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Un vídeo artístico que muestra el proceso neuronal de la depresión

La depresión es una epidemia silenciosa. Más de 300 millones de personas la sufren en el mundo. Abatimiento, pérdida general de la energía, la concentración y el apetito, se manifiesta por la emergencia de la ansiedad y sentimientos de culpa imprecisos.

Es una ruptura de la que emanan crípticos mensajes de tristeza, y, en ocasiones, quienes los sufren desconocen los orígenes de estas llamadas de auxilio.

La tristeza tiene hoy mala prensa a pesar de ser una emoción necesaria, portadora de una información valiosísima para nosotros mismos. No es un enemigo, de poco sirve ocultarla o exigirle el exilio, es una sensación que nos pertenece, nos quiere y enseña desde la fragilidad que mide nuestro equilibrio. La tristeza es como aquel odiado profe de mates al que si lo escuchas acabarás comprendiendo mejor el mundo y a ti mismo.

En ocasiones, sin embargo, esta tristeza supera los límites y se apodera de nosotros como una garrapata anímica; se produce un proceso de subyugación que llamamos depresión. Y el animal humano se sumerge entonces a una especie de crisálida, lugar oscuro y apartado de todos, un nido frío construido por telas del dolor y desesperación.

Millones de personas caen en ella y sienten que se perdió el sentido, les embarga un desánimo generalizado, la pérdida de la esperanza y se derrumban sobre la cama, cuyas sábanas tienen el magnetismo propio de un imán calamitoso.

Suelen ser personas sensibles, puede que los mejores de nuestra especie, gente que tuvo que endurecerse tanto en este camino de supervivencia que un día el espejo se quebró en los mil pedazos, y ahora están perdidas reordenando las piezas.

La crisálida, por definición, no es larva ni mariposa. Es solo un estadio en transición que anuncia una transformación: la reconstrucción del espejo del mundo.

La depresión es una especie de amor roto, una conexión fallida que busca la reconexión dentro de ese capullo oculto bajo la hojarasca de la vida.

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