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Buscan ‘primos’ de la fotógrafa-niñera para heredar millones

Vivian Maier - Maloof Collection

Vivian Maier, autorretrato – Maloof Collection

Del tesoro oculto de la fotógrafa-niñera Vivian Maier, el secreto mejor guardado de la fotografía de la segunda mitad del siglo XX, hablamos hace más de tres tes años en este blog. Cuando la mujer murió en 2009, a los 83 años, pobre y en el anonimato, dejó un regalo al mundo y, en una jugada que quizá tenga respuesta en la picardía de su mirada siempre infantil en los selfies, no dijo a nadie de qué se trataba.

Pasó cuarenta años captando imágenes que no compartía y acumuló 120.000 negativos y 2.000 carretes que ni se molestó en revelar. Cuando salieron a la luz, tras la subasta del contenido de un guardamuebles del que nadie pagaba alquiler, supimos de una fotógrafa solamente comprometida con el amor por las fotos, silenciosa, humilde y altamente brillante, con una mirada rápida y de una prodigiosa candidez.

Para vergüenza de quienes habitamos en el mundo del todos somos estrellas, Maier había sido una estrella y le importaba un carajo. Necesitaba hacer fotos como condición ineludible para vivir. Para comer cuidaba a los hijos de otros. También lo hizo con mimo.

Durante estos años, de la fotógrafa-niñera hemos visto un montón de exposiciones, autorretratos, libros que se han convertido en clásicos instantáneos y un documental donde quienes la conocieron la recuerdan como tímida, amante de la soledad y obsesionada por mantener como un gran secreto personal la afición neurótica por la fotografía —hacer fotos ha de ser obsesivo o no ser—…

En la era de las historias-tweet, capaces de una viralidad de altísima capacidad de contagio, la de Maier lo tenía todo: buenas fotos, misterio, cierto grado de enigma —¿era judía?, ¿escapó de Francia para evitar a los nazis?, ¿por qué ni siquiera revelaba la mayoría de sus imágenes?, ¿hay más escondidas en algún otro lugar?…— y, finalmente y pese a la modestia de la protagonista, éxito, fama, celebridad, los jinetes del apocalipsis-tweet.

 

La candorosa fábula de la fotógrafa-niñera, a la que, como ya escribí «nunca importaron los laureles, los certámenes o la supuesta prueba de fuego de la ostentosa exhición en busca de aplauso», ha derivado en una historia de malicia y batalla que podría dar para un capítulo de teleserie de tribunales.

Dos personas se enfrentan para hacerse con el legado de Maier —estamos hablando, dado el caudal y calidad de la obra y la veneración y culto que despierta el personaje de muchos millones en derechos de autor y reproducción—.

Por un lado John Maloof, un excontable aficionado a la fotografía [este es su perfil de Flickr], que fue quien encontró los primeros negativos de Maier, empezó a promocionar la obra por Internet y vendió copias muy baratas —unos 400 dólares— con la intención, eso dijo, de buscar dinero para el documental citado más arriba.

Por otro, David C. Deal, un abogado y también fotógrafo, eso dice, quien afirma que está «fascinado» con la historia de Maier y desea localizar a sus herederos.

Ninguno revela porcentajes o se otorga la condición de comisionista. Nos dejan la libertad de imaginar.

Uno y otro, según cuenta The New York Times, han contratado a genealogistas y han dado con sendas personas en Francia que dicen ser primos lejanos de Maier y, por supuesto, estarían encantados de que les cayera del cielo una fortuna por la comercialización de las fotos, aunque las hiciera alguien de quien, como reconocen, nunca oyeron hablar.

Con la batalla legal ya en marcha, un tribunal de Chicago, donde vivió durante décadas y murió la fotógrafa, ha dictado un auto preventivo que ordena detener todas las ventas de obras de Maier en tanto no se investiguen a fondo los antecedentes familiares de los aspirantes a heredero.

Creo que Vivian Maier, con la sonrisa pícara, los mandaría a todos al carajo y donaría las fotos y negativos a un museo público. O al sindicato de niñeras. O las quemaría. Después de todo, las hizo sólo para sus ojos.

Ánxel Grove