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La venganza de las mujeres Herero: unos vestidos alucinantes

Los colonizadores trajisteis la oscuridad. Nosotras cosimos la luz. En los vestidos brilla la venganza africana.

Las mujeres Herero fuimos obligadas a vestir al estilo europeo porque temíais la desnudez tribal. Y quien teme el cuerpo lleva un demonio dentro. Y quien carga un demonio es capaz de cualquier cosa.

Cogimos los vestidos de corte victoriano que nos distéis a principios del siglo XX, los uniformes de la subyugación; ya no podíamos corretear desnudas, teníamos que cubrirnos con las prendas de esas chicas recatadas, pálidas, venidas de lejos -Europa, la llamaban- niñas asustadas por el cielo primitivo, vuestras mujeres; en un acto de subversión creativa, agarramos los trajes y los convertimos en bombas de arte, arco iris incandescentes.

Así se lo monta la verdadera reina Victoria

Toda mujer Herero puede brillar como una afrodita perdida en un lugar indescifrable del tiempo inexacto. Somos un acertijo tribal. Somos presente dentro del pasado o pasado que alucina al presente. Somos confusión, atracción, alegría, fuerza. Aún vestimos los corpiños victorianos ajustados hasta el cuello. Especialmente las mujeres mayores, porque las jóvenes están siendo hoy colonizadas de otro modo. Enaguas. Mangas abultadas. Blusas bordadas. Faldas largas. Tocados bicéfalos que representan las astas de una res, bestias sagradas entre los pastores nómadas.

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«Debo contarte algo… Tengo el VIH»

Juliann © Adrain Chesser

Juliann © Adrain Chesser

Juliann, la mujer del retrato, acababa de ser invitada al estudio de su amigo Adrain Chesser, el fotógrafo. La mujer sólo había recibido una cita y acudió, seguramente no por primera vez, dispuesta a ser retratada por el siempre jovial Chesser.

El set estaba preparado e iluminado y la cámara montada en el trípode. Tras unas cuantas palabras de saludo y cortesía, Adrain pidió a Juliann que tomara asiento, ajustó el plano, enfocó, apartó el ojo del visor y  enfrentó la mirada de la mujer. Tenía en la mano un disparador remoto conectado a la cámara para poder disparar en cualquier momento.

«Tengo algo que decirte…», dijo el fotógrafo.

Dejó que la frase hecha, una invitación a la confidencia, reposara en suspense durante unos pocos segundos. Después la completó: «Tengo el VIH».

Con las siglas del virus del sida todavía resonando en el ambiente, el fotógrafo apretó en el obturador.

Chesser decidió contar así a sus conocidos y amigos más queridos que había sido diagnosticado, un mes antes, como VIH+. No pretendía «capturar el momento», afirma, sino crear «un ritual que nos ayudase a todos a superar el trauma».

I Have Something to Tell You (Debo contarte algo) es una serie a la que podríamos otorgar la condición de efectista. Con no menos razón debemos considerarla uno de los ejercicios más crudos de la dinámica fotográfica del retrato. Chesser, que tenía 39 años cuando recibió el diagnóstico de VIH+, sentía «pánico» frente a la idea de enfrentar a su círculo de amistades con la noticia. «Me sentía igual que cuando debía compartir algo incómodo con mis padres cuando era niño y temía el rechazo, incluso el abandono».

Durante dos semanas retrató a 47 personas en el set que se había convertido en un confesionario bidireccional —el fotógrafo que se reconoce enfermo ante el amigo que, a su vez, responde emocionalmente frente al primer contacto con la dolorosa información y entrega la emoción al enfermo—. Hizo más o menos dos rollos de película de 36 fotos a cada uno de los invitados. Mientras disparaba, imagen tras imagen, dejaba que los retratados oficiaran la ceremonia.

«Fueron todos muy valientes. Nadie me ordenó que parase, nadie se levantó y se fue… Hablamos, hubo lágrimas y risas, pero, sobre todo, hubo amor. Finalmente me di cuenta de que cuando eres sincero no hay abandono posible, como temía de niño. No hay palabras para expresar mi agradecimiento a todos los que participaron».

El proceso de selección de los retratos definitivos de cada persona no fue fácil, pero sí liberador. «Me di cuenta de que estaba buscando las imágenes que reflejaran mejor mi propia experiencia, como si quisiera que fuesen autorretratos«, recuerda el fotógrafo, que optó por una paleta de colores muy saturados porque la combinación de retrovirales con la que se medicaba entonces tenía como efectos secundarios las alucinaciones y los sueños anormales.

Chesser, que había aprendido fotografía como ayudante de Rosalind Solomon, una de las grandes cronistas visuales de los primeros años de la pandemia, es gay y se contagió por practicar sexo no seguro. Ha desarrollado el sida, pero ahora se siente «increiblemente feliz y saludable». Los últimos análisis indican que las constantes inmunológicas son las normales para una persona adulta y el VIH es casi indetectable en las pruebas.

Desde 2007 hasta 2012 se embarcó en una esperiencua singular: vivir como un nómada con el grupo The Hoop, una comunidad primitivista que desea regresar a la simpleza de los cazadores recolectores para entender a la naturaleza y aprender de su múltiple sabiduría. Acaba de presentar un libro sobre su deriva durmiendo al raso y alimentándose de lo que cae con otros renegados de la sociedad. Se titula, no por casualidad, The Return (El regreso). Ninguna de las imágenes es un disparo a bocajarro y con trampa. Creo que es el mejor de los síntomas de la buena salud de Adrain Chesser.

Ánxel Grove