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El pato mecánico que hacía la digestión

Una hipótesis sobre el interior del pato de Vaucanson

Una hipótesis sobre el interior del pato de Vaucanson

Era capaz de comer de la mano, tragar los granos de maíz, digerirlos y expulsarlos convertidos en heces. El Canard Digérateur (El pato que digiere) era obra del francés Jacques de Vaucanson (1709-1782), ingeniero especializado en autómatas, al que se le atribuyen inventos revolucionarios, como el primer telar automático.

Fabricado en cobre recubierto de oro, con más de 400 piezas móviles y del tamaño de un pato de verdad, el ave mecánica parpaba, flexionaba sus patas y se tragaba la comida de modo realista, moviendo el cuello para que se deslizara mejor. Pero lo más importante, lo que lo elevó al invento del momento, era su capacidad de producir excrementos.

El pato se había convertido en una estrella. Su mecanismo a la vista permitía al público deleitarse con el proceso digestivo. Vaucanson (que incluso había dotado al animal con un tubo de goma por el que viajaba el alimento) explicaba que en el interior había «un pequeño laboratorio químico» que recreaba la descomposición de la comida con jugos gástricos artificiales, pero lo cierto es que el milagro no era verdadero: un compartimento secreto contenía una papilla verde que simulaba el alimento digerido y la comida se depositaba en otro depósito, algo que no se supo hasta mucho después.

Autodidacta y aficionado desde niño a los mecanismos, en una época en la que los autómatas fascinaban a las cortes europeas de la Ilustración, representaba el espíritu de la intelectualidad de la época: sus autómatas reflejaban un interés enciclopédico por la técnica, la anatomía y el arte. Entre sus admiradores estaba Voltaire, que veía en el ingeniero «un prometeo moderno».

Su primera creación famosa, en el año 1738, fue la figura de un flautista, del tamaño de un hombre, capaz de tocar 12 melodías. No se trataba de un truco barato, el autómata reproducía el sonido con la mecánica de sus músculos artificiales. El inventor recreó el funcionamiento de una tráquea y la complejidad de la lengua con sistemas de fuelles y tubos. Los dedos del flautista eran de madera recubierta de una tela que imitaba la textura de la piel, indispensable para obtener la sensibilidad necesaria al tacto con el instrumento.

Pero el pato era su carta de presentación. Tras haber ganado mucho dinero, cansado de dedicarse al entretenimiento y viendo que corría el riesgo de encasillarse, decidió mandar de gira a sus autómatas y aprovechar el entusiasmo del rey Luis XV (fascinado por el ave), que poco después nombró a Vaucanson inspector de manufacturas de seda, confiándole las mejoras técnicas de la importante industria, amenazada por los avances de Inglaterra.

El audaz ingeniero vendió sus juguetes y poco más se supo de ellos. Parece ser que el pato apareció en el sótano de una casa de empeños de Alemania unas décadas después. Johann Wolfgang von Goethe tuvo la oportunidad de ver en 1805 al ave artificial ya maltrecha, en poder de un coleccionista. «Todavía devoraba copos de avena con brío, pero había perdido sus poderes digestivos», escribió Goethe en su diario.

Helena Celdrán

La morgue mecánica: una atracción de feria en la Inglaterra de los años veinte

Las mujeres acaban de reconocer los restos mortales de un ser querido. Una de ellas llora y hace el ademán de acercar el pañuelo al lacrimal para secarse las lágrimas de modo femenino; la otra intenta consolarla. En el depósito de cadáveres, un forense, un policía y dos investigadores trabajan en el caso.

St. Dennistoun Mortuary (La morgue de St. Dennistoun) es un ingenio mecánico que en su día funcionaba con monedas. Protagonizado por autómatas, populares a principios del siglo XX, el invento fue creado por John Dennison, un artesano inglés de Leeds que se especializó en este tipo de artilugios entre 1875 y 1924. Cuando se retiró, sus hijas continuaron con el negocio durante veinte años mças. Tenían una concesión de máquinas de entretenimiento en la Torre de Blackpool, en la ciudad inglesa de Lancashire, un reclamo turístico inspirado en la Torre Eiffel y rodeada de atracciones.

El interior de la morgue de St Dennistoun

La morgue de St Dennistoun

En la sala de la morgue hay cinco camillas sobre las que han colocado los cadáveres de las víctimas, una tiene un cuchillo a su lado; otra, con el rostro en tensión, tiene el brazo flexionado por el rígor mortis. La escena, de una truculencia inusual para tratarse de un divertimento, es seguramente producto de la curiosidad enfermiza que siempre han producido los crímenes, una especie de antecesor de CSI.

La morgue automática de Denisson fue subastada hace unos días en Estados Unidos, en la ciudad de Marlborough (Massachusetts). Aunque en Skinner, la casa de subastas, datan la pieza en torno a 1900, el pelo corto, el sombrero y el abrigo de las mujeres o el traje del hombre que habla con el policía son indicativos de que el invento es una creación de los años veinte. Incluso las cenefas de los azulejos de la habitación tienen un dejé art déco.

El precio estimado de la pieza era de entre 4.000 y  6.000 dólares (3.189 y 4.784 euros, aproximadamente) y alcanzó los 13.035 (unos 10.400 euros). El mecanismo que atrajo los peniques de los ingleses deseosos de ver en movimiento el escenario lúgubre sigue cautivando a las mentes actuales, provocando una curiosidad por las visiones macabras a las que se añade el carácter tétrico de un objeto antiguo.

Helena Celdrán

Hormigas que viven en un escáner

El francés François Vautier, videoartista y director de cine, instaló una colonia de hormigas en el interior de su escáner hace cinco años. Desde entonces escanea una vez por semana los avances del micromundo. «Las hormigas siguen vivas: el proceso continuará…», dice el artista.

Las imágenes en alta definición descubren una granja de hormigas desarrollándose entre los circuitos de un aparato que también las reproduce. Con el material, Vautier ha grabado ANTS in my scanner un time-lapse de menos de dos minutos: «Observé cómo la decadencia y la corrosión invadían con lentitud -pero con firmeza- los órganos internos del escáner. La naturaleza se apodera gradualmente de un ambiente completamente sintético».

En el interior del heterodoxo terrario hay hojas trasladadas sin descanso, pequeñas migas que se multiplican e iluminan con el paso del haz de luz, capas de óxido que tapan los circuitos. La invasión comienza incluso a ser vegetal: algunas semillas prenden y se abren paso entre los recovecos metálicos. Es cuestión de tiempo que la máquina pronto sucumba por completo a sus habitantes y no pueda documentarlos más.

Helena Celdrán

Los robots de Kraftwerk invaden el MoMa

Sintetizadores, voces mecánicas, vocoders que hablan alemán… Llevan desde 1970 asombrando a los humanos con un aura robótica que han sabido mantener durante cuatro décadas, ajenos a los modas y sin caer en la payasada.

Esta semana traigo a la sección de Artefactos a Kraftwerk, el grupo-máquina de música electrónica fundado en Düsseldorf por Florian Schneider y Ralf Hütter que, con sus alabanzas a las autopistas, los aviones y la robótica, creó una electrónica atemporal mucho antes del estallido del sintetizador de los años ochenta.

Una de las proyecciones de la retrospectiva de Kraftwerk en el  MoMa

Proyección para el disco 'Tour de France' (© Kraftwerk)

Los alemanes saben reirse de sí mismos y la simplicidad de sus temas esconde un espíritu culto y un fino sentido del humor que los ha llevado incluso a dejarse sustituir por robots personalizados en sus conciertos.

Su influencia en la música electrónica los ha convertido en celebridades, tanto que el MoMa de Nueva York ha decidido dedicarles la primera retrospectiva en vivo que organiza el museo.

Kraftwerk protagonizará del 10 al 17 de abril Kraftwerk- Retrospective 1 2 3 4 5 6 7 8: ocho actuaciones en las que el grupo alemán interpretará todos sus discos, a uno por día, en un repaso a cuarenta años de carrera.

En los conciertos el grupo adaptará piezas de su repertorio y se proyectarán imágenes en 3D especialmente creadas para el evento. Los discos se interpretarán por orden cronológico Comenzando con Autobahn (1974) y terminando con Tour de France (2003). Las entradas son baratísimas dado el carácter extraordinario de los conciertos: 25 dólares (unos 19 euros). Se pondrán a la venta el miércoles 22 de febrero.

Helena Celdrán

Bodegones mecánicos de aparatos desmontados

En Disassembly (algo así como desensamblaje) Todd McLellan (Canadá, 1978) no solo pone a prueba su capacidad como fotógrafo, sino como cirujano mecánico. Una grabadora de cinta, un viejo cortacésped, una máquina de escribir, un reloj y una cámara son las víctimas que exhibe con orgullo en su página web.

'Viejo reloj-calendario' - Todd McLellan

'Viejo reloj-calendario' - Todd McLellan

No se trata de mostrar objetos despedazados ni rotos. McLellan desarma las máquinas con un cuidado exquisito. Separa cada pieza sin perjudicarla, como si desactivara un explosivo. Después organiza la carcasa, los muelles, las tuercas, los ganchos… Lo dispone todo de tal manera que el cacharro deshecho adquiere de nuevo una armonía entre sus elementos.

«Quería fotografiarlos de una manera que pudiera dar significado a su existencia«, dice con un deje de nostalgia.

El fotógrafo compone así bodegones mecánicos de objetos anticuados. Algunos los había usado él mismo durante un tiempo, como el reloj-calendario, el teléfono, la cámara y el cortacésped. Otros salieron a su paso en tiendas de segunda mano o en la calle.

A McLellan le interesa descubrir cómo funcionan los mecanismos, qué es lo que provoca que todas las piezas se unan y cumplan el fin de un aparato. Se imagina las manos que han ensamblado cada pequeño componente con precisión y siente que las tecnologías actuales pierden en la comparación. «Y además un producto nuevo ahora ni se acerca a lo que duraban los otros», añade.

Tiene planes de seguir con la serie y entre sus ambiciones está desmontar un tranvía, por lo atractivo de las piezas que lo componen. Dice que tampoco le haría ascos a un avión Piper de los años setenta, pero de momento sigue con la serie de pequeños objetos olvidados y averiados, estudiando cada pieza como si fuera una valiosa joya.

Helena Celdrán

Los robots que nacieron de la chatarra

'Sun' - Nicholas y Angela Snyder

'Sun' - Nicholas y Angela Snyder

Son objetos mecánicos, sofisticados e intrigantes, criaturas hechas a trozos y algo pasadas de moda, compuestas de metales reciclados. Se llaman Booster (Repetidor), Flamingo, Spencer…

«Extrañamente obsesionados con los robots, Nicholas y Angela, un matrimonio de Kansas City (Misuri) se encaprichó un día y decidió construir un robot ellos mismos», dice la declaración de intenciones que figura en su página web.

A Nicholas y Angela Snyder les encanta sentirse unos raros. Aman el término nerd (en inglés, obsesivo) y alardean -más de lo necesario- de ser lo que aquí llamaríamos freaks.

Han llamado a sus creaciones Nerdbots. Cada escultura es única, como la combinación de chatarra que encuentran para componer cada nuevo ejemplar. El pero tal vez sea que son decorativos y no efectúan ningún movimiento mecánico.

Con unos guantes de jardinero examinan las pilas de metal de las chatarrerías para encontrar «el objeto que nos llame la atención, que consideramos fascinante», una pieza que active una idea, que inspire una nueva escultura.

'Flamingo' - Nicholas y Angela Snyder

'Flamingo' - Nicholas y Angela Snyder

Una vieja cámara Polaroid, una linterna o el medidor de algún aparato analógico pueden ser las cabezas. Una radio, una vieja lata de comida o una batería pueden ser los cuerpos.

Trabajan en un gran sótano, con mesas alargadas con compartimentos ocupados por contenedores de plástico: » Solemos meter en diferentes cajas las posibles piernas, las posibles cabezas… ¡Incluso tenemos un departamento de accesorios

Los Snyder dotan además a cada robot de una personalidad y junto a cada ejemplar escriben los gustos y aficciones de la criatura, dándole un aura de personaje literario más que de máquina.

Ante todo, ansían «reciclar todo lo que pensemos que tiene potencial», que ningún cacharro interesante se desperdicie y darle una nueva oportunidad a lo que ya nadie quiere.

Helena Celdrán

Sintetizadores de cartón

'2061' - Dan McPharlin

'2061' - Dan McPharlin

Dibuja paisajes de ciencia ficción: planetas nebulosos, superficies vacías, máquinas, rocas y naves oxidadas.

El australiano Dan McPharlin crea en sus ilustraciones un retrofuturo: el futuro que nunca fue, un lugar imaginario en el que se almacenan cohetes-mochila, casas en la luna, coches voladores y robots-mayordomo.

Como si también quisiera crear la banda sonora de la vida espacial en un futuro nostálgico, hace música con sintetizadores.

Le gusta evocar escenarios extraños, lejanos a la Tierra, producir sonidos más cercanos a los fenómenos científicos que a la creación humana. «Lo que me atrae de la música es lo mismo que me conquista del arte visual: la forma, el espacio, la atmósfera«.

Dan McPharlin

Dan McPharlin

Conoce a fondo modelos y marcas y lleva relacionándose con ellos desde una edad temprana. Habla con cariño y respeto de los ejemplares-mazacote de los años 70 y 80, bloques cuadrados de colores serios que fueron testigo de sus primeros experimentos sonoros.

«Siempre quise diseñar un sintetizador, pero me faltaban conocimientos. El equipo analógico es visualmente muy atractivo, con botones y controles para cada función», dice con ánimo de técnico frustrado.

Las miniaturas que he traído hoy a la sección de Artefactos de este blog son una muestra más del amor de McPharlin por las máquinas analógicas, una solución a su falta de conocimientos mecánicos, un modo más de manifestar la admiración por un futuro nostálgico desterrado para siempre.

Dan McPharlin

Dan McPharlin

Conexiones de cables, bobinas, pantallas ecualizadoras… Es todo mentira, los aparatos son mudos y nunca funcionarán.

El artista tarda en elaborar cada uno de estas bellas maquetas de cartón dos o tres días, aunque es frecuente que vuelva a empezar desde el principio si no le convencen.

Luego fotografía a las maquinitas en bodegones  de tonos neutros,  recreando las imágenes de un catálogo desfasado.

Los sintetizadores fantásticos de McPharlin son tan inútiles como apetitosos, irresistibles y estéticos como un caramelo.

Suspirarías por poder manejarlos como un bebé suspira por echarle mano a un juguete infantil.

Helena Celdrán

Máquinas con entrañas humanas

Mads Peitersen - 'Capture Everything'

Mads Peitersen - 'Capture Everything'

Insultar al ordenador, hablar con la tele, suplicarle a un reproductor de mp3 que no te deje colgado sin batería…

Los artefactos de esta semana son los del dibujante danés Mads Peitersen.

Es un admirador de la cacharrería electrónica que nos acompaña a diario: «Estos aparatos se están volviendo tan sofisticados que los consideramos como si estuvieran vivos. Los usamos tanto que casi nos fusionamos con ellos. Cuando llevas un tiempo con la Xbox o la PS3 empiezas a sentir que tienes en tus manos una extensión de ti», dice por su experiencia de jugador de consolas.

Desde hace un año dibuja entrañas de cámaras fotográficas, reproductores de mp3, teléfonos móviles… Las vísceras corresponden a la anatomía humana.

Mads Peitersen - 'Control Life'

Mads Peitersen - 'Control Life'

Una parte del dibujo muestra el plástico, los botones y las pantallas; la otra parte deja al descubierto ojos, terminaciones nerviosas, intestinos, costillas y músculos: «Es una forma de seguir alimentando la sensación de que hay algo vivo y real dentro de esas carcasas».

Contradiciendo su amor por las máquinas, Peitersen comienza los dibujos a papel, en bocetos donde intenta encajar huesos, músculos y tripas en la forma del aparato. Además, intenta que la composición no se limite a la estética, sino que las vísceras coincidan de alguna manera con las funciones de las piezas. Después lo escanea y termina el trabajo en el ordenador.

Las máquinas cobrando vida son un clásico de la imaginería humana. Pueden sacarte de quicio, alegrarte el día, ser tu peor pesadilla, solucionarte la vida, condenarte al servicio técnico… ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no sienten nada por ti?

Helena Celdrán

Mecanismos que quieren estar vivos

Las máquinas de Reuben Margolin provocan la sensación de estar ante un organismo vivo. Imanes, acero, cuerdas, tubos y motores imitan a la lluvia, a las olas del mar, a las vértebras de un cuadrúpedo, a la forma de nadar de una medusa. Son Artefactos, pero tienen alma.

Las matemáticas y la física lo cautivaron desde siempre, pero al empezar a estudiarlas en la universidad de Harvard le pudo su lado artístico, se licenció en una carrera de letras y se fue a Italia y Rusia para estudiar pintura.

Algo se encendió en su interior cuando en 1999 se puso a observar de cerca a una oruga. Los movimientos reptantes y cíclicos, la precisión biológica del insecto… Tenía que haber maneras de imitar una visión tan estética, compleja y natural al mismo tiempo. Fue el nacimiento de sus esculturas cinéticas.

'Caterpillar' - Reuben Margolin

'Caterpillar' - Reuben Margolin

No voy a hablar del proceso técnico, de las dificultades y teorías que Margolin pueda tener. Eso sería darle un aura de marisabidillo que no tiene y llevaría a los tertulianos a tacharlo de pedante sacacuartos.

En los vídeos suyos disponibles en la red, ya sea en entrevistas informales o en pequeñas conferencias, su sencillez y entusiasmo son abrumadores.

Da la sensación de que la única pretensión de este hombre fuera pasarlo bien con una extraña mezcla de arte y ciencia que enciende su vida personal.

Piezas que se deslizan, que suben y bajan. A veces son simples juegos de anillas, otras son grandes instalaciones con cientos de hilos colgantes que enganchan todas las piezas necesarias para que el movimiento fluya. ¿Quién diría que cuesta tanto trabajo moverse como un ser vivo?

Helena Celdrán