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La artista japonesa que encontró en Barcelona a su pareja artística

'Sanpo' - Mina Hamada - Foto: cargocollective.com/minahamada

‘Sanpo’ – Mina Hamada – Foto: cargocollective.com/minahamada

Es probable que, al contemplar los acrílicos de Mina Hamada, también quieras tocarlos. Las figuras son abstractas pero bien definidas, evocan un objeto conocido y a la vez son deliciosamente extrañas. Producen una sensación parecida a la de vaciar sobre la mesa una bolsa de gominolas y disfrutar de la combinación de formas y colores antes de comerlas.

Harunohi, Selva De Mar, Spin, Hora Del Té, Natural conversation… Los títulos en japonés, castellano e inglés descubren a una artista que maneja sensibilidades muy variadas. Nació en Luisiana (EE UU), creció en Tokio —donde estudió Bellas Artes y Diseño— y desde el año 2009 vive en Barcelona.

El texto que en su página web describe su trabajo, menciona la «combinación de occidente y oriente», el «inconsciente», la «improvisación» y el «autoanálisis poético» como herramientas para examinar la propia identidad.

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‘El malvado Mickey ataca Japón’, una historieta animada de 1934

En una alegre isla japonesa, un grupo de animales humanoides y una niña se mueven al son de los violines. Como instrumento de percusión, una extraña tortuga-pato estira el cuello: cada vez que asoma la cabeza, un gato la golpea para añadir percusión a la música. La fiesta termina cuando sobre ellos planea un murciélago que suena como un avión y sobre el que viaja un roedor diabólico: Mickey Mouse.

El malvado Mickey ataca Japón (1934) es una historia de dibujos animados realizada en Japón con fines propagandísticos. La acción se sitúa sin embargo en 1936, como anunciando una amenaza inminente y sólo dos años de margen para reaccionar. Aunque salta a la vista que la coreografía y los movimientos combados de brazos y piernas son una herencia de las primeras historietas de Disney, el contradictorio cartoon nipón es una advertencia sobre los potenciales peligros imperialistas estadounidenses, que también llegan en forma de ratón animado.

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Una segunda vida ‘dorada’ para la cerámica defectuosa

'Translated Vase' - Yeesookyung - Foto: www.yeesookyung.com

‘Translated Vase’ – Yeesookyung – Foto: www.yeesookyung.com

Cada pieza de cerámica debe tener un acabado perfecto o ser destruida. En Corea, los maestros de la cerámica tradicional no contemplan más que esas dos opciones. Los vasos, tazas y jarrones con defectos, por pequeños que sean, serán eliminados para —como detalla la coreana Yeesookyung (Seúl, 1963)— «mantener la condición poco común y el valor de las obras maestras que sobreviven».

La artista aprovecha las sobras, transforma la destrucción en una nueva vida. Desde el año 2002 amplía la serie de trabajos Translated Vase (Jarrón traducido), un proyecto de «esculturas reconstruidas», «rompecabezas tridimensionales» para las que sólo utiliza fragmentos de esa cerámica que prometía ser exquisita y decepcionó a su creador.

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‘Hikaru dorodango’, el arte de convertir el barro en esferas perfectas

Bruce Gardner muestra una de sus 'hikaru dorodango'

Bruce Gardner muestra una de sus ‘hikaru dorodango’

La mezcla no parece posible, pero en la excentricidad minimalista nipona ambos ingredientes se unen y resultan en una forma de arte. Doro significa barro; dango es el nombre que reciben las bolas de harina de arroz que se cubren de salsas saladas o dulces y a menudo se sirven en brochetas de tres piezas.

De origen desconocido —aunque es lógico pensar en una tradición milenaria por la simpleza de la técnica y los materiales— el dorodango consiste en crear esferas perfectas usando sólo tierra y agua. Tradicionalmente ha sido un pasatiempo infantil en Japón, pero entre los adultos tuvo un largo periodo de decadencia. La perspectiva cambió a comienzos del siglo XXI, cuando Fumio Kayo, un profesor de educación de la Universidad de Kioto, se interesó por el dorodango como herramienta para el estudio del desarrollo de la psicología infantil.

La concentración, la relajación y la meditación en torno al proceso le dan profundidad a un arte que sigue evolucionando a pesar de no poder ser más sencillo. Desde su ascenso, se ha hecho conocida también una derivación de la práctica, el hikaru dorodango (dorodango brillante): perfectas esferas de barro, puestas a secar y pulidas hasta que parecen una bola de billar.

«Las respuestas son interesantes. O lo pillan en seguida y piensan que es la cosa más fabulosa sobre la que han oído hablar, o piensan que es completamente absurdo y una pérdida de tiempo», cuenta en un vídeo el artista estadounidense Bruce Gardner a propósito las reacciones que despierta este arte entre quienes acaban de conocerlo.

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El matrimonio de chino y japonesa con un solo idioma común, las fotos

 

 RongRong & inri / In the Great Wall.China.2000.No.3 © RongRong & inri

RongRong & inri / In the Great Wall.China.2000.No.3 © RongRong & inri

RongRong nació en Zhangzhou, en la poblada provincia china de Fujian, en 1968. Cinco años más tarde, en la prefectura japonesa de Kanagawa nació inri —la minúscula inicial es decisión suya—. Se conocieron en el año 2000. Ninguno hablaba el idioma del otro ni tenían una tercera lengua para comunicarse.

Esa es la mentira que ellos mismos ponen en solfa: se entendieron desde el primer momento gracias al habla común de la fotografía.

RongRong & inri, las dos personas de países enfrentados por una ofuscación histórica cimentada en las siempre falsas premisas de la identidad nacional, son ahora una sola. Cuando se acostaron desnudos en la Gran Muralla china no dijeron una sola palabra. Entendían el silencio.

La pareja de fotógrafos acaba de ser galardonada con el gran premio especial de 2016 de la World Photography Organisation (WPO). Si se tienen en cuenta la identidad y los logros de los premiados anteriores —una patrulla de héroes del humanismo Eve Arnold, William Klein, Marc Riboud, William Eggleston, Mary Ellen Mark, Elliott Erwitt, Bruce Davidson, Phil Stern…—, no es desproporcionado intuir que RongRong & inri están en compañía de ángeles.

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Los gif animados de un japonés melancólico

© Toyoi Yuta - 1041uuu.tumblr.com/

© Toyoi Yuuta – 1041uuu.tumblr.com/

© Toyoi Yuta - 1041uuu.tumblr.com/

© Toyoi Yuuta – 1041uuu.tumblr.com/

De los gif animados de Yuuta Toyoi —que usa el alias artístico de 1041uuu— renace la misma sensación de espera suspendida de los cuadros aparentemente vacíos de Edward Hopper (1882-1967), el pintor espartano y esencial que mostró mejor que nadie el blues del siglo XX.

No hay comparación posible en términos artísticos, por supuesto: el joven japonés usa nanopelículas de 8 bits, virtuales y simples, casi instantáneas, mientras que el artista estadounidense del silencio tardaba meses en decidirse por una tonalidad de azul, pero ambos están aliados en la intención de mostrar siempre el comienzo de una historia, sin ofrecer indicios, sin marcar tramas, sin esperar nada más que la espera misma

La fascinante cultura híbrida japonesa, intoxicada de añeja tradición y frenética modernidad, sirve a Yuuta para mostrar una melancolía parecida a la de algunas novelas de Haruki Murakami, ese escritor al que deberían dar el Nobel de una vez para evitarnos a los demás la lectura repetida de los titulares anunciándolo como «seguro ganador».

«Mueres a los 18», sostiene Murakami, y la frase podría ser colocada como soundtrack a esta colección de animaciones a contraluz, situadas siempre tras la medianoche o en el tránsito de un impersonal vagón de interurbano y donde los personajes, siempre jóvenes postadolescentes, parecen sometidos a una gravedad imprecisa pero inevitable.
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La elaboración ‘sagrada’ del sake japonés

Dejan de ver a sus familias durante seis meses para trasladarse a vivir en el mismo lugar en el que trabajarán. Los hombres de entre 20 y 70 años de edad pasan el duro invierno del norte de Japón consagrados a la fabricación del sake, una bebida alcohólica con milenios de antigüedad, de un sabor sutil y que acaricia la garganta invitando a repetir.

En una situación mundial en que la masificación domina la producción de alimentos y bebidas (y cada vez más aspectos de la vida) sigue habiendo lugar para una historia tan asombrosa como la que descubre The Birth of Saké (El nacimiento del sake), un documental que se adentra en la historia de la destilería Yoshida, un negocio familiar japonés, de 144 años de antigüedad y que sobrevive con una dignidad monacal al saturadísimo mercado del sake en el país, que cuenta con unos 1.000 fabricantes diferentes.

El director —Erik Shirai, afincado en Nueva York— y la productora Masako Tsumura visitaron por primera vez la destilería en agosto de 2012 y quedaron prendados del lugar. El proceso para conseguir permisos fue largo, pero por fin se les permitió grabar allí, montaron una campaña de microfinanciación para terminar de recaudar el dinero que les faltaba y en enero de 2013 pasaron medio año compartiendo el proceso de fabricación «intenso y relativamente desconocido, incluso en Japón» del sake tradicional.
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Tetsuya Ishida: trabajo, crueldad, soledad y surrealismo en Japón

Obra del artista japonés Tetsuya Ishida

Obra del artista japonés Tetsuya Ishida

En japonés existe un término específico (karoshi) para denominar a la muerte por exceso de trabajo. El Ministerio de Sanidad de Japón tuvo que reconocer ya en 1987 la existencia del problema, el fallecimiento —a menudo derivado de un derrame cerebral o ataque cardiaco— de personas que, por exigencias de su empleo, prácticamente no descansan. Se calcula que cada año 200 japoneses mueren así, dedicándole al trabajo unas 110 horas semanales cada uno. La cifra podía ser mayor: tanto las empresas como los familiares guardan silencio al respecto, las primeras por negar su responsabilidad, las segundas por considerar que matarse trabajando es una consecuencia inevitable.

Las obras de Tetsuya Ishida (1973-2005) son testimonios del sufrimiento contenido, la despersonalización, la cruel cultura del trabajo y la destructiva soledad de la sociedad japonesa. Los trabajadores asalariados tienen forma de paquete postal, se venden desmontados en piezas listas para ensamblar, acuden a un bar tras la jornada laboral para que un camarero les sirva alcohol de un surtidor y poder perder el sentido lo antes posible.

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Hijo de un miembro del parlamento y una ama de casa, Ishida tenía claro que no quería formar parte de una legión de hombres encorbatados. Contra los deseos de sus padres, que lo habían presionado para que eligiera ser maestro o químico, estudió Arte en la Universidad de Musashino (en Kodaira, al oeste de Tokio) y se licenció en Diseño de Comunicación Visual.

Sin expresar emociones, los personajes de las pinturas del artista son un híbrido de ser humano y objeto, viven para ser manejados o han decidido dejar de oponer resistencia, fundirse con el paisaje social hasta dejar de existir como personas. Extraños para sí mismos, se abandonan a la pasividad y permiten ser engullidos por situaciones surrealistas. Cada elemento (el caparazón de insecto, el pijama con estampado de peces dorados, la barca-cuna, la desproporcionada bandeja con restos de comida…) parece contener un entramado de significados.

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Uno de esos objetos recurrentes es la bolsa de supermercado, a veces fundida con la anatomía humana. Siempre reticente a hablar de su trabajo, el autor nunca quiso desvelar qué representaban en su trabajo, aunque podría haber una pista en la adicción caricaturesca de los japoneses al envoltorio: en un paquete de galletas no es extraño encontrar a su vez las galletas empaquetadas de manera individual; si se compran varios productos en la misma tienda, se dará una bolsa por cada artículo; algunos establecimientos protegen cada pieza de fruta en una bolsa separada y después meten la compra a su vez en otra bolsa más grande.

Al acabar los estudios, Ishida tuvo dificultades para mantener una pequeña empresa, fundada junto a su amigo el director de cine Isamu Hirabayashi, dedicada a los proyectos audiovisuales y al diseño gráfico, pero a finales de los noventa consiguió el reconocimiento suficiente para dedicarse en exclusiva al arte. A pesar de no sentirse complacidos con el retrato descarnado y sarcástico que el autor presentaba de la sociedad de su país, los padres terminaron por reconocer la valía del hijo rebelde.

Dejó 180 obras acabadas, algunas publicadas de manera póstuma por su familia. Cada vez más popular y con mayor eco internacional, es extraño pensar que se suicidó, pero la teoría cobra peso al ser la única manera clara de explicar por qué Ishida permanecía quieto en su coche, en medio de un paso a nivel, cuando el 23 de mayo de 2005 murió de modo instantaneo arrollado por un tren.

Helena Celdrán

El artista Tetsuya Ishida junto a algunas de sus obras

El artista Tetsuya Ishida junto a algunas de sus obras

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Tetsuya Ishida

Kokeshi, la muñeca japonesa que nace de un torno

En el pequeño taller japonés abierto a la calle, el artesano Yasuo Okazaki (1954) trabaja la madera rodeado de virutas y serrín. De un palo corta cilindros, su gran herramienta es un torno que hace girar la madera para que él pueda moldearla con cinceles y brocas.

Todo resulta relajante y estéticamente perfecto en la creación de las muñecas japonesas Kokeshi: figuritas sin pies ni manos, minimalistas y de expresión enigmática, utilizadas como recuerdo o amuleto. El proceso recuerda a la alfarería más que a la talla, la pieza no deja de girar hasta que el artesano no tiene que dar los último retoques.

Incluso en el momento de pintar los adornos principales, la pintura parece surgir sobre la madera giratoria como por arte de magia. Con un cariño milimetrado y pleno dominio del proceso, ver trabajar a Okazaki es como contemplar a un gran chef de cocina transformar los ingredientes en manjares o a un joyero puliendo con mimo una piedra preciosa.

Kokeshi doll

Típicas de la región de Tohoku —al norte de la mayor isla de Japón, montañosa y conocida por la dureza de su clima— fueron los alfareros quienes tuvieron la ocurrencia de experimentar con el torno para fabricarlas. No está claro cuándo se comenzaron a manufacturar las muñecas Kokeshi, parece ser que fue a mediados del periodo Edo (1603-1868). Japón crecía económicamente, las normas sociales eran muy estrictas y sólo al final de esta larga época histórica comenzó a abandonar su ancestral aislamiento del resto del mundo.

Existen 11 tipos de Kokeshi según la región. La del vídeo corresponde a la variedad de la localidad de Naruko, donde se dice que pudieron nacer las figuritas y en la que incluso hay un museo dedicado a ellas. Se distinguen por tener caras amables y crisantemos pintados sobre el cuerpo, pero sobre todo por ser las únicas que emiten un sonido: la cabeza, perfectamente ajustada, se puede sin embargo girar haciéndo un poco de fuerza para que chirríe.

Si no fuera por el ruido mecánico de las herramientas interviniendo en la rotación del torno, podría parecer que el tiempo se ha congelado en el interior del taller. Okazaki ha dedicado su vida adulta a las Kokeshi. Tras acabar el instituto, el único maestro que tuvo fue su padre, que lo instruyó en la elaboración casi ceremonial de las exquisitas muñecas.

Helena Celdrán

‘Sampuru’, el arte de hacer reproducciones de comida japonesa

Fake Food Sushi - (www.fake-food.net)

Fake Food Sushi – (www.fake-food.net)

Niguiris y rollos de sushi con apetitosas rodajas de pescado, tempura perfectamente rebozada, deliciosas sopas de fideos con sobreabundancia de ingredientes… Los platos son perfectos como estatuas, lo único sospechoso en ellos es que brillan demasiado.

Denominadas sampuru (del inglés sample, muestra), las reproducciones de comida tienen un papel importante en los restaurantes japoneses, permiten al potencial cliente hacerse una idea de lo que hay en el menú y estimula las papilas gustativas de quien pase por delante. En las grandes ciudades cumplen además la función de facilitar la comunicación entre camareros y los clientes extranjeros en un país donde el inglés es una rara avis.

Hecha de cera —aunque cada vez más, de plástico— la comida falsa requiere de un proceso artesanal que comienza en la mayoría de los casos con alimentos reales de los que se sacan moldes. Después, se añaden detalles realistas a la pieza y se pinta.

Cada restaurante encarga los modelos según los platos que ofrece y con el tiempo el diseño y la confección de estos conjuntos se ha convertido en una especie de disciplina artística. Hay concursos de creación de comida de mentira y los manufacturadores más destacados guardan con celo los secretos para lograr que sus productos tengan un aspecto más realista que otros.

Yakisoba-takoyaki y una tempura de gamba - (www.fake-food.net)

Yakisoba-takoyaki y una tempura de gamba – (www.fake-food.net)

La consideración del sampuru como disciplina artística hizo que en 1985 incluso protagonizara una exposición en el Museo Victoria y Alberto de Londres. En el documental de Wim Wenders sobre Japón titulado Tokyo Ga (1985) el director alemán también se esmeró por enseñar los pormenores de la manufacturación de la comida falsa.

Aunque parece un invento desarrollado tal vez en los últimos 40 años y más relacionado con la extravagancia y el gusto por lo artificial que se cultivan en Japón, las reproducciones de alimentos son un invento de principios del siglo XX.

Para entender su origen es necesario remontarse a la era Meiji, marcada por el reinado del emperador Meiji, de 1868 a 1912. El país iniciaba su apertura al mundo efectuando cambios sociales, económicos, militares, de política interior y exterior, dejaba de ser un país aislado y anclado en un sistema feudal y evolucionaba con el objetivo de ser una potencia mundial.

A raíz de las recién instauradas relaciones comerciales, tuvo acceso a productos que hasta ese momento, como mucho, se conocían de oídas. La comida no fue una excepción: cuando en los años sesenta del siglo XIX se crearon los primeros asentamientos occidentales en el país. Al archipiélago comenzaban a llegar productos occidentales, entre ellos ingredientes y recetas que los japoneses nunca habían probado.

En el libro Modern Japanese Cuisine: Food, Power and National Identity (Cocina japonesa moderna: comida, poder e identidad nacional) la polaca Katarzyna Joanna Cwiertka —académica especializada en Estudios Modernos Japoneses en la universidad holandesa de Leiden— explica que sólo en aquellas últimas décadas llegaban al país zanahorias, guisantes, cebollas, tomates, espárragos, coliflores, perejil… El contacto tardío con otras potencias hizo que por ejemplo, hasta 1925, nadie hubiera probado la mayonesa.

Las réplicas comenzaron representando platos occidentales, entonces sofisticados. Los restaurantes veían difícil que los clientes pidieran lo que desconocían y empezaron por ofrecer muestras, hacer fotos y dibujos… Los métodos disponibles eran caros o no terminaban de ofrecer una visión clara del conjunto y en ese momento surgió el sampuru. Contradictoriamente, ahora son en su mayoría platos japoneses los que (también fuera del país) se exhiben para que el cliente occidental sepa lo que esperar o caiga rendido al aspecto limpio y colorido de las piezas de cera y plástico.

Helena Celdrán