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«Debo contarte algo… Tengo el VIH»

Juliann © Adrain Chesser

Juliann © Adrain Chesser

Juliann, la mujer del retrato, acababa de ser invitada al estudio de su amigo Adrain Chesser, el fotógrafo. La mujer sólo había recibido una cita y acudió, seguramente no por primera vez, dispuesta a ser retratada por el siempre jovial Chesser.

El set estaba preparado e iluminado y la cámara montada en el trípode. Tras unas cuantas palabras de saludo y cortesía, Adrain pidió a Juliann que tomara asiento, ajustó el plano, enfocó, apartó el ojo del visor y  enfrentó la mirada de la mujer. Tenía en la mano un disparador remoto conectado a la cámara para poder disparar en cualquier momento.

«Tengo algo que decirte…», dijo el fotógrafo.

Dejó que la frase hecha, una invitación a la confidencia, reposara en suspense durante unos pocos segundos. Después la completó: «Tengo el VIH».

Con las siglas del virus del sida todavía resonando en el ambiente, el fotógrafo apretó en el obturador.

Chesser decidió contar así a sus conocidos y amigos más queridos que había sido diagnosticado, un mes antes, como VIH+. No pretendía «capturar el momento», afirma, sino crear «un ritual que nos ayudase a todos a superar el trauma».

I Have Something to Tell You (Debo contarte algo) es una serie a la que podríamos otorgar la condición de efectista. Con no menos razón debemos considerarla uno de los ejercicios más crudos de la dinámica fotográfica del retrato. Chesser, que tenía 39 años cuando recibió el diagnóstico de VIH+, sentía «pánico» frente a la idea de enfrentar a su círculo de amistades con la noticia. «Me sentía igual que cuando debía compartir algo incómodo con mis padres cuando era niño y temía el rechazo, incluso el abandono».

Durante dos semanas retrató a 47 personas en el set que se había convertido en un confesionario bidireccional —el fotógrafo que se reconoce enfermo ante el amigo que, a su vez, responde emocionalmente frente al primer contacto con la dolorosa información y entrega la emoción al enfermo—. Hizo más o menos dos rollos de película de 36 fotos a cada uno de los invitados. Mientras disparaba, imagen tras imagen, dejaba que los retratados oficiaran la ceremonia.

«Fueron todos muy valientes. Nadie me ordenó que parase, nadie se levantó y se fue… Hablamos, hubo lágrimas y risas, pero, sobre todo, hubo amor. Finalmente me di cuenta de que cuando eres sincero no hay abandono posible, como temía de niño. No hay palabras para expresar mi agradecimiento a todos los que participaron».

El proceso de selección de los retratos definitivos de cada persona no fue fácil, pero sí liberador. «Me di cuenta de que estaba buscando las imágenes que reflejaran mejor mi propia experiencia, como si quisiera que fuesen autorretratos«, recuerda el fotógrafo, que optó por una paleta de colores muy saturados porque la combinación de retrovirales con la que se medicaba entonces tenía como efectos secundarios las alucinaciones y los sueños anormales.

Chesser, que había aprendido fotografía como ayudante de Rosalind Solomon, una de las grandes cronistas visuales de los primeros años de la pandemia, es gay y se contagió por practicar sexo no seguro. Ha desarrollado el sida, pero ahora se siente «increiblemente feliz y saludable». Los últimos análisis indican que las constantes inmunológicas son las normales para una persona adulta y el VIH es casi indetectable en las pruebas.

Desde 2007 hasta 2012 se embarcó en una esperiencua singular: vivir como un nómada con el grupo The Hoop, una comunidad primitivista que desea regresar a la simpleza de los cazadores recolectores para entender a la naturaleza y aprender de su múltiple sabiduría. Acaba de presentar un libro sobre su deriva durmiendo al raso y alimentándose de lo que cae con otros renegados de la sociedad. Se titula, no por casualidad, The Return (El regreso). Ninguna de las imágenes es un disparo a bocajarro y con trampa. Creo que es el mejor de los síntomas de la buena salud de Adrain Chesser.

Ánxel Grove

El fotógrafo que siempre estaba a la distancia justa

"Men without shirts; kicking car starter on the ground" - William Gedney, 1972

"Men without shirts; kicking car starter on the ground" - William Gedney, 1972

El padre y cuatro de los doce hijos. Hombres sin camisa. William, el padre, patea motor de arranque de un automóvil. Los hijos miran hacia el suelo.

El fotógrafo está a la distancia justa. Sin entrometerse pero tan cerca como para dejarnos saber.

El ballet gestual -los brazos caídos o en los bolsillos o cruzados o sosteniendo los riñones o apoyados en la estaca- pronuncia una sola palabra: extenuación.

«Los problemas del área son complejos y acumulativos. En resumen: lugar remoto, valles bruscos, montañas, innaccesible, sin carreteras. Cincuenta años de destrucción de recursos naturales, minerales y madera han dejado aguas contaminadas y suelos improductivos. Antiguas y corruptas maquinarias judiciales y locales», anota el fotógrafo en una página de sus meticulosos diarios.

"Boy at dinner table" - William Gedney, 1972

"Boy at dinner table" - William Gedney, 1972

William Gedney no diferencia la palabra de la fotografía. Si una no acompaña a la otra, ninguna de las dos tiene sentido, piensa.

El niño de imposibles brazos -otra vez: extenuados-, de mirada desplomada, descamisado… Tienen la desvergüenza de sostener que dios creó el mismo tipo de mundo para todo bicho viviente.

No son fotos de la Gran Depresión, sino de 1972. ¿Tras los Urales? No, en Kentucky, corazón del país más poderoso del mundo a aquellas alturas.

El fotógrafo es un joven callado, elegante, de esas personas que apenas dejan huella cuando pisan, de los que no gritan, de los que no empujan, de los que nunca están de vuelta… Tiene pocos amigos y se dedica a caminar, la mejor de las labores en esta tierra en la que vives mirando al suelo.

"Children and a dog walking on dirt road; two girls carrying books" - William Gedney, 1972

"Children and a dog walking on dirt road; two girls carrying books" - William Gedney, 1972

Gedney, nacido en 1932, llevó una vida modesta.

Pidió una beca para fotografiar el rural estadounidense y le soltaron algo por recomendación de Walker Evans, que le conocía y al que admiraba. El dinero le alcanzó para dar tumbos por el país en los años sesenta. Cuando se le acabaron los fondos dió clases particulares. Nunca pensó en venderse como fotógrafo, en publicar en revistas, en alardear…

Visitó a la familia del minero desempleado William Cornett en 1964. Residió con ellos, retrató su vida de harapos. Regresó en 1972 para seguir fotografiando los días sin camisa de los niños crecidos. Le recibieron como a un hijo pródigo. Gedney se dejaba querer, no se entrometía. No abusaba.

Entre una y otra estancia en las montañas extenuadas de Kentucky, Gadney quiso ser testigo del milagro hippie. En San Francisco hizo fotos de muchachos durmiendo en sofás, de chicas bailando a la luz de la psicodelia, de diggers repartiendo gratis comida entre aquellos indignados beatíficos e inocentes… No sacó demasiadas conclusiones. Nadie que baje de la montaña se deja embaucar por el glamour supuesto de una corona de flores en un parque urbano.

"Girl sitting on windowsill" - William Gedney, 1964

"Girl sitting on windowsill" - William Gedney, 1964

En 1968 expuso -por primera y única vez durante su vida- en Nueva York. Fueron 44 fotos de Kentucky y San Francisco. Lee Friedlander y Diane Arbus fliparon cuando visitaron la muestra de aquel desconocido que parecía tener un don para retratar momentos de desnuda verdad, como si amase profundamente al sujeto de cada foto.

Gadney consiguió otra beca y la estiró lo suficiente como para viajar dos veces a la India, primero a Benarés, en 1970, y luego a Calcuta, diez años más tarde.

Siguió haciendo poco ruido. En 1987 dió positivo en las pruebas del VIH. Dos años más tarde murió de complicaciones derivadas del sida. Tenía 56 años y casi nadie sabía que era gay. No ocultó nada, pero tampoco pregonó nada.

Todo su legado, una colección de más de 5.000 fotos y hojas de contactos y decenas de cuadernos de notas, ordenados con el meticuloso ardor de un andarín, se lo dejó a Friedlander. Los archivos de Gedney están ahora en la biblioteca de la Universidad de Duke.

El material, al completo, ha sido digitalizado con el cariño que merece. Las fotos pueden utilizarse en cualquier soporte citando procedencia (precisión que anoto aquí: todas las imágenes de esta entrada del blog son de la colección digital de William Gedney de la Universidad de Duke). Si Internet ha valido para algo, este es uno de los casos.

"Two girls with dirty clothes holding hands" - William Gedney, 1964

"Two girls with dirty clothes holding hands" - William Gedney, 1964

Como si la fama póstuma no desease turbar la sombra de un hombre sin voz, el tiempo y la cháchara han sido benévolos con Gedney.

En 2000 el San Francisco Museum of Modern Art le dedicó una antología. La titularon Short Distances and Definite Places, una referencia a dos versos (examina esta región / de cortas distancias y lugares definitivos) del poeta favorito del fotógrafo, W.H. Auden.

Ese mismo año se publicó el único foto-libro de su obra, What Was True: The Photographs and Notebooks of William Gedney. Está descatalogado y cuesta bastante dinero en las casas de segunda mano.

En torno a Gedney hay un intenso velo de respeto y también de desconocimiento. Su empatía y compromiso con lo retratado asusta. Su ausencia de retórica o cinismo encaja mal con un momento fotográfico triste en el que sólo cuenta quien habla más alto.

Puedo navegar durante horas, ajeno al dictado del tiempo, por la obra de este ejemplar fotógrafo. Me calma su comportamiento taciturno, la letra aniñada de sus notas en los diarios, la falta de afanes e imposturas con que pasó por el mundo, la sedosa forma de acercarse sin molestar…

"Willie and Vivian Cornett, children and grandchildren, and William Gedney on porch" - William Gedney, 1972

"Willie and Vivian Cornett, children and grandchildren, and William Gedney on porch" - William Gedney, 1972

No es justo elegir una foto cuando en todas hay tanta piel extenuada, pero tengo mis debilidades, mis caprichos.

Si debiera señalar una sola que pudiera contener mediante la humilde ceremonia de trazar un círculo de tinta, digamos, azul; si debiera decir: «ésta es, aquí está el ojo en el loto», me inclinaría por una de las menos drásticas: este retrato de grupo, tomado con disparo retardado, en el cual, entre toda la tribu de los Cornett del remoto Kentucky, sentado en la escalera, en primera fila, haciendo que la familía sonría tras su carrerita para llegar a tiempo, William Gadney se hace carne y se muestra.

Ánxel Grove