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Arquitectura brutalista hecha con Lego

Uno de los modelos arquitectónicos de Arndt Schlaudraff

Uno de los modelos arquitectónicos de Arndt Schlaudraff

Acostumbrados a la apariencia colorista de las construcciones de Lego (incluso en las más ambiciosas y profesionales), los modelos de Arndt Schlaudraff se distancian del espíritu desenfadado del juego de construcción. Inspirados en edificios reales o reproducidos con la mayor exactitud posible, son un canto de amor a la arquitectura brutalista, que de los años cincuenta a los setenta se identificó por el generoso uso del hormigón crudo.

El artista alemán sólo trabaja con piezas blancas y transparentes, obedeciendo a la naturaleza fría y limpia de los edificios que versiona. Desvela que su mejor herramienta es la caja de Lego Architecture Studio, de 1210 piezas inmaculadas y clasificada para un público de 16 años en adelante. Diseñado para —en palabras de la compañía— «liberar a tu arquitecto interior», el set cuenta con un libreto con trucos y técnicas para crear las construcciones y está avalado por despachos como el neoyorquino Rex Architecture P.C o el japonés Sou Fujimoto Architects.

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Camp, paloma doméstica por accidente y musa de pintores

El huevo apareció en la encimera de la cocina, tal vez fruto del remordimiento. Los obreros que cambiaban los viejos marcos de las ventanas habían destruido sin querer un nido de palomas y quisieron reparar el error aunque sólo fuera poniendo a salvo al huevo que había en el interior.

La fotógrafa Mariah Naella y su marido el pintor George Keaton, residentes en Chicago (EE UU) se preparaban para celebrar su fiesta de compromiso en Wisconsin. Según cuenta la pareja a Splash, un suplemento del periódico Chicago Sun-Times, ni se inmutaron ante la presencia del huevo, ya era de noche y ella lo cogió con la intención de tirarlo y fue  entonces cuando notó que algo se movía en el interior. Sentir aquel balanceo fue decisivo, Naella quiso proteger a la cría que estaba a punto de nacer. A media noche la criatura ya había roto el cascarón.

Camp en su casa de Chicago - Foto: Facebook

Camp en su casa de Chicago – Foto: Facebook

No se imaginaban que ese era el comienzo de una convivencia con un animal a menudo menospreciado en las ciudades, un ave para muchos molesta y vulgar, y con fama de no tener demasiada sesera. Se llevaron al polluelo de viaje, compraron una fórmula vitaminada para pájaros recién nacidos y le dieron de comer con una jeringa.

'Camp for President' - Adele Renault

‘Camp for President’ – Adele Renault

Campbell (al que sus salvadores llaman Camp) creció y aprendió a volar, en siete semanas adoptó la apariencia de una ejemplar cualquiera de los que se ven a diario picoteando en una plaza. Sus dueños sabían que la vida en común con él duraría poco y, siguiendo el consejo del experto de un centro de rehabilitación de animales salvajes, lo liberaron. Pero la paloma no tenía intención de marcharse, tan solo aceptaba volar por los alrededores y siempre terminaba volviendo a casa.

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Laura Callaghan, ilustradora de la banalidad y el capricho

Ilustración de la serie 'Pick Me Up' (2015) - Laura Callaghan

Ilustración de la serie ‘Pick Me Up’ (2015) – Laura Callaghan

Cuando describe su arte habla de «mujeres sin miedo en ambientes coloridos». Laura Callaghan representa la banalidad sin remordimientos. Sus chicas, vestidas con ropa de estampados excesivos, queman billetes, se miran vanidosas en el espejo, se hacen un selfie mientras comen, contemplan con apatía el desorden que reina en su habitación, viven saturadas de caprichos y casi siempre tienen cara de aburrimiento y fastidio.

No hay espacios vacíos, las perspectivas y los colores son planos. Trabaja a mano y emplea acuarelas, tinta china y estilógrafo, materiales analógicos para lograr una estética supuestamente infantil como conseguida con rotuladores y lápices de colores.

Ilustración de la serie 'Pick Me Up' (2015) - Laura Callaghan

Ilustración de la serie ‘Pick Me Up’ (2015) – Laura Callaghan

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El fotógrafo que prefiere los «terribles errores» de una cámara de plástico

Thomas Alleman es un fotógrafo comercial estadounidense. No hay ánimo peyorativo en el adjetivo comercial: cada uno se gana la vida como puede y a él le gusta —y le compensa económicamente después de quince años de ejercicio y una muy sólida reputación— firmar reportajes para revistas ilustradas con nombres que tienen potencia balística (Time, People, Business Week…), pero si Alleman pasa a la historia no lo hará por esos trabajos de mayúscula importancia y producción esmerada, circuntancias que en el mundo de la fotografía comercial están maridadas con la posesión de un equipo digital valorado en cifras de, cuando menos, seis dígitos.

Un pedazo de plástico

Un pedazo de plástico

Lo mejor de Alleman, su prueba de vida, ha salido de una cámara de juguete.

Las fotos con las que el reportero se convierte en un poeta y danza el infinito vals de la luz y la sombra son tomadas con una Holga, la cámara de medio formato que se puede comprar por unos 25 euros. Con ese pedazo de plástico negro en las manos, Alleman es un chamán, un héroe, un niño iluminado…

Fabricada desde 1982, sin licencia ni franquicia, en Hong Kong (la diseñó un tal TM Lee del que nada se sabe y, por supuesto, no tiene Twitter), ha habido maniobras del lobby pijo de Lomography para hacerse con la distribuición mundial exclusiva de la Holga pero hay demasiados talleres en China fabricando las cámaras cada uno por su lado y tanta diversificación no permite el monopolio. Todo objeto es un objeto político y la Holga, en los tiempos de Instagram y los smarthpones, es procomún y proletaria.

Es claro que tener en las manos esta cámara de precio popular y aspecto algo torpe —100% plástica, básica, cuadrada, una especie de ladrillo— no garantiza que funcione la mecánica de fluidos del ars poetica fotográfico, porque si tienes los sentimientos de un rodamiento de plomo, harás fotos plomizas y siempre conviene que llegues al momento de hacer la foto con el alma rota y el corazón supurando, porque, amigo mío, ningún filtro va a hacer el trabajo por ti.

La herida de Allman fue el 11-S. Tras los ataques con los aviones tripulados se sintió perdido y dejó de entender. Necesitado de una mirada de mayor suavidad, de fidelidad baja, empezó a caminar y conducir sin rumbo por la ciudad en la que vive, la megalópolis de Los Ángeles.

Nunca llevaba consigo ninguna de las cámaras para matar con precio de seis dígitos: consideraba que era grosero proponer la alta tecnología como forma de luto y optó por la Holga que hasta entonces consideraba un objeto decorativo, una contradicción. La hermosa serie Sunshine & Noir es el resultado de aquellos viajes nómadas en busca de soledad y muda reflexión.

Con la «muy primitiva tecnología» y los «terribles errores» de la Holga —un adminículo de baja precisión, con distorsiones, superposiciones caprichosas  y entradas no menos azarosas de luz (una copia plástica del alma humana, vaya)—, Alleman aprendió nuevamente a ejercer el derecho a la mirada, sometida a fallos, distracciones y melancólicos retrocesos. No ha roto el compromiso y con la Holga ha retratado Los Ángeles, Nueva York, Mongolia y otros lugares.

Lo que para algunos podría ser un resultado disfuncional empezó a convertirse en el abecedario visual de un niño sorprendido. Ahora Alleman suele dejar siempre en casa a las cámaras serias. No le hace falta nada más que un trozo de plástico negro.

Ánxel Grove

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

Bob Dylan visto por Instagram

Bob Dylan parece un coyote callejero en el primer videoclip de su útimo disco, el desigual Tempest. Con un zoot suit elegante pero casi de personaje de dibujos animados y el rosto inmutable excepto por unos levísimos gestos de asco, el artista recorre una acera nocturna rodeado por fantasmas de la oscuridad —pandilleros, un travesti y otras figuras tribales— que acaso sólo vivan en los meandros de la mente del cantante.

En paralelo al tránsito silencios, una historia turbia y muy violenta —aunque con cierto fondo de comedia muda— se desarrolla en el corto que dirige un tipo que también podría poblar con todo derecho los mundos afiebrados de Dylan, Nash Egerton, doble de actores en películas de todo pelaje.

"Tempest" (Bob Dylan, 2013)

«Tempest» (Bob Dylan, 2013)

La acción discrepa abiertamente con el espíritu de la canción ilustrada por el clip, Duquesne Whistle, una autoreflexiva indagación sobre nuestra culpabilidad en el asesinato premeditado de la infancia y su magia. La letra (decir que es buena es un pobre calificativo cuando hablamos del único músico de rock que puede ser llamado escritor) está contruida en torno al impacto emocional del silbido de un viejo tren, el Duquesne.

Quizá para buscar una mayor sincronía entre fondo y forma —porque no creo que a estas alturas al nihilista Dylan le preocupen las acusaciones de que el videoclip fomenta la violencia gratuita—, el cantante dió permiso a Instagram para que solicitase a los usuarios de la aplicación fotos el envío de imágenes con la etiqueta #dylanlyricphotos y poder montar un lyricvideo similar al que Dylan protagonizó hace 45 años en Subterranean Homesick Blues.

El resultado es éste:

Hace unas semanas me preguntaba si las aplicaciones fotográficas para smartphones pueden transmitir la realidad sin transformarla previamente en una alternativa de realidad, filtrada por la mirada artificiosa y vintage —odio la palabreja, lo siento, pero viene al caso— que tanto gusta al fanatismo hipster.

Esta vez tengo que confesar que el resultado —pese al esteticismo a la moda— me gusta. Le cuadra a la otoñal canción de Dylan, un cantante que se está muriendo con dignidad ante nuestros ojos.

Ánxel Grove

¿Se puede retratar África con Instagram o Hipstamatic?

Niños jugando al futbolín en Dakar, Senegal, 28 de sept., 2012 (Foto: Holly Pickett)

Niños jugando al futbolín en Dakar, Senegal, 28 de sept., 2012 (Foto: Holly Pickett)

El fotoperiodista Peter DiCampo, que trabaja y vive en África desde 2008, no terminaba de estar satisfecho con el resultado de sus reportajes. Pese a la intensidad de algunos, como Life Without Lights (La vida sin luces), un premiado proyecto multimedia sobre las consecuencias de la falta de energía eléctrica, tenía la sensación de que había imágenes que siempre quedaban fuera porque estaban en los bordes de la acción o a sus espaldas y resultaban inalcanzables.

En la búsqueda de una manera de mostrar la complejidad africana, DiCampo, residente en Ghana, se alió con la también periodista Austin Merrill, que vive en Costa de Marfil, y decidieron emplear la cámara del iPhone y la aplicación Instagram como método blando de acercamiento e instrumento cotidiano. «Hacer fotos con un teléfono te permite empezar a trabajar antes de que te den el pase de prensa», comentan en su declaración de principios.

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

El resultado es Everyday Africa, un foto-blog colectivo que coordinan ambos periodistas, veteranos voluntarios de los Peace Corps estadounidenses. Las fotos son casuales, mundanas y sin la gravedad —no menos cierta y transcendente— del drama de la violencia, los refugiados, las guerras de baja intensidad pero alta tragedia, el hambre y la aparente contradicción de la paz y alegría del continente africano.

El uso de las potentes cámaras de los smartphones como instrumento periodístico ha alcanzado cierto grado de polémica. Cuando el año pasado Benjamin Lowy publicó el reportaje Life During Wartime sobre Iraq con fotos telefónicas, algunos le acusaron de manipular la realidad, al filtrarla mediante las aplicaciones Instagram e Hipstamatic, que, según sus detractores, embellecen lo que retratan y le añaden falsedad (de hecho, se anuncian ofreciendo la posibilidad de hacer fotos «bellas y rápidas», en el caso de la primera app, y diciendo, la segunda, que «la foto digital nunca pareció tan analógica»).

Lowy —cuyo microblog de Tumblr merece una visita— no entró en la polémica porque, se limitó a señalar, el smarthpone y sus filtros son sólo un instrumento más, como podrían serlo la elección de una cámara analógica o una película en blanco y negro. Algo parecido ha opinado el reportero Damon Winter, que también ha retratado la crudeza bélica con teléfono. «Es mi mirada, no la de Hipstamatic», señaló en su defensa.

Puesta de sol en la costa de Sinaí, Egipto, 8 de junio de 2012 (Foto de Laurael Tantawy)

Puesta de sol en la costa de Sinaí, Egipto, 8 de junio de 2012 (Instagram de Laurael Tantawy)

Lo que ofrecen DiCampo y Merrill en Everyday Africa (donde también colaboran los fotógrafos Laura El-Tantawy, Shannon Jensen, Holly Pickett y Glenna Gordon) no tiene el contenido descriptivo y duro de los reportajes de Lowy y Winter. Las fotos de hombres comprando DVD piratas, mujeres posando con la elegante gracia de lo cotidiano o momentos de pausa en la lucha diaria, son más sentimentales y tal vez casen mejor con el subjetivismo de las aplicaciones fotográficas para smartphones.

La duda moral sigue siendo la misma: ¿se debe retratar la realidad a través de la implícita perversión de los filtros digitales?, ¿es África este decorado místico de ensueño?, ¿es moral hacer una foto con un teléfono y publicarla en un reportaje?, ¿cómo cambia la relación entre fotógrafo y sujeto cuando el primero lleva en la mano un artefacto cotidiano y casi invisible que no le identifica como periodista?, ¿hace el juego el reportero a los intereses mercantiles de las mega corporaciones y se convierte en cómplice de la unificación de una mirada bella  —y ciertamente tontorrona— sobre el mundo?, ¿dónde queda la búsqueda de la foto cuando la mitad del proceso (la postproducción) la realiza un filtro digital?

Es casi imposible formular respuestas. Acaso sean inncesarias si se parte del principio fundamental de que toda foto es una mirada desde el corazón.

Ánxel Grove

Contenedores en el puerto de San Pedro, Costa de Marfil, marzo de 2012 (Instagram de  Austin Merrill)tin. (Taken with Instagram)

Contenedores en el puerto de San Pedro, Costa de Marfil, marzo de 2012 (Instagram de Austin Merrill)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Dakar, Senegal, 22 de julio, 2012 (Instagram de Holly Pickett)

Dakar, Senegal, 22 de julio, 2012 (Instagram de Holly Pickett)

Una niña en el puesto de venta de sus padres en Duekoue, Costa de Marfil, 7 de marzo de 2012 (Instagram de Peter DiCampo)

Una niña en el puesto de venta de sus padres en Duekoue, Costa de Marfil, 7 de marzo de 2012 (Instagram de Peter DiCampo)

Vendedores ambulantes buscan clientes entre los pasajeros de un autobús, Uganda, 21 de mayo, 212 (Instagram de Peter DiCampo)

Vendedores ambulantes buscan clientes entre los pasajeros de un autobús, Uganda, 21 de mayo, 212 (Instagram de Peter DiCampo)