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Hilos en el alma

Por Eva Manso

Todos tenemos la mejor madre del mundo, porque nos ha dado la vida. Mi madre me la dio dos veces, un día cualquiera de abril y cuando faltó mi padre y decidió pasar el resto de sus años en una residencia, para no dar guerra decía ella y para no ver siempre las mismas caras. Quería marcha mientras su enfermedad la dejara. Siempre he pensado que fue un acto enorme de generosidad hacia nosotros, su felicidad empezaba donde empezaba la nuestra.

Mi madre era costurera, más bien sastre, que junto a mi padre te hacían unas americanas que temblaban los que las lucían. Quizás por eso, al criarme en un taller aprendí que la vida son puntadas y pespuntes, y unas buenas puntadas solo se pueden dar con humildad, que es lo que eran mis sastres, humildes.

Siempre ayudó en lo que pudo al próximo, y digo bien, sí, al próximo, siempre desde la recámara, sin que casi nos enteráramos, cuidó de todos, pendiente de sus vecinos, capaz de hacer unos callos a uno de ellos sin saber si estaban bien de sal porque no soportaba los callos. Tenía genio, y ella pensaba que valía para todo, lo que la hacía ser fuerte. Sus nietos la llamaban Macgyver entre risas, porque, aunque no siempre le salía todo bien, ella seguía intentándolo y a veces hasta creía que lo hacía.

Luisa con uno de sus nietos.

Luisa con uno de sus nietos. (EVA MANSO)

Era una buena mujer, siempre orgullosa de su familia y de sus tres nietos, que trastearon y disfrutaron de los años en los que la casa estaba llena de luz.

Cuando llegó a su nuevo hogar cosió alegrías y penas -además de algún bajo de pantalón-, con el equipo humano que la ha cuidado y acompañado en estas últimas semanas, ese equipo que aplaudimos a las 20:00 h y que ha sido su segunda familia este tiempo, los que en los últimos años en los que su enfermedad empeoró la arreglaban, peinaban, perfumaban y hacían compañía. Ese equipo que nos ha enviado mensajes dándonos las gracias por haber sido tan buenas hijas con “su Luisa”.

Aunque mi hermana y yo llevábamos tiempo con las maletas preparadas, son ellos los que han acompañado a mi madre en su último viaje, porque esto que estamos viviendo no nos ha permitido hacerlo a su familia. Sé que te fuiste con mucha luz y tranquila pero es muy doloroso pensar que hace algo más de un mes te besé y te dije “estás muy guapa mamá, mañana viene a verte Ani” y que ya no podremos verte, acompañarte, tocarte, despedirnos.

Espero que la «bendita resiliencia», el tiempo y el calor de los que están a nuestro lado nos ayuden, nos dé luz y tranquilidad.

Siempre seré lo que tu decías cuando llegaba a verte –“es mi hija, la pequeña”– y aunque a veces me hagan daño seguiré subiéndome a esos tacones que tanto te gustaba verme lucir.

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