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Las fotos de niños desnudos que Facebook no quiere que veas

Acabo de enterarme de que Facebook —esa compañía que facturó el año pasado casi 6.000 millones de euros con los contenidos que le regalamos los usuarios y que la empresa comparte sin rechistar con los servicios de espionaje— acaba de censurar y borrar unas cuantas fotos de niños desnudos que algunos de mis contactos habían colocado en sus muros a partir de la publicación del vínculo a una pieza de la muy popular web de fotografía Feature Shoot, fundada y dirigida por Alison Zavos.

El artículo cuyas imágenes no pasaron el rasero moral de los chicos de Facebook era una reseña sobre el trabajo del fotógrafo francés Alain Laboile (Burdeos, 1968). Se titulaba The Beauty of Carefree Youth Captured In Father’s Portraits of His Six Children (La belleza de la juventud despreocupada en los retratos de un padre a sus seis hijos), un lema demasiado largo que Laboile podría resumir así: fotos de mis hijos desnudos haciendo el cabra y aprendiendo que esa es la mejor manera de vivir —sobre todo si no quieres terminar siendo un ingeniero informático techie de Facebook o de sus cómplices de la mafia del 2.0 con la misma calidad humana que la cota asintónica de un algoritmo, añado yo—.

Algunas de las fotos que la red social no quiere que veamos en nuestros muros saturados de memez, platos de lasagna y todo tipo de fauna aparecen al comienzo de esta entrada. Los envidiables miembros de la familia Laboile juegan en el barro, se lanzan al agua de una charca, se enjabonan en una tina, meten el dedo en la boca de una rana con dulce crueldad y, en fin, son niños haciendo lo que todo niño debiera hacer: interpretar su propia danza estelar de cometas. Pero, y ese es el problema, están desnudos.

En una entrada anterior del blog (Mi pecado, mi alma, Lo-li-ta) hablé de la ortodoxia y la inquisición de lo correcto ejercida por padres y madres con complejo de fiscales que lapidarían a Vladimir Nabokov («Oh, Lolita, tú eres mi niña, así como Virginia fue la de Poe y Beatriz la de Dante»). Repito dos párrafos de lo que escribí entonces:

La paranoia impone su mandato, amparado por la ley de la corrección. Todo fotógrafo que se acerque a un adolescente (no digamos a un niño) es un pedófilo más culpable que presunto. Ni siquiera el permiso por escrito de los padres o tutores del menor permite el acercamiento de la cámara, del ojo curioso que desea capturar una mínima porción del poder y los nervios del placer al descubierto que atesoran, quizá en exclusiva, los adolescentes.

La sociedad de la polineurosis y la dinámica hipócrita de la protección (esos mismos menores son avasallados por un sistema educativo que promueve la cosificación del individuo y le prepara para la inmoral carrera de ratas de la competencia y el sálvese quien pueda) (…) colocaría [al fotógrafo] frente a una actuación de oficio de la Fiscalía, a petición de un negociado oficial facultado por la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor, que establece como preceptiva la intervención del ministerio público «en los casos en que la difusión de información o la utilización de imágenes o nombre de menores en los medios de comunicación pueda implicar una intromisión ilegítima en su intimidad, honra o reputación, o que sea contraria a sus intereses, incluso si consta el consentimiento del menor o de sus representantes legales» (el subrayado de la demencial expresión es mío).

El fotógrafo francés ha colocado en su web un texto de Cécile Le Taillandier De Gabory sobre esta bella narración familiar. Se nos indica que la serie de fotos están «liberadas de voyeurismo y de la rigidez de las imágenes diarias» y se afirma, con certeza, que Laboile desea «mostrarnos un mundo de libertad, sorpresas, emociones compartidas». No es eso lo que aprecian los repartidores de anatemas, que ven pecado y presunto delito donde sólo hay energía, amor y humor.

Cuando la gran fotógrafa Sally Mann estaba a punto de publicar Inmediate Family, el fotoensayo de la vida en libertad de sus tres hijos, todos de menos de diez años y desnudos en muchas de las imágenes, fue alertada de que algunas de las imágenes podrían ser delictivas. La fotógrafa se entrevistó con la fiscalía para pedir una opinión y le dijeron que había evidencia de pornografía infantil. En una decisión dolorosa, decidió posponer el libro diez años. Pero los críos, que también tienen voz aunque casi nadie les pregunte nunca, dijeron que no y la animaron a publicarlo. La obra apareció en 1992 y nadie se querelló contra Mann. La fotógrafa dijo sobre la serie: «Es la visión natural de una madre sobre sus hijos: desnudos, riendo, llorando, sangrando…».

Como coincido con la tesis y sigo pensando que la maldad y el ánimo depredador están en los ojos de quien mira, publico bajo la firma  de esta entrada una imagen de Mann y dos de sus hijas que Facebook nunca publicaría y los fiscales vocacionales jamás consentirían. Las tres mujeres orinando a carcajadas, creo, resume la revolucionaria actitud que Goethe expuso con simpleza cuando dijo que «la vida es la niñez de nuestra inmortalidad».

Ánxel Grove

© Sally Mann

© Sally Mann

El mundo deformado a mano de Lola Dupré

A mano, con papel, tijeras y pegamento: no hay más ingredientes en la obra de Lola Dupré. Los trocitos minúsculos se arremolinan en sus figuras creando la sensación de estar viéndolas a través de un cristal roto o un espejo deformado.

Dupré hace su versión de la 'Venus desnuda' de Lucas Cranach

Dupré hace su versión de la 'Venus desnuda' de Lucas Cranach

Invierte de 20 a 30 horas en cada imagen y, entre encargos y proyectos personales, puede estar jugando con la cara de Nicolas Sarkozy o transformando una delicada Venus, pintada por Lucas Cranach el Viejo, en un monstruo de siete piernas y 14 ombligos.

En su búsqueda de ilustraciones y fotos, se tiene que ceñir a las que estén libres de derechos o las que le proporcione el cliente. Dupré hace varias impresiones de la misma imagen, a diferentes tamaños, para combinarlas y conseguir así la distorsión. La destreza que ha adquirido con el uso del pegamento la protege de los borrones y lamparones de un escape inesperado.

Su estudio acaba de cambiar de ubicación, pero no de espíritu. Ahora en Aviñón (Francia) y antes en Glasgow (Escocia) el suelo está cubierto por una perpetua capa de papeles, como si hubiera sido víctima de un violento vendaval. Ni las telas de araña quedan exentas de la invasión y exponen como si fueran moscas los recortes más pequeños.

El resultado final no es un mero collage. Dupré alcanza la unidad, las fronteras entre los diminutos polígonos de papel apenas es visible, hasta tal punto que parece normal que un gato tenga la cabeza del tamaño de una sandía, que la espía Mata Hari haya desarrollado un morro parecido al de un oso hormiguero o que Winston Churchill sea una masa de carne llena de ojos.

Helena Celdrán