Entradas etiquetadas como ‘Jorge Luis Borges’

Tres cuentos: un ‘serial killer’, el inventor de Kelloggs y Mata Hari

"Diferencias entre los gigantes y los guerreros" (grabado escandinavo de 1555)

«Diferencias entre los gigantes y los guerreros» (grabado escandinavo de 1555)

El subtítulo de esta entrada debería ser: cuando el cuento es una historia y la historia es el cuento.

«Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible«, escribió Borges en uno de sus cuentos. Quizá la belleza de la frase oculte su falsedad: la historia es, casi siempre, una fantasía y no un «tinglado invulnerable», como apuntó Pío Baroja con su cantábrica certeza. La historia es una suma de falsedades interpretadas para construir un recuento, término que, no por casualidad, implica una suma o sucesión de cuentos.

Aunque el grito de la historia nace con cada humano y tal vez condiciona el calado o el rumbo de sus pasos, la historia que nos cuentan, que nos dejamos contar, que pervertimos y moldeamos con buenas o discutibles intenciones, es a menudo una cadena de ficciones.

Perry Smith y Dick Hickock, los verdaderos asesinos de "A sangre fría", retratados en 1960 en la cárcel por Richard Avedon

Perry Smith y Dick Hickock, los verdaderos asesinos de ‘A sangre fría’, retratados en 1960 en la cárcel por Richard Avedon

Kipling sostenía que «si la historia fuese contada en forma de cuentos, nadie la olvidaría». Creo ciegamente en esa idea , que veo confirmada en los Episodios Nacionales de Galdós, quizá el mejor reportero de  la historia de España, los libros del gran Balzac y las páginas de estremecedora realidad-no-del-todo-real de  A sangre fría (Truman Capote, 1966), Despachos de guerra (Michael Herr, 1977), La canción del verdugo (Norman Mailer, 1980) y otros libros del género que los departamentos universitarios, con su gusto por el gregarismo terminológico, llaman no ficción y yo prefiero considerar periodismo literario, así como también en muchas novelas de ficción pura a la que nadie puede discutir la condición de históricas —paradigma contemporáneo: Vida y destino, de Vasili Grossman, donde la mucha sangre derramada en Stalingrado ahoga al lector con más fuerza que las cifras estadísticas del horror: entre tres y cuatro millones de muertos—.

Soldados del ejército ruso en la batalla de Stalingrado, 1943

Soldados del ejército ruso en la batalla de Stalingrado, 1943

Pero el cuento puede ser perverso y la historia es a menudo trastornada con excusas ideológicas (propaganda), por motivos económicos (publicidad) o porque le da la gana al narrador o a la sucesión de narradores (adulteración, falsificación). Hace dos días dimos en este blog un ejemplo palmario: la gran mentira de Henry David Thoreau, que redactó como teoría filosófico-social sobre el ascetismo y la vida simple su experiencia en una serie de picnics burgueses y bien abastecidos en una cabaña al alcance de la casa de mamá.

Para comprobar la abundancia de malos cuentos históricos y la manipulación grosera que a menudo hemos terminado creyendo como verdadera o convirtiendo en historia oficial, tomemos a un serial killer, un fabricante de cereales y una espía. Ninguna de sus historias ha sido contada según los hechos, pero todas ellas son un atractivo cuento.

El 'castillo del crimen' de H.H. Holmes en una ilustración del Chicago Tribune de 1895

El ‘Castillo del crimen’ de H.H. Holmes en una ilustración del Chicago Tribune de 1895

1. La prensa inventó a finales del siglo XIX al primer serial killer de los EE UU, H.H. Holmes. En la fabulación del personaje —un tipo claramente perverso pero no del calibre que sugieren las hemerotecas— trabajaron dos pájaros de cuidado: los millonarios editores y enemigos  Joseph Pulitzer, que dejó en su testamento los fondos para un premio dedicado al periodismo de investigación que nunca ejerció en vida, y Randolph Hearst, inventor de la prensa amarilla e inspiración del déspota ególatra Ciudadano Kane del cine.

Para vender más diarios como objetivo único, los dos se la jugaron a la misma carta: intentar convencer a la opinión pública de que Holmes era «el mayor asesino de la era moderna» y «el más perverso de los criminales de la historia»  —los entrecomillados son titulares textuales de sendos periódicos de Pulitzer y  Hearst, respectivamente. Que las pruebas y las investigaciones policiales señalaran en otra dirección no provocó en los editores más que un deseo creciente de seguir redactando una trama sangrienta, loca, paradójica y excesiva. Una gozada literaria pulp entregada al público como si fuese real.

Fotos policiales de H.H. Holmes

Fotos policiales de H.H. Holmes

Holmes era un personaje perfecto: guapo, ojos azules, bien educado, con don de palabra y gentes. Sus apetitos también cuadraban (estafador de viudas, vividor, galante, frecuentador de burdeles…) y el escenario tampoco necesitaba retoques: Chicago durante la Feria Mundial de 1893, visitada por 26 millones de personas extasiadas ante la magia de la novedosa luz eléctrica y otras fantásticas promesas de la inventiva y el progreso humanos —la poderosa poética del recinto ferial sirvió de modelo para la Ciudad Esmeralda del reino mítico de Oz e inspiraría con una nueva idea, los parques temáticos, a un trabajador de la feria llamado Elias Disney, futuro padre de todos sabemos quién—.

La policía logró probar cuatro de los crímenes de Holmes, pero los diarios atribuyeron al Archiasesino, como le llamaban, hasta doscientos. Hearst, que tenía 32 años y una ambición sin freno para derrotar al imperio de Pulitzer, contrató detectives privados, aprobó pagos a cambio de testimonios falsos y montó teorías perfectamente documentadas como la del Castillo del crimen, una pensión realmente regentada por Holmes durante la Feria Mundial y en la que no se encontraron ni siquiera pruebas circunstanciales delictivas, aunque, según los libelos de Hearst, la casa era un laberinto malévolo, con trampas, pasillos escamoteados, lóbregas cámaras de tortura y artilugios capaces de hacer desaparecer cadáveres.

Holmes asesinando a un niño en una ilustración de un diario de la época

Holmes asesinando a un niño en una ilustración de un diario de la época

Cuando Holmes fue ahorcado, en mayo de 1896, el circo mediático había exprimido al personaje y sus múltiples sombras. Dos días antes de la ejecución, el New York Journal de Hearst publicó una «confesión detallada» firmada por el asesino a cambio de 7.500 dólares: incluía desde abortos a tráfico de cadáveres y, desde luego, crímenes sanguinarios de mujeres, niños y ancianas a lo largo de todo el territorio de los EE UU. El documento era falso y fue redactado por un plumilla a las órdenes del magnate.

La historia real sale perdiendo de calle y la novela sobre Holmes del fabricante de best sellers Erik Larson The Devil in the White City —que será protagonizada en la anunciada versión cinematográfica por Leonardo DiCaprio— se basa en el cuento fabricado por los editores sin vergüenza.

John Harvey Kellogg

John Harvey Kellogg

2. La «defecación sin represión» del señor Kellogg. El caso de John Harvey Kellogg (1852-1943) es el de un hombre perturbado y fundametalista que ha pervivido como patriarca de una marca, los cereales Kellogg, asociados a los valores positivos de la nutrición sana.

El fundador de la empresa, médico, vegetariano y devoto seguidor de los dogmas de fe adventista del Séptimo Día, tenía una opinión muy concreta sobre el origen de todos los trastornos físicos (el funcionamiento de los intestinos) y el método para curarlos: cagar bien y cuanto hiciese falta.

«Defecación sin represión», uno de sus lemas, no era el más radical. También predicaba el ayuno sexual («el sexo es la cloaca del cuerpo humano»), llevar una dieta vegetariana estricta («el consumidor de carne se ahoga en un mar de sangre»), abstinencia tabáquica («el hígado es el único obstáculo entre el fumador y la muerte») y evitar las novelas románticas, los colchones de plumas —no me pregunten por qué— y la masturbación («el asesino silencioso de la noche»).

Will Keith Kellog en un anuncio de sus cereales

Will Keith Kellogg en un anuncio de sus cereales

En una campaña de ansia evangelizadora sobre las virtudes de la defecación, el doctor Kellogg se dedicaba a administrar enemas con carácter universal en la clínica Battle Creek Sanitarium, que pagaban las arcas de la iglesia adventista.

Tenía el último grito en maquinarias para lavativas, entre ellos un ingenio alemán que podía inyectar 57 litros de agua en los intestinos de una persona en segundos. Tras el enema, el agotado paciente debía beber un cuarto de litro de yogur y recibir otro tanto por el recto en un segundo enema. Kellogg aseguraba que el tratamiento daba lugar a un intestino “relimpio” y en caso de fallo echaba la culpa a la «masturbación secreta» del paciente.

No está claro si el invento de los Corn Flakes debe atribuirse a John Harvey o a su hermano Will Keith, más diestro con el tratamiento, fabricación y comercialización de alimentos (John Harvey quería llamar a los cereales Sanitas). De lo que no cabe duda es de la ocultación histórica de la obsesiva ideología de los adventistas Kellogg y su coprofilia. Del mensaje sobre la importancia de la puntualidad intestinal sólo quedan esas referencias indirectas y rayanas con la danza contemporánea —la mano que se mueve gentilmente a unos centímetros del vientre— de las muchachas Kellogg que dicen desear estar en forma desde una situación cercana a la delgadez.

¿La empresa de cereales? Como un reloj. El año pasado facturó en ventas más de 1.000 millones de euros.

Mata Hari

Mata Hari

3. La tinta invisible era espermicida. «Mi madre, gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany, murió a los catorce años, el día de mi nacimiento. Los sacerdotes me adoptaron y me pusieron Mata Hari, que quiere decir pupila de la aurora«, señalaba en sus declaraciones a los periodistas y el público. Añadía que de la diosa Siva había aprenido los ritos secretos de la danza. Desde luego, mentía.

Mata Hari (1976-1917) era una convulsa fábrica de libelos. Abría la boca para engañar y la madeja de embustes terminó por colocarla ante un pelotón de fusilamiento, convertida, sin prueba alguna, en la espía más famosa de la historia. Tenía 41 años pero parecía veinte más vieja.

Mata Hari

Mata Hari

Había nacido en Holanda, se llamaba Margaretha Geertruida Zelle y se había casado a los 19 con un militar al que conoció a través de los anuncios de contactos de un diario («oficial del Ejército necesita compañía»). Se marchó con él a Java y, bajo el uniforme del que se había enamorado («amo a los militares, prefiero ser la amante de un oficial pobre que de un banquero rico«, declaría más tarde ante el tribunal), descubrió  a un hombre autoritario e irascible.

Regresó a París convertida en Mata-Hari, bailarina exótica de striptease, y sedujó a los franceses con la falsa personalidad de una oriental voluptuosa que perseguía «la perdición de los hombres y de los sabios».

Tras unos años de intentos vanos por labrarse un nombre como actriz —su técnica de baile era muy pobre, no pasaba de unos cuantos pases de manos y giros de pelvis—, empezó a ganarse la vida como cortesana y amante mantenida de oficiales.

Fue apresada por los ingleses bajo la acusación de espiar en favor de los alemanes en los primeros meses de alta paranoia de la I Guerra Mundial. La sometieron a un examen físico humillante —decían que podía esconder documentos en su sexo— e intentaron probar que dos pequeños frascos que llevaba consigo eran de tinta invisible para pasar mensajes al enemigo cuando en realidad se trataba de cremas espermicidas para evitar el embarazo.

Luego decidieron que el lugar donde podría guardar los secretos era en los pechos, porque alguno de sus muchos compañeros de cama declaró que no se quitaba un pequeño corsé para hacer el amor. «Tiene los pechos pequeños y se avergüenza de la palidez de sus pezones«, escribió el encargado de redactar el informe.

Última foto de Mata Hari, poco antes del fusilamiento

Última foto de Mata Hari, poco antes del fusilamiento

En un proceso militar en el que la acusada no tenía derecho a pedir la comparecencia de testigos civiles que declarasen a su favor, fue condenada a muerte pese a que ninguna acusación pudo ser probada. Sólo se comprobó que había sido tanteada por los servicios de espionaje franceses, a los que pasó, en prueba de buena voluntad, algunas informaciones durante una estancia en Madrid. Todo parece indicar que la sentencia fue un aviso a navegantes en un momento complejo en el que el devenir de la contienda era impredecible.

La fusilaron el 15 de octubre de 1917 al amanecer. Se negó a que le vendasen los ojos y atasen las manos. El cadáver, que nadie reclamó, fue entregado a la facultad de Medicina de París para que los estudiantes practicasen cirugía.

Cuarenta años después, el fiscal militar que se encargó de ejercer la acusación en el proceso contra Mata Hari dijo en una entrevista: «No encontramos evidencias de ningún tipo de que aquella mujer fuese una espía».

Ni un gramo de glamour en el mito y demasiada melancolía en la historia real.

Ánxel Grove

Las malas fotos muy bien subvencionadas de las ‘celebrities’

Andy Warhol - "European license plate", 1986

Andy Warhol - "European license plate", 1986

Acaban de exponer esta miseria en un museo. Dicen que es una foto y le atribuyen categoría de objeto artístico. De acuerdo, es un objeto, cosificado y repetido cuatro veces. También es una foto, una consecuencia física del impacto de la luz sobre una superficie sensible. De arte («visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros») tiene menos que Pérez Reverte de literatura o Mariano Rajoy de bonhomía.

Es de Andy Warhol, claro, la gran ramera, el artista trapichero con menos masa encefálica del siglo XX, un tipo vacío, inepto y simplón que no era capaz de hacer nada porque nada sabía hacer: a Basquiat intentó robarle el genio y los cuadros; a Paul Morrisey, le birló las películas, en cuyos rodajes Warhol ni siquiera aparecía; al gran Tom Wilson, la producción musical del primer disco de la Velvet Underground; a Valerie Solanas, un guión. Ella le respondió con tres balas del calibre 32. Si te dedicas a la delincuencia acabas como un delincuente. Pura lógica.

Desde la izquierda, Agatha Ruíz de la Prada, Warhol y Pitita Ridruejo. Madrid, 1983 (Foto: El Mundo)

Desde la izquierda, Agatha Ruíz de la Prada, Warhol y Pitita Ridruejo. Madrid, 1983 (Foto: El Mundo)

España, cierto sector de España y, en concreto, cierto moderneo muy madrileñista que se hace el amor a sí mismo de tanto que se gusta y ha crecido en el convencimiento de que Juana de Aizpuru es un avatar de Santa Teresa de Ávila y Carlos Berlanga una especie de Juan el Bautista, adora al mediocre Warhol, a quien, en plena movida, se le saludó en la aldea-capital con honores que no habían merecido, por citar sólo a dos genios humildes y necesarios, Jorge Luis Borges o Brian Eno. Durante una de sus dos visitas, Warhol hizo la foto-paparrucha de la matrícula del Peugeot 505 que abre esta entrada.

Warhol vuelve a estar en Madrid. Ahora en esencia, se murió, con la merecida vulgaridad, tras una operación de vesícula en 1987, con horas de diferencia de Zeca Afonso: nunca olvidaré quién lloró entonces por el capo del arte y quién por el trovador portugués, ésa es la frontera moral que trazo cuando me presentan a alguien: «en febrero de 1987, ¿lloraste por Zeca o por Andy»?, pregunto. Quien responda que por el primero, aquí tiene a un amigo. Prefiero no volver a frecuentar a quien diga que por el segundo.

¿Quién trae a Warhol de regreso? El interrogante es innecesario. Por supuesto, un banco. Nada menos que el Santander de ese señor que acaba de recibir en Brasil, disfrazado de salmón, al dolorido Rey de España —si menos o más dolorido que el huerfanito Dumbo es una duda de calado—.

Bianca Jagger, en una de las Polaroid de la serie 'Celebrities' de Warhol

Bianca Jagger, en una de las Polaroid de la serie 'Celebrities' de Warhol

El banco de Botín —el Señor Salmón que el año pasado se embolsó un botín salarial de 4,5 millones de euros y que acaba de ser declarado limpio hasta la ropa interior (¿se imaginan que también sea asalmonada?) por un supuesto delito fiscal relacionado con unas cuentas suizas para el small change— sufraga la magna exposición De la Factory al mundo. Fotografía y la comunidad de Warhol, seguramente la menos interesante de las muchas de PHotoEspaña 2012.

La muestra de Warhol y sus acólitos pagada por Botín es una colección de fotos sobre el fenómeno inexplicable de un mediocre, cuyo triunfo sólo proviene del culto a la personalidad, la decadencia y el hedonismo, valores que parecían muy cool en 1968 y en el Madrid de la movida, pero que en el medieval retrofuturo que padecemos sólo puede sufragar un megabanquero, sumamente tranquilo con su salario y la siempre agradable comodidad de los fondos de rescate como red de seguridad.

¿Por qué tantas celebrities se han convertido en apasionados fotógrafos? Tienen el mismo derecho que cualquiera, sin discusión, a hacer fotografías, incluso malísimas fotografías, como suele ser el caso, pero ése no es el asunto. A una celebrity le pagan por las fotos, sean malas o malísimas. Y les pagan, casi siempre, los únicos que tienen small change: los malos de la película en la que nos obligan a trabajar como extras.

Patti Smith - "Virginia Woolf's Desk, Monk's House", 2003

Patti Smith - "Virginia Woolf's Desk, Monk's House", 2003

Patti Smith, por ejemplo. Desde que la inspiración se le escapó de entre las manos hace ya unas décadas —en lo que a mí respecta su vida artística está justificada con un sólo disco, Horses (1975)—, Smith picotea aquí y allá con unas fotos Polaroid que, como la de la izquierda, sólo tienen un valor: estar firmadas por una estrella.

Hace unos años logró que financiará la publicación de algunas la Fundación Cartier. No se debe confundir con la Cartier-Bresson, donde la señora Smith sólo sería admitida pagando el ticket de entrada o como meritoria en un taller de iniciación a la fotografía: se trata de la Cartier de los joyeros-relojeros, magnates ante cuyas dádivas no parece tener reparos la muy revolucionaria cantante, cuyas salidas de tono recientes parecen presagiar algún tipo de anticipada senectud: se ha convertido en una iluminada redentorista de la literatura sudamericana tras tirarse cuarenta años sin quitar los ojos de los simbolistas franceses, sin advertir que en su siglo y en su continente también había otras voces (y traducidas al inglés).

Jessica Lange - "California"

Jessica Lange - "California"

Tercera pancista: Jessica Lange, la actriz en horas bajas que desde 2008 —cuando publicó 50 Photographs, un libro de vergüenza ajena con prólogo, nada es casual, de su amiga Patti Smith— anda mercadeando con su, ejem, mirada.

Lange mostró al mundo sus fotos el año pasado en el Centro Niemeyer de Avilés (Asturias), ese chiringuito-elefante blanco que suspendió su programación poco después.

No consta quien aseguró a los responsables del castillo arquitectónico que Jessica Lange fuese fotógrafa y no una señora muy viajada y con posibles como para llevar una Leica encima. Tampoco consta cuánto le pagaron por colgar sus prácticas.

Como me niego a insertar un pastiche de Antonio Banderas, otro que ha mamado del dinero público (Instituto Cervantes) para sufragarse el capricho de retratar escenas dignas de una falla, termino con la obra del único famoso-fotógrafo que me parece poética, sincera y con intención.

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

El actor Brad Pitt lleva años retratando a Angelina Jolie y a los hijos de la pareja. Que yo sepa nunca ha exhibido las fotos, ni cobrado por ellas, ni intentado comercializarlas como arte a través de algún galerista o institución.

Son instantáneas de suave lirismo, gran riesgo formal —muy forzadas, de grano grueso y acabado errático—, un inteligente uso del espacio negativo y enorme poder de sugestión. Un inesperado y consolador placer entre tanta celebrity arribista.

Ánxel Grove

 

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

Brad Pitt - "Angelina Jolie"

Brad Pitt - "Angelina Jolie

El evangelio de una ninfa

"El Libro de Monelle"

"El libro de Monelle"

Monelle me encontró en la llanura por la que yo erraba y me tomó de la mano:
-No te sorprendas, dijo, soy yo y no soy yo;
Me encontrarás una vez más y me perderás;
Y otra vez volveré a ti; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido;
Y me olvidarás y me reencontrarás y me olvidarás y me volverás a olvidar.
Y Monelle añadió: te hablaré de las pequeñas prostitutas y entonces sabrás el comienzo.

La traductora dice en el prólogo que la voz de El libro de Monelle es la que tendría un cruce entre Zaratrusta y el Principito, «aunque sólo si éste hubiera leído a Baudelaire, Rimbaud o Dostoievsky».

La traductora-prologuista del libro es Luna Miguel, 21 años, poeta lolita, mandrágora 2.0 y, creo no equivocarme, también modelo retratada en la cubierta de la edición, novedad fresca de la Editorial Demipage.

Marcel Schwob (1867-1905), escribió el libro en 1894. Diez años antes había descubierto a Stevenson, al que tradujo al francés y del que tomó varias máximas como mandamientos: «puedes dar sin amar, pero no puedes amar sin dar», «no existen tierras extrañas; es el viajero el único que es extraño», «las mentiras más crueles son dichas en silencio»…

La nueva edición en español de El libro de Monelle -no es la única, hay al menos otras dos disponibles, ya que los derechos de Schwob están caducados y es barato ponerlo en el mercado- tiene el mérito de ser la más apasionada, lo cual, siguiendo la recomendación porcentual de Stevenson para hacer de la vida una fiesta (45 por cien de arte y 55 por cien de aventura), es lo único que debe importar.

Marcel Schwob

Marcel Schwob

Considerado como un gran escritor pero condenado -acaso porque no supo venderse o quizá porque ni siquiera lo intentó- a permanecer en la gran cofradía de los autores menores, se suele citar a Schwob como una presencia subterránea (Bolaño, Tabucchi y Perec le deben bastante) y un predictor de dos fuerzas mayores de la literatura moderna: William Faulkner y Jorge Luis Borges, quienes tomaron al dictado un par de libros de Schwob, La cruzada de los niños (1895) y Vidas imaginarias (1896), como inspiración respectiva de Mientras agonizo (1930) e Historia universal de la infamia (1935).

El libro de Monelle es, a la vez, un cuento de hadas sobre una jovencísima puta con sangre fría e inevitable conciencia de muerte, una colección de aforismos nihilistas y un evangelio con dos verbos: redimir y perder. Citando sin mencionarlo a Robert Graves, Luna Miguel, eleva a la protagonista-narradora a la categoría de Diosa Blanca y la bautiza como «La Que No Tiene Nombre», la virgen presente en cada mitología mucho antes que el fuego iluminase las cuevas de los hombres.

La Monelle sacerdotal, íncuba y santa, nínfula y grotesca, niña y anciana, vivió en este mundo. Se llamaba Louise y enamoró al joven escritor de un modo posesivo, atroz, tierno… Ella era una cría esquelética, consumida por la tuberculosis, una prostituta ocasional, cuyo deambular parisino se cruzó con el de Schwob bajo una lluvia de otoño.

Primera edición

Primera edición

Se vieron a diario durante meses. Louise redactaba a Marcel cartas que no sólo eran aniñadas por los creyones de colores que utilizaba:

«Se me cae el pelo, cubre tus uñas, que crecen, y las escamas de tu piel, que caen. Me duele la tripa. He cosido la nariz de mi muñeca. Ahora es más corta y delgada y me olvidé de hacerle agujeros. Seguiré con las siluetas más tarde, pero creo que he perdido las tijeras. No olvides traerme otras cuando regreses. Quizá me ayude. Pichciquinki«.

Vivieron creciendo como niños, hablando como cotorras, abusando a conciencia y porque sí de los diminutivos, haciendo el amor con premura de condenados. Ella fumaba cigarros. Él, pipa. Cuando Louise murió por la tuberculosis nunca curada, el 7 de diciembre de 1983, a los 25 años, Schwob hizo dos cosas: llevarse todas las muñecas de ella para cuidarlas y entregarse a un par de formas radicales de olvido: el opio y el éter.

Aunque siete años después se casó en Londres con la actriz Marguerite Moreno, amiga de Colette y confidente de Mallarmé, el escritor nunca fue el mismo. También a él empezó a dolerle mucho la tripa. No quiso escuchar a los médicos y se largó a Samoa en busca de la tumba de Stevenson. Cuando volvió a París parecía tener 80 años. Murió a los 38.

Cuatro 'Monelles'

Cuatro 'Monelles'

No consta qué encontró Schwob en los mares del sur, pero no es difícil suponer que la voz de Monelle le acompañó a la ida y a la vuelta:

No te conozcas.
No te preocupes por tu libertad: olvídate de ti mismo.
(…)
Las palabras son palabras mientras son pronunciadas.
Las palabras que se conservan están muertas y engendran pestilencia.
Escucha mis palabras habladas y no actúes de acuerdo a mis palabras escritas.

Lean El libro de Monelle traducido por Luna Monelle Miguel. Compartan el secreto a voces de una de las piezas literarias más hermosas de la historia.

Aprendan de ella, la ninfa-prostituta, cuando afirma: Olvídame y te seré devuelta.

Ánxel Grove

Los secretos de Dickens: moralista, infiel, mentiroso, racista….

Charles Dickens, mayo de 1852

Charles Dickens, mayo de 1852

La fiebre de las efemérides es como uno de esos amigos que sale del subsuelo en tu cumpleaños tras haber permanecido en la Antártida los 364 días anteriores.

La más reciente gran efeméride ha traido de regreso a quien nunca se había ausentado: Charles Dickens (1812-1870), de cuyo nacimiento se celebró el bicentenario hace unos días.

El término inglés dickensian (dickensiano), dice el diccionario, es aquello que no alcanza las condiciones mínimas de vida o trabajo que garanticen la dignidad humana, pero también puede aplicarse a las trabas burocráticas, la lentitud de la justicia, la vida urbana regida por la cobardía y el individualismo…

En la última temporada de la serie The Wire -que a Dickens le hubiese encantado por su esplendor coral-, un editor de prensa que quiere ganar el Pulitzer antes que contar la verdad se empeña en promover el punto de vista «dickensiano» sobre cualquier tema. Cuando emitieron el último capítulo de la serie, el New York Times, con bastante acierto, tituló la crónica: «Sin  final feliz en la dickensiana Baltimore«.

Dickensiano, como kafkiano, borgiano, términos aceptados por la Academia, o ballardiano, que los académicos, no pidamos milagros en la casa de la artritis literaria, aún no saben lo que significa, son adjetivos que, además de explotar en significados variados, siempre entrevistos a través de los cristales de aumento de las obras de los  escritores, dicen lo obvio: la fusión de un cuerpo literario con la vida, la confusión de lo real con lo imaginado…

Es placentero -y un poco vertiginoso- pensar que los confusos jardines de Babilonia fueron borgianos siglos antes de que un escritor llamado Borges ganara horas a la noche lidiando con la tinta para describirlos con justicia o que la expoliación española de la colonias de ultramar diera lugar a una muy dickensiana madeja de rapiña y abusos sin que ningún Dickens estuviera allí para contarlo.

Dada la dickensmanía del bicentenario -injusta como toda celebración de pum, se acabó- y, sin pretender nada más que aportar unas pinceladas al dibujo de un personaje que a todos nos acompaña de forma contundente exista o no la efeméride, dedicamos este Cotilleando a… -nuestra sección de biopsias– a algunos de los secretos de Charles Dickens, moralista, mentiroso, infiel, mujeriego a la chita callando y con vergüenza, racista, engreído y enorme escritor que, sin ninguna modestia, se refería a si mismo como El Inimitable.

Dibujo de la prisión de Marshalsea, 1729

Dibujo de la prisión de Marshalsea, 1729

1. Hijo de un prisionero. John Dickens, el padre del escritor, empleado en la oficina de pagos de la Armada Real, era un hombre que no sabía administrar sus escasos ingresos y el siglo XIX en Inglaterra era muy peligroso para los deudores. Al señor Dickens lo encarcelaron en 1824 en la tenebrosa y húmeda prisión londinense de Marshalsea, fundada dos siglos antes para encerrar a los acusados de practicar la sodomía y el bestialismo. ¿Delito? Adeudar a un panadero 40 libras y diez chelines.

La mujer del reo y los tres hijos pequeños del matrimonio tuvieron que irse a vivir a la cárcel -injusticia habitual en aquel tiempo- porque no les quedaba nada tras los embargos judiciales.

El primogénito, Charles Dickens, que tenía 12 años, se quedó en casa de una amiga de la familia, tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar diez horas al día, siete días a la semana, en una fábrica de betún para el calzado. Le pagaban seis chelines a la semana.

Aunque el padre logró salir de la cárcel a los tres meses (recibió la herencia testamentaria de su madre y pagó parte de las deudas), el fantasma de la insolvencia siguió acechando a la familia y Charles, que nunca perdonó a su madre que no trabajara ella, tuvo que seguir produciendo plusvalías: primero como empleado en un juzgado y luego, tras aprender por su cuenta taquigrafía, como cronista judicial y parlamentario para periódicos.

Sintió tanto la humillación de ser hijo de un deudor insolvente que sólo reveló la verdad a su íntimo amigo y editor John Forster, que hizo públicos los hechos cuatro años después de la muerte de Dickens.

Ellen Ternant

Ellen Ternan

2. La amante secreta. Dickens se casó joven, a los 24 años, con una chica tres años más joven, Catherine Thompson Hogarth, hija de un editor de prensa para el que trabajaba el escritor. Tuvieron diez hijos. Todos se marcharon de casa en cuanto les fue posible porque no soportaban el carácter del padre, una persona que exigía a los demás que fuesen como él creía ser, «perfecto».

Hay constancia de que el marido fue infiel a su mujer en varias ocasiones, pero el gran amor de Dickens fue la actriz Ellen Lawless Ternan, a la que conoció en 1857, cuando él tenía 45 años y ella 18.

Fueron amantes durante 13 años, pero Dickens, al que gustaba su imagen pública como pilar de la sociedad y la moral victorianas, hizo todo lo posible para ocultar la relación: alquiló para Ternan una casa en las afueras de Londres y la veía en secreto.

Más tarde ordenó a Ternan que quemara todas las cartas que le había enviado.

El matrimonio con Catherine Hogarth terminó un año después de que comenzara la aventura, pero el divorcio era impensable para los Dickens, demasiado pendientes del qué dirán, y los cónyuges se separaron.

Seis años después de la muerte del escritor, Ternan, que tenía 37 años se casó con un pastor de 25. Tuvieron dos hijos y ninguno, ni tampoco el marido, supieron nada de la relación de Ellen con Dickens.

Los protagonistas de la historia fueron tan celosos con los rastros del adulterio que sólo en 1991 logró conocerse con detalle la verdad, revelada en el libro de la historiadora Claire Tomalin The Invisible Woman: The Story of Nelly Ternan and Charles Dickens. El libro afirma que la pareja tuvo un hijo en secreto, nacido en Francia y nunca reconocido por Dickens. Otros biógrafos del escritor rechazan esta tesis.

Grabado sobre el accidente de tren de Staplehurst

Grabado sobre el accidente de tren de Staplehurst

3. Héroe (pero mentiroso). El 9 de junio de 1865, Dickens, Ternan y la madre de ésta regresaban a Londres en un vagón de primera clase de un tren que procedía de Francia. En Stapelhurst (Kent), varias unidades del ferrocarril cayeron a un río, en un accidente en el que murieron diez personas y 40 resultaron heridas, entre ellas la amante del escritor. Una de las lesionadas fue la amante del escritor.

Dickens se comportó como un «héroe» ayudando a los moribundos y heridos, dijeron los diarios de la época.

El escritor, que sacó buenos réditos de la fama, no rechazó ninguna entrevista y escribió un relato inspirado en la catástrofe, se encargó de hablar con cada uno de los periodistas que se acercaron al lugar y las autoridades policiales para que ocultasen la identidad de sus acompañantes.

En su fuero interno Dickens resultó tocado por la experiencia y evitó volver a viajar en tren.

El 'Urania Cottage'

El 'Urania Cottage'

4. Una casa para mujeres de mala vida. Gustoso de presentarse como un filántropo preocupado por los «poco favorecidos», Dickens se embarcó en la promoción de una institución para «redimir» a las «mujeres caídas», eufemismo que ocultaba la mención directa a las prostitutas, madres solteras, víctimas de delitos sexuales y otras formas de deshonra para la puritana pero hipócrita sociedad victoriana.

Angela Burdett Coutts, heredera de una fortuna procedente de la banca, puso el dinero para la compra del Urania Cottage, en Shepherds Bush (Londres), y Dickens escribió en 1949 un formulario de invitación: «Sabéis lo que son las calles, lo crueles que son las compañías, los vicios que abundan, las consecuencias que pueden acarrear, sobre todo si sois jóvenes».

Dickens se encargaba de entrevistar a las aspirantes, a las que, aseguraba, sólo utilizaba para perfilar futuros personajes literarios, pero el fondo de la cuestión era discutible: tras pasar unos meses en el cottage, las mujeres (se calcula que unas cien fueron atendidas entre 1847 y 1859) eran obligadas a emigrar a Canadá o Australia, los acostumbrados basureros sociales del Imperio Británico.

Charles Dickens, aprox. 1860

Charles Dickens, aprox. 1860

5. Racista. «Los dos entraron en una habitación de paredes negras y sucias donde un viejo judío de aspecto repugnante estaba friendo salchichas». La descripción es del anciano Fagin, el director de la escuela de niños-ladrones de Oliver Twist.

En todos capítulos de la novela, Dickens menciona al personaje como El Judío (casi 300 veces). Cuando influyentes lectores de ascendencia judía se quejaron del trato racial nada ecuánime, el escritor insertó en su siguiente novela a un judío bueno.

No fue el único patinazo de un autor que gustaba de presentarse como «campeón» de los pobres y oprimidos y firme defensor de la justicia social.

En las American Notes que publicó tras el primero de sus dos viajes a los EE UU se burla de los modales y formas de un cochero negro, que se mueve, escribió, «como una versión demente de un cochero inglés».

Aunque se manifestaba como un firme defensor de la abolición de la esclavitud, a veces salía al exterior el conservador que anidaba en él. Apoyó al Sur en la Guerra Civil y en 1868 declaró que otorgar a los negros derecho al voto era «absurdo».

Algo parecido le sucedía con los habitantes de las colonias inglesas. En una carta a una amiga escribió: «Ojalá fuese el comandante en jefe en la India. Haría todo lo posible por exterminar a esa raza y borrarla de la faz de la tierra».

Ánxel Grove

Mircea Cărtărescu, el rumano más negro

Mircea Cărtărescu

Mircea Cărtărescu

Este tipo de mirada de azabache y rasgos cromados se llama Mircea Cărtărescu. Nació en Bucarest, la febril capital de Rumanía, el 1 de junio de 1956. En los mentideros le sugieren como el posible primer Nobel de Literatura rumano.

No esperen a que los mentideros tengan razón (sucede con poca frecuencia, pero sucede) y háganse el favor de leerlo cuanto antes. Algunos venenos, como algunos besos, no se merecen la injusticia de la espera.

La modélica editorial Impedimenta -que ilumina estos tiempos de consolación como una antorcha en una noche de vampyrs– ha publicado en España dos libros de Cărtărescu: El ruletista y Lulu.

Los traigo hoy a la sección Top secret con certeza de tropelía: ambas obras han dejado de ser secretas para convertirse, sobre todo la primera, en uno de esos bellísimos fenómenos literarios de ampliación popular, discreta e incesante.

«¿Has leído El ruletista?» es una pregunta-contraseña, un signo de complicidad entre quienes vivimos aterrorizados, convencidos de que ahí afuera sólo hay, como escribe Cărtărescu,  «una noche sólida como un infinito témpano de brea».

"El ruletista"

"El ruletista"

Novella extrema, escrita con la misma enajenada matemática que poblaba las noches insomnes de Kafka o los inmemoriales desiertos de Borges, El ruletista refiere la vida de un loser drástico, un jugador de ruleta rusa que busca el nirvana frente a la «luz feroz de la pólvora» en letales sesiones financiadas por la cresta de la sociedad.

El narrador, magnetizado por la persecución de la muerte y el free jazz de los sesos reventados, es «un ovillo de harapos y cartílagos», un anciano a quien nadie puede ya sustraer nada, porque agoniza en «una niebla negra que ha engullido lentamente, a medida que he ido envejeciendo, las ciudades, las casas, las calles, los rostros».

Nada más riguroso se me ocurre para recomendar el libro que someterlo a la prueba de la apertura al azar de algunas páginas. Tomo en mis manos el volumen ahora y dejo que el papel impreso sea arbitrario como el tambor de la pistola del ruletista:

Página 26: «Ahora sé, con toda seguridad, que estaba siendo sometido a un control exhaustivo porque había sido propuesto para comenzar mi noviciado en el mundo subterráneo de la ruleta».

Página 59: «Ahora la respuesta me parece simple; primitiva pero, al mismo tiempo, genialmente simple: el Ruletista apostaba contra sí mismo«.

Página 44: «Ni las señoras más refinadas de la sala se cubrían los ojos; en ellos se leía el perverso deseo de ver con sus propios ojos lo que algunas conocían solo de oídas: el cráneo reventado como una cáscara de huevo y esa sustancia ambigua, líquida, del cerebro salpicando sus vestidos».

Página 56: «Y al abrir la cremallera en mi vuelo, he desvelado el pecho del Dios verdadero, un raccourci más grandioso que cualquier otra cosa de este mundo».

No extiendo la lotería. Jueguen ustedes mismos a la ruleta rusa en un libro sobre «la muerte individual de cada uno, el gemelo negro que nació junto con él».

Ánxel Grove

El infinito Borges en 20 bocetos

Autorretrato de Borges, en tinta y papel

Autorretrato de Borges, en tinta y papel

Cuando dibujó su autorretrato mediante un solo trazo que, como el vértigo de los espejos, parece infinito, Jorge Luis Borges ya padecía una ceguera solo iluminada por manchas amarillas. Le gustaba, decía, porque el amarillo predice el infinito, la piel de los tigres y la sed del desierto.

La infinitud de Borges; su búsqueda en los libros de la verdad definitiva, sabiendo de antemano que la exploración será infuctuosa porque “el texto definitivo corresponde a la religión  o el cansancio”; su condición de centro magnético de la literatura contemporánea, del que emanan y hacia el que se dirigen, circulando en doble dirección, los brazos de un delta confuso pero indiscutible (Sebald, Magris, Amis, García Márquez, Lem, Perec, Saramago, Rushdie, Gombrovicz, Gibson, Fuentes, Eco, Barth…)…

En suma, la obra decisiva, que traza la frontera, tan precisamente definida hace unos días en Madrid por Alberto Manguel: “Existe la Literatura Antes de Borges y la Literatura Después de Borges. Borges creó su obra a medida que la iba leyendo e iba leyendo a medida que creaba su obra. Dio el poder al lector, el poder de decir qué es lo que estamos leyendo”.

Se cumplen 25 años de la muerte del escritor, una palabra que le sienta peor que un traje barato, porque escritor es quien escribe, un oficio como el de los carniceros o las floristas.

Borges falleció el 14 de junio de 1986 (cáncer hepático y enfisema) a los 86 años. Su viuda acaba de revelar que dedicó los últimos días sobre el mundo a aprender árabe, a trazar la caligrafía de un idioma que también parece proceder de los signos arcanos de la piel de los tigres y la arena torturada por el viento del desierto.

Sin otra pretensión que recordarle -como haré cada día hasta el último de mis días-, enumero algunas peculiaridades del Borges extra literario, algunas de las manchas amarillas de su paso por el mundo..

Este Top secret está dedicado al escribiente que prologó así su vida: “La patria, los azares de los mayores, las literaturas que honran las lenguas de los hombres, las filosofías que he tratado de penetrar, los atardeceres, los ocios, las desgarradas orillas de mi ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas, los sueños olvidados y recuperados, el tiempo…”.

En 1902, a los tres años

En 1902, a los tres años

1. “Nunca me alejé de esa biblioteca”. El padre, Jorge Guillermo Borges, era argentino de ancestros británicos, abogado, lector del anarco-humanista Spencer, traductor al castellano (vía inglés) de Omar Jayyam y amigo íntimo de Macedonio Fernández, autor de una obra que vindicaba la veneración del argentinismo. Jorge Guillermo era dueño de una gran biblioteca de “ilimitados libros ingleses”, recordaría el hijo. “Si se me pidiera designar el hecho principal de mi vida, diría que fue la biblioteca de mi padre. De hecho, a veces pienso que nunca me alejé de esa biblioteca”.

2. Georgie, ojos azules. Nació en el invierno austral, el 24 de agosto de 1899. Fue octomesino. El padre se apresuró a examinar los ojos del primogénito. “Son azules, como los tuyos. Está salvado”, dijo a su esposa, la uruguaya Leonor Acevedo Suárez. Los Borges padecían una ceguera endémica. La profecía falló y Georgie -como le llamaban todos es casa- perdió progresivamente la vista.

3. Dos códigos. Lingüísticamente creció en la bipolaridad: hablaba inglés con su abuela paterna, Fanny Haslam, y español con su madre. Hasta los nueve años tuvo una institutriz inglesa, miss Tink. Algunos discípulos del sicoanálisis (Borges detestaba a Freud, al que consideraba “una suerte de loco”, un hombre “trabajado por una obsesión sexual”), creyeron ver en la ausencia de fronteras entre ambos códigos idiomáticos la causa del tartamudeo de Borges, que sólo corrigió (por sí mismo) a los 45 años. Aunque adoraba la literatura en inglés, nunca tragó con la altivez del Reino Unido: “No hace falta señalar que algunos hábitos ingleses me resultan del todo ajenos: el té, la familia real, los deportes ‘varoniles’ o la devoción fanática por cada línea de Shakespeare”.

Con Norah, en el zoológico de Buenos Aires, 1908

Con Norah, en el zoológico de Buenos Aires, 1908

4. La cómplice. La mujer de su vida fue su hermana Norah, dos años menor. Atrevida, de ojos enormes y siempre abiertos (no heredó la ceguera de los Borges), fue su compañera y confidente durante quince años. Desplegaban “juegos extraordinarios” con personajes imaginarios, veían asesinos acechantes en la negrura de los espejos, se extasiaban ante la jaula del “ferocious tiger” en el zoo de Buenos Aires -el lugar favorito de Georgie-, huían de los enmascarados durante los carnavales… Norah Borges (1901-1998) fue pintora e ilustradora de estilo deliberadamente ingenuo. Estuvo casada con Guillermo de Torre, crítico y poeta ultraista español. Tuvieron dos hijos. Su hermano jamás se planteó ser padre: “Nunca quise tener hijos. Son tan incómodos, de chicos. Me habría gustado tener hijos de veinte años por lo menos, que fueran amigos”.

5. Entre compadritos. Aunque Borges nació en una casa de la calle Tucumán, cerca del centro de Buenos Aires, cuando el niño tenía dos años la familia se trasladó a un caserón del barrio de Palermo, donde, por entonces, la ciudad terminaba y daba paso a baldíos y terrenos con pequeñas villas. Allí cultivó la curiosidad por el malandreo de los compadritos, escuchó las primeras milongas,vio bailar el tango (siempre entre hombres, era demasiado osbceno para las muchachas) y desarrolló algunas de sus neuras menos loables: el descrédito hacia los españoles y los italianos, que relacionaba con la canalla perdularia. Políglota como fue, sólo Dante le hizo aprender italiano para poder disfrutar de la Divina Comedia. De España dijo, no sin razón, que es un «fragmento arrrancado de la caliente África, y tan burdamente soldado a la inventiva Europa».

6. El bicho raro de la escuela. A los seis años confesó que quería ser escritor. A los siete escribió, en inglés, un resumen de mitología griega. A los ocho, un cuento, La visera fatal. A los nueve, tradujo El príncipe feliz, de Óscar Wilde. Cuando finalmente fue enviado al colegio, a los nueve, sus padres le vistieron con traje y cuello alto de Eton. La indumentaria, los anteojos, el tartamudeo y la escasa destreza física le convirtieron en el patito feo. Siempre recordó la experiencia como siniestra.

7. El juerguista y el poeta de los perros. Dos personajes clave. Uno, Álvaro Melián Lafinur, primo del padre de Borges, era sólo diez años mayor que Georgie pero tenía la valentía y el descaro que a éste le faltaban. Conocedor de los bajos mundos, tocador de tangos (al estilo porteño, no al afectado de París popularizado por Gardel), bohemio, bebedor y mujeriego, fue para el niño como el hermano mayor que nunca tuvo. Dos, Evaristo Carriego, un poeta del pueblo, vecino del Palermo pobre que los Borges rehuían y conocedor de las manadas de perros salvajes que mandaban en las noches del barrio («beben agua de luna en los charcos», dice uno de sus veros). Murió a los 29 años de tuberculosis y sin ningún libro publicado. Todos aparecieron póstumamente. Borges, que le admiraba, le dedicó una biografía en 1929, pero el libro es un pretexto para recordar el espíritu de Palermo.

El joven Georgie

El joven Georgie

8. Los libros perdidos de Valldemosa. Durante la estancia de la familia en Europa (1914-1921), aprende latín, francés y alemán, lee a los simbolistas, a Nietzsche y Schopenhauer, a Meynrik. Descubre a tres de los autores que le acompañarán toda la vida, Thomas CarlyleGilbert K. Chesterton y Thomas de Quincey. Conoce Suiza, Italia y España. En Valldemosa (Mallorca), intima con el vicario (repasan a Virgilio en latín) y trabaja en un par de libros que nunca publicó e intentó borrar de su pasado: Los ritmos rojos, un poemario exaltado sobre la revolución bolchevique, y Los naipes del tahúr, una colección de relatos «a la manera de Pío Baroja». Vive el ajetreo vanguardista de Madrid que, muy de acuerdo con el espíritu pancista de la ciudad, se desarrolla en cafés y restaurantes. Conoce a Ramón Gómez de la Serna, de cuya suficiencia no guardará buen recuerdo, y a Rafael Cansinos Asséns, al que considerará un maestro.

9. La deriva. Antes de que la deriva y la sicogeografía situacionistas estuviesen de moda, Borges practicó la caminata con pasión. Paseaba al azar por Buenos Aires, siempre de noche y en ocasiones hasta la llegada del amanecer. Probaba a sus ocasionales compañeros apurando el paso. Casi todos abandonaban.

10.Con una pistola en la mano. El día en que cumplía 35 años, el 24 de agosto de 1934, compró una pistola, se alojó en un hotel que conocía de su infancia, bebió aguardiente, leyó una novela policiaca y estuvo a punto de suicidarse. Estaba convencido de que como escritor nunca dejaría de ser un autor de minorías. Aunque nunca habló con claridad de aquella noche en que paladeó la antesala de la muerte, cuando le preguntaron, pasados los años, por qué no se había matado, respondió: «Por cobardía».

11. El «aborrecible centinela». A partir de 1935 y durante casi toda su vida sufrió de la «atroz lucidez» del insomnio. «En vano espero las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño», escribió en un poema.

Con Norah, años cuarenta

Con Norah, años cuarenta

12. Cerca de la muerte. En la Navidad de 1938, poco después del fallecimiento, de su padre, sufrió un accidente que le llevó a las puertas de la muerte. Subía muy aprisa una escalera a oscuras y se golpeó la cabeza con el batiente abierto de una ventana recién pintada. El corte, infectado por la pintura, le provocó una septicemia.

13. Inspector de aves y conejos. Cuando el militar Juan Domingo Perón llegó a la presidencia de Argentina en 1946 ordenó que Borges fuese destituido como funcionario de la Biblioteca Nacional y nombrado inspector de aves y conejos en los mercados municipales. Era una venganza soez por las críticas del escritor al peronismo. Borges renuncia y se gana la vida dando conferencias, que le ayudan a vencer su enfermiza timidez y a que desaparezca el tartamudeo. Su madre y Norah son detenidas por cantar el himno nacional en la calle sin permiso. A la primera la condenan a un mes en arresto domiciliario. A Norah la ingresan en la cárcel con las prostitutas. Les da clases de francés y dibujo. En 1955, cuando cayó Perón, Borges es nombrado director de la Biblioteca Nacional.

14. Mujeriego. Borges era un conquistador nato: simpático, humilde, alto, cultísimo… Sus amores, sin embargo, nunca tuvieron permanencia. Mantuvo una larguísima amistad, no desprovista de cierto grado de flirteo, con Silvina Ocampo, que se casaría con el mejor discípulo de Borges, Adolfo Bioy Casares. Le fascinó Norah Lange, vanguardista, libre, pelirroja. Se enamoró, sin ser correspondido, de la periodista y traductora Estela Canto, que dijo de él: «Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía». En 1967 se casó con Elsa Astete Millán, una novia de juventud a la que no había tratado en treinta años. El matrimonió duró hasta 1970. Borges nunca ahondó en las causas de la ruptura, pero destacó, con extrañeza, que «Elsa nunca soñaba».

Con María Kodama

Con María Kodama

15. La guardiana. María Kodama es la viuda, heredera testamentaria y celosa albacea del patrimonio de Borges. En la prensa argentina la llaman La guardiana por su gusto por el pleito judicial, que practica con menos asiduidad que la palabra. Hija de un inmigrante japonés y graduada por la Universidad de Buenos Aires, fue discípula y amiga del escritor desde los años sesenta.  Se casaron por poderes en 1986 en Paraguay. En 1979, antes de ser operado de una prostatitis, Borges había testado que le dejaba la mitad de su dinero en efectivo a Epifanía Fanny Uveda de Robledo, quien trabajó durante varias décadas al servicio de Borges y su madre. La otra mitad, más sus derechos de autor, iban para Kodama. En 1985 redactó un nuevo testamento que excluía a Fanny y designaba a Kodama heredera universal. Tras el matrimonio, Norah Borges calificó la unión de «diabólica».  Kodama -cuya fecha de nacimiento es incierta (según los documentos podría ser 1937, 1941 ó 1945)- preside con mano de hierro la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, se querella contra biógrafos que discuten sus maneras y vigila con celo las reediciones de Borges, que ha expurgado en alguna ocasión eliminando textos dedicados a otras mujeres.

16. El Nobel de nunca jamás. La Academia Sueca nunca quedó mejor retratada en su medianía como hurtando el Nobel de Literatura a Borges, nominado casi todos los años desde la década de los sesenta.  Se especula que en 1977 habían decidido dárselo (a medias con el español Vicente Aleixandre), pero reconsideraron la propuesta porque Borges fue a Chile a recibir una medalla que entregaba el dictador Augusto Pinochet. Cuando le preguntaron si sabía que se jugaba el Nobel, Borges dijo: «Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?… Sí, Pinochet me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos». Tampoco salió muy bien parado el Ministerio de Cultura de España en 1980 cuando le dieron el Premio Cervantes pero compartido por Gerardo Diego. Hubo avalancha de llamadas de periodistas extranjeros a los servicios de consulta preguntando quién demonios era Gerardo Diego.

Borges retratado en Nueva York por Diane Arbus

Borges retratado en Nueva York por Diane Arbus

17. Político. Borges era un extraño liberal y también un extraño anarquista («la libertad plena acaba por equivaler al pleno desorden»). Sin embargo, discutió toda «apariencia de orden» en un mundo por definición venteado por el caos y gustó de las utopías humanistas. En los años cincuenta se le criticó por defender la idea de que la literatura no tiene fronteras nacionales. Respondió con una conferencia que terminaba así: «Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores». En 1980 -circunstancia que no suelen mencionar sus censores- la firma de Borges apareció junto con la de su amigo Ernesto Sábato en una petición pública al gobierno exigiendo que se aclarasen responsabilidades políticas y penales sobre los desaparecidos.

18. Rey del entrecomillado. Nadie mejor que Borges para entender a Borges. Un mix de entrecomillados: «Lamento decir que se han escrito cincuenta o sesenta libros acerca de mí. Pero yo no he leído ninguno de esos libros, ya que sé demasiado sobre el tema» | «Tengo la sensación de haber gastado mi fortuna en tacitas de café» | «La ceguera es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra» | «Si en todos los idiomas existe la palabra felicidad, es verosímil que también la cosa exista. Algunas veces, al doblar una esquina o cruzar una calle, me ha llegado, no sé de donde, una racha de felicidad» | «Siempre llegué a las cosas después de encontrarlas en los libros» | «Soy simplemente un hombre de letras. No estoy seguro de haber pensado nada en toda mi vida. Soy un creador de sueños» | «¿Por qué voy a morirme, si nunca lo he hecho antes? ¿Por qué voy a cometer un acto tan ajeno a mis hábitos? Es como si me dijeran que voy a ser buzo, o domador, o algo así, ¿no?» | «La humildad es, en mi caso, una forma de lucidez. Prefiero, como los japoneses o los chinos, que los otros tengan razón. Detesto las polémicas» | «Yo creo que no tiene sentido hablar de lecturas obligatorias. Es como hablar de amor obligatorio o felicidad obligatoria. Uno debe leer solamente por el placer del libro» | «Cada vez que leo algo que han escrito en contra de mí, no sólo estoy de acuerdo sino que siento que yo mismo podría hacer mucho mejor ese trabajo» | «Si nos explicaran el sentido de la vida, seguramente no lo entenderíamos».

Borges retratado por Humberto Rivas, 1972

Borges retratado por Humberto Rivas, 1972

19. Provocador y disidente. Gracias a la independiente verdad de sus afirmaciones, Borges era un maestro de la provocación y la disidencia. En este momento de gustos masivos y top ten aborregantes, leer sus juicios (los “juegos de un tímido”, como gustaba de llamarlos) es una pura necesidad y una infalible medicina contra los pensamientos dirigidos. Otro mix: «Un argentino es un individuo, no un ciudadano. Es lícito decir que la mejor tradición argentina es superar lo argentino» | «No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación; sé que los germanófilos no la tienen» | «Qué raro es pensar que todos los hoteleros de Suiza debe su fortuna a Byron y a los otros románticos» | «Soy demasiado tímido para ser un buen lector de novelas. Me siento perdido entre tanta gente. Cuando era joven me gustaba olvidarme entre las multitudes de Dickens, de Hugo o de los rusos; ahora me siento tan incómodo en esas turbas como en una sesión académica, en un banquete o en una fiesta de fin de año» | (Federico García Lorca era) «un andaluz profesional (que practicaba) un fraudulento arte popular con metáforas».

20. Borges golea a la Web. Los sueños literarios de Borges anteceden a la World Wide Web. Eso dicen algunos, emparentando a Internet con el relato La Biblioteca de Babel, que dibuja un lugar de infinitas habitaciones hexagonales que contienen todos los libros escritos o por escribir y sus mareantes permutaciones, y al network con El Aleph, el punto que contiene todo lo conocido. Los vaticinios de Borges ganan por goleada: Google indexea un trillón de páginas (la unidad seguida de 12 ceros): ése puede ser el tamaño aproximado de Internet. La biblioteca de Borges no entiende de ceros, es eterna: «Todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto (…) No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos (…) Sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito».

Ánxel Grove

Luis Pereiro: «Sin buscar nunca solución para un amor atroz»

Lois Pereiro. Madrid, 1979 (Foto: Piedad Cabo)

Luis Pereiro. Madrid, 1979 (Foto: Piedad Cabo)

La foto de la izquierda muestra al joven Lois Pereiro en la terraza de un piso del Paseo de Extremadura de Madrid. La hizo su novia, Piedad Cabo.

Tiempos limpios: finales de los setenta. El ogro estaba enterrado y el futuro olía a jardín.

Piedad hizo al menos dos fotos más de su novio. En éstas, de plano más cerrado, no se aprecia la novela de Ross Macdonald que él estaba leyendo.

Una de las fotos de la serie ha sido utilizada y distribuida por la Real Academia Galega (RAG) para la invitación a la sesión plenaria de carácter extraordinario que la institución celebra mañana en Monforte de Lemos (Lugo).

Alojo aquí la invitación para los interesados.

Tres notas sobre el mensaje off-topic encubierto bajo el diseño de la cédula de acceso emitida por la RAG:

1. La foto elegida hurta el libro que descansa sobre el sofá. Ross Macdonald -autor de hard boiled, yanqui hasta la cepa- no es políticamente correcto y causaría alguna dispepsia en un pleno organizado por un comisariado que no sólo custodia las normas ortográficas, dialectales y fónicas da fala, sino que, cito sus objetivos estatutarios, se encarga de «velar por los derechos del idioma gallego». La vieja historia de la histeria moral nacionalista: la lengua entendida como trinchera y guillotina fronteriza; los derechos, como salvoconducto para la inquisición.

2. Al optar por el primer plano, no tenemos acceso a los brazos del poeta a quien la RAG ha dedicado el Día das Letras Galegas de este año, que se celebra mañana, jornada festiva autonómica. Lois Pereiro (1958-1996) empleó casi todos sus derechos de autor en comprar heroína para chutarse en las venas de esos brazos que la academia no desea mostrar. Las regalías que el poeta pudo disfrutar fueron escasas, porque en vida le trataron como un apestado buena parte de las personas que han recibido con orgulloso agrado la invitación y estarán presentes, circunspectos, en el acto de Monforte, ciudad natal y territorio salvaje (es decir, familiar) de Pereiro. No sé si la RAG oculta los brazos-venas del poeta con o sin intención. Jung otorgaría el mismo significado, en términos de mito, a ambas opciones.

3. La invitación de la RAG contiene esta leyenda: «Fotografía de Piedad Cabo. Cortesía dos heredeiros do escritor». No acierto a saber si se trata de un desatino o una nueva interpretación, entre Creative Commons por la cara y vulgar descaro, de la legislación sobre autorías. Si la foto es de Piedad Cabo, que no es heredera legal, ¿cómo pueden cederla, por muy educamente que procedan, los herederos, es decir, la familia del poeta muerto?

Piedad Cabo y Luis Pereiro. Muro de Berlín, 1983

Piedad Cabo y Luis Pereiro. Muro de Berlín, 1983

Piedad Cabo es la única novia que tuvo Luis Pereiro -a partir de ahora le llamaré así, Luis, como le llamábamos todos quienes le conocimos-, la mujer a la que amó más allá de toda norma.

También es la persona que tuvo que correr desde cien kilómetros para ingresarle en el hospital en 1994, cuando empezó la cuenta atrás hacia la muerte. Sólo a ella hacía caso el enfermo. Quedó ingresado. Piedad, ingresada a su modo, fumó la máquina entera de tabaco de la noche más larga. La familia del enfermo (madre, hermano, hermana, cuñada), los herederos, se fueron a casa a dormir.

Piedad es la destinataria de la última obra del poeta, la esplendorosa Conversa ultramarina (Conversación ultramarina), publicada en su versión verdadera (la que reproduce el original epistolar de Luis) por Edicións Positivas, la única editorial que le dió cuartel en vida al escritor, un raro que nunca interesó a las ultra conservardoras empresas gallegas dedicadas al negocio del libro-bandera-nacional, esa otra guillotina.

Piedad Cabo no ha sido invitada al acto de mañana en honor a Luis.

El editor de Positivas, Paco Macías, sí ha sido invitado, pero no creo que se presente. Como Luis, es un  anarquista fidedigno, sin patria, sin academias, distante de las guillotinas.

Me parece (opino por mi cuenta, soy culpable de no seguir el discurso único) que Luis tampoco asistirá en forma espíritual (el Día das Letras Galegas se dedica a personas muertas).

Creo que, ante cualquier homenaje de este calibre, firmaría un grafito con la sentencia de Buenaventura Durruti: «La unica iglesia que ilumina es la que arde». El fuego es un destino justo para cualquier dogma, sea un documento de identidad, una arenga nacional o una distinción académica.

Qué vieja es la vieja y miserable historia de la explotación post mortuoria: las extrañas derivas de Maria Kodama, la celadora de Jorge Luis Borges; la peripatética actividad de Clara Aparicio, viuda de Juan Rulfo y soldadera belicosa contra todo lo que enturbie sus planes; la desobediencia de Max Brod a las instrucciones de Franz Kafka para que destruyese sus manuscritos; Isabel Burton, la mujer del orientalista Richard Francis Burton, quemando los papeles sexualmente incómodos de su marido; Elisabeth, la hermana de Friedrich Niezsche, distorsionando a su gusto los manuscritos inéditos del trastornado y por tanto cuerdo filósofo…

Luis Pereiro en una bolsa de supermercado

Luis Pereiro en una bolsa de supermercado

A Luis Pereiro le han intentado disfrazar en los últimos meses. Le han colgado todos los atrezos, le han colocado en todas las plataformas virtuales de egosurfing.

Hay un Twitter @loispereiro, un grupo de Facebook, un blog oficial, una exposición itinerante que le presenta como el punk que no fue, un espectáculo audiovisual montado por empresarios del apparatchik nacionalista, una muestra que le imagina  como aleph de la movida gallega, varios documentales, materiales didácticos que escamotean los venenos a los que era adicto (y el sida que le llevó la tumba), una edición especial de bolsas de supermercado con su foto y uno de sus poemas…

Algunas iniciativas son ejercicios perversos de imaginación manipulativa, en otras se elude la forma de vida del poeta, demasido fijada a la obra, demasiado comprometida a la certidumbre de la muerte, una incómoda circunstancia en tiempos de poesía firmada por empresarios o portavoces gremiales.

En casi todas, no lo pongo en duda, hay cierto porcentaje de admirado cariño, aunque no sé dónde está la admiración cuando leo a uno de los muchos biógrafos-paracaidistas, un autoproclamado escritor, llamando a Lois «poeta popular» y citando a David Bowie, Lou Reed y Allen Ginsberg. Intuyo que tachó a los Rolling Stones en el ajuste final para encajar el texto en la maqueta.

Buena parte de las acciones do Ano Pereiro -terminología propagandística- han sido financiadas con dinero público. El Día das Letras Galegas es un trampolín al que deben subirse todos aquellos corderos que deseen optar a pesebre. La Xunta de Galicia reparte subvenciones con bastante holgura desde la noche de los tiempos. En marzo dió 1,5 millones de euros a los medios de comunicación establecidos en la región [página 19 de este Diario Oficial de Galicia]. Mañana todos los diarios llevarán la primera página escrita en gallego. Al día siguiente volverán al castellano como idioma vehicular.

Ya he dado mi visión del ceremonial Pereiro en un artículo en la revista Calle 20. Lo que hoy quiero traer a la sección Top secret de este blog es más doméstico, agenda oculta, agua sucia… Tiene que ver con el inicio de la entrada y la invitación selectiva de la RAG.

"Así le rezo yo a San Francisco". Carta de Luis Pereiro a Piedad Cabo. Marzo, 1995.

«Así le rezo yo a San Francisco». Carta de Luis Pereiro a Piedad Cabo. Marzo, 1995.

Tengo antes mis ojos una carta manuscrita de Luis Pereiro. Está firmada el 8 de marzo de 1995 y dirigida a Piedad Cabo, que entonces vivía en San Francisco.

Aunque la alojo aquí en pdf y la letrita de Luis es transparante, deseo transcribirla.

Así le rezo yo a San Francisco

My Dear P.:

This is not a new and simple declaración of my love. Sería absurdo, aburriría a Cristo, después de tantas otras en todos los idiomas, de otros y otras en todos los lugares del mundo, pronunciadas por muertos y por vivos.

Esto es muy diferente.

No puede ser ya una declaración manchada por el tiempo o el espacio. Hemos sobrepasado la barrera de esa «duración» de que habla Handke, porque en el fango de todas las nostalgias, visiones, contaminación mutua, imágenes creadas y compartidas, sin ruido y sin furia en que estamos metidos hasta el cuello, eso que otros llaman amor no es suficiente: como una sentencia cumplida hace ya tiempo. Todo lo que alguna vez fue nuestro no puede existir más que en nuestra sangre que sigue su camino guiada por las venas de cada uno entremezcladas sólo en el cerebro. No somos siameses, pero tú tienes mi alma y yo la tuya, sin que sepamos nosotros cómo y cuándo. Y el mundo vive ahí fuera con sus turbulencias sin afectar seriamente a las nuestras. Cruzadas las barreras, superados los límites, olvidados los años, desde playas desiertas de Bretaña, desde hoteles ambiguos, desde el silencio que no necesita de más palabras que las que casi nunca se pronuncian, de miradas que nunca significan algo distinto a la luz que las baña, en imnumerables sueños cruzados, en el contacto leve que a veces queremos permitirnos, el mundo sigue girando indignado con nuestra indiferencia.

Tu ausencia o tu presencia sólo altera mi vida o mis deseos pero no podría interrumpir ni un sólo instante una conversación continua que invade mi cerebro y forma mi memoria, aunque esa ausencia llegase a ser eterna.

 

Luis Pereiro

Lo que fuimos o lo que somos va camino de ser intenso y duro, indefinible pero sin duda eterno, que es lo que dura la vida de un hombre que no se resigna aunque la muerte lo espere.

La verdadera duración del Tiempo es algo que un simple amor no puede concebir entre sus márgenes, no es capaz de acoger en sus entrañas tanta imagen vivida, tan pocas palabras para decir tanto, ritos y gritos sin alzar la voz como los que tú y yo llegamos a crear, juntos o separados, da lo mismo.

 

Este será el poema prometido en el lecho de mi resurrección o pacto con el diablo, ¿quién lo sabe? Pero no sería el último aunque las manos se me volviesen ramas secas o el cerebro una ciénaga. No habrá final hasta que el mundo se disperse y con sus restos nuestros comunes restos del naufragio, de un espacio cósmico que ya será siempre nuestra común y ardiente pesadilla.

«Aniquilar el dolor aniquilando el deseo», dijo Buda.

Un buen consejo que llega un poco tarde
porque soy ya un experto en ambas cosas
y prefiero sufrir, callar y hundirme
los dedos en la herida antes de olvidar el más mínimo
instante de mi deseo por ti.

Ya ves, nunca seré budista. Demasiado tiempo entre dos vidas y no quiero perderte entre transmigraciones y, entre ellas, mi dolor y mi fracaso.

Podría también ser yo el que representase tu papel, o tú el mío, o el mismo en una película distinta, o uno secundario en un viejo ‘thriller’ en blanco y negro.

 

Luis Pereiro y Piedad Cabo

Pero encontraría siempre la manera de no salir de tu alma, de entrar en ti a oscuras del modo más sutil o violento, y también de apartarme elegantemente, ya lo sabes ¿Cómo no vas a saberlo precisamente tú, que me diste el aliento y fuimos uno sin buscar nunca en los peores momentos la solución para evadirnos de un amor atroz y destructivo? Y también sabes hasta donde podía llegar mi desesperación al creerte perdida, y nunca necesitarás preguntarme en serio si te amo. Sólo podemos recrear diálogos, decirme: «Miénteme, dime que me amas», porque a ti ya no podría mentirte ni lo haría ya si tuviese que hacerlo.

Te vi una vez y te sigo mirando cuando no me ves, y creo que si algo me hizo amarte fue tu capacidad para saber siempre dónde poner los ojos, y sigo enamorado de tu infinita gama de miradas.

«Do you love me?», said the man. And she looked at him, but her eyes were fixed on the wall beyond her lover, looking the wide and open map of the world behind his head.

Esa eres tú, y así sigo adorándote.

A Coruña, 8-3-95
Para P. de Lois
Lois Pereiro

Nota: Propiedad de Piedad R. Cabo. Impublicable e irreproducible, a menos que el beneficio que ello le reporte le sirva para comer un sadndwich en Chinatown.

La carta, sobrecogedora en su transparente palidez, acompañaba al envío postal a Piedad Cabo de la primera parte de Conversa ultramarina. La nota final la declara, por voluntad expresa de Luis, la única dueña de la obra. Cualquier tribunal lo tendrá clarito en el futuro.

No la RAG, que ha excluido del magno acto a la musa inspiradora del escritor homenajeado, ni tampoco los herederos del poeta, que la prefieren con la boca cerrada e intentan silenciar las voces de la linea de sombra que reivindican al Luis tímido, libertario y coherente con su atroz padecimiento.

Parecerá de mal gusto formular hoy ciertas dudas en vísperas del gran día de fiesta. Pero, como no creo en las abstracciones ni en las lenguas atadas por propósitos cuando menos falaces, ahí dejo la cuestión: ¿Por qué se intenta ocultar que Luis murió de complicaciones derivadas del sida y se insiste en que fue por el envenenamiento del aceite de colza desnaturalizado?

Otra historia es la literaria. La poesía de Luis no permite la duda, nunca la ha permitido. Aunque algunos se han percatado dos décadas más tarde y al toque de rebato de la RAG de esa grandeza (como también parecen haberse enterado ahora de que existe algo llamado rock and roll), la obra ya estaba allí. Los libros del poeta los publicó en vida (Poemas 1981/1991 es de 1992 y Poesía última de amor e enfermidade, de 1995). No sólo son los mejores, sino también los únicos.

Lo que ha llegado este año es mediocre. El esbozo de Naúfragos do Paradiso (que los herederos han llegado a presentar como novela inédita, cuando había sido publicada en 1997) nunca habría sido entregado a las imprentas por Luis, un escritor exigente, radical y económico en el uso de la palabra, enemigo de la glosa vacía tan en boga.

Sólo se salva Conversa ultramarina (verdadero y único tercer libro del poeta), un dietario con el rigor centroeuropeo de Thomas Bernhard, de quien Luis admiraba la negra precisión («lo que pensamos ha sido ya pensado, lo que sentimos es caótico, lo que somos es oscuro«), aunque por desgracia, el gallego no imitó al austriaco en su desprecio final y murió sin dejar un testamento drástico que ahuyentase a los chacales.

Uno de los libros que Luis adoraba es La visita de la Vieja Dama, de Friedrich Dürrenmatt, una tragicomedia sobre la perversión canibal de la tierra natal contra sus hijos incómodos: la exclusión, el rechazo, el estigma, el desprecio, el cotilleo de cacatúas de la calle del Cardenal… Quienen refieren ahora la edénica relación entre Luis y Monforte deberían leer a Dürrematt. Es profético: «El mundo me convirtió en una puta y ahora yo lo convertiré en un burdel».

Al final de la francachela de mañana en el Monforte de Luis, un grupo de gaitas tocará el Himno Gallego. Luis hubiera preferido algo más venenoso. Nunca le gustaron las gaitas. Pero, sobre todo, hubiera condicionado su presencia a una sola reivindicación: estar al lado de Piedad Cabo, la vieja dama ausente.

Ánxel Grove

La ‘magnífica obsesión’ de Benedetta Bonichi

"Donna che si pettina", 1999

"Donna che si pettina", 1999

«Vivo entre formas luminosas y vagas / que no son aún la tiniebla».

En el poema Elogio de la sombra, Jorge Luis Borges retrata el «manso declive» que conduce a la ceguera progresiva con una desatormentada inocencia. No es un un martirio, dice, sino «una dulzura, un regreso» al ser verdadero.

Me atrevo a imaginar que la fotógrafa (y multiartista) italiana Benedetta Bonichi (Roma, 1968) ha leído a Borges y compartido su deseo de llegar, como decía el argentino, «a mi centro, / a mi álgebra y mi clave».

El espectro visible del ojo humano es mínimo, imperfecto. Un camarón ve cuatro veces más colores que nosotros.

Bonichi lleva años intentando ampliar su espectro visible. Quiere ver en la oscuridad. No tanto en la negrura de la ceguera, sino a través de ella.

"La contorsionista" - 2010

"La contorsionista" - 2010

Su pretensión, como la de Borges, es alcanzar el encuentro con la realidad última de la mirada, con el espejo final.

Quizá por una vía artificiosa -pero, ¿qué camino no padece de las precauciones, cautelas e incluso maniobras de auto engaño del caminante?-, la artista mejora su mirada con la ayuda de los rayos equis, las radiografías y la fotografía.

«La radiografía es más que una técnica. Es una tecnología que me parece la única forma de entender la realidad y la materia más allá de la luz. No tengo otra manera de estudiar, describir o dibujar esta magnífica obsesión que es la realidad», dice.

Convencida de que «el claro oscuro está en nuestro interior», sus fotos-radiografía aplican el verbo desnudar con una acepción radical, como si cada una dijera: «esto es lo que realmente es».

"Crocefissione" - 2006

"Crocefissione" - 2006

Si es cierto que las estatuas nos miran desde su soledad de piedra y musgo, ¿qué sucede con estos esqueletos?.

La corporeidad  se reduce a la bisutería, las joyas, el peine o, en el caso, de la Crucifixión, a la madera en la que está clavado Jesucristo.

La reducción es morbosa, incongruente, y ahí, creo, radica la fascinación de las fotos de Bonichi: son lo que somos desprovistos del insulto de la carne.

El proyecto de la artista, To See In the Dark (Ver en la oscuridad), ha sido expuesto en su propio estudio en Roma. Ni un sólo punto de luz daba cobijo al visitante: sólo las referencias espectrales de las radiografías.

Quienes tuvieron el privilegio de asistir acuden a expresiones diversas para explicar sus sensaciones: «duermevela», «ready-made«, «un sueño dentro de un sueño»…

'La collana di perle', 2002

'La collana di perle', 2002

Me gustan sobre todo unas palabras de desconcierto que escribió en 2003 Baltasar Porcel tras asistir una exposición de la italiana en Barcelona: «Soy frágil, soy un enigma en el tiempo. Ellos están en el purgatorio, el de Dante. Y creo que la eternidad está en un instante espectral, en su puerta oculta, en una región que ignoro».

Borges hablaba de la oscuridad como una senda habitada por los fantasmas de «mujeres, hombres, agonías, / resurrecciones, ecos y pasos, / días y noches, / entresueños y sueños, / cada ínfimo instante del ayer / y de los ayeres del mundo, / la firme espada del danés y la luna del persa, / los actos de los muertos, / el compartido amor, las palabras»…

Ante las fotos de Benedetta Bonichi puedes olvidarlo todo para concentrarte en saber quién eres. Aunque sabes de antemano lo que vas a ver: el «instante espectral» en el que no eres más que la música necesaria de los huesos y la totalmente inncesaria del reloj que llevas en la muñeca.

Ánxel Grove