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La segunda vida de un viejo tanque de propano

Los cuatro muebles que Colin Selig fabricó aprovechando el 99% de un tanque de propano

Los cuatro muebles que Selig fabricó con el 99% de un tanque de propano

El tanque oxidado de gas propano, cada vez más deteriorado por los elementos, descansaba en el terreno de la vivienda unifamiliar californiana de Colin Selig.

El escultor estadounidense especializado en trabajar con metal pensaba a menudo en deshacerse del trasto, pero también reflexionaba sobre la energía que se había empleado en fabricarlo, en el material desperdiciado y destinado a ser un eterno residuo.

«Las formas curvas estimularon mi imaginación y consideré posibles formas de diseccionar el tanque«, cuenta Selig en su página web. Del deseo de reutilizar la enorme cápsula nació su colección de asientos fabricados con el metal de los tanques de propano.

El artista no modifica las curvas, idea sus muebles para que las redondeces se conviertan en piezas que luego se puedan unir entre sí y creen imaginativos bancos que, tras pintarlos con una capa de pintura inoxidable, luzcan como asombrosas piezas de diseño.

Asientos diseñados y fabricados por Colin Selig con el material de los tanques de propano

Asientos diseñados y fabricados por Colin Selig con el material de los tanques de propano

En su primer experimento, tras llenar el tanque con agua para eliminar el gas residual, Selig trazó líneas sobre la superficie, como preparando la enorme cápsula para una operación de cirugía estética. Era la primera vez que hacía algo así y no confiaba en que fuera a funcionar, pero la tranquilidad de trabajar con un material que de todas maneras no iba a servir para nada era una garantía para seguir adelante. Tras hacer el banco —alargado y elegante, con una argolla a acada lado y un respaldo que invitaba a apoyarse— descubrió que con las sobras podía fabricar dos pequeños asientos de dos plazas. Para completar el reto y comprobar cuánto metal podría reutilizar, con los restos de los restos todavía pudo fabricar una silla: había aprovechado el 99% del tanque.

Tras una «investigación ergonómica» con cientos de personas que se sentaron el los bancos y medían entre 1.50 y 1.96, el escultor comprobó con satisfacción que la «suave curva» del respaldo y del asiento resultaba sorpredentemente cómoda, que la inclinación era la adecuada para un buen soporte lumbar. Selig también destaca la «extrema solidez» de la estructura y el buen resultado que da como mueble de exteriores.

El autor también destaca la presencia de estos depósitos (que tienen una vida limitada y están condenados a terminar en vertederos) en todo el planeta y la facilidad con que se pueden convertir en «obras de arte funcionales». En su página web, Selig enlaza a un vídeo que aclara el proceso a seguir para crear sus útiles bancos a modo de instrucciones para quien se anime a seguir su ejemplo.

Helena Celdrán

El Arma de Instrucción Masiva, un tanque que regala libros

Raúl Lemesoff

Raúl Lemesoff

«La educación está en la casa y la instrucción está en la escuela», sentencia el argentino Raúl Lemesoff, que considera vital que la lectura sea un elemento más de la vida cotidiana. El Arma de Instrucción Masiva (ADIM) es una escultura rodante atestada de libros, en forma de tanqueta de guerra, que el artista lleva a los barrios más pobres de Argentina.

Lemesoff reparte gratis los títulos que se apilan en las estanterías hechas a mano, anima a cualquiera que pase a su lado a que se haga con un ejemplar, incluso es capaz de correr junto a un autobús que acaba de iniciar la marcha para colar un libro por una ventanilla.

El artista y su Arma de Instrucción Masiva

El artista y su tanque

Hastiado de la programación basura de las televisiones y del desinterés por la lectura, consciente de que quería contribuir a iniciar un cambio por pequeño que fuera y «estimular la creatividad que los libros generan en quien los lee», decidió hace tres años comprar un coche viejo.

Escogió un Ford Falcon de 1979, un coche que simboliza uno de los momentos históricos más trágicos de la historia de Argentina. Durante la dictadura militar, Ford fue uno de los aliados en las torturas y desapariciones del Terrorismo de Estado: los Falcon se convirtieron en el coche habitual para secuestrar a cualquier ciudadano que se antojara como peligroso.

Transformó el siniestro vehículo —que ciertamente había pertenecido a los militares— en un pequeño tanque con compartimentos para los tomos. El resto del coche lo forró con lomos de libros que ya habían sido semidestruídos y vendidos como papel al peso. El nombre, de la creación es otro homenaje oscuro, esta vez a las Armas de Destrucción Masiva que el entonces presidente de EE UU George Bush juraba y perjuraba que Sadam Hussein escondía en Iraq y que sirvieron de elemento propagandístico para el inicio de la guerra de Iraq en el año 2003.

El ADIM en acción

El ADIM en acción

Ahora conduce su obra de arte rodante con la soltura de un repartidor y su actividad idealista lo eleva a personaje. El ADIM no recibe dinero de ningún organismo oficial, se surte de donaciones de libros y de escasas aportaciones económicas para el combustible. Lemesoff consigue de vez en cuando vender alguna de sus esculturas: «Por ahí tengo un montón de plata y por ahí me paso los días sin comer, pero lo que yo hago es muy gratificante y entonces lo sigo haciendo. Es increíble que haya transcurrido tanto tiempo haciendo esto y que planee seguir haciéndolo, a mí me asombra».

Aunque el artista reconoce que, por falta de gasolina, no llega a todos los lugares que quisiera (su sueño es recorrer el sur del continente americano), se queja más de que los libros no lleguen a él con facilidad, que tenga que visitar los barrios más ricos de las grandes ciudades para recibir un puñado de cuentos infantiles que luego vuelan entre los niños del campo o de las Villa Miserias: «Tiene que haber un cambio en la humanidad. Adaptar tu vehículo para regalar libros es un cambio y no colaborar con una donación, es falta de conciencia».

Helena Celdrán