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«Chatterton», el poemario de fuego de Elena Medel

"Chatterton" - Elena Medel (Visor Libros, 2014)

«Chatterton» – Elena Medel (Visor Libros, 2014)

Cada centuria un cometa siembra la noche de esquirlas de roca candente que admiramos encogidos desde la tierra angosta donde el fuego sólo nos es dado como sueño, fantasía, anhelo o remota posibilidad de redención.

El poemario de Chatterton de Elena Medel (Córdoba, 1985) parece narrado por la voz de  alguien que contempla, con los ojos inyectados por brasa impalpable, el paso  del cometa:

Madurar
era esto:
no caer al suelo, chocar cntra el suelo, contemplar el
pudrirse de la piel
igual que un fruto antiguo.

Con estos versos dolidos, un despertar de adulta despellejada, inicia la escritora el breve libro —no requiere extensión el desmoronamiento: cuando caes llegas al suelo y de ahí no pasas— con el que Medel ha ganado con enorme justicia el Premio Fundación Loewe a la Creación Joven de 2014.

Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío
en el cajón
de la fruta que se pudre.

Elena Medel

Elena Medel

Conocí fugazmente a la poeta cuando hace unos años ella escribía reseñas de libros, mal pagadas pero amorosamente tejidas, en la ya muerta revista Calle 20. Me tocaba a mí, desde la mesa de edición, acomodar las piezas en la maqueta, recortar mínimas rebañaduras de los textos —Medel era una de esas colaboradoras que conoce la dimensión exacta de las matrices tipográficas y la importancia de ceñirse a ese corsé de sometimiento consentido— y releerlas con atención: no buscando erratas —no había ni una, nunca—, sino indicios de un breviario, porque todo poeta de sangre —y Medel ya lo era (publicó su debut, Mi primer bikini, en 2001)— esconde versos en las fisuras.

Porque cuando todo va bien
algo se marchita
(…)
Mientras tanto, en la casa, el hombre duerme.
La mujer
no.

Tiene Chatterton —referido desde el título al poeta inglés del XVIII Thomas Chatterton, pálido suicida adolescente de opio y arsénico—, un tímido golpear, como si los puños de la paliza llegasen envueltos en la gamuza remota del crecer, la apolillada ley de hacerse mayor, ausentarse, dejar de lado el asco y afrontar la diaria mortandad que aflige a la narradora de Canción de los adultos con responbsabilidades:

Todos los sabíamos, todos lo tendríamos, todo lo que se espera:
asumir a estas alturas el tacto de otro en el tacto nuestro, mismo,
el sonido que despierta del sueño —aunque te falte—,
la fea ceremonia de los cuerpos pequeños, de las bocas abiertas.

Estamos ante el derrame de una generación contado en voz no por queda menos apartada de esto que ellos y nosotros padecemos, la microbiología de la realidad. En Mensaje a los autoestopistas, Medel, que se dice propietaria de un dolor de dieciocho años, se alza como portavoz por primera y única vez en el librito:

Pero aquí ya no hay peligro. Aquí no hay más peligro
que vosotros.

He apagado las luces para no detenerme.

Cada tres o cuatro generaciones una voz ablanda el tiempo para convertirlo en la cola de un cometa repartiendo entre los de abajo la generosa comunión del fuego. El poemario Chatteron —cotidiano, sin arabescos, más preñado de sustantivos que de adjetivos (te estoy hablando del fracaso, dice la autora, en voz callada, a una antigua compañera de clase que no la reconoce en el autobús), consumido con el estallido pálido de pisos compartidos, derrumbes emocionales, estaciones de tren, mudanzas no deseadas, huecos en el esternón, vagones de metro que conducen a calles llamadas, por ejemplo, Misterios...— participa de la desconcertante rareza de los cometas.

Como los viajeros celestes Medel araña la piel negra del espacio y nos deja mirar adentro. Allá adentro.

Ánxel Grove