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La artista que reinterpreta la idea de la ‘basura blanca’

'Jane' - Kim Alsbrooks

‘Jane’ – Kim Alsbrooks

En las latas aplastadas y los pequeños tetrabricks figuran retratos de mujeres sureñas con recogidos de tirabuzones, abogados y galanes repeinados, estadounidenses ilustres con peluca blanca. Vivieron entre los siglos XVIII y XIX, cuando los EE UU se rebelaron contra la corona inglesa, comenzaron su andadura como país independiente, se enzarzaron en una sangrienta guerra civil…

Kim Alsbrooks empezó a pintar las clásicas reproducciones en miniatura con especial atención a los personajes sureños. Vivía en Charleston (Carolina del Sur) y sentía limitada su creatividad: se esperaba de ella que pintara paisajes que transmitieran la inmensidad del sur y la gloria de las clases privilegiadas del pasado.

«Este cuerpo de trabajo expresa la frustración que yo sentía en mi entorno, así que pinté todas esas cosas que, como artista que vivía en Charleston, se suponía que debía pintar. (…) Esas preciosas escenas, la jerarquía social…».

La ciudad más antigua del estado, fundada en 1670 por el rey Carlos II de Inglaterra, Charleston tiene un profundo pasado de esclavismo. A finales del siglo XVIII el algodón era el producto más exportado y los esclavos que trabajaban en las plantaciones superaban en número a la población blanca. En la Guerra de Secesión no tardaron en separarse de la Unión y entrar a formar parte de los Estados Confederados de América.

La rebelión personal de Alsbrooks estaba en el formato. En lugar de pintar sobre marfil —como era tradición hacer con las miniaturas en la época— eligió latas y otros envases encontrados en la calle. «Así que dije: ‘de acuerdo, voy a pintar esas cosas, pero las voy a pintar sobre basura«, recuerda en una entrevista.

'My White Trash Family'  - Kim Alsbrooks

«La basura está ya aplanada, en la calle. No se puede aplanarla, simplemente no funciona. Hay que encontrarla así para que no tenga arrugas en medio y la parte gráfica debe estar bien centrada», explica en la página web del proyecto. Los minuciosos trabajos al óleo son copias de obras históricas que empareja convenientemente con los colores y el diseño de los recipientes aplastados.

La combinación convierte las representaciones de personajes notables y de rancio abolengo en «un comentario social». El revelador nombre escogido por la artista para la serie es My White Trash Family (Mi familia de basura blanca), un título que juega con la idea de los residuos que emplea como lienzo y con el término despectivo empleado en los EE UU para las personas blancas, de bajos recursos económicos y de escaso nivel cultural.

Helena Celdrán

'Priscilla' - Kim Alsbrooks

'Thomas Jefferson' - Kim Alsbrooks

'Rawling Lowndes'- Kim Alsbrooks

'Adrianna' - Kim Alsbrooks

'My White Trash Family' - Kim Alsbrooks

'Mary Robinson' - Kim Alsbrooks

Jane Bown, 65 años haciendo inmensos retratos, sin estruendo y para el mismo diario

Jane Bown - Autorretrato © Jane Bown / The Observer

Jane Bown – Autorretrato © Jane Bown / The Observer

Se llama Jane Bown, pero no tiene tarjetas de identidad con su filiación, teléfono, cuenta de correo y demás vanidades —tampoco tiene web personal, ni un perfil de Twitter o Facebook—. Es fotógrafa, quizá la mejor del Reino Unido, pero la calificación le parece cosa de engreídos. Incluso ser llamada «fotógrafa», opina, es una desmesura. Tiene un lema que no sólo debe aplicarse a las fotos, sino también a la vida: «Se trata de callar, de permanecer en silencio».

Radical —nunca ha usado el color, jamás se ha visto tentada por las cámaras digitales (le basta desde hace 40 años la vieja Olympus OM-1)—, sin el glamour o la altanería que otros retratistas más jóvenes y con menos mañas esgrimen como dones de elegidos, sencilla y silenciosa, Bown ha trabajado 65 años para el mismo medio, The Observer, el dominical de The Guardian. Ahora tiene 89 y sigue en ello. Nunca ha pensado en el retiro.

Quienes la conocen la recuerdan en la agitada normalidad de la redacción esperando con la humildad de cualquier subordinado que el redactor jefe le asignase el trabajo del día. Nunca se negó a ninguno. Todos los afrontó con el mismo entusiamo.

Nacida en la clase baja de Dorset, dejada por los padres en manos de unos familiares de la madre soltera que podían alimentar a la cría, aficionada a la fotografía desde la preadolescencia, sólo pudo comprar una cámara decente con el préstamo que le hizo una de sus tías. No necesitó adiestramiento: por instinto y sensibilidad sabe que cada retrato ha de ser esencial, restando antes que sumando, esperando la chispa de la comunicación y la desnudez integral del alma del modelo.

Ante la lente de Bown han estado todos los notables. En este caso la frase no es un formulismo: la Reina Isabel —su alteza le encargó por decisión personal la foto oficial de su 80º cumpleaños—, Orson Welles, Samuel Beckett (el tipo esquivo hasta la paranoia de quien logró el milagro de captar la mirada más aguda del siglo XX), P. J. Harvey, John Lennon, Truman Capote, Björk, Henri Cartier-Bresson, Nelson Mandela, Margaret Thatcher… Es inútil proseguir con el listado. Este párrafo se iniciaba acudiendo a la palabra todos. Ese todos abraza lo infinito.

Acaban de estrenar un documental sobre la vida y la obra inmensa de Bown —una de las fotógrafas más olvidadas cuando se redactan listas, rankings y otras bastardías clasificatorias que necesitamos para no sé qué—. El título podría adivinarse sin esfuerzo, Looking for Light (Buscando la luz). El metraje incluye recuerdos de una difícil infancia, la extraordinaria relación simbiótica con The Observer y muchos testimonios de agradecimiento de los retratados (la siempre fotogénica Björk asegura que nunca la habían fotografiado bien hasta que conoció a Bown).

La más sopresiva, pero no chocante revelación del documental, codirigido por Luke Dodd y Michael Whyte, es saber, por primera vez, que Bown llevó durante décadas dos existencias paralelas: durante cinco días a la semana era la Señora Moss y vivía con su esposo y tres hijos en una casa de campo, en cuyos alrededores ningún vecino sabía que aquella mujer bajita y seriota era la fotógrafa más famosa del Reino Unido. Los otros dos días bajaba a Londres, entraba en The Observer y esperaba los encargos para la edición del domingo.

Quienes la han visto trabajar —todavía lo hace, aunque cada vez le cuesta más sobrellevar la carga de los casi 90 años— dicen que se mueve sin estruendo y con rapidez pasmosa. Su sesión ideal de retratos dura diez minutos porque entiende que le bastan para conectarse con el retratado, sea John Lennon o la Reina de Inglaterra. Mientras aprieta el disparador de la Olympus OM-1 no pronuncia una palabra, no da indicación alguna. «Los fotógrafos», dice una de las mejores retratistas de los últimos 65 años, «nunca deben ser vistos ni escuchados».

Ánxel Grove

Retratos de seramas, los pollos más presumidos del mundo

'Cocks' - Ernest Goh

Sacan pecho cuando caminan —tanto que pueden ocultar la cabeza tras el cuerpo si se contemplan de frente—, colocan las alas en vertical hasta que casi tocan el suelo y las plumas de la cola son como un pequeño abanico desplegado. Cuando la superficie sobre la que caminan no les agrada demasiado, se sostienen sólo en una pata.

El serama (en malayo Ayam Seramas) es la especie de pollo más ligera y pequeña del mundo. Original de Malasia, no se cría para por su carne sino por motivos decorativos. Es un animal para exhibir que supone un negocio para quienes lo crían profesionalmente: en el país son típicas las competiciones y desde hace unos años la moda ha llegado a Europa y los EE UU.

El gallo o la gallina camina sobre una mesa mientras el jurado evalúa la forma, el tamaño, el plumaje, el comportamiento y el carácter del ave según la categoría en la que participe. Los premios de los concursos son lo suficientemente jugosos como para que cada semana se presenten por lo menos medio centenar de personas con sus respectivos ejemplares.

Cuando el fotógrafo de Singapur Ernest Goh comenzó a retratar a los singulares pollos, no esperaba encontrar tanto carácter en los modelos. Su primer acercamiento a los retratos de animales había sido una colección de fotos de peces y al capturarlos en imágenes se dio cuenta de la riqueza de matices físicos y psicológicos que los humanos pasamos por alto cuando miramos de paso a animales supuestamente anodinos y simples.

'Cocks' - Ernest Goh

Las aves de corral son manejables y dóciles y el serama no es una excepción, pero su actitud es más chulesca que la de otras especies. No les cuesta exhibirse y aprender sencillos trucos para lucirse en la pasarela mientras los contemplan. «Por el modo en que permanecen de pie, los dueños los quieren ver como guerreros, una especie de soldados que se dirigen a luchar. Supongo que es una extraña imagen para proyectarla sobre un pollo, pero cuando realmente ves cómo se mueven en el pequeño escenario, entiendes la idea», dice el autor en un reportaje de vídeo.

En el libro Cocks (Gallos), publicado por la editorial independiente singapurense Epigram Books, Goh recopila muchas de las fotos llamativas del proyecto: cuidadas crestas de perfil, andares casi militares, plumas impolutas, gallinas que parecen llevar tocados de plumas y tienen el plumaje cuidadosamente alborotado… El fotógrafo puso a las aves sobre un fondo negro y el resto lo hicieron ellas con su actitud presumida.

Helena Celdrán

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

'Cocks' - Ernest Goh

 

'Cocks' - Ernest Goh

¿Dejarías que un desconocido manipulara tu foto de perfil de Facebook?

Cuatro fotos de perfil 'versionadas' en 'Selfless Portraits'

«Únete a extraños de todo el mundo dibujándose unos a otros las fotos de perfil de Facebook». Selfless Portraits (Retratos desinteresados) es un proyecto en el que cualquiera que tenga cuenta en la red social puede participar.

La foto enviada será recibida por otro usuario para que la versione como desee: con una pintura, una versión libre, un retoque fotográfico, la imagen de un dibujo animado que se parezca al modelo original… Para completar el proceso, el emisor de la foto recibirá otra imagen y deberá hacer lo mismo.

Sus creadores —los artistas y publicistas estadounidenses Ivan Cash y Jeff Greenspan— definen la iniciativa como «un proyecto de colaboración artística» para «crear un puente de unión que cubra el hueco entre la tecnología y la humanidad«. Todos los usuarios se ven las caras con detenimiento, estudian a la persona, la asocian a un nombre y dedican tiempo a interpretarla en un pequeño testimonio gráfico. El proceso, según Cash y Greenspan «fomenta gestos pequeños y creativos entre extraños de todo el planeta».

Amarildo de Sao Paulo (Brasil) convertido en el tatuaje de Joey de California (EEUU)

Amarildo de Sao Paulo (Brasil) convertido en el tatuaje de Joey de California (EEUU)

La galería de la página da la posibilidad de ver las aportaciones filtradas para primar las más recientes y las más populares. Además, el buscador permite clasificar las parejas de imágenes según la procedencia del modelo y del artista. El vistazo se convierte rápidamente en adictivo al contemplar versiones espontáneas e inesperadas: hay caricaturas rápidas, obras abstractas, imágenes saturadas de luz o con filtros de Photoshop, garabatos inseguros pero bien intencionados.

Entre las versiones más sorprendentes hay una que destaca por su excentricidad. Se trata del retrato de Amarildo de Sao Paulo (Brasil), con gafas de sol y un cigarrillo en la boca mirando a la cámara de brazos cruzados. Ni en sus sueños más locos imaginó que su rostro terminaría tatuado en la nalga izquierda del californiano Joey Jordan.

Sucedió el 28 de agosto. Jordan decidió que la foto que recibiera sería la que se tatuaría. Confesó su intención a Ivan Cash, que documentó en este vídeo el proceso en San Francisco (California- EE UU). «Me llamo Joey Jordan, tengo 24 años. Hoy me tatuaré en el culo a un desconocido seleccionado al azar», declaró el protagonista. «Creo que Amarildo realmente se asombrará. Pienso que él no tenía ni idea de que esto fuera tan siquiera una opción».

Helena Celdrán

Fabian (Baden-Württenbeg, Alemania) retratado por 'Chapusón' (Galicia)

Fabian (Baden-Württenbeg, Alemania) retratado por ‘Chapusón’ (Galicia)

Giselle de Pernambuco (Brasil) retratada por Tamara de California (EE UU)

Giselle de Pernambuco (Brasil) retratada por Tamara de California (EE UU)

Luna (Viena, Austria) retratada por Viv (Victoria, Austalia)

Luna (Viena, Austria) retratada por Viv (Victoria, Austalia)

Ian de Escocia y el dibujo animado que escogió para él Minas, de Gerais (Brasil)

Ian de Escocia y el dibujo animado que escogió para él Minas, de Gerais (Brasil)

Aayusha (Maharashtra, India) y una amiga retratadas por Armada (Lisboa, Portugal)

Aayusha (Maharashtra, India) y una amiga retratadas por Armada (Lisboa, Portugal)

Ikerne del País Vasco retratada por Mickelle de Míchigan (EE UU)

Ikerne del País Vasco retratada por Mickelle de Míchigan (EE UU)

Kim de Singapur retratada por Shaun de California (EEUU)

Kim de Singapur retratada por Shaun de California (EEUU)

Danilo (Sao Paulo, Brasil) retratado por Paula (Nueva Jersey, EE UU)

Danilo (Sao Paulo, Brasil) retratado por Paula (Nueva Jersey, EE UU)

El profesor que no sabía enseñar pero retrataba a los alumnos

George Plemper (Sunderland-Reino Unido, 1950) iba para profesor de secundaria. En 1976 fue destinado a impartir Química en el instituto Riverside, en el barrio de Thamesmead, uno de esos suburbios del sur de Londres que nunca aparecen recomendados en las guías de turismo: diseñado con el desatino que el sistema depara para los desheredados (viviendas sociales de mala calidad, escasos servicios comunitarios y sólo una zona verde: el campo de juegos del centro escolar donde los chicos pateaban un balón embarrado), la pobreza campaba a sus anchas en la zona.

El joven docente, tan idealista como ingenuo, creyó que allí podría hacer algo valioso, que aquellos chicos merecían recibir una porción del pastel. A los cinco años Plemper dejó el empleo y la docencia, a la que no ha regresado nunca. «Era un mal profesor», suele disculparse.

Cuando se largó del instituto, desconsolado por los recortes presupuestarios, la falta de alicientes de los alumnos y su propia torpeza como docente, tenía en su pequeño apartamento varios miles de fotos que había tomado a los chicos y chicas de Riverside tras descubrir que llegaba mejor a los muchachos con las cámaras que con las fórmulas y los planes curriculares. Las revelaba de noche, en el cuarto oscuro que montaba en el cuarto de baño.

Los retratos de Plemper, una tierna exploración documental en la adolescencia de la clase baja de Inglaterra a las puertas de la feroz explosión del tatcherismo y el no future que aún colea, estuvieron durante casi treinta años guardados en cajas que cambiaban de domicilio en cada mudanza con su propietario, convencido de que aquello era puro material nostálgico que jamás sería visto por los demás.

En 2008, el exprofesor, que ahora trabaja en una empresa privada de asistencia sanitaria, abrió una cuenta de Flickr para colgar fotografías. Uno de los sets, A moment in time, está dedicado a los retratos de Riverside. El éxito fue inmediato e incluso algún museo le ha comprado fotos.

En una de las entrevistas que ha concedido tras el éxito de las fotos en los medios sociales, Plemper ha seguido comportándose como la persona sensible y sin ínfulas que fue desde el principio. «Como profesor era realmente pésimo. Mi letra era tan horrible que los alumnos ni siquiera la entendían, así que empecé a enseñarles fotos para que me comprendiesen. Las fotos les encantaban», recuerda.

Los adolescentes de los intensos retratos tienen ahora unos 35 50 años. Muchos de ellos se han puesto en contacto con Plemper. Ya no le consideran su antiguo profesor, sino el fotógrafo que supo darles el futuro que todos les negaban.

Ánxel Grove

Réplicas exactas del rostro como ‘souvenir’ para tus descendientes

La sucesión resulta perturbadora. La primera foto muestra a una mujer joven japonesa, con una leve sonrisa, mirando a la cámara. La segunda, corresponde a la misma modelo, pero con la mano en la barbilla como sujetando parte de su rostro: una réplica de su cara que exhibe por separado en la tercera imagen.

REALFACE (Cara real) es un invento japonés —como cabía esperar por su naturaleza extraña y desconcertante— que reproduce con exactitud la cara de un ser humano en un material similar al látex. Sus creadores (la empresa Real-f) se jactan de poder reproducir hasta el último poro, las venas de los globos oculares, los lunares y las líneas de expresión.

Utilizan una técnica de fotografía en tres dimensiones a la que llaman Three-Dimension Photo Form. Retratan a la persona y escanean su rostro durante unas dos horas, reproducen los tonos de piel copiándolos de las imágenes y no pintándolos. Cada máscara se elabora de manera individual y parte de su elaboración es manual. Aunque sí pueden dejar vacíos los ojos (o hacerlos de quita y pon) para que la persona pueda ver con la máscara puesta, de momento no hacen dientes, sería difícil que parecieran naturales y resultarían aparatosos en conjunto.

Se comprometen a tenerla lista en dos semanas y cuesta 300.000 yenes (2.869 euros), un precio que la empresa destaca como «económico» en este tipo de encargos. Si el cliente pide más, las copias serán más baratas (60.000 yenes, 574 euros).

¿Por qué alguien iba a querer una reproducción exacta de su cara? Real-f sugiere que el invento puede ser «un retrato conmemorativo», una buena manera de que los seres queridos tengan un fiel recuerdo de uno, un souvenir para los descendientes. Espeluznante.

Helena Celdrán

Demasiadas personas con ganas de gritar

'Scream Portraits' - Billy Hunt

‘Scream Portraits’ – Billy Hunt

Los músculos faciales en tensión, la boca muy abierta, los puños apretados, los ojos exageradamente abiertos o cerrados con fuerza: el fotógrafo Billy Hunt quería inmortalizar a personas corrientes gritando, intentar despojarlos de la pose estudiada y de la cara ensayada frente al espejo.

Para Scream Portraits (Retratos-grito) encargó a una empresa de fotografía el Screamotron3000, un radiocassette modificado para que activara el disparador de una cámara cuando alguien chillara. A pesar de la intimidad del fondo negro y de la soledad de la persona (sola en la habitación), Hunt se encontró con que no era fácil conseguir la espontaneidad que tenía en mente: «Lo creas o no, la gente puede ser igual de difícil y afectada también cuando grita». En su experiencia pudo comprobar con asombro que cuando él estaba presente, «alimentando la llama de la emoción y guiándolos en el proceso», las fotos resultantes eran más espontáneas.

Pero lo que más desconcertó al artista fue la respuesta al proyecto artístico. Para las sesiones de Scream Portraits, realizadas en varias ciudades de los EE UU y modestamente publicitadas, hubo incluso cola. «Algunos traían a sus perros o llevaban disfraces. Decían palabrotas y me escupían, me llamaban de todo y hacían a sus bebés llorar para la cámara».

La iniciativa fue un éxito, comenzó apareciendo en medios locales y terminó invadiendo la Red en pocos días. Una vez finalizada la aventura, Hunt se pregunta qué atrajo a tantos, por qué había tantos voluntarios para ser retratados en un acto tan poco fotogénico como chillar. «¿Es un clamor por la autenticidad en los medios audiovisuales? ¿Una liberación de emociones? Quizá sea más simple. Hay mucha gente que tiene algo por lo que gritar».

Helena Celdrán

Monstruos trajeados del siglo XIX

'Uncle Six Eyes' - Travis Louie

'Uncle Six Eyes' - Travis Louie

«Gordon Seis Ojos vivió en el sótano de sus padres hasta que sus seis ojos se pusieron muy de moda y su furia en el mundo exterior disminuyó hasta la indiferencia más extrema. Cuando ya era seguro para él emerger del sótano y experimentar el mundo exterior, sus hermanos y hermanas ya habían crecido y estaban casados. Tenía ya muchos sobrinos, que amaban a su tío Seis Ojos. Les maravillaba su habilidad para mover los seis ojos a la vez y en distintas direcciones. Deseaban tener seis ojos… en lugar del aburrido ojo que cada uno tenía en la cabeza, brillante y calva… como la de sus padres».

El neoyorquino Travis Louie produce criaturas inspiradas en retratos victorianos y eduardianos, al estilo de las fotografías del siglo XIX, amarronadas y solemnes.

Dibuja a lápiz y termina sus obras con pinturas acrílicas. Además de la influencia historicista, el ilustrador se nutre de las películas mudas, de los personajes del cine expresionista de Murnau y Fritz Lang, del cine negro, de las curiosidades  médicas, de los números de magia de vodevil, del circo…

'Oscar And The Truth Toad' - Travis Louie

'Oscar And The Truth Toad' - T. Louie

Los modelos de sus postalillas van trajeados o llevan elegantes vestidos, adoptan la pose rígida de los retratos de antaño y poseen un gesto entre cándido y serio que les otorga dignidad. Por la profesionalidad con que Louie aborda a cada personaje, incluso podrían haber existido.

La sorpresa está en el rostro y en las extremidades que asoman de esos atuendos: un festival de caras deformes, antenas alienígenas, rasgos monstruosos y elementos animales marcan las creaciones del ilustrador, que además construye una historia para los personajes que hace reflexionar sobre la vida que llevaron, su modo de ser o los sucesos que los llevaron a tener semejante apariencia.

El tío Seis Ojos es sólo uno de esos microcuentos. También está la historia de Eva la vampiresa, Richard el ogro bajito (que terminó haciéndose banquero), Oscar -de Devonshire- que se encontró un día con que un sapo gigante se había colado en su casa y le hablaba en un extraño idioma… Lo bautizó como Ted y el anfibio decidió subirse a la cabeza de su nuevo amo.

En la página web de Travis Louie hay narraciones que dejan un regusto de curiosidad infantil que solo se satisface leyendo la siguiente. Pero eso no ensombrece a los dibujos, que hablan por sí solos y se pueden permitir el lujo de prescindir de las palabras.

Helena Celdrán

La mujer-buitre que no soportaba su mirada

Diane Arbus, autorretrato, 1945

Diane Arbus, autorretrato, 1944

«No puedo hacer fotos», dijo en un momento de su vida la fotógrafa Diane Arbus (1923-1971), de cuya muerte se cumplen esta semana cuarenta años.

Cuando le preguntaron el motivo respondió: «Porque quiero retratar el mal«.

Como buena lectora de Nietzsche, Arbus sabía que el mayor peligro de lidiar con monstruos es que puedes terminar siendo un monstruo.

Como buena lectora de Sir James Frazer también era consciente de que la fotografía es un ejercicio de metonimia, de rebautismo: poner un nuevo nombre a las cosas para tenerlas bajo control.

Arbus hizo fotos inolvidables -y de una tristeza profunda- de enanos, enfermos mentales, gigantes, tragadores de sables, travestidos y niños peligrosos, pero practicó muy poco el ejercicio del autorretrato, acaso porque el único freak al que temía era ella misma, el freak malvado.

Cuando se colocó ante el espejo tenía 21 años y aún no había desarrollado la belleza élfica y triste de su madurez. Era una niña con ropa interior fea y un naciente embarazo.

Diane Arbus - Autorretrato con Doon, 1945

Diane Arbus - Autorretrato con Doon, 1945

Unos meses más tarde volvió a posar con su primer hijo, Doon. En la toma de la izquierda abraza al niño con una delicadeza torpe. A la derecha parece que el bebé resbala hacia el suelo.

En los tres autorretratos sólo hay una emoción en la mirada de Arbus: miedo. Según algunos, el mejor amigo, pese a que la convivencia cobre un precio demasiado alto.

Veinte años después, cuando estaba camino de ser una de las fotógrafas más conocidas de su tiempo, celebrada como buceadora valiente de mundos subterráneos, Arbus tuvo que rellenar una solicitud de subvención para sufragar parte del coste de uno de sus reportajes de inmersión en el trasmundo.

«He aprendido a atravesar la puerta que lleva de afuera hacia adentro. Un entorno conduce al siguiente. Quiero ser capaz de seguir adelante», escribió en el formulario. Siempre que manchamos un papel con el suero de la verdad de la tinta, escribimos para nosotros mismos: formulamos un deseo y lanzamos la moneda al fondo de la charca.

Cubierta de la 'psicobiografía'

Cubierta de la 'psicobiografía'

En un mes publicarán en inglés la psicobiografía -la denominación es tenebrosa- An Emergency in Slow Motion: The Inner Life of Diane Arbus, escrita por William Tod Schultz. Los editores y el autor aseguran que aclarará los misterios de la fotógrafa, sus claroscuros (la sexualidad, la tristeza, la inseguridad, el miedo…), que revelará testimonios y notas de alguno de sus siquiatras, amigos y familiares, que, en fin, elevará a definitivo un diagnóstico.

La fotógrafa que pretendía retratar los «innumerables e inescrutables hábitos» del presente para convertirlo en «legendario» consiguió con creces el objetivo. Su obra es ceremonial, punzante, literaria, lo mejor que se puede decir de un cuerpo fotógrafico.

Sin embargo, no lograba encontrar su propia mirada en el objetivo, no tenía arrestos para soportarse. El 26 de julio de 1971 se cortó las venas después de tragar un buen puñado de barbitúricos.

Había declarado: “Yo he aprendido a mentir como fotógrafa. Ha habido ocasiones en las que he ido a trabajar con ciertos disfraces, simulando ser más pobre de lo que soy…, actuando, pareciendo pobre”.

Era un buitre y lo sabía.

Todos los fótografos lo son. Deben serlo.

Ánxel Grove