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‘Zanahorias defectuosas’ que nunca verás en el supermercado

Tres de las zanahorias 'defectuosas' fotografiadas por Tim Smyth

Tres de las zanahorias ‘defectuosas’ fotografiadas por Tim Smyth

Desde que la comida es un producto industrializado, no se nos permite conocer el camino que recorre cada alimento hasta que termina en una tienda. Las frutas y las verduras consideradas feas no llegan al consumidor, se desechan nada más ser recogidas: los agricultores no pueden venderlas porque no están dentro de los llamados estándares de calidad, parámetros estéticos que nada tienen que ver con el sabor o las propiedades nutritivas. Mientras tanto, la tierra sigue produciendo a un ritmo frenético, enfrentándose al desafío de alimentar a la cada vez más numerosa humanidad.

Algunas zanahorias de las que fotografía Tim Smyth (Bristol – Reino Unido, 1985) son incluso obscenas, se retuercen en posturas provocativas desafiando las leyes de mercado, burlándose de los cánones de belleza. En los supermercados debe reinar la armonía, las cajas deben exponerse alineadas en los estantes y las hortalizas también deben participar de ese orden estéril. Las imágenes a color y de fondo blanco sin embargo las retratan en toda su crudeza, deformes y excéntricas para el consumidor medio.

En Defective Carrots (Zanahorias defectuosas) —un tomo, publicado por la editorial londinense independiente Bemojake— el fotógrafo inglés recopila 56 especímenes procedentes de la mayor granja productora de zanahorias del Reino Unido, en Yorkshire del Norte. En una entrevista a la revista estadounidense Modern Farmer, Smyth cuenta que se llevó todas las que cabían en el maletero de su coche y de vuelta a casa, en Londres, pasó buena parte del día fotografiándolas. Al haber crecido en una ciudad, confiesa que muchas le parecieron ajenas a lo que debe ser una zanahoria.

Página del libro 'Defective Carrots', de Tim Smyth, publicado por la editorial independiente Bemojake

Página del libro ‘Defective Carrots’, de Tim Smyth, publicado por la editorial independiente Bemojake

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Un proyecto artístico demuestra el potencial de zanahorias, rábanos, remolachas…

'Final Bloom' - Eugene Soler

‘Final Bloom’ – Eugene Soler

La capacidad de crecimiento de algunas verduras no termina en el momento en que desechamos las hojas inservibles para consumirlas. El arquitecto y diseñador australiano Eugene Soler ilustra en un experimento entre artístico, poético y científico cómo la vida se abre paso en los restos de zanahorias, rábanos, nabos, remolachas y otras verduras de raíz.

La instalación artística Final Bloom (Florecimiento final) se presentó este mes en el Instituto Británico de Diseño de Interiores (BIID), en Londres, como interpretación visual de un ciclo de conferencias sobre cómo la unión de arte y ciencia influye cada vez más en las soluciones creativas de los diseñadores de interiores.

Inspirado en las ilustraciones científicas del pasado y en los bocetos de carácter divulgativo, fruto del deseo de los artistas por saber y descubrir, Soler llama con el proyecto al «sentido de la curiosidad y del asombro producido por el mundo natural».

Consiguió las sobras de restaurantes locales, de la cocina de un servicio de cátering y de casas particulares de amigos. También pidió la colaboración de los visitantes, que podían llevar los restos de hortalizas de casa para aportarlas a la iniciativa.

Bocetos para 'Final Bloom'

Bocetos para ‘Final Bloom’

En construcciones con varias bandejas que se rellenaban de agua con un sencillo sistema, se podía comprobar cómo seguían creciendo y saliéndo nuevas hojas que alcanzaban un tamaño considerable empujadas por el ansia por sobrevivir. «Hay algo poético en estos brotes, después de cortarlos siguen creciendo, incluso cuando ya se han convertido en desechos. Quería crear un hábitat para ellos, una incubadora para que florecieran una vez más«, cuenta el autor en unas declaraciones a una publicación online especializada en diseño y arquitectura.

Final Bloom provoca además la reflexión sobre nuestra idea equívoca de lo que consideramos desechable. Las hojas de la zanahoria son comestibles, ricas en nutrientes y se pueden agregar a ensaladas y sopas. Las hojas de nabo tienen más beneficios para la salud que la raíz que consumimos, las de la remolacha pueden cocinarse como si fueran espinacas. Soler quiere con el proyecto «que seamos más conscientes de nuestra tendencia a tirar cosas que tienen más potencial y belleza en ellos» de lo que nosotros pensamos.

Helena Celdrán

Violines-puerro y pepinofones, una orquesta de verduras

La Vegetable Orchestra suena a apios retorciéndose, zanahorias silbando, golpes de calabaza. La acústica es hueca y crujiente. Sus  once músicos utilizan verduras como única materia prima para sus instrumentos.

La Vegetable Orchestra (Zoe Fotografie)

La Vegetable Orchestra (Zoe Fotografie)

Esta extravagancia musical -a la que hoy dedicamos Artefactos– se fundó en Viena, en el año 1998. Compran las hortalizas en el Naschmarkt, el mercado más famoso de la ciudad. Entrechocan los ejemplares, toquetean cada uno para saber si es exactamente esa berenjena, y no otra, la que necesitan.

Cuando salen de gira, siempre acuden a las tiendas locales y a mercadillos de agricultores para encontrar lo mejor. «Las verduras empaquetadas del super no son buenos instrumentos», dicen en su página web.

Luego juegan a los lutieres: se valen de taladros, cuchillos afilados y utensilios de cocina para que aquello suene. El violín-puerro es fácil de hacer, pero el cucumberphone (algo así como el pepinofón) necesita mucho más trabajo.

No voy a negar que me debato entre la sorpresa y la ligera burla cuando veo sus actuaciones en los vídeos que hay disponibles en la red. Una actitud demasiado seria, concentración suprema, todos los músicos vestidos de negro…

Fabricando instrumentos (Heidrun Henke)

Fabricando instrumentos (Heidrun Henke)

Incluso a veces ponen una pantalla tras ellos en la que se proyecta un vídeo con intenciones plásticas que muestra a las hortalizas siendo agujereadas y cortadas.

Por otro lado el sonido tiene un deje ancestral que me obliga a no menospreciar lo que han logrado. Dicen que con este proyecto buscan producir sonidos que no sea fácil crear con instrumentos tradicionales. «La diferencia se puede escuchar. A veces las verduras suenan como animales, a veces producen sonidos abstractos».

Tienen razón: los pitidos del pimiento, los huecos creados en las calabazas y el roce de las hojas de col son selváticos y te llevan a un mundo que sabes que el género humano despreció hace mucho y al que tal vez deberíamos prestar más atención .

Ya van por el tercer disco, al que han llamado Onionoise, un juego de palabras entre onion (cebolla) y noise (ruido). Su estilo no se ciñe a los géneros, sino que viene dado por el sonido que los músicos consiguen de las hortalizas. Ellas marcan el ritmo y el estilo de esta locura musical.

Por supuesto, al final de los conciertos, ofrecen a los asistentes sopa de verduras.

Helena Celdrán