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Lisbeth Salander, a la caza de Charles Dickens

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Cinco años después de la publicación del tercer volumen de la serie Millennium en el mundo se han vendido unos 65 millones de ejemplares de los libros, que están camino de convertirse en las obras de ficción más vendidas de toda la historia: se acepta que la primera es Historia de dos Ciudades, con más de 200 millones de unidades, pero la obra de Charles Dickens lleva en el mercado desde 1859 y las novelas de Stieg Larsson aparecieron en 2005, 2006 y 2007.

Aceptemos la opinión entusiamada de Mario Vargas Llosa («he leído Millennium con la felicidad y excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens. Fantástica. Esta trilogía nos conforta secretamente. Tal vez todo no esté perdido en este mundo imperfecto») o nos sobrecoja la duda sobre por qué nos gustan tanto las malas novelas y sus abundantes clichés —antes de seguir, aquí está mi confesión: me fascinó el primer volumen, que acabé en dos días; me gustó moderadamente el segundo y no pude terminar el tercero, que me pareció un manuscrito falto de dos o tres correcciones a fondo—, lo cierto es que los personajes creados por el prematuramente muerto periodista y escritor sueco, en especial la heroína incorrecta Lisbeth Salander, han alcanzado la categoría de mitos con una premura muy propia del frenesí voraz de los tiempos.

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Una búsqueda en Google a partir del nombre de la protagonista —hacker, punk, fumadora, bisexual, desinhibida, inteligente, justiciera, asocial, alegal, combativa («ningún sistema de seguridad es más fuerte que su usuario más débil»), posible enferma de Asperger, mal hablada, casi anoréxica (42 kilos), exresidente en siquiátricos y otros gulags estatales para los diferentes, excitante, ventitantos, metro y medio…— alcanza los casi tres millones de resultados. Lisbeth Salander influye en la moda, protagoniza un inminente cómic (dibujado por el catalán Josep Homs), se convierte en aplicación para smartphone, es citada como una resiliente de manual de psicología, se convierte en referente de la ética posmoderna de los antisistema («jamás habla con policías y funcionarios»), ejerce un feminismo extremo y es la más malota (y también la única atractiva) millonaria de ficción reseñada por la revisa Forbes.

Una constatación: la potencia inconstestable del impacto de Salander en su generación. En la web temática de los editores españoles del libro, Destino, hay mensajes de lectores, sobre todo mujeres, de este tono: «Una guerrera que se antepone a todo, que le dice a la sociedad mucho aunque no abra la boca»; «una antisocial, una luchadora innata, una singular hacker«; «hermosa, dura y tan frágil, que conmueve y una no puede dejar de solidarizar y empatizar con ella»; «una superviviente que lucha contra la adversidad. Y sí, este tipo de personajes que lucha contra algo está muy visto. La diferencia es que esta vez, la luchadora es una mujer, y lucha contra los hombres»; «por fin vemos una superwoman, no solo sexy y guapa…, sino inteligente y normal»…

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso 'online' sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso ‘online’ sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Otra constatación, ésta de carácter personal. En la ciudad en la que vivo —no importa cuál: las ciudades occidentales son una misma ciudad repetida con matices diferenciales muy leves— abundan las librerías de segunda mano. En todas ellas, sin excepción, encuentro cada vez que entro docenas de ejemplares abandonados de las tres novelas de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Nunca entendí la deserción cuando se trata de un libro de esos que se te han pegado alma y no puedo evitar preguntarme si los apasionados lectores de la trilogía no desean releerla. Si esa es la norma, ¿hablamos de un fenómeno efímero y de corto alcance, de una tendencia muy siglo XXI de consumo rápido y abandono?, ¿prefieren los seguidores de las novelas la edición digital y han decidido, muy de acuerdo con la postpunk Salander, prescindir del engorro de los papeles y acumular sólo bytes? (Larson, por cierto fue el primer escritor de la historia en llegar al millón de ejemplares vendidos en e-book en Amazon)…

En otros términos, ¿representará Lisbeth Salander los valores de individualismo y libertad que Huck Finn representó para los jóvenes del siglo XIX y Holden Caulfield para los del XX?, ¿será capaz Larsson de alcanzar a Dickens? Acaso convenga estar preparados para el cambio de paradigma literario y conocer alguna circunstancia más del autor sueco: un idealista tan cegato como para aplicar un análisis troskista a la realidad actual, un activista de causas nobles, un fanático de la ciencia ficción, un testigo mudo y apático durante su adolescencia de una violación en grupo a una joven y, en fin, un escritor capaz —y pocos lo son— de agitar los ingredientes de su vida en el remolino de la ficción para subyugar a los lectores.

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

1. Hijo de adolescentes en la mina más sucia. Karl Stig-Earland Larsson —cambió su nombre de pila más tarde por el de Stieg— nace el 15 de agosto de 1954 en el pueblo de Skelleftehamn, un villorrio pesquero situado 600 kilómetros al norte de Estocolmo y no demasiado lejos del Círculo Polar. Sus padres se habían conocido un año antes, cuando tenían quince. Ella, Vivianne Böstrom, se queda preñada casi de inmediato. Viven en pareja y en condiciones casi miserables en un apartamento de una sola estancia y sin calefacción. El padre, Erland Larsson, trabaja en la mina de Rönnskärsverken, una de las industrias más sucias y contaminantes de los países nórdicos por los excedentes de ácido sulfúrico derivados de los procesos de extracción de la factoría, propiedad del holding Boliden AB —causante del desastre ecológico de Aznalcóllar en el parque de Doñana en 1998—. Los sindicatos dicen que los empleados de la mina sueca estornudan sangre y mueren antes de los 50. El gobierno jamás investiga las denuncias.

2. La colaboración de Suecia con Hitler, revelada por el abuelo. Cuando los padres de Stieg se marchan a Estocolmo en busca de un futuro algo mejor, el niño, de un año, queda al cuidado de los abuelos maternos Severin y Tekla, con quienes vive hasta los nueve. Severin, que había sido militante antinazi y seguía creyendo en las bondades del comunismo ortodoxo, cuenta al niño el episodio más oscuro de la historia reciente de Suecia. Aunque el país era en teoría neutral durante la II Guerra Mundial, lo cierto es que actuó como un socio colaborador del nazismo: aportó materias primas (hierro y otros minerales) a la industria bélica alemana, permitió que millones de soldados de Hitler atravesasen su territorio para llegar a Noruega, Dinamarca y Finlandia y censuró toda la propaganda antinazi. Unos 300.000 comunistas, anarquistas o liberales con conciencia fueron encerrados en campos de concentración.  La revelación de este deshonroso secreto nacional, que rara vez se menciona en público en Suecia, conmociona al pequeño Stieg y se convierte en uno de los motivos de su vida.

Larsson y su máquina de escribir

Larsson y su máquina de escribir

3. Propensión genética a los ataques al corazón. Si algo está escrito en los genes de la rama materna de Larsson es le propensión a los infartos tempranos. El abuelo Severin muere de uno en 1962, a los 55 años. La abuela, de otro, en 1968, a los 57. La madre, en 1991, a los 55.

4. La máquina. Cuando Stieg cumple 12 años, sus padres —a quienes las cosas les van mejor: trabajan en comercios, habían tenido otro hijo y viven en Umeå— le regalan una máquina de escribir Facit, de hierro y muy ruidosa. Los padres se arrepienten: el chico no para de teclear —temas favoritos: política, ciencia ficción y diexismo (escuchar e identificar emisoras de radio lejanas y exóticas)—. Entre el receptor de radio y la Facit es tanta la gresca que los Larsson alquilan un pequeño local para Stieg y sus cacharros en un sótano del edificio colindante.

5. Maoísta y testigo de una violación. Cada vez más radical en sus postulados, en 1969 y en plena campaña mundial de protestas contra la intervención de los EE UU en Vietnam —no censurada por el gobierno socialdemócrata sueco—, Stieg se alista en un partido maoísta, el DFFG, y se declara «antirracista y feminista». Ese mismo año, en un campamento de verano, es testigo de cómo varios adolescentes, algunos de ellos amigos suyos, violan a una chica. Stieg no interviene. Más tarde encuentra a la muchacha e intenta pedirle perdón. Ella lo increpa por cobarde. Se ha publicado que el nombre de la víctima era Lisbeth.

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

6. Rechazado como periodista. Tras intentar sin éxito entrar en una escuela de Periodismo (suspende el examen de admisión) y trabajar como cerrajero, repartidor de prensa y empleado de una lavandería, empieza a publicar piezas en fanzines de ciencia ficción. En 1973 conoce en una manifestación antibélica a la estudiante de Arquitectura Eva Gabrielsson. Vivirán juntos hasta la muerte de Larsson.

7. Instructor de granaderas en Eritrea. En 1977, ya alejado del maoísmo y afiliado al minúsculo partido troskista sueco, en cuyas publicaciones firma piezas con el seudónimo Severin, en honor a su abuelo, organiza un viaje a Eritrea para intentar entrar en contacto con la guerrilla comunista del Eritrean’s People Liberation Front. Antes de dejar Suecia escribe dos cartas que rotula: «Abrir sólo tras mi muerte». Una es una declaración de amor a Eva y la segunda un «testamento» mediante el cual dona sus escasas pertenencias a la Liga de Trabajadores Communistas, un sindicato troskista. Tras un difícil viaje, Larsson logra contactar con los guerrilleros y entrena a mujeres en el uso de granadas con las técnicas básicas que había aprendido unos años antes durante el servicio militar. Tiene que regresar a toda prisa a Suecia por una gravísima infección renal complicada con altas fiebres provocadas por la malaria.

Portada del primer número de "Expo"

Portada del primer número de «Expo»

8. «Amenaza contra la raza blanca». Para ganarse la vida trabaja como ilustrador, desde 1979, en la agencia Tidningarnas Telegrambyrå, pero lo que de verdad le apasiona es escribir sobre antifascismo y racismo. En 1987 rompe sus lazos con los troskistas y en 1991 edita su primer libro, Extremhögern (Extrema derecha), con la periodista Anna-Lenna Lodenius. Se compromete con la facción sueca de Stop Racism y forma parte del núcleo fundador de la revista Expo, apadrinada por una fundación sin ánimo de lucro. Publican el primer número en 1995 y anuncian que se dedicarán al periodismo de investigación para detener el ascenso del neonazismo en Suecia. Un año más tarde un grupo supremacista publica una foto y la dirección de Larsson, sugiriendo que debía «ser eliminado por tratarse de una amenaza contra la raza blanca»; la redacción de la revista es atacada por una pandilla de extremistas y los datos personales de Larsson aparecen también en poder de un detenido por conexiones neonazis que había sido oficial de las SS de Hitler y en los domicilios de los acusados de asesinar al líder sindical Björn Söderberg. En una época en que varios periodistas suecos sufren atentados, uno de ellos mortal, la Policía ofrece a Larsson escolta durante meses. El periodista publica un libro sobre el partido político Sverigeremokraterna (Demócratas de Suecia), que enmascara una ideología de extrema derecha bajo una apariencia nacionalista.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

9. Los primeros editores no abrieron el sobre con el manuscrito. En 2002, durante las vacaciones de verano, Larsson empieza a desarrollar lo que será la trilogía Millennium. Tras dejar que Eva y unos cuantos amigos íntimos lean los manuscritos de las dos primeras novelas, las envía, en 2003, a la editorial Piratförlaget, donde nunca, como ellos mismos han reconocido, llegaron a abrir el sobre, devolviéndolo con una carta formal de rechazo. En la segunda editora, la legendaria Norstedts, sí leen las piezas y le ofrecen de inmediato al autor un contrato por tres novelas y un avance de derechos de 70.000 euros. Es abril de 2004. El 15 de agosto Larsson cumple 50 años. Va a celebrar una fiesta pero la pospone para seguir escribiendo ficción. Sus amigos le encuentran más feliz que nunca. Incluso ha engordado.

10. «Quizá sí, me duele el pecho». El 9 de noviembre de 2004 tiene una cita en la oficina de Expo. Al llegar encuentra el ascensor averiado y sube los siete pisos a pie. Llega pálido, sudoroso, desencajado. Sus compañeros le preguntan si se siente mal, si quiere que llamen a una ambulancia. «Quizá sí, me duele el pecho», dice antes de desplomarse con un ataque al corazón. Muere una hora más tarde, en el hospital.

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

11. La batalla postmórtem por la fortuna.  Desde la publicación del primer tomo de la saga, que apareció en Suecia en agosto de 2005 con el título Män som hatar kvinnor (Los hombres que odian a las mujeres) —luego sustituido en algunas partes del mundo por el mucho más comercial de The Girl With the Dragon Tattoo (La chica con el tatuaje del dragón)—, y con la mundialización milmillonaria de las novelas, una amarga batalla legal y moral se desata entre el padre y el hermano del escritor y Eva Gabrielsson. Las leyes suecas no reconocen derechos de herencia a las parejas de hecho y la compañera de Larsson durante tres décadas no ha recibido ni un centavo de la fortuna que han generado las novelas y sus adaptaciones al cine. Ella sostiene que el padre y el hermano se desentendieron siempre de Larsson, pero algunos amigos íntimos de éste, como el militante antiracista Kurdo Baksi, dicen lo contrario. El escritor murió sin dejar otro testamento que aquella carta escrita antes de viajer a Eritrea en 1977. Los tribunales suecos han fallado en contra de la media docena de militantes del grupo troskista que quisieron hacer valer su derecho a la fortuna porque la disposición de la carta, según el fallo judicial, sólo era válida si Larsson fallecía en el viaje a Eritrea.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

12. Nazis parlamentarios. En las elecciones de 2010, los Demócratas de Suecia, tras una campaña electoral propugnando el odio racial, obtienen 20 escaños en el Parlamento de Suecia. Es la primera vez que un grupo filonazi entra en el Riksdag desde la II Guerra Mundial.

13. La venganza de Dios. Al parecer, Larsson tuvo tiempo de escribir un manuscrito casi completo de otra novela y notas para algunas más. Es posible que Eva Gabrielsson tenga el original inédito, pero estaría en un ordenador portátil que pertenecía a la revista Expo. ¿De qué va la novela? Sabemos que se desarrolla en parte en el noroeste de Canadá, que Lisbeth Salander «se deshace de sus enemigos y de sus propios demonios» y que el tíulo que manejaba Larsson era La venganza de Dios.


14. Dos canciones (y 240 tazas de café). En las tres novelas de Larsson, pese al retrato naturalista de la sociedad cerebral y neurótica de Suecia, no hay apenas alcohol —Lisbeth es abstemia y el periodista Mikael Blomkvist sólo se regala algún malta añejo en momentos especiales—, aunque sí muchas tazas de café (240) e incluso una máquina para hacer espresso, la Jura Impressa X7, que cuesta unos 3.000 euros, aunque el escritor, en un patinazo, le otorga el valor de 10.0000. Como buen hijo de los años cincuenta, Larsson incluye en la saga dos guiños musicales muy pertinentes: Maria, un tema de Blondie de 1999 que habla sobre una chica a la que todo «le importa muy poco» y Cat People (Putting Out the Fire), de David Bowie (1982), que gira en torno a la idea de «apagar el fuego con gasolina».

Lisbet, Modesty y Pippi

Lisbet, Modesty y Pippi

15. ¿Quién es Lisbeth? En Lisbeth Salander los analistas y semiólogos han encontrado rasgos de Pippi Långstrump, el personaje de ficción de la escritora sueca Astrid Lindgren. Como Pippi, Lisbeth es la niña más fuerte del mundo, más que cualquier hombre, y se mueve a gran velocidad. Otro personaje-espejo es Modesty Blaise, una chica sin nombre y de pasado criminal que conoce extrañas artes de lucha y se enfrenta a villanos excéntricos entre los que abundan los «fantasmas» de su propio pasado. Sin embargo, parece que la verdadera inspiración de Larsson es su sobrina Therese, con la que cruzó centenares de emails mientras redactaba las novelas para palpar la sensibilidad adolescente. La chica, que tenía entonces 15 años, era muy flaca, vestía de negro a lo punk y se metía sin miedo en peleas contra chicos. Fue muy sincera con su tío en el intercambio y se mostró confesional y encantada de colaborar. Therese, que nunca ha hablado sobre su marca sobre el personaje, recibió de Larsson el mejor de los elogios: «Lisbeth Salander eres tú».

Ánxel Grove

Boogie, fotógrafo del Belgrado en todas partes

Belgrado (Boogie, 2008)

Belgrado (Boogie, 2008)

Vladimir Milivojevich nació en 1969 en Belgrado, que entonces era parte de Yugoslavia y ahora es la capital de Serbia. El lugar convulso y el tiempo transcurrido desde entonces hacen innecesarios los detalles: el desmenbramiento de la antigua república, las guerras étnicas, las matanzas, la extrema pobreza, la heroína como único Prozac…

En los años noventa Belgrado era un infierno poblado por desquiciados e inocentes también desquiciados y Vladimir Milivojevich empezó a hacer fotos para mantener la cordura. Con una vieja cámara que le regaló su padre, un pintor de iconos ortodoxos, atravesaba la ciudad en raids frenéticos. Los amigos empezaron a llamarle Boogie por el aterrador Bogeyman de tantos cuentos y cómics de pesadillas.

Muchacho gitano posando con pesas de cemento en Belgrado (Boogie, 1996)

Muchacho gitano posando con pesas de cemento en Belgrado (Boogie, 1996)

Boogie, que surcó las venas abiertas de Belgrado sin perder la razón, es ahora uno de los fotógrafos más cotizados del mundo en ese género que llaman urbano y que en realidad debería llamarse espejo. Vive en Nueva York, es un habitual de las campañas publicitarias de Nike y ya no necesita las fotos para evitar la locura. Cultiva tomates en el huerto, tiene una hija, se permite elegir los trabajos que desea y no desea hacer y por primera vez ha comenzado a usar el color.

Llegó a la capital del imperio por una lotería. Textualmente: en 1997 él y varios amigos presentaron solicitudes para el sorteo de visados que organizan de cuando en vez los EE UU para demostrar que al paraíso también puedes acceder como si estuvieses ante una tragaperras de Las Vegas.

Salvador de Bahía, Brasil (Boogie, 2004)

Salvador de Bahía, Brasil (Boogie, 2004)

Boggie ganó la visa y se largó de Serbia, pero Serbia no dejó que se fuera su alma. El fotógrafo sigue viviendo en un Belgrado mental y, allá donde vaya, lleva encima los espectros de la ciudad infernal, protonazi y abandonada por Occidente de los años noventa.

Incluso desde su condición de residente legal (por gracia de la lotería) en el territorio del sueño americano, Boogie ha reencontrado las pesadillas de Serbia. En una entrevista de hace un año las enumeraba: la desigualdad, la creencia de que las soluciones meramente económicas son válidas todavía, el ahogo de la clase media, la sensación de que un «nuevo feudalismo» llama a la puerta

Las fotos de Boogie son prolongaciones de una angustia universal, huelen a la carne quemada que abunda como plato único.

Un pandillero y su hermana pequeña. Brooklyn (Boogie, 2003)

Un pandillero y su hermana pequeña. Brooklyn (Boogie, 2003)

En los últimos años, con una furia rayana con lo obsesivo, ha retratado callejones peligrosos, pandilleros armados, perros de presa entrenados para matar, jeringuillas y cruces gamadas clavadas en la piel, mujeres que venden sexo, jóvenes de México, Brasil, Brooklyn o Estambul con un futuro que se limita a la próxima hora…

Pese a la contradicción de que el fotógrafo aplique la misma mirada turbia en sus fotos millonarias para Nike —¿quien está libre de pecado en la lucha por subsistir a la que nos condenan?—, conviene visitar el Belgrado global de Boogie. Es la ciudad que nos espera en la lotería.

Ánxel Grove

Anciana cortando carne en el parque. Belgrado (Boogie, 1993)

Anciana cortando carne en el parque. Belgrado (Boogie, 1993)

Una pareja juega al dominó en La Habana durante un corte de luz (Boogie, 2003)

Una pareja juega al dominó en La Habana durante un corte de luz (Boogie, 2003)

Williamsburg, Brooklyn (Boogie, 2005)

Williamsburg, Brooklyn (Boogie, 2005)

Sonia esperando al camello de crack. Brooklyn (Boogie, 2005)

Sonia esperando al camello de crack. Brooklyn (Boogie, 2005)

Skinhead (Boogie)

Skinhead (Boogie)

Tokyo (Boogie)

Tokyo (Boogie)

Una señal de aviso para los soplones colocada por los Latin Kings en Brooklyn (Boogie, 2005)

Una señal de aviso para los soplones colocada por los Latin Kings en Brooklyn (Boogie, 2005)

Gitano, Belgrado (Boogie, 1997)

Gitano, Belgrado (Boogie, 1997)

La Bauhaus, la mejor escuela de diseño del siglo XX

Cuatro diseños de los talleres de la Bauhaus

Diseños de los talleres de la Bauhaus

«Las escuelas de arte (…) tienen que volver al taller. Este mundo de pintores, dibujantes y artes aplicadas tiene que convertirse en un mundo que construye. (…) Arquitectos, escultores, pintores… ¡Todos tenemos que volver a la artesanía! Porque no existe el arte por profesión«, decían en su manifiesto.

Sólo unos años (de 1919 a 1933) bastaron para que la Bauhaus (en alemán, Casa de la construcción) sobrepasara la función de cualquier centro de enseñanza y se convirtiera en un movimiento, en un referente mundial de la arquitectura, el arte y el diseño, a pesar de los tiempos convulsos que le tocó vivir.

Con la sencillez como norma para la elegancia, crearon desde edificios, pinturas y esculturas hasta muebles, lámparas, vajillas y juegos de ajedrez.  Los objetos que dejaron siguen produciendo admiración y siendo protagonistas de grandes exposiciones, como la que se celebra hasta el 12 de agosto en el Barbican Centre de Londres.

El edificio que Walter Gropius diseñó para la Bauhaus de Dessau (1926)

El edificio que Walter Gropius diseñó para la Bauhaus de Dessau (1926)

La primera escuela, en la ciudad alemana de Weimar, tenía como miembros fundadores al arquitecto Walter Gropius, al pintor Lyonel Feininger, al escultor Gerhard Marcks, a los pintores Paul Klee y Vassily Kandisky. Oskar Schlemmer —que impartió un revolucionario taller de teatro—, el diseñador y fotógrafo László Moholy-Nagy, el arquitecto y diseñador de muebles Marcel Breuer, el arquitecto Mies van der Rohe… Los creadores que más innovación ofrecieron en sus campos fueron profesores de la Bauhaus.

Al ser un centro de enseñanza público, su permanencia en una ciudad no era estable y cambió tres veces de sede. En 1925 se mudó a Dessau (una ciudad industrial ansiosa por potenciar su oferta cultural) y en 1930 se trasladó a Berlín y cambió de director. Ludwig Mies van der Rohe sólo dirigió la escuela durante tres años: en 1933 el partido nazi ganó las elecciones y una de las primeras medidas que tomó el gobierno tras su llegada al poder fue cerrar la Bauhaus. Tres meses después de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller de Alemania, la policía de Berlín clausuró el centro como primer paso para eliminar cualquier rastro de «cosmopolitismo judío» y de arte «decadente y bolchevique».

En el Cotilleando a… de esta semana repasamos la historia de la Bauhaus con una selección de personajes que se propusieron reformar la educación artística y crear un nuevo tipo de sociedad.

Gropius en 1922

Gropius en 1922

1. Walter Gropius tenía 36 años cuando se fundó la Bauhaus en Weimar, pero ya era una de las grandes figuras de la arquitectura alemana. La primera muestra de que Gropius se anticipaba a su tiempo fue su primer proyecto, la Fábrica Fagus. El edificio se construyó entre 1911 y 1913 y supuso una innovación por sus grandes ventanales con marcos de acero que dan ligereza a la estructura de ladrillo. El joven arquitecto puso especial mimo en la fachada visible desde el tren que pasaba cerca del edificio.

En la escuela comenzó siendo un director idealista que anteponía los métodos artesanales a la mecanización, creía en los maestros que daban igual importancia a las destrezas técnicas y al desarrollo del carácter del alumno. Diseñador de la sede de Dessau, el centro educativo era su vida y estaba incluso por encima de sus proyectos arquitectónicos: defendió la escuela de los nacionalistas —que sospechaban que era una institución simpatizante del comunismo— y hasta de los artesanos locales de Weimar, que la veían como una amenaza para sus negocios. Los conflictos con la administración pública (que no daba suficiente dinero para material) se juntaron al desencanto del alumnado por la falta de recursos. Algunos profesores también se rebelaron contra Gropius. Tomó decisiones equivocadas en una situación política y social compleja, la falta de dinero y las ideas incendiarias que gestaban el desastre del nazismo eran cada vez más sofocantes.

'Composición nº 8' (1923) - Vassily Kandinsky

‘Composición nº 8’ (1923) – Vassily Kandinsky

2. Vassily Kandinsky fue profesor de diseño para principiantes junto con Paul Klee y daba un curso de teoría avanzada. En sus talleres de pintura comenzó a desarrollar sus teorías del color y las formas abstractas, que aplicaba a sus obras en los años veinte, sustituyendo las formas por un lenguaje más subjetivo.

Tenía 56 años cuando comenzó a trabajar para la Bauhaus y su aspecto reservado y distante combinaban a la perfección con su tendencia a teorizar. El conjunto le daba un aire de profesor infalible, que parecía revelar en sus discursos verdades incontestables: los alumnos lo veían poco accesible y excesivamente frío.

Algunos se atrevieron a bromear sobre las enseñanzas de Kandinsky. Un alumno le enseñó el lienzo en blanco: «Maestro. Por fin he conseguido con éxito pintar una pintura absoluta de absolutamente nada». El artista tomó en serio la propuesta y le preguntó al alumno por qué había escogido el blanco, a lo que contestó que «el plano blanco representa la nada». «La nada es demasiado. Dios creó el universo de la nada. Así que ahora lo que queremos es crear un pequeño mundo», contestó Kandinsky. Cogió pinceles y pintura y sobre la superficie vacía hizo una mancha roja, otra azul y otra amarilla. Una sombra verde lateral unificaba los tres colores en una pintura que en cuatro pasos era una síntesis de tonos.

El curso se hizo cada vez más popular y se ofertó hasta que la escuela cerró. Con los análisis de corte científico, muchos estudiantes apreciaron las teorías del color y de la forma y encontraron grandes oportunidades creativas en buscar el equilibrio entre un arte controlado con el intelecto pero emocionalmente expresivo.

El 'Ballet Triásico' de Schlemmer

El ‘Ballet Triásico’ de Schlemmer

3. Oskar Schlemmer era pintor, escultor, diseñador y coreógrafo. En 1923 comenzó a dirigir el taller de teatro de la Bauhaus. La escenografía era una oportunidad ideal para poner en común conocimientos de diferentes disciplinas y además las representaciones eran una oportunidad para la escuela de popularizar sus diseños.

Sus ideas sobre la relación de la figura con el espacio fueron el origen del Triadisches Ballett (Ballet Triádico), su obra más famosa, estrenada en Stuttgart en 1922 y un éxito en el momento. Los personajes iban ataviados como marionetas (que el autor consideraba sumamente expresivas), se convertían en figuras geométricas, danzaban para combinar sus estructuras como en un cuadro abstracto…

Schlemmer veía el mundo moderno guiado por dos corrientes: la mecánica (el cuerpo como máquina) y la de los impulsos primordiales (el espíritu creativo). Su ballet mostraba a personajes que sintetizaban esas dos caras de la existencia humana.

La 'Silla Wassily' (1926) - Marcel Breuer

La ‘Silla Wassily’ de Marcel Breuer

4. Marcel Breuer fue uno de los alumnos de la Bauhaus que se convirtieron después en maestros. Arquitecto y diseñador de muebles, comenzó a estudiar en el taller de ebanistería en 1920 y sus piezas reflejaban el interés de la escuela por las corrientes expresionistas y el arte africano. Comenzó a despuntar por sus diseños de sillas de madera, simples y a la vez de una geometría rompedora. Su mueble más famoso es tal vez la Silla Wassily (bautizada así en honor a Kandinsky), una estructura tubular y curva inspirada en la bicicleta de Breuer. Creada en 1925, era la primera silla de la historia con esas características.

Con la llegada de los nazis, el artista, de origen judío, escapó a Londres y después a los EE UU, donde se convirtió en un arquitecto de éxito.

5. Ludwig Mies van der Rohe fue el segundo y último director de la Bauhaus, un puesto al que Walter Gropius renunció —quemado por las constantes presiones políticas y teóricas— dos años antes de que terminara su contrato.

La casa Tugendhat, diseñada por Mies van der Rohe y Lilly Reich (1929)

La casa Tugendhat, diseñada por Mies van der Rohe y Lilly Reich (1929)

El recién llegado ya era un afamado arquitecto, admirado por la sencillez de sus líneas y su utilización del acero y el cristal. Recibió una herencia complicada, tenía que restaurar la reputación de la escuela y librarla de las connotaciones políticas de las que la acusaban sus enemigos.

Se vio obligado a adoptar una postura autoritaria para aplacar a los estudiantes más contestatarios con la creciente radicalización de la política en la Alemania de principios de los años treinta. La actitud no lo ayudó a ser popular: muchos veían al nuevo director como el arquitecto de las casas lujosas para ricos que no se interesaba por las viviendas para la clase trabajadora. En la cafetería de la escuela, había reuniones encendidas que amenazaban con convertirse en revueltas e incluso tuvo que ir la policía.

Mies van der Rohe en su apartamento de Chicago (1964)

Mies van der Rohe en su apartamento de Chicago (1964)

Mies van der Rohe prohibió todo tipo de manifestación política y cargó los programas de teoría, los estudios se estancaron y la producción artística cayó en picado. Los talleres relativos a los muebles, los murales y el metal se fusionaron en Diseño de interiores, todo un símbolo del enfoque esnobista que el director quería darle a la institución.

Aún con el toque formal e inocuo, la Bauhaus tenía un estigma antialemán del que  no se libraba. Los nazis proclamaban que era una amenaza para el paisaje típico de Alemania y que ese cosmopolitismo, que traía estilos de países como EE UU, Holanda y Francia, «contaminaba» las tradiciones. Además, los teóricos del nazismo clasificaban los techos planos (típicos de las creaciones de Mies van der Rohe) como ajenos al clima del norte y típicos de oriente, particularmente de los judíos. El arquitecto intentó salvar la escuela incluso mitigando las diferencias que pudiera haber con el gobierno nazi, no se sabe si por amor a la escuela o por amor propio, pero pronto se dio cuenta de que la emigración era la única salida. La Bauhaus cerró para siempre.

Helena Celdrán

Lenin y Bowie en ‘mugshots’ de estilo inmutable con 81 años de diferencia

Lenin, 1895 (izquierda) y Bowie, 1976

Lenin, 1895 (izquierda) y Bowie, 1976

Entre el par de fotos de la izquierda y las dos de la derecha hay casi un siglo de distancia temporal.  Vladimir Ilich Lenin fue retratado en un cuartel de la policía zarista de San Petersburgso en 1895. David Bowie, en un comisaría policial de Rochester (Nueva York-EE UU) en 1976.

Los delitos son distintos, casi discrepantes. El del soviet, ejercer la agitación escribiendo y publicando panfletos peligrosos para el estatus del imperio, con títulos tan manifiestos como Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas. El del músico, llevar encima casi tres kilos de marihuana.

Los castigos tampoco guardan semejanza: Lenin fue condenado en 1896 a tres años de destierro en la tundra siberiana, mientras que Bowie, tras una retención de unas horas en el cuartelillo, pagó una multa de 2.000 dólares y se fue a su hotel de lujo sin cargos judiciales.

¿Es improcedente colocar una imagen al lado de la otra? No desde el punto de vista fotográfico: ambas pertenecen al género de las mugshots o retratos policiales y, como tal, responden al mismo objetivo (ser añadidas como complemento gráfico al atestado policial) y, pese a los 81 años transcurridos, están realizadas con la misma metodología (retratos frontal y de perfil, iluminados con luz directa y con corte de plano medio).

Al Capone, 1929

Al Capone, 1929

No hay nada artístico en las mugshots, ningún artificio. Todo es sometimiento al imperativo del género y la utilidad. El retratado debe ser identificable y dejar ver sus dimensiones antropométricas. El modelo ha de mostrarse ante la cámara manejada por un funcionario policial que hace su trabajo con disculpable rutina.

En los retratos policiales hay otra constante: el retratado sabe y asume que la foto es la prueba gráfica de su detención y debe decidir, en un espacio de tiempo ínfimo, habitualmente 1/125 de segundo, y bajo una tremenda presión, qué imagen, rastro o reflejo quiere dejar de sí mismo ante quienes le han capturado y le juzgarán.

Al Capone, que llegó a ser el enemigo público número uno, todavía lucía saludable cuando fue detenido en 1929 por llevar encima armas de fuego sin licencia. Su mirada es clara en la mugshot, de fiera pero también de hombre de negocios. Tiene el don de saber ocultar el miedo que padecía a los atentados de las familias enemigas que deseaban asesinarle y el dolor de la sífilis que sufría desde adolescente (y que le mató a los 48 años).

Hermann Goering, 1945

Hermann Göring, 1945

Tampoco opta por el mimetismo o el enclaustramiento el mariscal nazi Hermann Göring, detenido en Austria en mayo de 1945. El ego descomunal del que había sido designado por Hitler como sucesor es patente en las fotos, en las que posa con descarada pedantería, la misma que le hacía llevar toga sobre el uniforme y que demostró en los juicios de Nuremberg por crímenes contra la humanidad (se suicidó con una píldora de veneno el día antes del señalado para su ahorcamiento).

Algunas sentencias judiciales en los EE UU no han admitido como prueba las mugshots porque «criminalizan» a los acusados e influyen en los jurados al estar basadas en el mismo código visual de los carteles de se busca. Otros fallos judiciales, en sentido contrario, indican que las fotos son especialmente apropiadas cuando se trata de demostrar la «carrera criminal» de una persona.

Sean cuales sean el lugar o el tiempo, la circunstancia o la causa de la detención, la actitud altanera o derrotada del modelo, la tecnología análogica o digital utilizada en los retratos policiales -que pueblan por millones los archivos nacionales y los vericuetos de Internet (aquí hay un buscador y aquí una colección de celebrities en apuros), el carácter del subgénero no se ha transformado: el supuesto culpable, casi siempre sumiso, posa ante el sistema represivo de frente y de perfil.

Presuntos mafiosos, 1940

Presuntos mafiosos, 1940

Las excepciones son contadas. La foto de la izquierda, tomada en una comisaria de Nueva York en 1940, muestra a un grupo de cuatro acusados de pertenecer a una pandilla organizada de delincuentes. ¿Por qué la imagen en grupo, que rompe todos los cánones del trabajo y no tiene ningún fin aparente que no pueda ser suplido por las fotos individuales? ¿El deber inesperado del fotógrafo por ser documentalista, casi reportero?

En otras ocasiones, muy pocas, la ideología se infiltra de manera muy burda en el hábito y la mugshot expande su significado.

El 23 de febrero de 1956 casi 60 activistas en pro de los derechos civiles de los negros estadounidenses fueron detenidos en Montgomery (Alabama) tras una manifestación contra la segregación racial en los autobuses públicos.

Martin Luther King, 1956

Martin Luther King, 1956

Uno de los detenidos fue Martin Luther King. El funcionario policial encargado de las mugshots descuidó bastante el marco de la foto y lanzó al activista hacia la izquierda y hacia abajo. ¿Cansancio por tener que retratar a tanto negro beligerante? ¿Puro deseo primario de acabar con aquel joven carismático sacándolo del cuadro?

Pasados unos años, el 4 de abril de 1968, alguien anotó a mano alzada en la foto que King estaba muerto. La palabra dead aparece dos veces: sobre el vientre y encima de la cabeza del asesinado. Las fotos casi nunca mienten.

Ánxel Grove

 

August Sander y Diane Arbus, fotos intercambiables

Cuatro fotos de August Sander, de entre 1920 y 1937

Cuatro fotos de August Sander, de entre 1920 y 1930

Chica de circo, Capitán de las SS, Bohemio, Desempleado. He ahí los títulos de cada una de las cuatro fotos de la izquierda.

Al fotógrafo no le importaban la filiación, la edad, el lugar, ninguna de esas marcas de agua registrales con las que nacemos o nos imponen la vida, el destino, la malaventura y el prójimo.

August Sander (1876-1964) tenía un sueño quimérico: catalogar a la raza humana según el efecto de la luz y el aire sobre el selbst, en el que como buen germánico creía por comodidad antes que por razonamiento.

«Sabemos que las personas están formadas por la luz y el aire, por sus rasgos heredados y por sus acciones. A través de su apariencia podemos deducir el trabajo que hace alguien y el que deja de hacer. Podemos leer en su rostro si es feliz o atormentado», escribió el fotógrafo en uno de sus escasos encuentros con la tinta.

Hijo, como Jesucristo, de un carpintero, Sander pretendió, también como el Mesías de los judíos, juzgar a todos los seres humanos bajo un mismo código.

August Sander, 1922

August Sander, 1922

Estaba en ello, componiendo una obra universal de dimensión extraordinaria, Antlitz der Zeit (El rostro de nuestro tiempo), cuando los nazis, que hicieron de la aberración una forma de gobierno,  juzgaron al fotógrafo como «aberrante» y «degenerado», retiraron sus libros de los puestos de venta e incautaron parte de sus negativos en 1936.

Los aliados, a quienes importaba la cultura tanto como a los nazis, destruyeron otra parte de los archivos en uno de sus indiscriminados bombardeos sobre la población civil alemana.

Las fotos que sobrevivieron a ambas formas de devastación son suficientes para que Sander, como las prédicas de Cristo, haya multiplicado su poder.

Acaba de celebrarse en en la galería Edwynn Houk, en Zurich (Suiza), la exposición Diane Arbus & August Sander, que demuestra cómo la mirada de un fotógrafo de los años veinte y treinta se reencarnó en la torturada Arbus (1923-1971), que ni siquiera había nacido cuando el alemán empezó a retratar.

A la izquierda, foto de Sander. A su lado, una de Arbus

A la izquierda, foto de Sander. A su lado, una de Arbus

También se comprueba una segunda verdad: Arbus ha sido mitificada por el encanto de su fragilidad, la pendencia de su ánimo y, less but not least, un irremediable suicidio con barbitúricos, circunstancia turbia que vende bastante bien.

La primera vez que Sander se cruzó en el camino de su copista fue en 1960, cuando cayó en las manos nerviosas de Arbus, siempre ocupadas con la coreografía compulsiva contra la angustia a la que sometía a algún cigarrillo, un ejemplar de la revista suiza DU. Aquellos retratos frontales, desprendidos de todo artificio, cambiaron la obra de la estadounidense. Es más, la cambiaron a ella.

Durante toda la década de los años sesenta, Arbus compendió, en un inventario muy parecido al que pretendió Sander para Antlitz der Zeit, fotos de enanos, enfermos mentales, gigantes, tragadores de sables, travestidos, niños peligrosos, naturistas urbanos, gloriosas damas ajadas, reinas de dudosa belleza , parejas con el pasado cargado de tristeza y el futuro de tragedia y todo aquel freak que residiese en el vientre de Moloch de Nueva York.

A la izquierda, foto de Sander. A su lado, una de Arbus

A la izquierda, foto de Sander. A su lado, una de Arbus

Es como si el encuentro -nunca consumado físicamente- entre el alemán y la estadounidense hubiese sido la espoleta para que la segunda implosionase en pos de una búsqueda sistemática del sentido-otro de la vida, como si el wild side del underground neoyorquino fuese la sombra proyectada desde el pasado por la luz y el aire livianos de la República de Weimar en la que Sander soñó con poder catalogar al género humano.

Los organizadores de la exposición Diane Arbus & August Sander sólo difunden entre los medios de comunicación algunas fotografías del segundo. Los derechos de las de Arbus son tan celosa y malignamente custodiados y gestionados por su hija Doon que la galería tiene rigurosamente prohibida la entrega de imágenes a la prensa.

Así las cosas, y aún a costa de que la señora Arbus junior o sus sagaces abogados localicen esta entrada y me demanden, me he tomado la libertad de buscar unas cuantas de las fotos que hizo su madre (en el convencimiento de que la fotógrafa las consideraría, como yo, patrimonio de todos) y emparejarlas con otras de Sander.

A la izquierda, foto de Sander de la víctima de un bombardeo. A su lado, una de Arbus

A la izquierda, foto de Sander de la víctima de un bombardeo. A su lado, una de Arbus

El resultado rompe las reglas matemáticas del tiempo y, como en un milagro asociativo, agranda el sentido especular de retratos tomados con cuarenta años de distancia en momentos y ambientes en apariencia dispares, casi refractarios: el prólogo de la II Guerra Mundial y el gas ziklon B zyklon B de Bayer en Alemania y la bonanza económica de la era del baby boom y la cultura del suburbio y el cóctel Manhattan en los EE UU.

No hay compensación dialéctica. No se trata de que una y otra foto, como tanguistas al rojo, se busquen para completarse en el mismo fuego. Es que ambas fotos ¡son la misma!

Por mucho que Sander sea más objetivo, se esconda con mayor timidez, y que Arbus busque -con una inocencia, por cierto, muy propia del liberalismo yanqui- la autoproyección a través de sus modelos, el emparejamiento culmina en una alegoría mutua.

A la izquierda, foto de Sander. A su lado, una de Arbus

A la izquierda, foto de Sander. A su lado, una de Arbus

La voz historicista diría que Sander se aproxima sociológicamente, dándonos la oportunidad de ver a la persona tras su arquetipo (el taxista, el minero, los estibadores, el funcionario…), mientras que Arbus ve en cada persona una manifestación de un individuo excepcional, aunque en última instancia todo el ceremonial se reduce al intento de autorretratarse en cada lost soul.

Prefiero pensar que, merced a un insondable pliegue espacio-temporal, August Sander, el manso paseante solitario de las praderías de Westerwald, era tan degenerado como los nazis opinaban, y que Diane Arbus, la terca, neurótica, perseguidora de freaks e insegura vecina de la refinada Wesbeth Home for the Arts para artistas en crisis, era una persona dulce que sólo buscaba su lugar en un tradicional camino alemán en el que tres corteses y endomingados estudiantes le darían los buenos días.

Ánxel Grove

Cuando las fotos de moda no eran grosería

Portada de Vogue, 1950

Erwin Blumenfeld - Portada de Vogue, 1950

A veces algunos de mis amigos aficionados a la fotografía hablan de fotos de moda. La conclusión suele ser unánime: hieden.

Entiendo la reacción impulsiva. En mi trabajo como periodista he tenido que soportar esos productos que ahora llaman editoriales de moda: pura y simple publicidad en un packaging grandilocuente, como de pureza existencial. Me recuerdan a las personas que entran en una estancia haciendo resonar los colgantes de bisutería que pretende pasar por joyería. Dicen: «aquí estoy, soy guay y tú no lo eres».

Los quioscos están llenos de pornografía semiótica de esta calaña (algunas mentes también, pero eso es otra historia). Fotografías de valor cero.

En el bello artículo Cómo la fotografía ha arruinado la vida de millones de mujeres, Txema Rodríguez, que además de fotógrafo es un tipo que no ha perdido el alma en el marasmo, apunta a los parásitos que han llevado las fotos de moda a un «punto grotesco» y les llama «gente que construye la imagen del otro sexo sin observarlo».

Ewing Blumenfeld

Erwin Blumenfeld

Cuando mis amigos reniegan de las fotografías de moda están sobrados de razones, lo sé.

Tendente como soy a llevar la contraria (sobre todo para no terminar hablando de lo de siempre, o sea, reduciendo el lenguaje a la primera persona del singular), suelo meterme en camisa de once varas y les hago ver que no podemos, no debemos, quedarnos en Vanity Fair Vice (por citar a los dos extremos de las revistas parasitarias de lo femenino: la casta y la grosera) o cualquiera de sus muchas hermanastras, porque no son más que basura.

Entonces les hablo de Erwin Blumenfeld (1897-1969). O mejor, porque la verbalización no hace más que añadir ruido a la pureza emocional de las fotos, les enseño a Blumenfeld.

Cada una de sus fotos es una lección de moralidad y compromiso, una epifanía, una canción.

Erwin Blumenfeld - "Wet silk"

Erwin Blumenfeld - "Wet silk", 1937

La erótica, que la hay, tangible y doliente, es de seda, nunca de la basta arpillera que envuelve los editoriales de moda de los basurales de hoy.

Blumenfeld, judió berlinés, hizo fotos desde los ocho años. Fue conductor de ambulancias en la I Guerra Mundial y desertor de la carnicería. Detenido y encarcelado, se exilió en Holanda. Buscó ganarse la vida como librero y peletero, pero en ambos oficios fracasó. En 1936 se estableció en París y conoció a Cecil Beaton, que le apadrina, le considera un hermano, le introduce en el circuito de las fotos de moda.

Blumenfeld no es un esteta de hielo: envuelve a sus modelos en gasas mojadas, las retrata bajo la óptica de la imperfección, las obliga a comulgar y comprometerse, jugar

Erwin Blumenfeld, 1939

Erwin Blumenfeld, 1939

En 1939 -no sin antes firmar el más certero de los retratos de Hitler-, convence a Lisa Fonssagrives para que se cuelgue de la Torre Eiffel.

El reportaje, que publica Vogue, es un poema a la libertad, una de las obras de arte más hermosas del siglo XX.

Cuando la fotografía de lo femenino es «parafílica», como dice Txema Rodríguez, tenemos que determinarnos en la labor crucial: «La belleza se encuentra y admira, no se construye o crea, porque sucede espontáneamente a través de quien la descubre y la muestra a otros».

Se deben romper las reglas, desde luego. Para eso fueron concebidas, para encontrar la mano que las quiebre y las reinvente para que la siguiente mano vuelva a quebrarlas. Pero nada se rompe a través de la grosería. Como un escupitajo hacia el cielo, el insulto siempre retorna.

Blumemfeld opinaba que «la belleza está en el accidente, el mal balance, el tropiezo, la sensibilidad transtornada».

Erwin Blumenfeld, 1944

Erwin Blumenfeld, 1944

Su carrera -que hoy utilizo en Xpo como referente y patrón de una ética que no considero perdida pese a la afluencia de tiburones reaccionarios en el mar revuelto de las fotos de moda- fue un ejemplo de trascendencia.

Incluso en los trabajos de encargo tensó el límite, buscó las pistas de aterrizaje, el gesto sacerdotal, el baile apócrifo que debemos trazar en el mundo lleno de nosotros.

Ánxel Grove