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Peter Henry Emerson, el ‘bon vivant’ que fotografiaba a labradores y pescadores

Peter Henry Emerson - Rowing home the Schoof-Stuff from Life and Landscape on the Norfolk Broads, 1886

«Rowing home the Schoof –  Stuff from Life and Landscape on the Norfolk Broads», 1886

Era un señorito de familia pudiente: padre industrial y madre british de solera, lo cual suele llevar pareja la tendencia a estirar la nariz, acudir a los picnics con cubertería de plata y dejar que los hijos gocen del solaz reservado a los vástagos del Imperio. Con tales antecedentes —casi penales, si me tocase juzgar— y la solvencia económica de papá, Peter Henry Emerson (1856-1936) podía dedicarse a cualquier cosa. Lo hizo: zascandileó a caballo por las mansas tierras del interior cubano donde había nacido, en la casona de La Palma, cerca de la villa de Encrucijada, donde se asentaba el ingenio azucarero-cafetero del padre; se dejó mecer por los escritos trascendenalistas pero tirando a horteras del primo Ralph Waldo Emerson («el acto de ver y la cosa vista, el vaticinio y el espectáculo, el sujeto y el objeto, son uno; vemos el mundo pieza por pieza, como el sol, la luna, el animal, el árbol; pero el todo, del cual estas son partes brillantes, es el alma»); creyó estar dotado para la cirugía y simuló el estudio en las húmedas aulas de Cambridge; practicó el atletismo y otras formas menos infames de diversión como el billar, el avistamiento de aves y la meteorología; se dió a la imaginaria sensación de sentirse dios escribiendo novelas detectivescas y no olvidó, toda deidad necesita sentirse humana, las visitas corteses a ciertas casas de comercio sexual.

Seguramente aburrido de una vida tan elemental y de la necedad de creer que el encuentro con un gorrión cejudo podía dar sentido a la existencia, Emerson, como otros gentlemen de su tiempo, quiso probar fortuna con el invento aún joven de la fotografía. Está comprobado que adquirió su primera cámara entre 1881 y 1882, es decir, cuando iba camino de la treintena. Deseaba emplear el artilugio para retratar a las aves que acechaba, pisando el roció del amanecer y siempre vestido con el impecable tweed de los caballeros, en la campiña empantanada de la Anglia Oriental. Los labradores que pasaban a su lado tras desayunar gachas con agua no miraban a los ojos del señorito y ni siquiera en privado se atrevían a emitir juicios sobre la enigmática y algo tonta afición por enfocar a los pájaros con algo distinto a una escopeta.

A los 29 años Emerson abandonó todas las actividades de su agenda excepto la fotografía. No ejercía otra ocupación y no eran aves los motivos que elegía. Acaso comprendiendo finalmente la idea que el primo poeta sostenía sobre la paridad entre el sentido de la vista y la mirada del alma, el bon vivant se convirtió, en una especie de epifanía, en un apostol de una manera de mirar que ponía en tela de juicio, por fingida y sentimentaloide, la foto de estudio o los paisajes naturalistas de sus contemporáneos de la Royal Photographic Society: Emerson se propuso dejar de buscar pájaros, volver la vista hacia el frente y retratar a los labradores a los que nunca había prestado demasiada atención.

Durante años, fue el mejor fotógrafo del Reino Unido y su colección de imágenes sobre la vida rural parece realizada décadas más tarde por un fotoperiodista moderno de intenciones socializantes.

Sin embargo, le perdió su talante de señorito encaprichado. En 1889 publicó el opósculo con forma de manual Naturalistic Photography for Students of Art (Fotografía naturalista para estudiante de arte), donde arremetía con vitriolo y mala uva contra la mayoría de sus compañeros de la Royal Photographic Society, a los que acusaba de estar haciendo trampa al mostrar el mundo con maneras de pintores y usar la cámara porque no eran buenos con los pinceles.

La tesis de Emerson, definida por entonces como «una bomba sobre una mesa de té», era que «la fotografía no deber vestirse o maquillarse» ya que «nada sobra en la naturaleza y el ser humano» y que la búsqueda de la perfección técnica es «peligrosa» porque puede «convertir la fotografía en un mal dibujo».

Aquello fue entendido como un desprecio hacia las fotos que se llevaban —pretenciosas, rebuscadas, retocadas, clasicistas— y Emerson fue condenado al ostracismo. Ni siquera los impresores, avisados por la poderosa Royal Photographic Society, querían publicar sus fotos y tuvo que hacer tiradas manuales.

Mancillado su orgullo y a merced de su fogoso temperamento, el gran fotógrafo de los labradores, pescadores y estibadores ingleses del siglo XIX se retiró de la fotografía —no sin antes editar un panfelto rencoroso con bordes negros de obituario titulado The Death of Naturalistic Photography (La muerte de la fotografía naturalista) donde decía adiós a sus enemigos—.

No consta si volvió a dedicarse al billar. Murió en paz en 1936.

Ánxel Grove