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Darío Martínez, un fotógrafo que sabe estar de paso

Darío Martínez ("Snapshot 2011")

Darío Martínez ("Snapshot 2011")

Me atrevo a pensar que el fotógrafo Darío Martínez haría suya una frase del infatigable andarín Bruce Chatwin: «Perder el pasaporte es la menor de las preocupaciones. Perder un cuaderno es un desastre«.

Sé poca cosa registral de Darío Martínez: gijonés de 1983, prefiere el blanco y negro, revela con las manos, tiene una Hasselbald, una Mamiya, acaba de montar una web, en Facebook añade a su identidad un adjetivo de poder litúrgico: Darío Malnacido Martínez…

Me consta que hace fotos con la voluntad de humo de quien está en tránsito, sin pertenecer, como diciendo vamos que esto se acaba, consciente de que el viaje es, debe ser, un fragmento del infierno y que necesitamos encender otro cigarrillo para quemarnos antes de que nos quemen otros.

Darío Martínez está de paso. Su casa primordial es deslizante.

Las series que exhibe son pasajeras. Snapshots 2011 y Snapshots 2012 (en proceso) tienen un carácter eventual de parpadeos, son huidizas como aceite. Parecen insistir en un refrán viejo: «Malo es errar, pero peor es perseverar».

Darío Martínez ("Cuaderno")

Darío Martínez ("Cuaderno")

Me gustan mucho los Cuadernos (1 y 2), donde las fotos son insertadas, pegadas, sometidas a la dictadura blanda de la página y la frase fugaz.

Es una pena que, al parecer, sean cosa del pasado y el autor no se anime a proseguir con estos diarios que todo dicen con munición humilde. Expresan un ideario («con tus dudas, selladas en la frente«), trazan una frontera («entre siempre y jamás«), fomentan la ideología de la perdición («regalo el Cielo / yo no lo quiero«), manejan el disgusto («tírale el hueso al perro, no es caridad«)…

En una entrevista de hace casi dos años Martínez confiesa lo que uno deduce al repasar sus fotos: que no está enganchado al resultado, que no le puede la imposible perfección, que el clic es un modo de caminar. «Lo realmente bonito es el recuerdo, dónde estábamos, qué hicimos», declara en una respuesta no por sencilla menos certera.

Encuentro en la fotografía del presente a pocos narradores del tránsito en la tradición de Robert Frank, aquel afiebrado suizo que renegó de casi todo —también de la patria, gran ramera— para buscar la alquimia humanismo-visión y que dejó anotado en su diario el mandamiento único para quien pretende ser fotógrafo: «Trabajo todo el tiempo, hablo poco, trato de no ser visto».

"Ada" (Darío Martínez)

"Ada" (Darío Martínez)

Finalmente, los retratos, la prueba final de la intuición y el aliento retenido, la decisión moral mediante la cual los demás tenemos el derecho de juzgar al fotógrafo.

Los de Darío Martínez sobrecogen, son actos de pureza extrema.

«Cuando la gente mira mis fotos quiero que sientan lo mismo que cuando leen un verso de un poema», decía Robert Frank.

Creo que este malnacido gijonés ha conseguido concretar la pretensión del viejo Frank. Deseo que pueda seguir transitando, pisando con algodón en la suela de las botas, quemándose con el fuego de cada foto en la misma combustión a la que, como espectador, me somete.

Ánxel Grove

Darío Martínez

Darío Martínez

Darío Martínez

Darío Martínez

Darío Martínez

Darío Martínez