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La artista japonesa que encontró en Barcelona a su pareja artística

'Sanpo' - Mina Hamada - Foto: cargocollective.com/minahamada

‘Sanpo’ – Mina Hamada – Foto: cargocollective.com/minahamada

Es probable que, al contemplar los acrílicos de Mina Hamada, también quieras tocarlos. Las figuras son abstractas pero bien definidas, evocan un objeto conocido y a la vez son deliciosamente extrañas. Producen una sensación parecida a la de vaciar sobre la mesa una bolsa de gominolas y disfrutar de la combinación de formas y colores antes de comerlas.

Harunohi, Selva De Mar, Spin, Hora Del Té, Natural conversation… Los títulos en japonés, castellano e inglés descubren a una artista que maneja sensibilidades muy variadas. Nació en Luisiana (EE UU), creció en Tokio —donde estudió Bellas Artes y Diseño— y desde el año 2009 vive en Barcelona.

El texto que en su página web describe su trabajo, menciona la «combinación de occidente y oriente», el «inconsciente», la «improvisación» y el «autoanálisis poético» como herramientas para examinar la propia identidad.

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‘Objeticidio’, el arte de ‘asesinar’ trastos

'Objeticide' - Lor-K

‘Objeticide’ – Lor-K

Es la típica estampa callejera del abandono: el sillón destartalado, con una gastadísima tapicería y hundido en el asiento. Con el lavabo de cerámica tampoco hay mucho más que hacer, tras muchos años de servicio, lo han estrellado sin piedad contra el suelo. La imagen repetida en cualquier ciudad se convierte en el supuesto escenario de un crimen en manos de la francesa Lor-K (1987), capaz de humanizar los trastos de manera radical.

«La personificación nos ofrece una visión macabra e insólita. La comparación con los vivos es inmediata, evocando las relaciones profundas que tenemos con nuestros objetos», declara la artista callejera, que ha dado al proyecto de «humanización» el nombre de Objeticide (Objeticidio).

'Objeticide' - Lor-K

‘Objeticide’ – Lor-K

Para crear las sangrientas instalaciones efímeras, «únicas e irrepetibles», busca en la vía pública muebles y electrodomésticos abandonados ya inservibles y los asesina: hace de ellos piezas escultóricas espeluznantes añadiéndoles pintura roja (de hasta tres tonos diferentes, para emular la coagulación), brechas y heridas profundas. Sobre cada víctima coloca un pequeño número, como dándole carácter de caso policial.

La misión no es impresionar al transeunte con una ocurrencia gamberra, Lor-K quiere que el espectador afronte «el final de la vida de nuestros objetos» con cierta crudeza, en una época como la presente en que todos los productos que se fabrican tienen una «obsolescencia programada».

Helena Celdrán

'Objeticide' - Lor-K

‘Objeticide’ – Lor-K

'Objeticide' - Lor-K

‘Objeticide’ – Lor-K

'Objeticide' - Lor-K

‘Objeticide’ – Lor-K

'Objeticide' - Lor-K

‘Objeticide’ – Lor-K

¿Muebles de gomaespuma?

'Soft Cabinet Small' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Small’ – Studio Dewi Van De Klomp

La gomaespuma o espuma de poliuretano tiene una relación estrecha con el hogar. Escondida pero indispensable en colchones, cojines, sofás, sillones y sillas su presencia siempre es discreta: nadie quiere que quede a la vista el color amarillento y el aspecto primario de un vulgar relleno.

El joven estudio de diseño holandés Dewi Van De Klomp, en Utrecht, se atreve a proponer la gomaespuma como elemento único para la construcción de aparadores y estanterías. En un intento de demostrar el potencial del material, la colección de modelos de Soft Cabinets (Armarios blandos) abarca varios estilos y almacena desde libros y documentos hasta vajilla.

Se inclinan hacia un lado u otro según cómo se reparta el peso, tienen patas largas que (aunque sus autores aseguran que son «lo suficientemente fuertes para permanecer rectas») dan la sensación de que cederán caprichosas hacia cualquier dirección… Las incisiones casi invisibles sirven de baldas y divisiones, los elementos parecen aprisionados y el aspecto general recuerda más al embalaje de una mudanza que al mero almacenamiento.

Aunque como piezas de diseño resultan tentadoras y divertidas, los muebles presentan retos de duración, comodidad y limpieza que los pueden convertir en un capricho efímero digno de una casa de muñecas. En su favor cabe decir que los creadores se han lanzado a defender la gomaespuma como estética y útil más allá del relleno, jugando con sus imperfecciones y convirtiéndolas en una excéntrica fantasía.

Helena Celdrán

'Soft Cabinet High' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet High’ – Studio Dewi Van De Klomp

'Soft Cabinet Big' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Big’ – Studio Dewi Van De Klomp

Soft Cabinet - Studio Dewi Van De Klomp

Soft Cabinet – Studio Dewi Van De Klomp

 

'Soft Cabinet Green' - Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Green’ – Studio Dewi Van De Klomp

'Soft Cabinet Green' (detalle)- Studio Dewi Van De Klomp

‘Soft Cabinet Green’ (detalle)- Studio Dewi Van De Klomp

 

Diseños infantiles de sillas hechos realidad

Dibujo infantil y mueble creado por Beveridge y Lake

Desproporción, líneas torcidas, colores chillones, excéntricos apéndices que precisan de una explicación… Las sillas que Jack Beveridge y Joshua Lake —estudiantes de diseño en la Universidad de Kingston (en el suroeste de Londres)— pidieron dibujar a niños de 7 y 8 años resultaron, como era de prever, en un estallido de inesperadas propuestas.

En la línea de iniciativas anteriores —como la de Wendy Tsao, que transforma en peluches las figuras humanas y los animales de los dibujos infantiles— los diseñadores hicieron el experimento con la intención de después elegir dos de los muebles para hacerlos realidad.

En un colegio local, durante la clase, sólo pidieron a los niños que dibujaran una silla. «Una hora después teníamos una preciosa selección de diseños que ni tan siquiera podríamos haber estado cerca de imaginar», dice Lake. En la galería de propuestas hubo asientos divididos por alturas, en forma de cangrejo y de oso, sillas altas de bar con un toque minimalista, sillones con ventanas…

Beveridge y Lake escogieron un modelo de patas verdes con ruedas y asiento rojo que exhibe en el respaldo un retrato de Daniel el travieso (el británico, no el estadounidense). El otro modelo es una mecedora amarilla con un cojín rojo y una particularidad en el lateral izquierdo: un pequeño acuario.

Helena Celdrán

 

La segunda vida de un viejo tanque de propano

Los cuatro muebles que Colin Selig fabricó aprovechando el 99% de un tanque de propano

Los cuatro muebles que Selig fabricó con el 99% de un tanque de propano

El tanque oxidado de gas propano, cada vez más deteriorado por los elementos, descansaba en el terreno de la vivienda unifamiliar californiana de Colin Selig.

El escultor estadounidense especializado en trabajar con metal pensaba a menudo en deshacerse del trasto, pero también reflexionaba sobre la energía que se había empleado en fabricarlo, en el material desperdiciado y destinado a ser un eterno residuo.

«Las formas curvas estimularon mi imaginación y consideré posibles formas de diseccionar el tanque«, cuenta Selig en su página web. Del deseo de reutilizar la enorme cápsula nació su colección de asientos fabricados con el metal de los tanques de propano.

El artista no modifica las curvas, idea sus muebles para que las redondeces se conviertan en piezas que luego se puedan unir entre sí y creen imaginativos bancos que, tras pintarlos con una capa de pintura inoxidable, luzcan como asombrosas piezas de diseño.

Asientos diseñados y fabricados por Colin Selig con el material de los tanques de propano

Asientos diseñados y fabricados por Colin Selig con el material de los tanques de propano

En su primer experimento, tras llenar el tanque con agua para eliminar el gas residual, Selig trazó líneas sobre la superficie, como preparando la enorme cápsula para una operación de cirugía estética. Era la primera vez que hacía algo así y no confiaba en que fuera a funcionar, pero la tranquilidad de trabajar con un material que de todas maneras no iba a servir para nada era una garantía para seguir adelante. Tras hacer el banco —alargado y elegante, con una argolla a acada lado y un respaldo que invitaba a apoyarse— descubrió que con las sobras podía fabricar dos pequeños asientos de dos plazas. Para completar el reto y comprobar cuánto metal podría reutilizar, con los restos de los restos todavía pudo fabricar una silla: había aprovechado el 99% del tanque.

Tras una «investigación ergonómica» con cientos de personas que se sentaron el los bancos y medían entre 1.50 y 1.96, el escultor comprobó con satisfacción que la «suave curva» del respaldo y del asiento resultaba sorpredentemente cómoda, que la inclinación era la adecuada para un buen soporte lumbar. Selig también destaca la «extrema solidez» de la estructura y el buen resultado que da como mueble de exteriores.

El autor también destaca la presencia de estos depósitos (que tienen una vida limitada y están condenados a terminar en vertederos) en todo el planeta y la facilidad con que se pueden convertir en «obras de arte funcionales». En su página web, Selig enlaza a un vídeo que aclara el proceso a seguir para crear sus útiles bancos a modo de instrucciones para quien se anime a seguir su ejemplo.

Helena Celdrán

Las mejores sillas hechas con el corcho y los alambres de las botellas de champán

Sillas de corcho de ediciones anteriores del concurso

Sillas de corcho de ediciones anteriores del concurso

Tras abrir el champán, el corcho, la lámina de aluminio y la chapa de metal con alambres, que preservan el contenido de la botella, quedan abandonados sobre la mesa mientras los invitados se afanan en entrechocar las copas unos con otros. Es probable que, cuando vuelva la calma y fluya la conversación, alguien decida juguetear con el tapón, imaginar los alambres y la chapa como las patas y el asiento de la refinada miniatura de un asiento.

La tienda estadounidense de muebles de diseño Design Within Reach (DWR) organiza anualmente un concurso en el que se premia la creatividad del diseño de una silla utilizando todos los elementos de una botella de champán salvo el vidrio. El plazo de la convocatoria de este año se abrió el 27 de diciembre y terminará el 14 de enero.

El DWR Champagne design Contest se celebra desde 2002, cuando Rob Forbes —el fundador de la empresa— en una celebración, llevó más allá el pasatiempo de sobremesa y junto a sus invitados se esmeró más de lo habitual en construir sillas originales con el corcho y el metal sobrantes. El acontecimiento se ha convertido en una tradición de la compañía.

Silla diseñada por el concursante Monte Allen

Silla del concursante Monte Allen

Para participar, el diseño debe ser original (no se permiten réplicas), sólo se puede utilizar el material de dos botellas, el único modo válido de unir las piezas es el pegamento y la silla no debe medir más de 4 pulgadas (unos 10 centímetros) de ancho, de largo y de profundidad. Hasta ahora, las creaciones finalistas han sido un exquisito alarde de imaginación: hay taburetes minimalistas, sillones inspirados en la Bauhaus, asientos que serían incómodos a tamaño real, experimentos técnicos que recuerdan a un panal de abejas o al asiento de una nave espacial.

Los concursantes deben enviar una foto de su creación (sólo se permite una obra por persona) y un jurado de tres expertos en champán y diseño de sillas elegirá 10 modelos finalistas que tendrán que ser enviados físicamente a DWR. Los ganadores se anunciarán el 28 de enero. Las compensaciones son atractivas, aunque sean tarjetas regalo para la tienda: El primer premio es de 1.000 dólares (757 euros); el segundo, de 500 dólares (378 euros) y el tercero, de 250 (189 euros). Busquen sus corchos, todavía están a tiempo de recuperar los sobrantes de los brindis de ayer.

Helena Celdrán

 

Brandy Shih

Brandy Shih

Ivan Supraha

Ivan Supraha

Alex Garzon

Alex Garzon

Lynne Mulvihill

Lynne Mulvihill

Edward Cristma

Edward Cristma

Isaac Krady

Isaac Krady

Tony Nemyer

Tony Nemyer

David Edwards, una eminencia de la miniatura

Miniaturas de carretes de hilo - David Edwards

Miniaturas de carretes de hilo sobre uno de tamaño natural- David Edwards

La escala de los objetos que David Edwards hace a mano es de 1:12, la misma a la que Jonathan Swift reduce a los liliputienses en Los viajes de Gulliver. El artesano de Edimburgo (Escocia) trabaja en un apacible cuarto, sobre un escritorio dispuesto frente a un ventanal dividido en tres, con la vista de los tejados de pizarra y las chimeneas de las casitas de cualquier barrio británico.

En absoluto se trata de manufacturar juguetes: Edwards crea réplicas de la realidad, no versiones infantiles. En un carrete se distingue cada vuelta que da el hilo a su alrededor, las cerdas de un cepillo de dientes parecen incluso algo gastadas por su diminuto dueño, los sobres de las cartas —con su textura de papel ligeramente arrugado— podrían estar en el buzón de cualquiera. Edwards se vuelca en los aspectos más insignificantes, los que marcan la diferencia. Si un reflejo es demasiado brillante, parece un juguete: «tiene que tener lustre, no brillo», especifica en una entrevista.

Miniaturas de David Edwards

Miniaturas de David Edwards

La eminencia de la miniatura tiene 75 años. Confiesa que hace poco ha comenzado a reducir sus jornadas de trabajo «a siete y ocho horas» y justifica así que el avance de su lista de encargos se haya ralentizado un poco. Es tal la demanda que ha dejado de aceptarlos porque tiene el cupo cubierto para los próximos años y es consciente de que el tiempo ya no es infinito.

Lo sorprendente del artesano, además de su dedicación extrema a un arte casi invisible, es su pasado previo. De 1958 a 1983 fue cellista en la Filarmónica Real y en la Orquesta Nacional de Escocia, un músico profesional consagrado a su instrumento. Su interés por las casas de muñecas comenzó cuando fabricaba una para sus dos hijas pequeñas, los muebles que había en el mercado no eran de su gusto y comenzó a hacerlos él mismo. Cuantos más complementos se le ocurrían, más le atraía el mundo preciso de lo pequeño, que lo terminó atrapando a tiempo completo.

El taller de David Edwards en Edimburgo

El taller de David Edwards en Edimburgo

Entre los alrededor de 150 objetos de su catálogo hay artículos rebuscados: una cuchara para el huevo pasado por agua, un afilador de cuchillas de afeitar, un zurcidor, siluetas de perfiles del siglo XIX enmarcados… Desde el comienzo de su carrera a tiempo completo (en 1983) selecciona los detalles más buscados por los coleccionistas y se convierte en el miniaturista dominante de ese objeto. Su franja temporal es casi siempre la era victoriana, aunque también reproduce utensilios atemporales que habitan los hogares de todas las épocas.

El material es otro de los secretos del poder de las piezas. Reutiliza la materia prima de objetos antiguos. Por pequeños que sean, la cantidad que emplea en cada obra es mínima y puede aprovecharlos durante años. Trata el oro, la plata y hasta el prohibido marfil, convierte el reciclaje en excavación arqueológica. Entre sus tesoros, está el bloque de madera de alrededor de 400 años que usa para reproducir sus afamados violines, instrumentos que podrían sonar si los tocaran los dedos adecuados.

Cuando muestra su impoluto trabajo en público adjunta potentes lupas de aumento para que nada pase desapercibido. Mañana 24 de noviembre será uno de esos días: Edwards expondrá sus creaciones en el Kensington Dollhouse Festival (Festival de casas de muñecas de Kensigton), en Londres, el prestigioso evento anual al que acuden coleccionistas de miniaturas de todo el mundo para ver y adquirir las creaciones de más de 175 artesanos. No es frecuente que Edwards acuda a ningún evento y este es de los pocos a los que sigue siendo fiel. Aprovechen si están cerca.

Helena Celdrán

Cómo ‘hackear’ muebles de Ikea

Lovely Snowball Light - Gudrun (Islandia)

Snowball Light - Gudrun (Islandia)

Pecan de impersonales, están en todas las casas que visitas, da igual que te esmeres eligiendo tu lámpara o las sillas de comedor: acabarás por encontrarlos más pronto que tarde en la consulta de un dentista, el piso de un amigo o en la peluquería del barrio.

Son baratos, el colmo de la funcionalidad y casi invisibles por la austeridad de su diseño. Los muebles de Ikea son, a partes iguales, una lacra y un bendición.

Una chica de Malasia -que por cierto, vive a 15 minutos de una de las gigantescas tiendas de la multinacional- publica en su web, bajo el pseudónimo de Jules (en honor al nombre de una silla de Ikea), ideas e instrucciones para dar otro toque, o cambiar la estructura de arriba a abajo de los muebles de inspiración nórdica de la compañía sueca.

Una de las primeras cosas que deja claras es que ella no tiene nada que ver con la empresa, que no recibe ningún beneficio como creadora de la página y que su único afán es reunir las ideas de los valientes de todo el mundo que se atreven a alterar con creatividad los productos de la tienda.

Silla 'Stefan' antes y después - Laura Mays (Irlanda)

Silla 'Stefan' antes y después - Laura Mays (Irlanda)

La página se llama Ikea Hackers: «¿Por qué decidí llamarla así? En cierto modo, irrumpe en el código de montaje de Ikea y propone, reta y crea con sorprendentes resultados. Y sí, algunos muebles pueden ser destruídos en el proceso y puedes arriesgar la integridad de su estructura y su seguridad, así que hackear tiene sus riesgos. No digas luego que no te avisé», dice la autora guiñando el ojo con un emoticono.

La clásica lámpara blanca de papel se puede convertir en una bola de nieve con filtros de café y un poco de pegamento. Un par de mesas de noche son la base de una tienda y una cocinita para niños. Dos sillas de las más baratas del catálogo forman con sus piezas una discreta mecedora.

Ikea Hackers está hecha con colaboraciones de manitas, amantes del diseño, inquilinos de pisos minúsculos y mentes creativas que contribuyen a que los muebles sean un poco más originales, valgan para un propósito muy diferente del original o solucionen un problema y ahorren dinero.

Helena Celdrán