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«Peyote Queen», un corto de cine realizado sin cámara en 1965

Fotrograma de "Peyote Queen", 1965

Fotrograma de «Peyote Queen», 1965

Lillian Malkin, nacida en 1912 en Nueva Jersey (EE UU), tuvo un par de buenas razones para rebautizarse como Storm (en inglés, tormenta). La primera, nunca quiso saber de su familia paterna, que la consideraba una loca y esperaba de ella un destino más femenino que el artístico. La segunda, acaso más trascendental, era el ímpetu que anidaba en su espíritu, el soplo de vendaval que la obligaba a pintar, escribir y, desde principios de los años sesenta, a hacer cine.

Storm de Hirsch —el apellido le vino dado por su matrimonio con otro artista, bohemio como ella, del que no han quedado rastros en los anales— tenía un problema para producir cine por las vías tradicionales: no le sobraba el dinero y no conocía a nadie que le prestara una cámara. Decidió, haciendo honor a su nombre artístico, con la contundencia radical de una tormenta: cine sin cámara de cine.

Peyote Queen (La Reina Peyote), un corto culminado en 1965, fue realizado por la artista rascando, pintando, mutilando y mancillando la película. La directora esculpió un cortometraje de cine sin la intervención de cámaras.

«Quería con toda mi alma hacer un corto de animación, pero no pude conseguir una cámara. Me hice con película virgen y cintas de audio de 16 milímetros y usé una serie de instrumentos quirúrgicos usados y destornilladores para cortar y rascar sobre la emulsión. También pinté con rotuladores algunas escenas», explicó la autora.

Y listo. El resultado, con una banda sonora percusiva étnica de origen desconocido, es un viaje hacia el trance que causó la admiración del underground neoyorquino cuando el corto fue proyectado en algunas galerías de los circuitos off. El cineasta Jonas Mekas, diez años más joven que De Hirsch, consideró el trabajo «bello y excitante» y lo situó entre lo mejor de la vanguardia artística psicodélica de los años sesenta.

La directora siguió haciendo cine-guerrilla durante casi una década. Siempre con presupuesto de producción cercano al coste cero y siempre con soportes pobres, sobre todo súper 8.

De la obra de esta mujer valiente y creativa no queda apenas nada en la supuestamente plena recopilación de sabiduría de Internet: he encontrado el corto Divinations, una entrada en la siempre loable UBUWEB y una sola nota biográfica que merezca cita. Se apunta en esta última que cayó enferma de Alzhéimer y fue internada en una institución hospitalaria.

La directora de Peyote Queen murió, dice la Underground Film Guide, en 2000. La canónica Internet Movie Databaseno precisa fechas. No he logrado dar con ningún obituario. Occidente no paga a heterodoxos.

Ánxel Grove

Smithville, una ciudad para gente con sombrero y uñas sucias

"Anthology of American Folk Music"

"Anthology of American Folk Music"

Buscas Smithville en una de esas máquinas de geografía virtual que te consuelan con la idea de que el mundo (pero, ¿qué tipo de mundo?) está a tus pies.

Encuentras una decena de lugares llamados Smithville: ocho en los Estados Unidos, uno en el Reino Unido y otro en Australia.

No despreciarías visitarlos, uno tras otro, todos los Smithville.

Aciertas a imaginar un devenir temático sólo justificado por el empuje de los topónimos: Shangri-La, Angkor, Ubar, Bjarmaland, Lalibela, Svaneti

¿Por qué no Smithville?

Todo rumbo es impredecible, el fruto de un capricho, una mala decisión, una indisposición gástrica, una mañana amarga, una palabra a destiempo, el deseo de encontrar el paisaje inconcenbible de un sueño…

Pero tienes un problema: el Smithville que buscas, pese a que existe y es tangible, no aparece en los mapas. Ni siquiera en el de las ciudades invisibles, flotantes, yacentes bajo los océanos, acristaladas por el hielo, abrasadas por los dedos rojos de la lava, borradas del recuerdo por un suceso impío…

Ésta es la única descripción escrita que has encontrado sobre tu Smithville:

Es una pequeña ciudad cuyos vecinos no pueden ser reconocidos racialmente. No hay amos ni esclavos. La población carcelaria es abundante y la mayoría de los ciudadanos han formado parte de ella en un momento u otro. Algunos pueden escapar de la justicia, pero deben marcharse del pueblo. Las ejecuciones son públicas. Hay muchos crímenes –pasionales, cínicos, irreflexivos–. Tanto el homicidio como el suicidio son rituales, actos que de inmediato se convierten en leyenda, actos que transforman la vida diaria en mito o revelan que toda idea de destino es sarcástica. El humor es notable en la ciudad, pero siempre es cruel (…) Hay una guerra constante entre los mensajeros de dios, los fantasmas y los demonios, entre bailarines y bebedores, entre el mismo dios y sus mensajeros.

El texto aparece en la página 424 de la edición que manejas (Picador, Nueva York, 1997) del libro Invisible Republic, de Greil Marcus.

Los demás indicios con los que cuentas para dar con Smithville son 84 canciones.

Harry Smith

Harry Smith

Las compiló, ordenó y prologó en 1952 Harry Smith (1923-1991), hijo de millonario que supo dilapidar la herencia con infinita elegancia, y fueron editadas en seis vinilos por la discográfica Folkways bajo el título de Anthology of American Folk Music.

Alguna vez escribiste que no hace falta nada más para vivir que esas 84 canciones. Mantienes esa creencia pese a que ya no tienes edad para creer.

En las carpetas de los discos, clasificados en tres grupos de álbumes dobles (titulados Ballads, Social Music y Songs), Harry Smith, amigo de lo arcano y el poder de los símbolos, inaprensible para el vulgo, transmite algunas claves sobre la tierra mítica.

Los colores de los discos muestran lo que podría ser una bandera y su interpretación: azul (aire), rojo (fuego) y verde (agua)

Menos sencilla es la ilustración de todas las cubiertas, sólo diferenciadas por la tríada de filtros de color: un monocordio tañido por una mano. Smith aplica al instrumento el adjetivo ‘celestial’. Por ende, podemos inferir que la mano es la de Dios.

Cubiertas de los tres volúmenes

Cubiertas de los tres volúmenes

Inventado por Pitágoras en el siglo IV tras analizar el ritmo de los golpes de diferentes tipos de martillos sobre el yunque de una herrerría, el monocordio permitió al matemático desarrollar la teoría de las proporciones musicales.

El posterior estudio del instrumento y sus en apariencia fatigadas y simples notas –sólo en apariencia, ya que contienen todas las proporciones armónicas– fue la puerta de entrada a los misterios esotéricos de las asociaciones del espacio y el tiempo, el mundo visual con el audible y el fundamento del universo como juego de esferas.

En el siglo XVI, el alquimista Robert Fludd empleó el monocordio para componer la teoría gnóstica sobre las correspondencias armónicas entre los planetas, los ángeles, las partes del cuerpo humano y la música.

Las canciones recopiladas por Smith, es decir, las vísceras de Smithville, saben a hierba y sudor, sangre y nostalgia, prédica y quejas…

Son un reportaje escrito por un dios agotado (de ser todopoderoso, de ser magnánimo, de ser atroz), pero tienen una intención oculta que la distancia de las recopilaciones de etnógrafos de traje y corbata como Alan Lomax y Amos Asch.

A diferencia de éstos, Smith omite más de lo que dice.

El endiablado folleto interior que redactó para los discos (28 páginas) es una colección de chanzas. No identifica a los artistas por su raza (algunos críticos tardaron años en descubrir que Mississippi John Hurt era negro y no, como su tono vocal sugiere, un hillbilly de las montañas), no menciona el año o el lugar de las grabaciones, introduce enunciados de matiz casi surreal…

Nada parece importarle tanto como la narrativa interna que las 84 canciones establecen como un todo armónico, como si el curso que construyen diese lugar a una mitología arcaica y a la resurrección de un lenguaje que todos dábamos por muerto.

Excepto unas cuantas, todas las piezas son de los años veinte, pero podrían pertenecer a una dimensión temporal paralela. Nada que importe tiene edad.

Interesado desde la adolescencia por la música ritual y criado en una familia singular (su madre se consideraba con derecho a ser la Zarina de Rusia y afirmaba haber mantenido relaciones con el satanista Aleister Crowley), Smith abandonó los estudios universitarios y empezó a recopilar canciones oscuras (baladas de crímenes e incestos), música cruda (violinistas de los pantanos), lamentos de cowboys, valses de campamento y peroratas de profetas…

Uno de los vecinos de Smithville, Dock Boggs (1898-1971)

Uno de los vecinos de Smithville, Dock Boggs (1898-1971)

La enorme repercusión de la Anthology… (Bob Dylan dijo de los discos que contenían “la única música válida, la que habla de leyendas, la Biblia, las plagas, las cosechas y, sobre todo, la muerte”) no detuvo a Smith: hizo cine experimental cuando la expresión ni siquiera estaba acuñada, pintó cuadros de alucinada profundidad, intimó con el realizador Jonas Mekas, el poeta Allen Ginsberg y el fotógrafo Robert Frank (que llamaba Magic Man a Smith), coleccionó avioncitos de papel y huevos de pascua, se jactó de haber cometido asesinatos (“necesito matar a alguien cada tres o cuatro meses”) y murió en el más adecuado de los hoteles, el Chelsea.

Pese a toda esa actividad, a ese ruido, creo que Smithville sigue siendo una secreta ciudad de santos y pecadores (en el censo local abundan más los segundos que los primeros) donde, en un ciclo perenne, suenan 84 canciones. Por esa cualidad arcana aparece hoy en Top Secret.

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La pervivencia de la antología fue subrayada en 2006 en The Harry Smith Project: The Anthology of American Folk Music Revisited, un disco donde clonan el original unas decenas de músicos, la mayoría de los cuales ni siquiera había nacido en 1952: Nick Cave, Sonic Youth, Wilco, Beck, Elvis Costello, Richard Thompson, Van Dike Parks…

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Creo que a los posibles viajeros les conviene saber que para acceder a Smithville, en el corazón de la vieja y desquiciada América, son necesarios algunos requisitos:

  • tener hambre
  • estar desesperado
  • o loco de amor
  • dejarte barba
  • husmear como un perro
  • volverte chiflado
  • por el pelo mojado
  • de las mujeres
  • manchar el piano con los zapatos
  • fumar más de lo recomendado
  • usar sombrero
  • no dejarlo nunca en casa
  • pedir pan y aceite
  • cultivar la melancolía
  • oler a pezuña
  • cargar la pistola
  • y tener las uñas sucias

Ánxel Grove