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Tres fotógrafos ‘pornográficos’

© Von Brandis

«Obscene Interiors» © Von Brandis

No siempre debemos confiar en la exactitud de los diccionarios. En ocasiones tienden al reduccionismo, son redactados con criterios democráticos —es decir, unidimensionales, para la mayoría, para la masa—, y dejan fuera lo distintivo, lo singular.

Para la Real Academia Española el sustantivo pornografía tiene tres acepciones:

  1. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas.
  2. Obra literaria o artística de este carácter.
  3. Tratado acerca de la prostitución.

Si acudimos a la necesaria ampliación y buscamos en la misma fuente el adjetivo obsceno encontramos una sola definición:

  1. Impúdico, torpe, ofensivo al pudor. Hombre, poeta obsceno. Canción, pintura obscena.

El escritor francés Georges Bataille (1897-1962), fascinado por la crueldad, las orgías rituales, el indivisible matrimonio vida-muerte, el sacrificio y las experiencias límite de intoxicación sexual como forma de recepción sensorial ampliada, apuntó el motivo que justifica las acepciones beatas de lo pornográfico:

A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. No sienten ninguna angustia cuando oyen el grito del gallo ni cuando se pasean bajo un cielo estrellado. Cuando se entregan ‘a los placeres de la carne’ lo hacen a condición de que sean insípidos.

En la imagen que preside esta entrada el diseñador gráfico sudafricano Brandt Botes —que prefiere para sus proyectos más húmedos el nombre artístico de Von Brandis— se ha apropiado de una escena porno encontrada en alguno de los infinitos rincones calientes de internet para someterla a la mutilación de recortar a la pareja de amantes y dejar vacía la silueta explícita del coito.

El resultado del experimento, que es parte de la serie Obscene Interiors (Interiores obscenos), es una modalidad de censura —el verbo cortar que ejecuta Brandis ha sido el favorito tradicional de los inquisidores…—, pero abre las fotos a una nueva forma de pornografía, la imaginaria de cada espectador, libre para proyectar en los huecos blancos —el color más pornográfico junto con su complemento, el negro— aquello que sueñe, ansíe o busque: labios, carne, órganos sexuales, piel, fluidos, redención, espiritualidad…

Las siluetas dejan al aire y desnudan los escenarios —el tapete con los córvidos, las telas recargadas, los cortinajes obligadamente corridos (verbo que viene muy a cuento)—, apuntando que también en lo decorativo está lo pornográfico y que, como decía Bataille, el sacrificio —y de eso hablamos cuando hablamos de sexo— «no es otra cosa que la producción de objetos sagrados».

"Internet/Sex" © Noah Kalina

«Internet/Sex» © Noah Kalina

La opción del fotógrafo estadounidense Noah Kalina es mostrar los encuentros de sexo casual de un idealizado viajero solitario que se aloja en despersonalizadas habitaciones de moteles y entra en contacto con sus sucesivas parejas mediante las páginas de contactos de la red.

Pese a lo notorio —queda muy claro lo que sucede aquí— de la serie Internet/Sex, las largas exposiciones utilizadas por Kalina crean la ilusión de movimiento persistente y difuminan los rasgos de cada pareja. No es sin embargo el juego erótico lo que manda en las imágenes, sino la profunda soledad de los escenarios y sus pasajeros habitantes, que el fotógrafo enfatiza intercalando imágenes de ordenadores portátiles encendidos que dan a los ambientes una iluminación de morgue, de sala de autopsias.

 

Bataille, a quien me veo tentado a seguir citando, acentuó la relación entre erotismo («la aprobación de la vida hasta en la muerte») y tránsito funerario y sostuvo que el ser humano no tiene «la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz» sobre el terror pánico atávico al sexo «sin dominar antes lo que le aterroriza», es decir, la muerte.

Sea cual sea el tipo de erotismo con el que pretendemos redimirnos (el filósofo francés distinguía tres tipos: el de los cuerpos, el de los corazones y el sagrado), siempre buscamos acabar con el aislamiento que pademos.

© Yung Cheng Lin

© Yung Cheng Lin

El fotografo taiwanés Yung Cheng Lin podría ser acusado por los menos tolerantes —la correción ha creado monstruos que practican decapitación intelectual en el mundo civilizado con tanto rigor como otros criminales descabezan a rehenes en los desiertos— de cosificar a las mujeres y reseñarlas como juguetes eróticos y motivos de fantasía.

Advierto lo contrario en sus representaciones surreales e inocentes: una admisión del poder femenino en simbólicos encuentros sexuales donde el compañero de intercambio aparece bajo la forma de una rosa que atraviesa la gargante de la mujer, un plátano sostenido por el interior de los muslos por los que resbala una hoja, pinzas de colgar ropa que aprietan la piel de las axilas…

Termino esta breve presentación de tres fotógrafos que son también pornógrafos con otras tantas citas de maestro Bataille [PDF de su ensayo El erotismo] que pueden ayudar a entender como toda noción rigurosa sobre lo pornográfico, lo erótico o lo obsceno se disuelve cuando llega el momento de ponerse a jugar de común acuerdo en el infinito campo de batalla del sexo.

El beso es el inicio del canibalismo.

(…)

Toda la operación del erotismo tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el punto del desfallecimiento (…) una disolución relativa del ser, tal como está constituido en el orden de la discontinuidad. Este término de disolución responde a la expresión corriente de vida disoluta, que se vincula con la actividad erótica. En el movimiento de disolución de los seres, al participante masculino le corresponde, en principio, un papel activo; la parte femenina es pasiva. Y es esencialmente la parte pasiva, femenina, la que es disuelta como ser constituido. Pero para un participante masculino la disolución de la parte pasiva sólo tiene un sentido: el de preparar una fusión en la que se mezclan dos seres que, en la situación extrema, llegan juntos al mismo punto de disolución. Toda la operación erótica tiene como principio una destrucción de la estructura de ser cerrado que es, en su estado normal, cada uno de los participantes del juego.

(…)

Los hombres se desconocen el el bien y se aman en el mal. El bien es la hipocresia. El mal es el amor. La inocencia es el amor del pecado.

Ánxel Grove