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El fotógrafo ‘más polémico’ es un caradura

"The Twins", 2010 © Jonathan Hobin

"The Twins", 2010 © Jonathan Hobin

Dos niños juegan en una de esas placenteras habitaciones infantiles del Primer Mundo donde han pintado nubes en las paredes  como fórmula ritual de mostrar buen gusto y carácter open minded —»no creo en Dios, ¿sabes?, soy ateo, que haya pintado el cuarto de mis hijos como una iglesia es casualidad»—.

Los niños recrean el momento del 11 de septiembre de 2001 en que el vuelo 175 de United está a punto de embestir contra la torre sur del World Trade Center. Hay personas saltando de la primera torre atacada, llamas saliendo del edificio y equipos de rescate en acción. Uno de los críos lleva un casco de bombero, es claramente caucásico y parece inocente. El otro, el que sostiene el avión, lleva capucha y tiene mirada maligna. La foto se titula Las Gemelas (The Twins).

El autor de la foto, el canadiense Jonathan Hobin, está acostumbrado a montarla. Cuando hace dos años expuso la foto de los niños jugando al 11-S le acusaron de manipular y explotar a los críos. Aunque Hobin se defendió con el argumentario habitual —libertad de expresión artística, análisis de la sociedad contemporánea y demás zarandajas—, las fotos huelen a chamusquina, un sustantivo inapropiado si lo relacionamos con los atentados, pero bastante adecuado para juzgar a un artista cuya imaginación tiene la altura del rodapié de la habitación-plató donde escenificó su montaje. Hubo otros, con críos jugando a las torturas en la cárcel de Abu Ghraib o a la indefensión durante el huracán Katrina.

"Little Lady / Little Man", 2012

"The Deathbed", 2012 © Jonathan Hobin

La señora de la foto de la izquierda está a punto de morir en una cama de hospital. Se llamaba Marjorie Ann Merrill, Grammie, y falleció en enero de 2010, a los 91 años, pocos minutos después del click. La foto en el lecho de muerte la hizo su nieto, Jonathan Hobin. Cuatro años antes había retratado el cadáver del marido de Grammie, William Merrill, Pop.

En Ottawa se han alzado voces contra las fotos por sacar partido comercial de la muerte y mostrarla de manera muy explícita.

Una de dos: o en Ottawa, patria chica de Hobin, abundan los meapilas, o el fotógrafo es un calienta conciencias que vive de los clichés que acaso eran tabús para la generación de sus abuelos. En ambos supuestos Hobin queda como un arribista.

Hobin está acreditado para retratar las muertes cercanas y documentarlas desde el dolor, por supuesto, pero toma al resto de los humanos por indocumentados culturales cuando describe su proyecto —se titula Little Lady / Little Man y está expuesto en la galería del ayuntamiento de Otawa, es decir, con dineritos públicos por medio— como la obra fundacional de un género y una exploración pionera sobre la «renuncia de lo físico» y la «evenescencia de la vida».

"The Last Breath", 2012

"The Last Breath", 2012 © Jonathan Hobin

Por citar a la más mediática —con frecuencia hasta niveles que provocan náusea—, Annie Leibovitz fotografió con ternura, dolor y cariño todas las fases del cáncer que mató a su amante, la rebelde ensayista Susan Sontag (1933-2004). También retrató el cadáver y también expuso la foto, pero en su manera de mostrarla, dentro de «un estuche de imágenes portátiles«, sedimentadas y profundas, no hay nada parecido al estruendo de fanfarria con que Hobin habla de las fotos de sus abuelos, de las que ningún fotógrafo podría estar orgulloso: son efectistas, están forzadas en el enfoque y ni siquiera tienen un corte interesante.

En algún medio he leído que Hobin es «el más polémico artista de Ottawa». Venden barata la categoría.

Ánxel Grove