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Un artículo escrito en 1893 que imagina el futuro de la moda hasta 1993

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine

Son dibujos de finales del siglo XIX, pero ilustran con divertida seguridad el modo en que vestirían los hombres y mujeres del siglo XX. Los estrafalarios modelos vaticinan que en los años cincuenta iban a estar de moda sombreros imposibles, que volverían las incómodas golas del siglo XVI y que las calzas serían una prenda imprescindible. En unos hipotéticos años setenta los hombres vestidos a la última lucen atuendos de arlequines, sólo cercanos a los diseños glam más osados del rock.

Future Dictates of Fashion (Los futuros dictados de la moda) —escrito e ilustrado por W. Cade Gall y publicado en una revista en 1893— es un artículo que reviste la realidad de fantasía. Al comienzo de la pieza el autor relata el hallazgo ficticio —en la biblioteca personal de un anciano, «estupefacto» por no haberlo visto antes en su colección— de un libro llegado del futuro, publicado en 1993.

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Según el autor, el tomo procedente de modo inexplicable de la última década del siglo XX  detalla los diferentes atuendos femeninos y masculinos de una era en el que la moda «asumió la categoría de ciencia» en 1940 y en 1950 entraba en las universidades como materia de estudio. Los avances en el análisis de la moda incluso permitían en esa hipotética realidad alternativa «prever el atuendo de la posteridad» según la información que se manejaba del pasado y del presente.

W. Cade Gall escribió el artículo de 10 páginas (escaneado al completo en este vínculo) para en la revista británica The Strand Magazine, que reunió en su páginas piezas de interés general y obras literarias cortas mensualmente de 1891 a 1950 a lo largo de 711 ediciones. De prestigio la vez popular, fue la primera en dar a conocer las historias cortas que Arthur Conan Doyle escribió con Sherlock Holmes como protagonista y publicó por entregas entre 1901 y 1902 El perro de los Baskerville logrando así su mayor nivel de ventas.

Los dibujos carnavalescos y llenos de inocencia (en teoría tomados por el anciano asombrado que descubrió el libro) van acompañados de un análisis basado en las notas del tomo, titulado Past Dictates of Fashion (Dictados pasados de la moda) y escrito por un tal Cromwell Q. Snyder, Doctor en «Vestamentorum».

«Es un placer conocer (…) que el largo reinado del color negro está condenado» (…). «El nuevo siglo, en su nacimiento, vio el negro relegado al pasado», dice el autor basándose en la amplia gama de colores que se documenta en el libro inventado.

Gall se permite hablar de prendas que fueron polémicas por su excentricidad (como un sombrero de cucurucho del que colgaba un reloj de bolsillo y que se puso de moda en 1945), de locuras pasajeras, uniformes de militares y policías… Al final de la narración, el autor se permite volver a la realidad y desvela que las notas terminan de manera abrupta, coincidiendo con el momento en que el anciano se levantó de su siesta y se dio cuenta de que todo había sido un extraño sueño.

Helena Celdrán

Primera página del artículo 'Future Dictates Fashion', de W. Cade Gall

Future Dictates Fashion - Spring and Summer Fashions 1932

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine- 1893

¿Vestidos hechos con pegamento?

Con tres percheros, un globo de goma alargado, un compresor de aire, pegamento y prendas de diferentes tallas la holandesa Laura Lynn Jansen y el francés Thomas Vailly han inventado un heterodoxo método de crear ropa de diseño. Los diseñadores definen Inner Fashion (Moda interior) como un «proceso de producción low-tech«, un método sencillo y transparente en el que están presente «todos los pasos del círculo de la moda» desde la idea inicial hasta la venta pasando por la manufacturación.

Inner FashionDesarrollaron su idea en C-fabriek, un taller de diseño de moda situado en una antigua fábrica de Eindhoven (Holanda). Las instalaciones sirven como lugar de trabajo a varios autores jóvenes que quieren «reclamar el control sobre sus creaciones»: las amplias instalaciones les han permitido disponer de las máquinas y herramientas necesarias para encargarse de todo el proceso de elaboración ellos mismos y alejarse del estereotipo esnob del diseñador de moda al uso. «C-Fabriek es un estudio/lugar de trabajo/museo/galería/tienda. Un lugar donde los diseñadores trabajan y crean, pero también presentan sus procesos y métodos al público», escriben en su página web.

En el proyecto de Jansen y Vailly cada prenda está hecha a partir de dos capas de tela, una interior —de la talla XS y de elastano— que se ajusta al cuerpo y otra exterior (de viscosa o seda) suelta de la talla XXL. El procedimiento consiste en vestir al globo de goma alargado (del tamaño aproximado del cuerpo) con las dos capas. Cuando se hincha, las telas se estiran.

«Donde en el bordado se usa aguja e hilo, Inner Fashion usa pegamento para acelerar el proceso», dicen sus creadores. En el vídeo de demostración se ve cómo las gotas aplicadas sobre el tejido forman hileras de puntos sin aparente significado, pero todo cambia cuando el globo se deshincha y la superficie se contrae. El pegamento forma entonces los fruncidos del vestido, que la misma autora de la prenda se prueba y admira frente al espejo.

Reconocen que buena parte de su inspiración se debió al vertido accidental de pegamento sobre una prenda y quedaron prendados del potencial del material. Aunque «odian» la comida rápida, se refieren al proyecto como un método para fabricar «moda rápida» y destacan la drástica reducción de tiempo que implica. «La forma tradicional de hacer un plisado lleva hasta 12 horas de trabajo y a nosotros nos bastan unos cuantos puntos de pegamento». El tiempo total para crear uno de estos vestidos va de los 15 a los 30 minutos.

Helena Celdrán

Uno de los vestidos de 'Inner Fashion' - © Jansen and Vailly

Uno de los vestidos de ‘Inner Fashion’ – © Jansen and Vailly

'Inner fashion' - Jansen and Vailly

Inner fashion - Jansen and vailly - setup Casina Cuccagna - Milan

Lisa Fonssagrives, la primera supermodelo

Irving Penn, 1950

Irving Penn, 1950

Era angulosa, culta, algo esnob y había estudiado ballet. Quizá las cinco condiciones basten para una primera aproximación a la irradiación de belleza —que debe ser, como dijo Ibsen, «un acuerdo entre el contenido y la forma»— que brota de cada una de las miles de fotos que le hicieron a Lissa Fonsagrives, la primera supermodelo de la historia, todavía no superada en magnetismo y savoir-faire pese a la epidemia de profesionales de la pasarela que nos han inundado después con el único mérito del envolotorio (la «forma» de Ibsen), la pornografía de baja intensidad y la exhibición de carne (o de la carencia enfermiza de carne).

«Soy una buena percha para colgar la ropa», decía Fonsagrives con falsa modestia. Reinó durante casi tres décadas, entre los años treinta y los cincuenta del siglo XX, cuando era exigida como modelo por los mejores fotógrafos —y hablamos de los mejores, no de los profesionales de la superproducción de estos tiempos de fashionismo envuelto en celofán binario—. Irving Penn, Richard Avedon, Man Ray, Erwin Blumenfeld… nunca se cansaron de la extraordinaria capacidad de Fonsagrives para convertir cada foto en un brote de turbadora iluminación poética.

Erwin Blumenfeld, 1939

Erwin Blumenfeld, 1939

Nacida en Suecia en 1911 como Lisa Birgitta Bernstone (tomó el nuevo apellido del fotógrafo francés Fernand Fonssagrives, que fue su primer marido), la supermodelo, hija de un dentista que también practicaba la pintura, deslumbró al mundo cuando Blumenfeld la subió a la Torre Eiffel en 1939 para retratarla como un ángel sobre París, condensando la necesidad de una epifanía colectiva a las puertas del tiempo más negro del continente europeo. A partir de entonces, Fonsagrives se convirtió en símbolo de elegancia, glamour, sensualidad y, sobre todo, liberadora y radical dignidad femenina.

Cobraba 40 dólares por sesión cuando lo habitual era recibir entre 10 y 25 y trabajó hasta pasados los 40 años, diez más que sus compañeras de oficio. Murió en 1992, a los 80, por las complicaciones de una neumonía. Se había casado por segunda vez con el amor de su vida y uno de los fotógrafos que mejor la retrató, Irving Penn, y había diseñado moda y practicado la escultura desde que se retiró sin escándalo de la vida pública.

Fonsagrives, 170 centímetros de altura, 86-58-86 de medidas para quienes se interesan por los pormenores paleopatológicos, es la antítesis de las chicas sintéticas que mandan desde los años ochenta entre las top model. Su grave belleza predijo a algunas de sus grandes sucesoras: la refinada Suzy Parker, la angulosa Dovima y la dulcemente loca Veruschka, quizá la última de una estirpe de damas que nunca se dejaron mercadear como objetos parafílicos ni vender como costillares de vacuno bajo los focos.

Un último apunte sobre Lisa Fonsagrives me parece necesario para trazar un muro entre las modelos que eran damas y las niñatas de hoy que parecen vivir en un corralito de preescolar. Cuando los estudios de Walt Disney buscaban referentes para componer al personaje de Cruella de Vil, la perversa mala que deseaba desollar a los tiernos hasta la tontuna 101 dálmatas (1961), se inspiraron en Fonsagrives. La dama también provocaba pesadillas.

Ánxel Grove

‘Fashion Victims’, mujeres cubiertas de escombros en la Gran Vía de Madrid

'Fashion Victims' - Yolanda Domínguez

‘Fashion Victims’ – Yolanda Domínguez

Las mujeres jóvenes, en diferentes puntos de la calle Gran Vía de Madrid, bien vestidas y atiborradas de complementos, permanecen quietas y tiradas en el suelo, cubiertas de escombros mientras los transeúntes pasan a su lado.

Algunos las miran despreocupados o sacan fotos como entendiendo el mensaje artístico de la escena, otros sencillamente no quieren saber nada, los hay que se preocupan por atenderlas. «Otros miraban hacia arriba pensando simplemente que alguien se había suicidado«, dice en su blog personal Yolanda Domínguez (Madrid, 1977), autora de la acción urbana.

Fashion Victims, el último proyecto de la artista, denuncia la reciente tragedia del derrumbe del edificio en Bangladesh  en el que trabajaban en condiciones infrahumanas 3.000 personas en cinco talleres textiles que cosían para marcas como El Corte Inglés, la sueca H&M, la estadounidense GAP y la irlandesa Primark. A pesar de la situación de ruina de la construcción, fueron obligadas a seguir produciendo: el derrumbe de la fábrica, que se vino abajo el 24 de abril, causó al menos 1.127 muertes.

'Fashion Victims' - Yolanda Domínguez

‘Fashion Victims’ – Yolanda Domínguez

Domínguez alude con el título a «los verdaderos fashion victims« del sistema —»los trabajadores esclavizados, la explotación infantil y los millones de perjudicados por la contaminación que producen las fábricas en los países de producción»— y urge a la reflexión sobre las consecuencias del «consumismo desmedido», la constante ansiedad por poseer objetos nuevos «que alimentan el ego».

Para la puesta en escena, la artista se ha basado en las imágenes de los trabajadores textiles publicadas en los medios de comunicación, en las que «asoman brazos y piernas de las víctimas bajo los restos del edificio». El contraste entre el aspecto cuidado de las actrices y la suciedad de los escombros, acerca la tragedia al mismo escenario en el que se alinean las grandes cadenas de moda.

No es la primera vez que Yolanda Domínguez realiza acciones artísticas con trasfondo social. En el pasado ridiculizó con humor la actitud forzada de las modelos en los anuncios de moda con Poses: una acción callejera en la que mujeres normales y corrientes adoptaban posturas imposibles en la calle, dejando en evidencia el supuesto ideal femenino mostrado en la publicidad de la moda. En Esclavas, otro de sus proyectos recientes, confeccionó con la tela azul de los burkas provocativas prendas de vestir femeninas que apenas cubren el cuerpo, en una reflexión sobre las exigencias masculinas en dos sociedades opuestas.

Helena Celdrán

Olivia Bee (18 años), la última estrella de la fotografía en los EE UU

Tiene nombre de dibujo animado y edad para que le guste. Es Olivia Bee, 18 años, neoyorquina de Brooklyn («y a veces de Portland», advierte, lo cual parece muy adecuado porque la capital de Oergón es el nuevo bastión de lo cool), la última estrella de la fotografía comercial de los EE UU. Pueden ver su carita lavada en la pimera foto de arriba a la izquierda.

A veces he considerado que la adolescencia es una condición que conlleva todo lo necesario para hacer buenas fotos.  El delicioso desorden en el que habitan los teen, el tribalismo que profesan con embriaguez, la ufana seguridad que padecen y esgrimen como frontera para ejercer el ninguneo sobre el rest0 del mundo, la propensión tóxica a utilizar un sólo pronombre personal en las conversaciones (yo, por supuesto, ¿hay otro?), el salvoconducto social para que hagan el mono y tengas que reir la gracia, el poderío económico de la dictadura de lo joven es hermoso, la falta de cultura que les envalentona pero la entienden como actitud

En suma, la deificación de las gonadotropinas y la espermogénesis en el altar de la trivialidad occidental, contribuyen a que puedas ser fotógrafo si eres adolescente: tú lo vales y el pasado no existe.

En su declaración de principios Olivia Bee comenta: «La vida es bella, perfecta y cinemática si te fijas en los momentos adecuados». En veinte años hablamos, Olivia.

La muchacha, que acaba de dejar el instituto y cuya agenda es gestionada por una agencia de postín, es autosuficiente económicamente gracias a las fotos que hace y le compran. Se pelean por sus servicios y en los últimos meses ha firmado encargos para The New York Times, Zeit y Vice —lo de esta última revista no es demasiado meritorio: si tienes menos de 20 y amigos molones que enseñen bragas (ellas) y calzoncillos (ellos) estás dentro— y trabajos publicitarios para Levi’s, Converse, Nike, Fiat y Hermès. En algunas de las sesiones la acompañó un profesor-tutor. No había cumplido 18 años y las normas impiden que los niños trabajen (excepto los que cosen por unas rupias las piezas que componen los bellos zapatos de casual wear para teens occidentales).

Olivia Bee pertenece a su tiempo: tiene un Tumblr donde rinde culto a Elvis Presley, un Soundcloud en el que versiona a Neil Young y los Strokes, una cuenta de Twitter con casi tres mil followers y un perfil de Facebook abierto con otros tantos amigos. El Flickr en el que empezó en 2007, con 13 años, a colgar fotos y mediante el cual fue contactada, a los 15, por la empresa de publicidad que le encargó el primer trabajo, supera los 13.000 contactos.

En diciembre, la fotógrafa teen dió una conferencia en Amsterdam organizada por la división femenina de TedX en la capital holandesa. Ante 300 mujeres y conveniente ataviada con un collar de pinchos, compensado con una cantidad de maquillaje que quizá supere a la que se pone su abuela, reveló el secreto del éxito: «Nada se interpone en mi camino, porque no dejo que nada se interponga en mi camino». Aplausos.

Las fotos de Olivia Bee me gustan, sobre todo las que no ejecuta desde la obligación de un contrato. Todas, por ejemplo, las que ennoblecen esta entrada me parecen dignas.

Tiene una mirada atrevida sobre sus colegas (en Lovers retrata momentos de intimidad con gracia y ternura), se atreve a experimentar y forzar los límites (Dreams) y ha tanteado con la foto-documental con valentía (Spitting Image). Además, es una declarada partidaria de la película analógica, lo cual es un valor añadido desde mi punto de vista de enamorado de la vieja química.

Pero no comparto la opinión de que Olivia Bee es una genio en ciernes. Le sobra adolescencia —es decir, correción política en este régimen totalitario donde cualquiera con espinillas es dios— y tiende a solazarse en la belleza supuesta de sus sanos, bien alimentados y cinemáticos amigos.  Me gusta la gente dispuesta a tropezar, insegura de sí misma, fea, absurda, inquietante, loca, deprimida, recorriendo caminos plenos de obstáculos y tropezando con ellos. Gente con el alma vieja, muy vieja…

 Ánxel Grove

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

© Olivia Bee

Una colección de moda que parece un boceto

Tres de las prendas de la colección 'Drawn Pieces'

Tres de las prendas de la colección ‘Drawn Pieces’

Son la idea inicial, las hojas del bloc que contienen el comienzo y el tímido desarrollo de un proyecto. Cuando la colección está terminada, el boceto se olvida o —en el caso de las grandes figuras de la moda— se cataloga como una ilustración genial.

Elvira ‘t Hart (Holanda, 1988) terminó sus estudios de moda y aprovechó el proyecto de fin de carrera para prestar atención a los «bocetos rápidos», las ilustraciones de moda más humildes.

Algunas de las prendas diseñadas por Elvira 't Hart

Algunas de las prendas diseñadas por Elvira ‘t Hart

La diseñadora encontró la inspiración en el modo en que «las líneas terminan de repente» y en las partes inacabadas que ya no era necesario rellenar para entender el modelo: «Sólo proporcionan información esencial, reduces algo a sólo líneas y superficies en blanco y negro. Un dibujo no tiene por qué estar terminado o completo para dar al espectador una idea de lo que se muestra».

Drawn Pieces (Piezas dibujadas) transforma de la manera más fiel los imprecisos trazos en 2D en ropa en 3D, conservando las características del boceto hasta las últimas consecuencias con el fin de «estimular la imaginación». Para trasladar las líneas al textil, las creaciones se han cortado con laser, dejando mínimas rendijas y aberturas y estructuras en ocasiones unidas sólo por unos hilos de tela.

La colección (que sigue ampliándose con nuevas prendas) fue presentada en la edición de 2012 del Fashionclash, un festival de moda que presenta trabajos de diseñadores y artistas emergentes que mezclan la moda con otras disciplinas y crean como resultado piezas «chocantes». El festival, que se celebra en la ciudad holandesa de Maastricht, ya está preparando su edición de este año, prevista para junio de 2013.

Helena Celdrán

Chaqueta de cuero de la colección 'Drawn Pieces'

Vestido 'Drawn Pieces'

 

Elvira 't hart-drawn - drawn pieces

elvira t hart - chal

 

 

Lisbeth Salander, a la caza de Charles Dickens

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Cinco años después de la publicación del tercer volumen de la serie Millennium en el mundo se han vendido unos 65 millones de ejemplares de los libros, que están camino de convertirse en las obras de ficción más vendidas de toda la historia: se acepta que la primera es Historia de dos Ciudades, con más de 200 millones de unidades, pero la obra de Charles Dickens lleva en el mercado desde 1859 y las novelas de Stieg Larsson aparecieron en 2005, 2006 y 2007.

Aceptemos la opinión entusiamada de Mario Vargas Llosa («he leído Millennium con la felicidad y excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens. Fantástica. Esta trilogía nos conforta secretamente. Tal vez todo no esté perdido en este mundo imperfecto») o nos sobrecoja la duda sobre por qué nos gustan tanto las malas novelas y sus abundantes clichés —antes de seguir, aquí está mi confesión: me fascinó el primer volumen, que acabé en dos días; me gustó moderadamente el segundo y no pude terminar el tercero, que me pareció un manuscrito falto de dos o tres correcciones a fondo—, lo cierto es que los personajes creados por el prematuramente muerto periodista y escritor sueco, en especial la heroína incorrecta Lisbeth Salander, han alcanzado la categoría de mitos con una premura muy propia del frenesí voraz de los tiempos.

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Una búsqueda en Google a partir del nombre de la protagonista —hacker, punk, fumadora, bisexual, desinhibida, inteligente, justiciera, asocial, alegal, combativa («ningún sistema de seguridad es más fuerte que su usuario más débil»), posible enferma de Asperger, mal hablada, casi anoréxica (42 kilos), exresidente en siquiátricos y otros gulags estatales para los diferentes, excitante, ventitantos, metro y medio…— alcanza los casi tres millones de resultados. Lisbeth Salander influye en la moda, protagoniza un inminente cómic (dibujado por el catalán Josep Homs), se convierte en aplicación para smartphone, es citada como una resiliente de manual de psicología, se convierte en referente de la ética posmoderna de los antisistema («jamás habla con policías y funcionarios»), ejerce un feminismo extremo y es la más malota (y también la única atractiva) millonaria de ficción reseñada por la revisa Forbes.

Una constatación: la potencia inconstestable del impacto de Salander en su generación. En la web temática de los editores españoles del libro, Destino, hay mensajes de lectores, sobre todo mujeres, de este tono: «Una guerrera que se antepone a todo, que le dice a la sociedad mucho aunque no abra la boca»; «una antisocial, una luchadora innata, una singular hacker«; «hermosa, dura y tan frágil, que conmueve y una no puede dejar de solidarizar y empatizar con ella»; «una superviviente que lucha contra la adversidad. Y sí, este tipo de personajes que lucha contra algo está muy visto. La diferencia es que esta vez, la luchadora es una mujer, y lucha contra los hombres»; «por fin vemos una superwoman, no solo sexy y guapa…, sino inteligente y normal»…

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso 'online' sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso ‘online’ sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Otra constatación, ésta de carácter personal. En la ciudad en la que vivo —no importa cuál: las ciudades occidentales son una misma ciudad repetida con matices diferenciales muy leves— abundan las librerías de segunda mano. En todas ellas, sin excepción, encuentro cada vez que entro docenas de ejemplares abandonados de las tres novelas de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Nunca entendí la deserción cuando se trata de un libro de esos que se te han pegado alma y no puedo evitar preguntarme si los apasionados lectores de la trilogía no desean releerla. Si esa es la norma, ¿hablamos de un fenómeno efímero y de corto alcance, de una tendencia muy siglo XXI de consumo rápido y abandono?, ¿prefieren los seguidores de las novelas la edición digital y han decidido, muy de acuerdo con la postpunk Salander, prescindir del engorro de los papeles y acumular sólo bytes? (Larson, por cierto fue el primer escritor de la historia en llegar al millón de ejemplares vendidos en e-book en Amazon)…

En otros términos, ¿representará Lisbeth Salander los valores de individualismo y libertad que Huck Finn representó para los jóvenes del siglo XIX y Holden Caulfield para los del XX?, ¿será capaz Larsson de alcanzar a Dickens? Acaso convenga estar preparados para el cambio de paradigma literario y conocer alguna circunstancia más del autor sueco: un idealista tan cegato como para aplicar un análisis troskista a la realidad actual, un activista de causas nobles, un fanático de la ciencia ficción, un testigo mudo y apático durante su adolescencia de una violación en grupo a una joven y, en fin, un escritor capaz —y pocos lo son— de agitar los ingredientes de su vida en el remolino de la ficción para subyugar a los lectores.

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

1. Hijo de adolescentes en la mina más sucia. Karl Stig-Earland Larsson —cambió su nombre de pila más tarde por el de Stieg— nace el 15 de agosto de 1954 en el pueblo de Skelleftehamn, un villorrio pesquero situado 600 kilómetros al norte de Estocolmo y no demasiado lejos del Círculo Polar. Sus padres se habían conocido un año antes, cuando tenían quince. Ella, Vivianne Böstrom, se queda preñada casi de inmediato. Viven en pareja y en condiciones casi miserables en un apartamento de una sola estancia y sin calefacción. El padre, Erland Larsson, trabaja en la mina de Rönnskärsverken, una de las industrias más sucias y contaminantes de los países nórdicos por los excedentes de ácido sulfúrico derivados de los procesos de extracción de la factoría, propiedad del holding Boliden AB —causante del desastre ecológico de Aznalcóllar en el parque de Doñana en 1998—. Los sindicatos dicen que los empleados de la mina sueca estornudan sangre y mueren antes de los 50. El gobierno jamás investiga las denuncias.

2. La colaboración de Suecia con Hitler, revelada por el abuelo. Cuando los padres de Stieg se marchan a Estocolmo en busca de un futuro algo mejor, el niño, de un año, queda al cuidado de los abuelos maternos Severin y Tekla, con quienes vive hasta los nueve. Severin, que había sido militante antinazi y seguía creyendo en las bondades del comunismo ortodoxo, cuenta al niño el episodio más oscuro de la historia reciente de Suecia. Aunque el país era en teoría neutral durante la II Guerra Mundial, lo cierto es que actuó como un socio colaborador del nazismo: aportó materias primas (hierro y otros minerales) a la industria bélica alemana, permitió que millones de soldados de Hitler atravesasen su territorio para llegar a Noruega, Dinamarca y Finlandia y censuró toda la propaganda antinazi. Unos 300.000 comunistas, anarquistas o liberales con conciencia fueron encerrados en campos de concentración.  La revelación de este deshonroso secreto nacional, que rara vez se menciona en público en Suecia, conmociona al pequeño Stieg y se convierte en uno de los motivos de su vida.

Larsson y su máquina de escribir

Larsson y su máquina de escribir

3. Propensión genética a los ataques al corazón. Si algo está escrito en los genes de la rama materna de Larsson es le propensión a los infartos tempranos. El abuelo Severin muere de uno en 1962, a los 55 años. La abuela, de otro, en 1968, a los 57. La madre, en 1991, a los 55.

4. La máquina. Cuando Stieg cumple 12 años, sus padres —a quienes las cosas les van mejor: trabajan en comercios, habían tenido otro hijo y viven en Umeå— le regalan una máquina de escribir Facit, de hierro y muy ruidosa. Los padres se arrepienten: el chico no para de teclear —temas favoritos: política, ciencia ficción y diexismo (escuchar e identificar emisoras de radio lejanas y exóticas)—. Entre el receptor de radio y la Facit es tanta la gresca que los Larsson alquilan un pequeño local para Stieg y sus cacharros en un sótano del edificio colindante.

5. Maoísta y testigo de una violación. Cada vez más radical en sus postulados, en 1969 y en plena campaña mundial de protestas contra la intervención de los EE UU en Vietnam —no censurada por el gobierno socialdemócrata sueco—, Stieg se alista en un partido maoísta, el DFFG, y se declara «antirracista y feminista». Ese mismo año, en un campamento de verano, es testigo de cómo varios adolescentes, algunos de ellos amigos suyos, violan a una chica. Stieg no interviene. Más tarde encuentra a la muchacha e intenta pedirle perdón. Ella lo increpa por cobarde. Se ha publicado que el nombre de la víctima era Lisbeth.

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

6. Rechazado como periodista. Tras intentar sin éxito entrar en una escuela de Periodismo (suspende el examen de admisión) y trabajar como cerrajero, repartidor de prensa y empleado de una lavandería, empieza a publicar piezas en fanzines de ciencia ficción. En 1973 conoce en una manifestación antibélica a la estudiante de Arquitectura Eva Gabrielsson. Vivirán juntos hasta la muerte de Larsson.

7. Instructor de granaderas en Eritrea. En 1977, ya alejado del maoísmo y afiliado al minúsculo partido troskista sueco, en cuyas publicaciones firma piezas con el seudónimo Severin, en honor a su abuelo, organiza un viaje a Eritrea para intentar entrar en contacto con la guerrilla comunista del Eritrean’s People Liberation Front. Antes de dejar Suecia escribe dos cartas que rotula: «Abrir sólo tras mi muerte». Una es una declaración de amor a Eva y la segunda un «testamento» mediante el cual dona sus escasas pertenencias a la Liga de Trabajadores Communistas, un sindicato troskista. Tras un difícil viaje, Larsson logra contactar con los guerrilleros y entrena a mujeres en el uso de granadas con las técnicas básicas que había aprendido unos años antes durante el servicio militar. Tiene que regresar a toda prisa a Suecia por una gravísima infección renal complicada con altas fiebres provocadas por la malaria.

Portada del primer número de "Expo"

Portada del primer número de «Expo»

8. «Amenaza contra la raza blanca». Para ganarse la vida trabaja como ilustrador, desde 1979, en la agencia Tidningarnas Telegrambyrå, pero lo que de verdad le apasiona es escribir sobre antifascismo y racismo. En 1987 rompe sus lazos con los troskistas y en 1991 edita su primer libro, Extremhögern (Extrema derecha), con la periodista Anna-Lenna Lodenius. Se compromete con la facción sueca de Stop Racism y forma parte del núcleo fundador de la revista Expo, apadrinada por una fundación sin ánimo de lucro. Publican el primer número en 1995 y anuncian que se dedicarán al periodismo de investigación para detener el ascenso del neonazismo en Suecia. Un año más tarde un grupo supremacista publica una foto y la dirección de Larsson, sugiriendo que debía «ser eliminado por tratarse de una amenaza contra la raza blanca»; la redacción de la revista es atacada por una pandilla de extremistas y los datos personales de Larsson aparecen también en poder de un detenido por conexiones neonazis que había sido oficial de las SS de Hitler y en los domicilios de los acusados de asesinar al líder sindical Björn Söderberg. En una época en que varios periodistas suecos sufren atentados, uno de ellos mortal, la Policía ofrece a Larsson escolta durante meses. El periodista publica un libro sobre el partido político Sverigeremokraterna (Demócratas de Suecia), que enmascara una ideología de extrema derecha bajo una apariencia nacionalista.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

9. Los primeros editores no abrieron el sobre con el manuscrito. En 2002, durante las vacaciones de verano, Larsson empieza a desarrollar lo que será la trilogía Millennium. Tras dejar que Eva y unos cuantos amigos íntimos lean los manuscritos de las dos primeras novelas, las envía, en 2003, a la editorial Piratförlaget, donde nunca, como ellos mismos han reconocido, llegaron a abrir el sobre, devolviéndolo con una carta formal de rechazo. En la segunda editora, la legendaria Norstedts, sí leen las piezas y le ofrecen de inmediato al autor un contrato por tres novelas y un avance de derechos de 70.000 euros. Es abril de 2004. El 15 de agosto Larsson cumple 50 años. Va a celebrar una fiesta pero la pospone para seguir escribiendo ficción. Sus amigos le encuentran más feliz que nunca. Incluso ha engordado.

10. «Quizá sí, me duele el pecho». El 9 de noviembre de 2004 tiene una cita en la oficina de Expo. Al llegar encuentra el ascensor averiado y sube los siete pisos a pie. Llega pálido, sudoroso, desencajado. Sus compañeros le preguntan si se siente mal, si quiere que llamen a una ambulancia. «Quizá sí, me duele el pecho», dice antes de desplomarse con un ataque al corazón. Muere una hora más tarde, en el hospital.

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

11. La batalla postmórtem por la fortuna.  Desde la publicación del primer tomo de la saga, que apareció en Suecia en agosto de 2005 con el título Män som hatar kvinnor (Los hombres que odian a las mujeres) —luego sustituido en algunas partes del mundo por el mucho más comercial de The Girl With the Dragon Tattoo (La chica con el tatuaje del dragón)—, y con la mundialización milmillonaria de las novelas, una amarga batalla legal y moral se desata entre el padre y el hermano del escritor y Eva Gabrielsson. Las leyes suecas no reconocen derechos de herencia a las parejas de hecho y la compañera de Larsson durante tres décadas no ha recibido ni un centavo de la fortuna que han generado las novelas y sus adaptaciones al cine. Ella sostiene que el padre y el hermano se desentendieron siempre de Larsson, pero algunos amigos íntimos de éste, como el militante antiracista Kurdo Baksi, dicen lo contrario. El escritor murió sin dejar otro testamento que aquella carta escrita antes de viajer a Eritrea en 1977. Los tribunales suecos han fallado en contra de la media docena de militantes del grupo troskista que quisieron hacer valer su derecho a la fortuna porque la disposición de la carta, según el fallo judicial, sólo era válida si Larsson fallecía en el viaje a Eritrea.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

12. Nazis parlamentarios. En las elecciones de 2010, los Demócratas de Suecia, tras una campaña electoral propugnando el odio racial, obtienen 20 escaños en el Parlamento de Suecia. Es la primera vez que un grupo filonazi entra en el Riksdag desde la II Guerra Mundial.

13. La venganza de Dios. Al parecer, Larsson tuvo tiempo de escribir un manuscrito casi completo de otra novela y notas para algunas más. Es posible que Eva Gabrielsson tenga el original inédito, pero estaría en un ordenador portátil que pertenecía a la revista Expo. ¿De qué va la novela? Sabemos que se desarrolla en parte en el noroeste de Canadá, que Lisbeth Salander «se deshace de sus enemigos y de sus propios demonios» y que el tíulo que manejaba Larsson era La venganza de Dios.


14. Dos canciones (y 240 tazas de café). En las tres novelas de Larsson, pese al retrato naturalista de la sociedad cerebral y neurótica de Suecia, no hay apenas alcohol —Lisbeth es abstemia y el periodista Mikael Blomkvist sólo se regala algún malta añejo en momentos especiales—, aunque sí muchas tazas de café (240) e incluso una máquina para hacer espresso, la Jura Impressa X7, que cuesta unos 3.000 euros, aunque el escritor, en un patinazo, le otorga el valor de 10.0000. Como buen hijo de los años cincuenta, Larsson incluye en la saga dos guiños musicales muy pertinentes: Maria, un tema de Blondie de 1999 que habla sobre una chica a la que todo «le importa muy poco» y Cat People (Putting Out the Fire), de David Bowie (1982), que gira en torno a la idea de «apagar el fuego con gasolina».

Lisbet, Modesty y Pippi

Lisbet, Modesty y Pippi

15. ¿Quién es Lisbeth? En Lisbeth Salander los analistas y semiólogos han encontrado rasgos de Pippi Långstrump, el personaje de ficción de la escritora sueca Astrid Lindgren. Como Pippi, Lisbeth es la niña más fuerte del mundo, más que cualquier hombre, y se mueve a gran velocidad. Otro personaje-espejo es Modesty Blaise, una chica sin nombre y de pasado criminal que conoce extrañas artes de lucha y se enfrenta a villanos excéntricos entre los que abundan los «fantasmas» de su propio pasado. Sin embargo, parece que la verdadera inspiración de Larsson es su sobrina Therese, con la que cruzó centenares de emails mientras redactaba las novelas para palpar la sensibilidad adolescente. La chica, que tenía entonces 15 años, era muy flaca, vestía de negro a lo punk y se metía sin miedo en peleas contra chicos. Fue muy sincera con su tío en el intercambio y se mostró confesional y encantada de colaborar. Therese, que nunca ha hablado sobre su marca sobre el personaje, recibió de Larsson el mejor de los elogios: «Lisbeth Salander eres tú».

Ánxel Grove

«¿Por qué no pintas un mapa del mundo en la habitación de tus hijos para que no crezcan como provincianos?»

Diana Vreeland (Foto: Horst P. Horst, 1979)

Diana Vreeland (Foto: Horst P. Horst, 1979)

No hay constancia de que esa señora alargada y excéntrica que ordenó al decorador de su apartamento: «quiero que parezca un jardín, pero un jardín en el infierno», haya tomado alguna foto durante su paso por el mundo, en el que permaneció entre 1903 y 1989. Hay pruebas suficientes para considerar que influyó en la historia de la fotografía tanto o más que los grandes fotógrafos del siglo XX.

Diana Vreeland, la Divina V, como ella prefería ser conocida, fue la santa patrona de la Youthquakeuna mezcla de las palabras inglesas, youth, juventud, y earthquake, terremoto—, la edad de oro de las revistas Harper’s Bazaar y Vogue, de la que fue editora en jefe entre entre 1963 y 1971, cuando la publicación se rindió a la estruendosa belleza de los años sesenta. Luego se encargó de montar el primer departamento de moda de un museo, en el MET de Nueva York.

Era locuaz y sabía construir lemas con tanta profundidad y, desde luego, más gracia, que los teóricos del estructuralismo: «uno puede tener fantasía cuando no se tiene nada más», «el biquini es lo más importante que ha sucedido desde la bomba atómica», «la elegancia real está en la mente, si la tienes, el resto viene solo», «¿por qué no pintas un mapa del mundo en la habitación de tus hijos para que no crezcan con un punto de vista provinciano?»…

Durante la gestión de Vreeland, Vogue fue una revolución intelectual y para los sentidos: ¿quién no recuerda la primera aparición en la revista de Edie Sedgwick, Twiggy o la gran Veruschka y los editoriales de moda de Richard Avedon, Irving Penn, Cecil Beaton y Norman Parkinson?

Este fin de semana se estrena el documental Diana Vreeland: The Eye Has To Travel (Diana Vreeland: el ojo debe viajar), dirigo por Lisa Immordino Vreeland, nieta política de la primera gran gurú de la moda y la forma de presentarla.

No sé si la pieza revelará algo nuevo sobre la Divina V, de la que todo o casi todo está documentado, pero hay un elemento que justifica la visión: casi toda la locución está narrada por ella misma, a partir de las centenares de horas de entrevistas y declaraciones que grabó para su anecdotario-biografía D.V. (1984).

Escucharla carraspeando, deglutiendo las palabras desde el fondo del alma en un inglés brumoso y de acento afrancesado, valdrá la pena: «Odio el narcisismo, pero adoro la vanidad»; «los vaqueros son la cosa más bella desde las góndolas»; «en un Balenciaga eres la única mujer en la habitación, las demás dejan de existir»; «el color rosa es el azul marino de la India»; «lo mejor de Londres es París»; «nunca temas ser vulgar sino ser aburrido»…

Ánxel Grove

¿Joyas para acentuar las arrugas?

Cuatro de los accesorios de Noa Zilberman

Cuatro de los accesorios de Zilberman

La «pérdida de elasticidad» de la piel, las «líneas de expresión», los «productos antiedad»… En los anuncios de productos antiarrugas todo se disfraza de un léxico sofisticado entre el que apenas se puede mencionar el nombre de las enemigas, presentadas como un problema de fácil solución si el potencial comprador (el 99% de las veces, mujer) se encomienda con una lealtad incondicional a la crema de turno.

La artista israelí Noa Zilberman se zafa de todo mensaje publicitario y social para darle la vuelta al tabú de las arrugas de la piel y descubrirlas como una fuente de inspiración creativa. En su proyecto final para la escuela de arte y diseño Bezalel, en Jerusalén, ha creado una serie de joyas que imitan y acentúan los surcos incipientes. Una especie de tiara dibuja las líneas de la frente, un accesorio que se sujeta junto al ojo —como unos espejuelos— añaden patas de gallo y bolsas. Zilberman va más allá y no se limita a la cara: para el escote ha diseñado un añadido que realza las estrías que se crean con la edad entre los pechos.

La colección de arrugas doradas es un trabajo artístico y la artista no tiene intención de comercializarla, aunque admite que se lo pensaría «si alguien insitiera mucho»…

Helena Celdrán

La ‘retronostalgia’ del ‘Swinging London’

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Propuesta de resumen abreviado del Swinging London.

Primero, un mandamiento de la suma sacerdotisa Mary Quant: «Una mujer es tan joven como sus rodillas». Es inncesario añadir que la señora Quant vendía minifaldas.

Segundo, una canción: Itchycoo Park, de los siempre bien planchados Small Faces. La letra pringa como melaza y tiene el grado exacto de himno para el campo de fútbol: Be nice and have fun in the sun / It’s all too beatiful (Sé amable y disfruta al sol / Todo es tan hermoso).

Tercero: un símbolo femenino. Jean Shrimpton, La Gamba (The Shrimp). Una patada al canon de la voluptuosidad: piernas extralargas, figura delgada, melena con flequillo, pestañas ténues pero extremas, cejas arqueadas y —algunos pecados nunca cambian— labios sensuales.

Cuarto, un símbolo masculino. Mick Jagger, dandy, vicioso, millonario, con agenda social repleta y un Aston Martin en las antiguas caballerizas de la mansión. Tenía ventitantos y ya necesitaba asesores contables.

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Quinto, un icono gráfico. La Union Jack. Un símbolo patriotico del siglo XVII para una supuesta revolución. Muy british: vamos a ponernos hasta las cejas, pero el té, ni un minuto después de las 5 de la tarde.

Sexto: ¿vamos esta tarde otra vez a Carnaby Street?.

Séptimo: una película. Modesty Blaise (Joseph Losey, 1966). No compensa ni el tiempo de bajada desde un torrent.

Octavo: una serie de televisión. The Avengers (Los vengadores), cuyos actores tienen gran importancia en los estampados de los bolsos de la fauna modernaria de hoy. Ella llevaba catsuit y él —ya les hablé del té a las cinco, ¿verdad?— bombín y paraguas.

Noveno: gurús. Los Beatles, primera industria nacional en importación de divisas e intocables moralmente pese a que actuaban en países sometidos a dictaduras donde se reprimían las libertades de pensamiento y expresión: la España de Francisco Franco (1965) y la Filipinas de Ferdinand Marcos (1966).

Décimo: una crónica condensada. «Parecía que nadie estaba fuera de la burbuja, observando qué raro, superficial, egocéntrico e incluso horrible era todo«, escribió el periodista Christopher Booker.

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Retratándo el elenco al completo —siempre hay excepciones: a los Beatles nunca consiguió hacerles una foto, el manager Brian Epstein filtraba a los fotógrafos segúnlos dictados del capricho personal— estaba Frank Habicht.

Nacido en Hamburgo (Alemania) en 1938, lo tenía todo para triunfar en el Swinging London: gracia, caradura y belleza física, un valor que los ingleses tienen bastante en cuenta, acaso porque en general son de un rojizo que se inclina hacia lo desagradable. Habicht tenía la edad justa (ventitantos, un pasaporte a la gloria entonces), el aspecto justo (pelo ensortijado, labios carnosos, cierta catadura de truhán) y estaba en el lugar justo.

Las fotos que hizo como freelance durante los años en que la capital inglesa era el lugar más dinámico del mundo —sobre todo según los editores de moda, entre ellos la gran manejadora Diana Vreeland, boss de Vogue— son hoy un agradable pasatiempo para ejercer la retronostalgia, eso que Simon Reynolds llama el «melancólico languidecer por un tiempo idílico perdido de la propia vida» y que queda tan adecuado colgado de la pared del vestidor.

Una falsa motorista sostiene un cigarrillo en la comisura de los labios como una falsa fumadora, una chica desnuda avanza hacia un señor —¡bingo!, con bombín— montado en un caballo, los asistentes a un marriage a la mode —que viene a ser una boda pero en ropa interior— posan con descuidado cuidado…

Frank Habicht - "Bare essentials"

Frank Habicht - "Bare essentials"

El gran Paul Strand opinaba que la fotografía debe ser un «registro de tu vida». Según esa acertada y simple máxima, la vida de Habicht fue una pose.

En su página web —una de ésas que están escritas en tercera persona, lo cual nos otorga la visión de fantaciencia del fotógrafo tratándose a sí mismo de él, como siendo capaz de desgajarse en dos entes diferenciados—, Habicht afirma que sus imágenes capturan el «espíritu deshinbido» de un tiempo arcádico y «documentan socialmente a la juventud de Londres». Aprovecha para intentar vender el par de libros que ha publicado con el mismo mensaje.

Ni un mohín de disgusto, ni un atisbo de angustia, ni una sola expresión de la náusea de la existencia y el terrario de insectos de la vida… Esto no es un inventario, es un álbum de vacaciones, un flashback manipulado. Excepción —siempre las hay, nada es rígido—: la foto de la manifestación pacifista con la actriz troskista Vanessa Redgrave al frente.

No me sorprende saber que el autor de estas fotos frías de un tiempo en apariencia caliente vive desde los años ochenta en una remota isla de Nueva Zelanda y se dedica a retratar paisajes y arrecifes de coral. Quizá en esa labor no necesite mentir: un atardecer no se desnuda aunque el fotógrafo se lo ordene.

Ánxel Grove

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Amazed to be"

Frank Habicht - "Amazed to be"