremos lo que nos merecemos.

Comencemos pues por revisar nuestro comportamiento individual y nuestra contribución a la sociedad, con responsabilidad e inteligencia colectiva.

Solo cuando todos y cada uno de nosotros nos sintamos parte responsable de esta colmena global en la que vivimos podremos con el Covid-19. Repitamos al unísono, a modo de danza de las abejas, lo que nuestros niños cantan en las escuelas y por suerte tienen ya tan interiorizado: PIENSO-PREPARO y MUESTRO/ACTÚO.

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Miedo legítimo ante la vuelta

Por Francisca Esteller Nadal

En primer lugar, me gustaría señalar que escribo esta carta como madre y como docente, en representación de un grupo de compañeros de profesión y de familias cuyos hijos van a asistir a algún centro educativo en los próximos días.

A menos de tres semanas para el inicio del curso escolar, los padres y docentes sentimos y mostramos no solo una enorme preocupación y desconcierto, sino también mucho miedo. Este miedo no es irracional, sino que es totalmente legítimo, teniendo en cuenta que todo lo relacionado con la Covid está rodeado de incertidumbre, conocimiento científico parcial y de contradicciones entre los propios estudiosos de la materia.

Al final del curso escolar 2019-2020 se estableció un protocolo de actuación para el inicio del próximo curso. Este protocolo se elaboró teniendo en cuenta un contexto epidemiológico que nada tiene que ver con el de estos momentos, puesto que comenzábamos una nueva fase en la que tanto hospitalizados como nuevos contagios eran mínimos, y el riesgo a contraer esta enfermedad había disminuido.

En este protocolo, en la etapa de Educación infantil y Primaria se establece una ratio de máximo veinte alumnos por aula con un tutor de referencia, en lo que ha venido a llamarse ‘grupo burbuja’, con la intención de reducir los contactos del alumnado en el centro y poder establecer, en caso de contagio, un seguimiento de los casos más eficaz.

Estos grupos burbuja parecen no contemplar la relación del alumnado de cada grupo con familiares, amigos y otras personas ajenas al centro fuera del horario escolar, porque si así fuera no se hablaría de estanqueidad o seguridad dentro de estos grupos. Evidentemente, no voy a entrar en valorar en lo acertado o no de las afirmaciones con respecto a la facilidad de contagio que tienen los menores y la capacidad de estos para contagiar a otros, porque eso queda para los científicos.

Ahora bien, lo que sí me niego a aceptar es la contradicción sobre las medidas de seguridad a nivel individual obligatorias establecidas para la ciudadanía en general, y a la desaparición de mascarillas en los centros educativos a partir de septiembre.

Mi hijo de siete años de edad, así como yo misma y mis familiares, y muchos otros ciudadanos responsables, hemos cumplido escrupulosamente con cada una de las medidas que desde el mes de marzo se han venido imponiendo desde las instituciones sanitarias.

En la actualidad, estas medidas incluyen el uso obligatorio de mascarilla para toda la población por encima de los seis años de edad. Si las actuales medidas de seguridad individuales y colectivas se contradicen con las medidas que dictan los protocolos educativos, a mí, personalmente me transmiten una inseguridad y un miedo que me llevan a cuestionarme las razones de dichas directrices.

Yo misma, en estos momentos, no soy capaz de comprender y mucho menos compartir las explicaciones por las que frente a un patógeno grave y desconocido se actúa de forma diferente en función del contexto. Frente a este desconcierto me veo incapaz de explicarle a mi hijo -repito, siete años de edad-, esta situación. ¿Por qué en el parque hay que llevar mascarilla y en clase no? ¿Por qué no podemos reunirnos más de diez familiares mientras que en el al aula habrá veinte alumnos, más monitores y docentes?

Como madre y profesora no tengo respuesta para estas preguntas. Hasta ahora le he podido decir que la mascarilla le protege a él y él, a su vez, protege a otras personas. De alguna manera ese papel importante de protección a los demás le ha servido para que aceptara de buen grado el uso de este elemento. Me cuesta trabajo elaborar un discurso coherente puesto que el no usar mascarilla en los centros escolares entraña un riesgo añadido a esta locura, no solo para los niños y personal del centro, sino también para los familiares de todos ellos y, por ende, para los contactos de todas estas personas en su vida habitual.

No hay que olvidar que muchas de estas personas son grupo de riesgo. Así como tampoco hay que olvidar la falta patente de control en el cumplimiento de las medidas obligatorias por una parte importante de la sociedad. De este modo, los llamados grupos burbuja son una absoluta utopía, no sé si planteados con una visión excesivamente ingenua o directamente con una visión despreciativa hacia la seguridad individual. Y es que meter a veinte niños en lugar cerrado, sin mascarilla, con uno o dos adultos, no pronostica nada, absolutamente nada bueno.

Sobre este punto ya avisa la OMS señalando que los casos de Covid-19 en niños se ha multiplicado por siete y a la sanidad española le parece que, en palabras de Fernando Simón, “esas oscilaciones preocupan y hay que valorarlas con cuidado”.

El día 27 se reúnen las diversas comunidades autonómicas con el Ministerio de Educación. Como madre y como docente; solicito, exijo, ya que el riesgo cero no existe, que se dicten medidas coherentes con el devenir de la pandemia y por tanto, se adopte la mascarilla como elemento obligatorio en todos los centros educativos, así como una ratio más acorde a la nueva situación.

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  • Si eres profesor, envía tus sensaciones ante el comienzo de curso al correo zona20@20minutos.es