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Un pueblo lisérgico mallorquín en el franquismo

Deià


Deià

Ningún poeta adquiere conciencia de la Musa
si no es por medio de su experiencia con una mujer
en la que la Diosa reside hasta cierto punto

El escritor inglés Robert Graves culminó con este epílogo La Diosa Blanca, el libro donde intentó compendiar una gramática sobre las formas físicas y metafísicas de Ella, la Madre, la que gobierna y nos gobierna desde la sombra del bosque, las zonas huecas de los parques y la selva de algas del mar, la Diosa Mujer llamada por civilizaciones sucesivas Danae, Danú, Cotio, Deméter, Perséfone, Cibeles, Luna, Atenea, Neith, Ngame, Albina («lepra blanca opaca», «cebada perlada»), de la cual la Virgen es sólo una proyección manipulada por el cristianismo para satisfacer la necesidad atávica de una Diosa-Madre.

Graves, trastornado por una mujer, la poetisa-bruja Laura Riding, que lo trataba como a un perro y lo humillaba con encantamientos sexuales, escribió la obra en Deià, un pueblo de la isla de Mallorca cuya descripción geográfica es un susurro con cadencia de oración:

… situado en el flanco noroeste de la Serra de Tramuntana entre Valldemossa, Sóller y Bunyola. Abarca 5 kilómetros de costa, e incluye los puntos de Sa Foradada y de Deyà, la Cala de Deià y la pequeña Cala de Llucalcari. La aldea está construida sobre una colina situada en un valle de la Sierra de Tramuntana. El Teix, la segunda montaña más alta de Mallorca, se eleva sobre el valle. La Sierra de Tramuntana están cubierta por una extensa red de senderos utilizados por los fabricantes de carbón cuando se trabajan en los bosques, por lo que es el lugar de vacaciones ideal para los excursionistas fuera de los meses de verano.

Laura Riding y Robert Graves

Laura Riding y Robert Graves

La pareja —en principio un trío en el que también participaba la mujer de Graves, la pintora Nancy Nicholson— se estableció en Deià, en una edificación que ahora es un museo pero que en 1929 era poco más que una casucha de labradores. Con la interrupción de los años de la Guerra Civil española, cuando no convenía hacerse notar y marcharon a Londres, siguieron residiendo en el pueblo, que consideraban un lugar «verdaderamente mágico».

Si algunos creen que la masa del Teix, rica en hierro, es una dinamo de electromagnetismo, en los años de la II Guerra Mundial eran los pseudopoderes de Riding los que empezaron a atraer a Deià las primeras tropas de excéntricos. Entre los ambientes teosóficos de la intelectualidad académica sajona se extendió la creencia de la bruja Riding era una mediodora  con línea directa con los ultramundos.

Mucho más carnal que diosa, Riding dejó a Graves en la estacada y enfrentado, además, a la Guardia Civil mallorquina por montar demasiado bulllicio, y se largó a los EE UU con un crítico literario al que vampirizó a su gusto. Desde EE UU escribió con vengativa furia que Graves nunca dejaría de ser un «Frankestein» creado por ella.

El folletín psicosexual y los libros de Graves —las novelas históricas Yo, Claudio (1934) y Rey Jesús (1946); los ensayos Los mitos griegos (1955), y los asombrosos y delicados poemas— aumentaron la popularidad de Deià en la intelectualidad europea. Entre 1960 y 1980 el pueblo tenía la misma categoría que Lhasa pero estaba a tiro de piedra de Londres y París. Incluso Grace Kelly y Rainiero de Mónacó se dejaron caer unos días por el lugar durante su luna de miel.

El franquismo y los hippies que empezaron a peregrinar hacia la aldea tramontana se entendieron. Al régimen le venía bien vender apertura y aquellos peludos no estaban a favor de boicotear o molestar a la dictadura —preferían la revolución interior de la marihuana y el LSD— y no tenían ni idea de quién era el dictador y cuáles sus métodos. Sospecho que algunos, dado el grado de intoxicación, ni siquiera tenían claro a qué país pertenecía aquella isla. Es fácil borrar las fronteras cuando vuelas.

Desde la izquierda, Kevin Ayers, Robert Wyatt y Daevid Allen

Desde la izquierda, Kevin Ayers, Robert Wyatt y Daevid Allen

En Deià se establecieron decenas de artistas o aspirantes a serlo. Escritores, músicos y plásticos llegaron a docenas. Con ellos desembarcaron también los vividores, como el tanguista Juan Tajes, que recuerda el tiempo de vino y rosas con acento porteño:

Desentendido del pasado, el futuro era un presente interminable. Mar, fiestas, música, cenas, mar, más fiestas, y jardines bajo la atenta mirada de la luna llena y los guardianes de piedra. Mientras no ligaras con las chicas locales o te cayeras por un risco, todo estaba bien. La Guardia Civil te dejaba en paz si tú los dejabas en paz.

Los vecinos más notables, además del viejo Graves, fallecido en 1985, a los 90 años, de un fallo cardíaco en su casa, hoy un museo-fundación, fueron músicos atrevidos y sin patria: Daevid Allen, Robert Wyatt y Kevin Ayers (que tocaron juntos en la primera encarnación de Soft Machine, cuando eran patafísicos antes que jazzísticos).

Ayers fue quien más aguantó. Decidió irse a principios del siglo XXI porque Deià era un «parque de turistas ricos e idiotas». Murió en 2013 a los 68, mientras dormía en su casa del pueblo francés de Montolieu, una villa medieval poblada por librerías e imprentas en donde quiso encontrar un imposible espejo de lo que había sido Deià.

"Grain of Sand" - Matti Klarwein, 1963-1965

«Grain of Sand» – Matti Klarwein, 1963-1965

Quizá el más lisérgico de los habitantes del pueblo mallorquín de los locos fue el pintor alemán Matti Klarwein, autor del mandala Grano de arena de arriba, que él mismo describió así:

Quería hacer un cuadro para colgar en cualquier sentido, un universo rotatorio sin parte de arriba ni parte de abajo. Pensé en una especie de película, una comedia musical, con una danza sánscrita de miles de iconos, con la actaución de Marilyn Monroe, Anita Ekberg, Ray Charles, Pablo Picasso, Brigitte Bardot, Roland Kirk, Cannonball Adderly, Ahmed Abdul Malik, Wonderwoman, la niña del cementerio de Delacroix, el torero El Litri y sus corridas de mierda, Socrates, Dalí, Rama, Vishnu, Ganesh…

Klarwein, que pintaba cuadros psicodélicos años antes de la psicodelia y que cuando tomó su primer ácido se sintió profundamente decepcionado («me habían hablado mucho del viaje, pero yo tengo visiones mucho más divertidas sin tomar nada»), vivió durante largas temporadas en Deià, organizó fiestas de las que todavía se habla, frecuentó la amistad de Miles Davis, se cambió el nombre legalmente por Matti Abdul Karwein por «solidaridad con Palestina», visitó todos los lugares del mundo donde el misticismo adquiría formas tangibles o sensoriales y murió en el pueblo mallorquín en 2002, a los 69 años, mientras dormía.

Antes había pintado decenas de cuadros abigarrados de sensaciones humanas y divinas, terrenales y astrales. Alguno fueron portadas de discos y también pertenecen al poder estrafalario que emerge de Deiá.

"Annunciation (Abraxas)" - Matti Klarwein, 1961

«Annunciation» (portada de ‘Abraxas’, de Santana) – Matti Klarwein, 1961

"Bitches Brew" -  Matti Klarwein, 1970

«Bitches Brew» (portada del mismo título de Miles Davis) – Matti Klarwein, 1970

La página web Deià Heydays mantiene viva la llama hippie del pueblito mallorquín con nostálgica inocencia pese a que ahora es un refugio de milmillonarios — tienen mansiones de infarto en la zona Richard Branson, el dueño de Virgin, y el matrimonio, al parecer reconciliado, de Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones— y de turistas en busca de placeres mundanos. La web Deia Info dice, sin la tilde para evitar confusiones a los sajones:

Deia es un paraíso. Combina las bellezas naturales con los placeres terrenales, la armonía social y maravillosos restaurantes y cafés.

El tradicional centro social hippie, Sa Fonda, donde Wyatt, Ayers, Allen e invitados —Mike Oldfield era habitual, Mick Jagger se dejó ver—, promete cercanía con celebrities.

El ayuntamiento soba el lema «un  paraíso por descubrir» en inglés, alemán y francés.

Estoy convencido de que la diosa, en cualquiera de sus formas (Tecum, Cariátide, Domnia, Quina…) regresará con el cabello rizado y soplará savia verde sobre ellos, los mercaderes que violan el lugar del mito. La destrucción implicará renovación.

Jose Ángel González

Los mejores momentos de Mick Taylor, el ‘stone’ ninguneado

Mick Taylor, 1969

Mick Taylor, 1969

En julio de 1969 Mick Taylor —que tenía 20 años— fue recibido por los patrones Mick Jagger y Keith Richards como el remedio que necesitaban los Rolling Stones. Acababan de expulsar del grupo al guitarrista Brian Jones, el más dotado instrumentista de la banda, y la formación se había quedado coja. En algunas de las sesiones del disco que estaban grabando, Let It Bleed, el productor había tenido que llamar a un guitarrista mercenario porque Richards, efectivo con la guitarra rítmica, era un mal solista y no era capaz de dar cuerpo al sonido.

Taylor, un prodigio de técnica y sentimiento que había tocado desde los 16 en el grupo de blues de John Mayall, los dejó boquiabiertos en los primeros ensayos y entró en el grupo con naturalidad, incorporándose a las grabaciones restantes del álbum. Su guitarra puede escucharse a partir de entonces y hasta 1974 brillando en los discos de la mejor etapa de los Rolling Stones.

Foto de las sesiones de "Sticky Fingers". Desde la izquierda, Richards, Watts, Jagger, Wyman y Taylor

Foto de las sesiones de «Sticky Fingers» (1971). Desde la izquierda, Richards, Watts, Jagger, Wyman y Taylor

Querubínico, impenetrable y callado, el guitarrista fue un elemento clave en la formación, que comenzó a ser llamada, con justicia, «la mejor banda del rock and roll del planeta».

Jagger estaba encantado con los contrapuntos de guitarra que Taylor construía para jugar con la voz y Richards se sentía liberado de la responsabilidad de hacer lo que no sabía. Los dos líderes, arteros, sagaces y contrarios a que en su empresa entrase alguien que pudiera robarles gloria —como Jones, que había muerto menos de un mes después de ser expulsado del grupo—, también sabían que Taylor era dúctil y seis años más joven que ellos, es decir, inocente e incapaz de levantar la voz.

La fórmula funcionó a la perfección. Los ábumes Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972) dejaban todo el rock de su tiempo a una gran distancia: eran discos recios, de una suciedad existencial sustentada por la vida disipada de los músicos. Las giras, titánicas pero todavía de perfil humano —sin la mercadotecnia abusiva de las décadas posteriores—, ofrecían a los asistentes una cita con la dorada música del infierno.

El noviazgo fue corto. A Taylor, que se había aficionado a la heroína impulsado, en parte, por la voracidad tóxica de Richards, lo ningunearon y, como a otros antes y después, le robaron crédito. Varias canciones en cuya composición intervino aparecieron sin su nombre en los créditos, atribuidas al tándem dictatorial. En 1973, mientras grababan It’s Only Rock’N’Roll, Richards lo expulsó del estudio: «!Taylor! Estás tocando muy alto. Eres realmente bueno en directo pero eres jodidamente inútil en el estudio. Vete, vuelve más tarde, lo que sea», le gritó con malos modos, según las biografías del grupo.

Desengañado y con deudas —los Stones le dejaron de pagar por supuesto abandono de las grabaciones de las que había sido expulsado—, Taylor se largó a Brasil de vacaciones. En diciembre de 1974 anunció que dejaba el grupo.

Taylor en su reencuentro con los Stones en 2012

Taylor en su reencuentro con los Stones en 2012

Tras su paso por los Stones, Taylor dió bandazos y siguió inyectándose heroína. Colaboró con muchos músicos (Alvin Lee, Mike Oldfield, Jack Bruce, Little Feat, Mark Knopfler, Bob Dylan…) y lo intentó como solista, pero nunca fue el mismo. Aunque el Rey Richards lo denigra como «aburrido» en su biografía, los Stones llamaron a Taylor para incorporarse a los muchos invitados con los que intentan hacer digeribles los indecentes conciertos de la gira que tienen en marcha para celebrar el medio siglo del grupo [aquí hay una grabación desde el público de una versión pobrísima de Midgnight Rambler en la que cada uno va por su lado y Taylor es el único que no pierde el hilo].

En una entrevista de hace unas semanas, Taylor declaraba que no guarda rencor y recuerda aquellos años como envueltos en una «niebla narcoléptica».

Fue el mejor guitarrista que los pomposos Jagger y Richards han tenido a sus órdenes. He compilado algunos de los mejores momentos del stone ninguneado.


Live With Me (Get Yer Ya-Ya’s Out!, 1970)
En el mejor disco en directo de los Stones, grabado durante la gira de 1969 por los EE UU, este cruce de guitarras demuestra la comunión entre Taylor y Richards cuando el momento era el correcto y el colocón no nublaba los sentidos.


Can’t You Hear Me Knocking (Sticky Fingers, 1971)
Toda buena fiesta debe incluir esta larga descarga en su lista de reproducción. A partir del minuto 4:40 Taylor se marca un solo caribe por el que Santana hubiese vendido su alma.


All Down the Line (Exile On Main St., 1972)
Taylor se coloca el cuello de botella en el dedo pulgar y demuestra que también sabía sentir el latido de Nashville y el rock sureño.


Street Fighting Man (Brussels Affair, 1973)
A partir del mínuto 2:20 el grupo entrega las riendas a Taylor, que se desmanda hacia territorios del ¡jazz! Por un momento, los Rolling Stones parecen una banda de fusión.


Time Waits for No One (It’s Only Rock’N’Roll, 1974)
Para entender por qué Jagger siempre añoró a Taylor: desde el mínuto 3:30 hasta el final la voz y la guitarra bailan enamoradas.


Sway / Moonlight Mile (Sticky Fingers, 1971)
Estas dos canciones fueron compuestas por Taylor (música) y Jagger (letra), pero aparecen registradas  como de Jagger & Richards a efectos legales y de derechos. Jagger ha admitido en numerosas entrevistas que Richards, a quien la heroína tenía tumbado, ni siquiera estaba en el estudio, donde nacieron y fueron grabadas las piezas.


Ventilator Blues (Exile On Main St., 1972)
El único tema de los Rolling Stones donde Taylor figura como coautor. Uno de los mejores y más grasientos momentos del disco más sublime del grupo.

Ánxel Grove

Jimi Hendrix, cuatro años de carrera que duran una eternidad

Jimi Hendrix (1942-1970)

Jimi Hendrix (1942-1970)

Jimi Hendrix, el arrancador de sonidos nunca antes escuchados en una guitarra, saqueaba los tesoros de su Fender Stratocaster con manos enormes como palas. Le había dado la vuelta a un instrumento de diestros porque era zurdo: le cambió las cuerdas de orden y listo.

En sólo cuatro años se consagró como uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, sigue siendo venerado por adolescentes y mayores con una ciega fe cercana a la santidad. El negocio sigue creciendo cuanto más tiempo pasa: los herederos son famosos por sus continuos pleitos por los réditos y han montado un holding (Experience Hendrix LLC) cuya directora ejecutiva es una medio hermana del músico. Sacar dinero del pariente muerto es una tentación demasiado fuerte frente a labrarse un futuro propio: el siguiente eslabón de la cadena de ganancias será People, Hell and Angels, un disco anunciado para el 4 de marzo de 2013 con 12 temas que llaman inéditos (lo serán por las tomas de estudio, porque las canciones ya las conocemos), grabados por Hendrix con la mente puesta en el disco que iba a sacar cuando murió ahogado en su vómito, incapaz de cambiar de postura tras una sobredosis de barbitúricos.

En el 70º aniversario de James Marshall Hendrix (1942-1970) nos quedamos con la esencia, repasamos los únicos cuatro discos que editó en vida y el que dejó encarrilado pero inacabado. En la selección quedan fuera la montaña de álbumes póstumos, tomas alternativas, grandes éxitos, directos y grabaciones pirata que crecen como setas desde la muerte del artista a los 27 años.

La edición  británica y la estadounidense de 'Are you experienced'

La edición británica y la estadounidense de ‘Are you experienced’

1. Are You Experienced (1967). El grupo de laboratorio. Chas Chandler conoció a Hendrix cuando los Animals daban su última gira por los EE UU en 1966. Lo vio tocando un club de Nueva York con el nombre de Jimmy James y, convencido del talento del guitarrista de 24 años, le propuso viajar a Inglaterra con él.

El exbajista de los Animals se convirtió en mánager y productor de la Jimi Hendrix Experience, un grupo artificial que le daría empaque al líder para triunfar en el Reino Unido. Chandler escogió al guitarrista Noel Redding (1945-2003) como bajista de la banda y al batería Mitch Mitchell, dos músicos ingleses con experiencia pero sin una carrera sólida.

El disco (editado en mayo) se grabó en cinco meses, en medio de la gira por Inglaterra que los lanzaba como grupo y en la que presentaban tres singles: HeyJoe /Stone Free, Purple Haze /51st Anniversary y The Wind Cries Mary /Highway Chile; aprovechando al máximo los días sin actuaciones y en tres estudios diferentes. Are you Experienced sin embargo es un disco sólido que da sensación de unidad. Lleno de riffs explosivos, solos distorsionados, mezclas y sobremezclas, canciones como Foxy Lady, Manic Depression o Fire comenzaban a crear un paisaje de sonidos que Hendrix desarrollaría en los siguientes años.

Alcanzó el número dos de las listas británicas por detrás de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles. En los EE UU comenzaron tímidamente a fijarse en Hendrix y en verano la banda tocó en el Monterey Pop Festival, en California. Fue la presentación en sociedad del músico, que quemó su guitarra al acabar la actuación.

Axis: Bold as love

Axis: Bold as love

2. Axis: Bold as Love (1968). «Aviones atravesando tus membranas y cromosomas». El éxito presionó al grupo para darse prisa en grabar otro disco, pero también funcionó para que el artista se diera cuenta de su capacidad como compositor y letrista, dos roles que había asumido como absoluto novato en Are you experienced.

En las sesiones de grabación se mostraba perfeccionista hasta la desesperación de Redding, Mitchell, el productor Chandler y los técnicos de los estudios Olympic de Londres. Todo ese empeño contrastaba con el caos vital: cuando la mitad del disco estaba terminado, Hendrix llevó los másteres a una fiesta y se los dejó en el taxi en el que volvía a casa. No aparecieron y hubo que mezclar el material a toda prisa otra vez.

Spanish Castle Magic (un homenaje al Spanish Castle, un club en el sur de Seattle que ciertamente se parecía a un castillo español y en el que tocó como músico para otras bandas) y la mística Little Wing (inspirada en sus impresiones tras el festival de Monterey y en la que usó un amplificador Leslie pensado para órgano eléctrico) eran casi las únicas canciones que la Experience tocaba en directo. El resto era demasiado complejo y no estaba pensado para los escenarios.

En una entrevista para un profesor universitario que investigaba sobre los aspectos sociales del rock del momento,  Hendrix describía así los nuevos sonidos de Axis, refiriéndose en particular a la canción que titula el disco: «Suena como si unos aviones atravesaran tus membranas y cromosomas (…) No queríamos usar cintas de aviones, queríamos que la música misma se adaptara».

Portada inglesa (desplegable) y portada estadounidense de 'Electric Ladyland'

Portada inglesa (desplegable) y portada estadounidense de ‘Electric Ladyland’

3. Electric Ladyland (1968). El caos. En la grabación del último disco de la Jimi Hendrix Experience la tensión crecía entre la estrella, su mánager y productor Chas Chandler y Noel Redding, que desde el disco anterior clamaba por ser reconocido como algo más que un mercenario, tanto en lo monetario y en lo artístico.

Hendrix llevaba a amigos y conocidos a las sesiones, que se alargaban y carecían de la disciplina necesaria para que el proyecto avanzara con normalidad. Chandler renunció y el guitarrista quedó al mando de la producción.

The Jimi Hendrix Experience

La Jimi Hendrix Experience en 1967

Las colaboraciones con músicos invitados al estudio se convertían en improvisaciones eternas que terminaban lejos de la canción en la que se trabajaba y Redding (que añoraba la visión simplista del comienzo de la banda) veía en las marañas electrónicas y los nuevos ruidos que el caos se apoderaba del disco. La relación empeoró cuando los invitados empezaron a apoderarse del bajo e incluso el propio Hendrix tocó el instrumento en algunas de las canciones.

Antes de terminar un tema, se apresuraba a empezar con otro. El abandono de Chandler dio pie a que se acumularan las cintas con una misma pieza grabada sin que nadie frenara los impulsos entusiastas de la estrella desbocada. Mike Jeffery (más interesado en el dinero que generaba el guitarrista que en la música) se convirtió en el nuevo agente y lo obligó a salir de gira para poder terminar la ruinosa grabación.

El resultado es un álbum de sonido pesado. Voodoo Child (Slight Return), Crosstown Traffic y la versión de All Along the Watchtower, de Bob Dylan, engrandecen un digno doble elepé con colaboraciones de Al Kooper (inolvidable organista de Dylan) Steve Winwood (de Traffic) y Jack Casady (bajista de Jefferson Airplane) entre los muchos que pasaron por allí. Otras canciones como Rainy Day, Dream Away o 1983… (A Merman I Should Turn to Be) reflejan el carácter de improvisación interminable que atacó a Electric Ladyland: el último disco de estudio que se editó con el músico en vida.

Hendrix con Billi Cox y Buddy Miles

Hendrix con Billi Cox y Buddy Miles

4. Band of Gypsys (1970). Sin la Experience. El único álbum en directo que publicó Hendrix es para muchos la única muestra de negritud del artista (cuyos ancestros eran pura mezcla, parte cherokee y parte irlandesa). Hendrix recibió durante su carrera amenazas de los Panteras Negras por considerar que renegaba de sus raíces y que era un vendido a los blancos. Si bien es cierto que todos los discos supuran blues y jazz en las mil maneras que tiene de acercarse a los estilos, Band of Gypsys es ciertamente el más cercano al rythm and blues y al funk. Además, tuvo por fin el privilegio de elegir a los músicos con los que tocó: el batería Buddy Miles —que escribe y canta dos de los seis temas— y el bajista Billy Cox. Noel Redding había dejado la Experience tras el accidentado Electric Ladyland y Mitch Mitchell también se unió al nuevo proyecto de Band of Gypsys.

Grabado en el Fillmore East de Nueva York en cuatro conciertos celebrados entre la noche de fin de año de 1969 y el día de año nuevo de 1970, la jhoya del disco es Machine Gun, dedicada a «los soldados que luchan en Chicago y Milwaukee y New York… ¡Ah, sí! Y a todos los soldados que luchan en Vietnam», en referencia a la violencia dentro y fuera de los Estados Unidos. La pieza es un ejercicio de tensión entre Hendrix y la guitarra que combina el encuentro sexual con la protesta antibélica.

'The Cry of Love'

‘The Cry of Love’

5. The Cry of Love (1971). Sin Jimi. Los últimos meses de Hendrix fueron inspiradores, pero también frustrantes. Estaba cansado de la obligación tácita de tener que tocar en cada concierto los grandes éxitos de la Experience, que le sonaban lejanos y de poco interés a pesar de haberlos compuesto hacía poco más de tres años. Otra de sus lacras personales era la demanda del público de sus números circenses: tocar con los dientes o con los brazos en la espalda, quemar la guitarra… Quería dejar atrás las acrobacias pero también temía que no quisieran otra cosa de él.

En la primavera de 1970 empezó a grabar de nuevo. Pronto tuvo tanto material que comenzó a pensar en un álbum doble al que llamaría First Rays of the New Rising Sun. Angel, Astro Man, Drifting y Belly Button Window estaban en la lista. También Dolly Dagger, dedicada a una de sus novias-groupie, Devon Wilson, que en una fiesta, tras sufrir Mick Jagger una herida en un dedo, le chupó la sangre con naturalidad.

Hendrix y su Stratocaster

Hendrix y su Stratocaster

Cuando Jimi Hendrix murió el 18 de septiembre de 1970, ultimaba los detalles del nuevo disco, pero aún quedaban muchas incógnitas abiertas, entre ellas la selección de material. Tenía tantas canciones que muchas seguramente iban a quedar fuera o, tal vez, serían reformadas de arriba a abajo en un último arranque de perfeccionismo.

Entre sus conocidos y amigos, algunos señalan que se sentía asediado por problemas legales y personales; otros, que físicamente parecía débil; los hay que dicen que estaba ansioso por seguir nuevas sendas. El cinco de septiembre declaraba a la revista Melody Maker que quería «una gran banda» para «pintar cuadros de la Tierra y del espacio, para que quien escuchar pueda transportarse a cualquier lugar».

First Rays of the New Rising Sun quedó colgando y fueron el productor Eddie Kramer y Mitch Mitchell quienes, tras la muerte de la estrella, tomaron las riendas del proyecto: «Traté de pensar en lo que él hubiera hecho, o en lo que hubiera querido, una tarea muy difícil», confesó el batería más tarde, reconociendo cierta arbitrariedad a la hora de completar lo que Hendrix dejó inacabado.

The Cry of Love es un disco sencillo por exigencia de la discográfica, que no iba a desaprovechar el tirón de las necrológicas con un doble álbum. El conjunto de canciones suena como el inicio de una nueva trayectoria que Hendrix iba a desarrollar en los siguientes años.

Helena Celdrán

Los Flamin Groovies, el grupo que avergonzó a Mick Jagger

"Teenage Head", 1971

«Teenage Head», 1971

Uno. La portada es de la más arrogantes jamás impresas. Una foto-radiografía, un electrochoque. Vean los botines de Ciryl Jordan —el de las piernas arquedas, la embrionaria calva y la guitarra de metacrilato transparente—: lunas y soles dorados sobre el cuero negro. Para pisar reclamando el terreno.

Dos. Ni una palabra. El título del disco (Teenage Head) se hurta en la cubierta. El nombre del grupo sólo se adivina estampado en letras mínimas en  la caja de amplificador de la izquierda: Flamin Groovies.

Tres. Abril de 1971. Con apenas unos días de diferencia aparecen Sticky Fingers, de los Rolling Stones, y Teenage Head. Cuando Mick Jagger escucha el segundo se deprime profundamente. «Estos tipos nos han ganado la batalla reinterpretando el blues», declara.

Cuatro. El tema que cede el título al disco es munición de futuro. Parecen estar hablando los Sex Pistols que aún no han nacido: Soy un monstruo / Tengo una mente acelerada de adolescente / Un monstruo adolescente / Nacido y alimentado en California / Mitad niño, mitad hombre / Mitad en la tierra, mitad en el mar // Tengo una mujer / Es mi reina bailarina del instituto / Es mi mujer / Es una máquina de amor adolescente / Sabe cómo calentarme / Me lleva y sube y sube // Cuando me veas / Es mejor que escapes / Porque estoy cabreado / Y te joderé sólo para divertirme / Soy un hijo de la bomba atómica / Y el aire podrido de Vietnam / Soy tú / Y tú eres yo.

"Flamingo", 1970

«Flamingo», 1970

Cinco. El disco anterior, Flamingo (1970), prefiguraba la brutalidad de Teenage Head, y a veces la superaba: escuchen Roadhouse.

Seis. Los Flamin Groovies nacieron en 1965 en San Francisco. Por contexto deberían ser hippies pero querían hacer rock and roll, se negaban a los viajes espaciales y preferían el alcohol al LSD. Cuando tocaban en festivales de flower power les abucheaban.

Siete. Después de los años animales, el grupo entró en caída libre. Hicieron buenos discos, pero habían dejado de morder. En Europa se les adora. En España especialmente.

Ocho. La formación clásica de Flamingo y Teenage Head nunca ha vuelto a coincidir en un escenario. Lucha de egos. El grupo se disolvió oficialmente en 1991 después de 24 años de carrera y 15 discos de estudio.

Nueve. Ciryl Jordan, el cofundador del grupo, se dedica a dibujar (bastante mal) y a tocar con la banda Magic Christian.

Diez. No entiendo por qué los Flamin Groovies no aparecen en los libros de historia.

Ánxel Grove

La ‘retronostalgia’ del ‘Swinging London’

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Propuesta de resumen abreviado del Swinging London.

Primero, un mandamiento de la suma sacerdotisa Mary Quant: «Una mujer es tan joven como sus rodillas». Es inncesario añadir que la señora Quant vendía minifaldas.

Segundo, una canción: Itchycoo Park, de los siempre bien planchados Small Faces. La letra pringa como melaza y tiene el grado exacto de himno para el campo de fútbol: Be nice and have fun in the sun / It’s all too beatiful (Sé amable y disfruta al sol / Todo es tan hermoso).

Tercero: un símbolo femenino. Jean Shrimpton, La Gamba (The Shrimp). Una patada al canon de la voluptuosidad: piernas extralargas, figura delgada, melena con flequillo, pestañas ténues pero extremas, cejas arqueadas y —algunos pecados nunca cambian— labios sensuales.

Cuarto, un símbolo masculino. Mick Jagger, dandy, vicioso, millonario, con agenda social repleta y un Aston Martin en las antiguas caballerizas de la mansión. Tenía ventitantos y ya necesitaba asesores contables.

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Quinto, un icono gráfico. La Union Jack. Un símbolo patriotico del siglo XVII para una supuesta revolución. Muy british: vamos a ponernos hasta las cejas, pero el té, ni un minuto después de las 5 de la tarde.

Sexto: ¿vamos esta tarde otra vez a Carnaby Street?.

Séptimo: una película. Modesty Blaise (Joseph Losey, 1966). No compensa ni el tiempo de bajada desde un torrent.

Octavo: una serie de televisión. The Avengers (Los vengadores), cuyos actores tienen gran importancia en los estampados de los bolsos de la fauna modernaria de hoy. Ella llevaba catsuit y él —ya les hablé del té a las cinco, ¿verdad?— bombín y paraguas.

Noveno: gurús. Los Beatles, primera industria nacional en importación de divisas e intocables moralmente pese a que actuaban en países sometidos a dictaduras donde se reprimían las libertades de pensamiento y expresión: la España de Francisco Franco (1965) y la Filipinas de Ferdinand Marcos (1966).

Décimo: una crónica condensada. «Parecía que nadie estaba fuera de la burbuja, observando qué raro, superficial, egocéntrico e incluso horrible era todo«, escribió el periodista Christopher Booker.

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Retratándo el elenco al completo —siempre hay excepciones: a los Beatles nunca consiguió hacerles una foto, el manager Brian Epstein filtraba a los fotógrafos segúnlos dictados del capricho personal— estaba Frank Habicht.

Nacido en Hamburgo (Alemania) en 1938, lo tenía todo para triunfar en el Swinging London: gracia, caradura y belleza física, un valor que los ingleses tienen bastante en cuenta, acaso porque en general son de un rojizo que se inclina hacia lo desagradable. Habicht tenía la edad justa (ventitantos, un pasaporte a la gloria entonces), el aspecto justo (pelo ensortijado, labios carnosos, cierta catadura de truhán) y estaba en el lugar justo.

Las fotos que hizo como freelance durante los años en que la capital inglesa era el lugar más dinámico del mundo —sobre todo según los editores de moda, entre ellos la gran manejadora Diana Vreeland, boss de Vogue— son hoy un agradable pasatiempo para ejercer la retronostalgia, eso que Simon Reynolds llama el «melancólico languidecer por un tiempo idílico perdido de la propia vida» y que queda tan adecuado colgado de la pared del vestidor.

Una falsa motorista sostiene un cigarrillo en la comisura de los labios como una falsa fumadora, una chica desnuda avanza hacia un señor —¡bingo!, con bombín— montado en un caballo, los asistentes a un marriage a la mode —que viene a ser una boda pero en ropa interior— posan con descuidado cuidado…

Frank Habicht - "Bare essentials"

Frank Habicht - "Bare essentials"

El gran Paul Strand opinaba que la fotografía debe ser un «registro de tu vida». Según esa acertada y simple máxima, la vida de Habicht fue una pose.

En su página web —una de ésas que están escritas en tercera persona, lo cual nos otorga la visión de fantaciencia del fotógrafo tratándose a sí mismo de él, como siendo capaz de desgajarse en dos entes diferenciados—, Habicht afirma que sus imágenes capturan el «espíritu deshinbido» de un tiempo arcádico y «documentan socialmente a la juventud de Londres». Aprovecha para intentar vender el par de libros que ha publicado con el mismo mensaje.

Ni un mohín de disgusto, ni un atisbo de angustia, ni una sola expresión de la náusea de la existencia y el terrario de insectos de la vida… Esto no es un inventario, es un álbum de vacaciones, un flashback manipulado. Excepción —siempre las hay, nada es rígido—: la foto de la manifestación pacifista con la actriz troskista Vanessa Redgrave al frente.

No me sorprende saber que el autor de estas fotos frías de un tiempo en apariencia caliente vive desde los años ochenta en una remota isla de Nueva Zelanda y se dedica a retratar paisajes y arrecifes de coral. Quizá en esa labor no necesite mentir: un atardecer no se desnuda aunque el fotógrafo se lo ordene.

Ánxel Grove

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Amazed to be"

Frank Habicht - "Amazed to be"

John Lee Hooker, estafado por las discográficas a cambio de un puñado de dólares

John Lee Hooker

John Lee Hooker

Se sabe que una guitarra llegó a las manos de John Lee Hooker (1917-2001) por casualidad, que su padre, el reverendo William Hooker, no quería ver en casa el pernicioso instrumento que tan frecuentemente se utilizaba para contar historias lascivas, viciosas y oscuras como las de Robert Johnson.

Pero el pulso lo ganó Will Moore, el hombre con el que se fue la madre de Hooker, un aparcero de Louisiana que, según el hijastro, fue quien le enseñó todo lo que necesitaba para crear el boogie, un ritmo que crece en el interior del cuerpo como un bicho y te domina con suavidad y constancia. Por lo demás, nada se sabe de Moore como músico, aunque Hooker haya dado mil y una versiones sobre la notoriedad de su padrastro en Clarksdale.

Hooker sembró su vida de fechas falsas, datos que no cuadran, exageraciones, detalles sin contexto… La neblina se vuelve espesa en cuanto asoma algún dato biográfico del bluesero nacido en las afueras de Clarksdale, un pequeño pueblo-milagro que, como todo el Delta del Misisipi, reunía una serie de requisitos desconocidos para que el blues fluyera de la manera más pura posible. Robert Johnson, Son House, Muddy Waters…, todos cruzaron en algún momento las calles de este punto invisible en el mapa.

Cantaba hablando, se despojaba de cualquier elemento que no fuera imprescindible y no dejaba de seguir el ritmo con el pie. El Cotilleando a… de esta semana es para John Lee Hooker, el boogie man que cavaba un hoyo con cada fraseo, haciéndo brotar sensaciones primarias.

En Detroit

En Detroit

1. Dormido en la cadena de montaje. Se marchó del sur a Detroit en 1940, cuando encontrar trabajo en la Ciudad del Motor era instantáneo. De noche actuaba en fiestas privadas y clubes de clase trabajadora. Las mañanas las pasaba como conserje o en las cadenas de montaje de las fábricas de coches, donde se quedó dormido con frecuencia a causa de su doble vida. Con cada vez más bolos nocturnos, empezó a ser más músico que empleado y comenzó a hacerse un nombre.

2. Nada de adornos. Fue Elmer Barbee, el dueño de una tienda de discos de Detroit, quien descubrió el filón comercial que se escondía en el hombre flaco y menudo que cantaba en minúsculos bares donde la gente empezaba a apretarse más para verlo. Barbee propuso al músico grabar en el estudio casero que tenía en la trastienda del negocio. En los intentos del negociante por darle sofisticación a los temas, se dio cuenta de que la más mínima adenda a la voz y a la guitarra de Hooker resultaba en un fiasco. Su blues no se regía por la perfección técnica y la fórmula mágica era inseparable de la sobriedad. Barbee supo que él sólo no podía afrontar algo tan embaucador. Puso al fenómeno en contacto con Bernard Besman, dueño de una distribuidora de discos y de una pequeña discográfica llamada Sensation. Allí grabó su primer éxito a finales de 1948, Boogie Chillen, un tema insistente, dominado por el ritmo que marca la suela del zapato, pero alejado de la placidez rural, con un nervio urbano y acelerado.

Hooker en Riverside Records, uno de tantos sellos

Hooker en Riverside Records, uno de tantos sellos

3. Chuletitas de cerdo y otros disfraces. Hooker no vio que su éxito se correspondiera con las ganancias y decidió grabar —incumpliendo el contrato— con otras pequeñas discográficas. Lo consideró un acto de justicia y Barbee se encargó de ponerlo en contacto con sellos como Danceland, King o Savoy, cobrando 100 dólares por sesión —renunciando a los derechos— y firmando con pseudónimos crípticos como Little Pork Chops (Chuletitas de cerdo) o descarados a modo de imitación barata, como John Lee Cooker. El público, ante tanto boogie con nombre diferente, comenzó a tomarse aquello como una corriente musical más que como un talento individual escondido tras muchos apodos: en 1950 habían salido 22 discos del artista en decenas de discográficas diminutas y con nombres diferentes. Los royalties seguían siendo para los sellos: Hooker se vendía barato sin pensar en la sobrecarga de canciones con las que había saturado el mercado y que amenazaban con quemarlo para siempre.

Fotografiado por Paul Natkin en 1998

Fotografiado por Paul Natkin en 1998

4. «Hacían un buen dinero, pero nosotros no lo recibimos». I’m in the Mood fue su revancha. Una canción caliente, un quejido nocturno que vendió más de un millón de copias en 1951. Pero poco a poco Hooker se daba cuenta de que el esfuerzo no le compensaba, que las ventas no se traducían en dinero. «Entonces las discográficas eran degolladoras. Odio decirlo, pero es la verdad y se supone que hay que decir la verdad. La mayoría de los artistas de blues no sabían sobre editores, autores. No sabíamos lo que era un editor. Hacían un buen dinero, los editores, pero nosotros no lo recibimos porque no sabíamos», declaró más tarde con su lenguaje llano.

5. Besman y los libros de colorear. Los años cincuenta transcurrieron de gira, en la carretera con el guitarrista y chico para todo Eddie Kirkland. Las ganancias del escenario eran más claras que con Besman, un exprimidor ávido de dinero que cobraba royalties como editor y coautor de los temas de Hooker. Ante cualquier posible duda, se escudaba diciendo que cuando conoció al bluesman su educación musical era tan precaria que él mismo tuvo que poner remedio a las lagunas para que el artista pudiera comenzar a grabar. Besman se autoproclamaba organizador de las ideas de Hooker y aseguraba que sin él las canciones no hubieran llegado a nada. Dice mucho del personaje que se retirara a California y cambiara radicalmente de negocio para dedicarse a vender libros para colorear, en los que cada área iba numerada y correspondía a un color.

La mano de Hooker fotografiada por Anton Corbijn en 1994

La mano de Hooker fotografiada por Anton Corbijn en 1994

6. Una relación explosiva. Hooker se casó cuatro veces (aunque a veces declaraba que tres) y sólo tuvo hijos con Maude Mathis, con quien estuvo 25 años. Ella se refería a la guitarra del músico como «caja de inanición», la relación era tormentosa y las peleas, antológicas. Maude sabía de las numerosas aventuras del músico durante sus viajes y enloquecía ante la falta de ingresos para mantener a la familia. En una ocasión, la furiosa esposa fue expresamente a un concierto para subirse al escenario y romperle a Hooker la guitarra en la cabeza. Tuvo suerte de que fuera una acústica. Zakiya Hooker, una de las seis hijas del matrimonio recuerda que había un dedo de la mano que su padre no podía doblar porque en una de las reyertas caseras Maude le cortó el tendón.

7. «Boom, boom, llegas tarde otra vez». Tras fichar por una larga lista de sellos, sentó cabeza en 1955 con Vee-Jay, una casa discográfica de Indiana que puso a su disposición a una banda de músicos que se desquiciaban con la anarquía de los esquemas inexistentes de Hooker. Fue con una de esas formaciones de músicos todoterreno, acostumbrados a la imprevisibilidad y encabezados por el pianista Joe Hunter (bregado nada más y nada menos que en Motown) cuando Hooker grabó Boom Boom. El título —según su propio autor, al que no hay por qué creer— surgió en el club Apex de Detroit, donde tocó durante años: «Yo siempre llegaba tarde, ya sabes. Entonces bebía, tenía una botella de whiskey escocés en el coche (…) la chica tras la barra, que se llamaba Willow, decía todas las noches ‘Boom, boom, llegas tarde otra vez’, entonces me vino la idea: eso es una canción».

'Hooker 'N' Heat'

'Hooker 'N' Heat'

8. Europa. En los años sesenta viajó a Europa y encontró en Alemania, Francia, Italia, Dinamarca, Suecia, Suiza y el Reino Unido a una legión de fans que reclamaban su boogie,  entre ellos Mick Jagger y el guitarrista de Led Zeppelin Jimmy Page. Mientras, Vee-Jay se dejaba influir por los nuevos títulos de las demás discográficas y se obsesionaba por cambiar el sonido del músico, que volvió a su hábito de grabar a escondidas para pequeños sellos, esta vez porque fuera de Vee-Jay le dejaban tocar como él quería.

9. «Tendréis que pagarme el doble». Pasó los años sesenta y el comienzo de los setenta colaborando con otros artistas, perdido en el marasmo comercial de la industria del rock. Tal vez el proyecto más notable fue el de Canned Heat en 1971, el grupo de Al Wilson y Bob Hite. Acogieron con admiración a quien reconocían como una influencia decisiva, pero Hooker veía en el proyecto, por encima de todo, la oportunidad de sacar tajada, de resolver tantos años de explotación y engaños colaborando con blancos que lo adoraran. Al comentar la banda que de las sesiones podía salir un doble LP, dijo de manera espontánea: «Entonces tendréis que pagarme el doble».

10. Un anciano solicitado. Con sólo cincuenta y pocos años, el mundo lo veía como la leyenda viva del Delta del blues. Hasta 1988 con la publicación del disco The Healer —con Carlos Santana tocando la guitarra en el tema que da nombre al disco—permaneció en la brecha dando conciertos. El disco fue el regreso soñado que convirtió a Hooker en un anciano solicitado y, con más de setenta años, comenzó a encadenar éxitos y premios. Pasó esa dulce última etapa de su vida en California, en el área de la bahía de San Francisco. Murió plácidamente, mientras dormía, en la ciudad de Los Altos. Todavía, en el club Boom Boom Room de San Francisco, inaugurado en su honor en los años noventa, hay una cómoda mesa redonda frente al escenario, siempre vacía, reservada para John Lee Hooker.

Helena Celdrán

El mejor fotógrafo de la historia es un renegado

Robert Frank

Robert Frank, autorretrato

Lo rompió todo y de manera definitiva. Varias veces. Todo lo perdió. Varias veces.

Es desde hace décadas una sombra entre la niebla de Nova Scotia, en el Canadá más norteño. En noviembre cumplió 87 años. Vive como un ermitaño en una antigua cabaña de pescadores. Reaparece por impulsos. Tiene un genio cambiante.

Puede ser calificado como el mejor fotógrafo de la historia porque incluso cuando dejó de hacer fotos (porque le cansaban y nada le decían, porque renegó de ellas) siguió siendo el mejor.

Hoy le dedicamos la sección Cotilleando a… a Robert Frank (Suiza, 1924), cuya larga sombra, que se proyecta sobre toda la fotografía de los últimos sesenta años, es notable incluso en la ausencia.

El arte de Frank, como él mismo predicó, es objeto simple, fácil y teorizable. No se puede decir lo mismo de la persona y su reacción, porque la vida, como la fotografía, es una respuesta contra uno mismo.

Cubierta de "40 Fotos", 1946

Cubierta de "40 Fotos", 1946

1. Nace en una familia judía de buena posición económica que lo había perdido todo durante el nazismo y la II Guerra Mundial.

2. Se foguea como aprendiz de fotografía en Suiza. Autoedita su primer libro, 40 Fotos, en 1946. Es un portfolio para intentar venderse como fotógrafo. El estilo, demasiado ecléctico: contiene incluso fotos de otros autores retocadas por Frank. Fue reeditado hace unos años.

3. Viaja por Europa, pero en el continente desolado por la guerra no encuentra receptividad. En febrero de 1947 embarca en Holanda hacia los EE UU («me voy a América, ¿cómo puede ser uno suizo?», escribe). Sobrevive en Nueva York hasta que encuentra trabajo como colaborador habitual de la revista Harper’s Bazaar, donde hace bodegones de bolsos, zapaatos y otros accesorios de moda como protegido del gran Alexey Brodovitch, que dió cancha un puñado de los mejores fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX (Richard Avedon, Irving Penn, Lisette Model…).

4. Brodovitch le convence para que abandone la poco ágil Rolleiflex bifocal de medio formato y se pase a la Leica III de 135 milímetros, que permite hacer fotos con una sola mano. Esta decisión cambiará la historia de la fotografía.

"Horse and Sun" - Perú, 1948

"Horse and Sun" - Perú, 1948

5. En 1948 comienza el nomadismo de Frank. Entre junio y diciembre recorre Brasil, Cuba, Panamá y, sobre todo, Perú. Autoedita dos cuadernos de espiral con las fotos. El libro Peru, publicado años más tarde, es su primera obra maestra y predice lo que vendrá.

6. Cruza el Atlántico varias veces. Traba amistad con otros buscadores de verdad (Elliott Erwitt y Bill Brandt) y viaja a Francia, Italia, Reino Unido y España. Entre marzo y agosto de 1952 vive con su mujer, la pintora Mary Lockspeiser, y el primer hijo de la pareja, Pablo, en El Grao (Valencia). Hace fotos sobre corridas de toros. Se hospedan en el hotel El Sol y, como no tienen dinero, pagan al propietario con fotos que hace Frank y que nunca han sido localizadas.

"Sobre Valencia", 1950

"Sobre Valencia", 1950

7. En el casi inencontrable catálogo Sobre Valencia, 1950, el parco Frank -muy poco amigo de teorizar- incluye una de sus más detalladas declaraciones de principios: «Blanco y negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y desesperación a las que la humanidad está eternamente sujeta. La mayoría de mis fotografías son de gente, vista de un modo muy simple, como a través de los ojos del hombre de la calle. Eso es algo que la fotografía debe contener: la humanidad del momento. Esa clase de fotografía es realismo. Pero el realismo no es suficiente: ha de estar lleno de visión, y las dos cosas juntas pueden hacer una buena fotografía. Es difícil describir esa tenue línea donde acaba el tema y empieza la propia mente».

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

8. En 1954, con el padrinazgo de Walker Evans, fundador del moderno fotoperiodismo, Frank solicita una beca de la fundación Guggenheim. En la memoria indica que desea fotografiar en profundidad, en ciudades y pueblos de los EE UU, el rostro de una «nación cambiante». Le dan 3.600 dólares (que amplirán en una cantidad similar dos años más tarde). Frank compra un Ford de segunda mano y se embarca en un recorrido de decenas de miles de kilómetros a través de 48 estados del país, que atraviesa de este a oeste, de norte a sur, de oeste a este y en varias direcciones erráticas más. Armado con su fiel Leica dispara 767 rollos de película (unas 27.000 fotos) durante dos años y medio. El resultado será con los años el libro de fotografía más importante de la historia, Los americanos.

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

9. Proteico y metafórico, real y humano, el foto-ensayo habla de política, religión, pobreza, racismo, riqueza, alienación, redención, música, juventud, medios de comunicación, nacimiento, muerte… Pese a todo, es autobiográfico: la mirada de Frank, que fue detenido varias veces por la policía, expulsado de pueblos y amenazado, está en cada foto. «Trabajo todo el tiempo, hablo poco, trato de no ser visto», escribe en su diario. En algunas etapas embarca a su esposa y sus dos hijos (Andrea, la segunda, había nacido en 1954) en un viaje que parece comenzar eternamente y no tener fin. Duermen en el coche o en moteles baratos, se mueven por impulsos, entran en tiendas y bares, conviven con las paradojas y registran las grandezas. Nunca nadie, ni antes ni después, se tomó tan en serio un recorrido anatómico-fotográfico para diseccionar un país con ternura pero sin piedad.

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

10. Los americanos -83 imágenes seleccionadas por Frank tras un meticuloso y agotador proceso- provoca miedo. Es un espejo demasiado exacto. Las editoriales califican el libro de «perverso», «siniestro» y «antiamericano» y ninguna se atreve a publicarlo. En 1958 Frank logra editarlo en Francia. La introducción la escribe Jack Kerouac: «Después de ver estas imágenes, terminas por no saber si un jukebox es más triste que un ataúd (…) Robert Frank, suizo, discreto, amable, con esa pequeña cámara, que levanta y dispara con una mano, se tragó un triste poema desde la misma América y lo pasó a fotografía, haciéndose un sitio entre los grandes poetas trágicos del mundo», dice. En 1959, cuando el libro aparece en los EE UU, ofende a los críticos. La revista Popular Photography publica siete reseñas en un mismo número. Todas son malas menos una, que destaca el uso del contraste.

Hoja de contactos de "The Americans"

Hoja de contactos de "The Americans"

11. «Una decisión: meto la Leica en el armario. Basta de espiar, de cazar, de atrapar a veces la esencia de lo que es negro, de lo que es blanco, de saber dónde se encuentra el Buen Dios», escribe Frank en 1960. Había empezado a tantear con el cine el año anterior, con Pull My Daisy, inspirada en un texto de Kerouac.

12. Desde entonces se dedica a destruir lo descriptivo para ahondar en su propio estado de ánimo. Ha vuelto a hacer fotos con película Polaroid o cámaras desechables, pero las interviene, superpone, raya, dibuja y escribe sobre ellas. De vez en cuando acepta encargos extraños, como fotografiar un catálogo de camisas, una convención política o la contraportada para un disco de Tom Waits, pero se muestra esquivo y prefiere pasar el tiempo grabando vídeos en los alrededores de su cabaña de pescador.

13. Andrea, la hija, murió en 1974 en un accidente de avión en Guatemala; Pablo, el primogénito, padeció esquizofrenia y murió en 1994 en un centro siquiátrico. Frank vive desde 1970 con su segunda esposa, la artista June Leaf.

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

14. En 1972 hizo las fotos de la portada y las cubiertas interiores del mejor disco de los Rolling Stones, Exile on Main St. Siguió al grupo en la gira de ese mismo año por los EE UU y filmó el documental Cocksucker Blues (El blues de la felación), que fue estrenado en 1975 y proyectado una docena de veces antes de que Mick Jagger y Keith Richard prohibiesen la exhibición por la imagen de brutal amoralidad que se desprende del film. A la hora de escribir esta entrada, el documental está disponible online a partir de este vínculo.

15. Casi todas las películas de Frank también pueden ser encontradas en la red. Son introspectivas y radicales. «Son los mapas de mis viajes por esta vida», dijo de ellas. Inserto para terminar el bellísimo clip que rodó Frank en 1996 para Patti Smith.

Ánxel Grove