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Las 18.000 fotos escondidas del retratista de pueblo Frank Pease

 "LaPorte, Indiana" © 2006 Princeton Architectural Press

Frank Pease («LaPorte, Indiana» © 2006 Princeton Architectural Press)

Me gusta perderme en las grietas de las fotos anónimas. Son imágenes, como sostiene en una afortunada expresión el historiador Robert Flynn Johnson, situadas en un «espléndido aislamiento» al que de ningún modo podemos acceder. Acaso sea ese carácter inasible lo que me conquista.

En otro de mis merodeos por el mercado de los libros usados acabo de encontrar un ejemplar (baratísimo) de LaPorte, Indiana, un tomo publicado hace seis años por la editorial Princeton Architectural Press y catalogado por Jason Britner, un etnógrafo del azar que ha convertido el verbo encontrar en una razón de vida: es el fundador de la revista Found, basada en la edición de todo aquello que abandonamos en el camino —servilletas con anotaciones, cartas nunca enviadas, recibos, dibujos con los que nos entretenemos para no enloquecer en las esperas…—, y también el responsable del proyecto confesional Cassette From My Ex, donde recopila «historias y bandas sonoras de amores perdidos».

La colección, tal como la encontró Britner ("LaPorte, Indiana" © 2006 Princeton Architectural Press)

La colección, tal como la encontró Britner («LaPorte, Indiana» © 2006 Princeton Architectural Press)

En LaPorte, Indiana, Britner selecciona y prologa una colección de fotos que, si hemos de creer lo que nos cuenta, encontró por pura casualidad en la trasera del B & J’s American Cafe, un bar al que entró con la intención de tomar un bollo de canela mientras estaba de viaje de camino a Chicago. En la trasera del café encontró, almacenadas en más de veinte cajas de cartón, 18.000 fotos desatendidas. Un cartel que denotaba el mismo abandono decía: «¡Busque a sus familiares! Fotos a 50 céntimos cada una o 5 dólares el paquete».

Las fotos eran el archivo del estudio de fotografía Muralcraft, que había ocupado el segundo piso del edificio del café desde finales de los años cuarenta hasta principios de los setenta. Lo regentaba un matrimonio: Frank y Gladys Pease. Él hacía las fotos y ella se encargaba de atender a los clientes y de la administración del negocio.

Habían nacido en La Porte a principios de siglo, pero decidieron intentar vivir bajo la benigna climatología de Florida, donde Frank trabajó como domador de leones en un circo. Cuando era necesario también actuaba como payaso. Como otros hombres de su generación, voluntariosos y valientes, no le importó recorrer otras sendas: fue redactor de diarios, fotógrafo de crímenes y, de regreso a la patria chica, jefe de fotografía en la fábrica de municiones Kingsbury Ordnance Plant, una de las mayores factorías bélicas de los EE UU durante la II Guerra Mundial.

Frank y Gladys Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank y Gladys Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Siempre he considerado una grosería saber tanto de los retratistas de renombre que, en ocasiones, trabajaban con una cuadrilla de ayudantes y sólo ponían la firma, y casi nada de miles de profesionales honrados, íntegros y contumaces como Frank Pease, entregados a la tarea narrativa de dar testimonio de una ciudad.

El bagaje de La Porte para intentar pasar a la historia es humilde: abundancia de arces, atarderceres largos, inviernos fríos por el asesino viento que escupe el lago Michigan, una alcaldesa elegida con sólo 28 años —no se hagan ilusiones: veterana de la Marina y republicana hasta la médula—, la feria más antigua del estado de Indiana y, según el último censo, 22.000 habitantes.

La deducción fácil —una ciudad del Medio Oeste estadounidense con aroma a maíz, patatas pochadas y costillas de vaca— es equívoca: el Museo del Condado guarda la historia tenebrosa de Belle Gunnes, Lady Barba Azul, en cuyo jardín encontraron 40 cadáveres en 1908 (al parecer, hombres a los que esquilmaba). En cualquier manzana puede residir el gusano.

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease  (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Del archivo del fotógrafo —nadie puede discutirle la noble condición— es deducible la pretensión artesanal y antiartística de los retratos. Nadie pedía a Frank Pease que fuese creativo, trabajase con el boké, utilizase la distancia focal con ánimo emocional o diese a las copias un acabado vintage. Entrabas para que te retratasen, punto. Esperabas que la foto te hiciera un poco menos desagradable, que ocultase las verrugas, mostrase la bondad, enfatizara la sonrisa que deseabas compartir…

Pero que nadie otorgue la categoría de inocentes a estas fotos de elocuencia a veces desconcertante. Son misteriosas —nunca nos dicen quién, cómo o cuándo—, quizá cándidas y con seguridad responden a una imagen especular de los modelos, que decidieron qué peinado, qué indumentaria y qué aspecto deseaban inmovilizar, pero hay en todas una explosiva intensidad que a veces resulta insensata. Son tan carnales que parecen estar tomadas para colgar de un madero y no de la pared del salón.

Es lícito pensar que el fotógrafo —al que deberían nombrar, con carácter póstumo, cronista oficial de la ciudad— también formuló, desde el silencio de su oficio, las preguntas manifiestas que sus fotos (algunas de las cuales he escaneado a partir de mi ejemplar de LaPorte, Indiana para ilustrar esta entrada) provocan más de 50 años después: ¿murió en la guerra el marinero?, ¿fue el niño un marine chiflado en Vietnam?, ¿hay un futuro de heroína y desencanto en las pupilas?, ¿empeñó el collar de perlas?, ¿es feliz o se ha roto?, ¿padeció?, ¿le aguardaban los espectros de la locura?, ¿cuántos nietos tiene?, ¿murió en un accidente de automóvil?, ¿mantuvo la paciencia?, ¿supo crecer?, ¿en dónde vive?, ¿siguen siendo amigos?, ¿quién pleiteó por su herencia?, ¿cuánto bebió antes de reventar?, ¿escribió un poema?, ¿qué sintió cuando le rompieron el corazón?…

Ánxel Grove

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

(“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

Frank Pease  (“LaPorte, Indiana” © 2006 Princeton Architectural Press)

La grieta sin fondo de las fotos anónimas

Una de las fotos de "The Face in the Lens"

Una de las fotos de "The Face in the Lens"

No es una foto de un prima donna cualquiera del reportaje cándido. Nunca ha sido vendida por comisionistas de agencia o galeristas a mano armada.

No tiene firma. No consta autoría.

Sin embargo, la prefiero a cualquier fotografía becada por PHotoespaña con el beneplácito (y los euros) de sus muchos patrocinadores (instituciones públicas de dudoso pelaje, nichos bancarios practicantes de la usura, empresas cerveceras, fabricantes de automóviles y otros especímenes del status quo que nos ha condenado al abismo).

De este retrato candoroso -tristeza, abandono, esperanza, gesto- sólo sabemos tres cosas:

1. Mide 9,9 por 6,7 centímetros.

2. Fue realizado en 1960 en algún lugar de España.

3. Deja en evidencia la cultura del ego, la prepotencia y la banalidad que campa a sus anchas en buena parte de la fotografía contemporánea.

Es una foto anónima, una foto encontrada. Por ende, abandonada por su autor o propietario.

Añade a sus valores, a esa condensación emotiva que me hace verla y erizarme, la condición de resto, de trapo, de historia abierta, de interrogante…

Europa, 1940

Europa, 1940

Hoy quiero hablarles en Xpo -la sección de este blog dedicada a fotografía- de un libro. Se titula The Face in the Lens. Anonymous Photographs. Lo acaba de reeditar la editorial de la Universidad de California.

No se les ocurra comprarlo en una librería. En España los libros de fotografía son más caros que la heroína y hay una regla de oro que cualquier yonqui debe cumplir a rajatabla: si la droga es la misma, cómprala al camello que te haga mejor precio. En la sede inglesa de Amazon se puede conseguir, nuevo, por 18 euros más gastos de envío. Si no le importa que otras manos lo hayan tocado antes, por 14 euros.

El autor de la antología, Robert Flynn Johnson, está enamorado de las fotos anónimas, huérfanas en su «espléndido aislamiento».

No pueden ser evaluadas, dice Johnson en un texto introductorio, con los condicionantes que impone la autoría, que casi siempre es un hándicap: si sabemos que una foto es de tal o cual gurú, santón o autor aplaudido, la mirada no es la misma, está coartada de antemano, en el mejor de los casos, por la inconsciente propensión a dejarnos llevar, y dirigida, en el peor, por las aviesas campañas de propaganda que intentan decirnos qué y cómo mirar.

"Mujer joven con elefantiasis" (EE UU, 1878)

"Mujer joven con elefantiasis" (EE UU, 1878)

Alejadas de la visión nostálgico-historicista, esa especie de exclamativo qué bonitos eran los viejos tiempos, las fotos de The Face in the Lens, impiden la apatía.

No estamos ante las imágenes que debemos ver porque lo diga un artefacto mediático sobre el uso del tiempo libre (el poco que nos permiten los explotadores).

Lo que tenemos ante los ojos es espacio abierto, en blanco. Nos toca esforzarnos.

«No puedes depender de tus ojos si tienes la imaginación desenfocada», dijo Mark Twain.

La experiencia de ver fotos anónimas de las que sólo, como mucho, conocemos la parcialidad de dos o tres detalles (una nota en el reverso, un sello con una fecha…), tiene que ver con la relación entre mirada e imaginación.

EE UU, 1910

EE UU, 1910

Ante la joven mujer-elefante un click pasa de off a on, activamos  articulaciones sutiles que con frecuencia mantenemos en estado de esclerosis y volvemos a ver, queremos entrar, romper el silencio.

¿Y el bebé muerto. Perfecto y cándido, pero muerto?

Sabemos todo lo que dicen los foto historiadores y archiveros (la tradición, el exvoto mortuorio, el deseo de retención…), pero la vulnerabilidad se acrecienta por la enorme grieta del anonimato.

Por utilizar un lugar común, creo que todos sabemos que en ese agujero caeremos, que, como el cadáver del bebé, la joven-elefante, los niños-fumadores, la muchacha española triste, nadie se acordará de nosotros cuando estemos muertos.

Asómense al precipicio.

Ánxel Grove