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El fracaso del elefante mecánico

Pocos inventos tienen tanto romanticismo como los que parecían en su día destinados al triunfo y sin embargo terminaron bien pronto en el trastero del mundo. Cuanto más tiempo pasa, más obsoletos e ingenuos parecen ante los ojos del espectador avanzado, que los juzga sin piedad.

Uno de esos deliciosos fracasos es el elefante mecánico, un divertimento aparatoso que causó expectación en la Inglaterra de la posguerra cuando el británico Frank Stuart fabricó el primero en 1947, inspirado en el negocio de los paseos en burro por la playa, típicos de la época. No fue el pionero. Antes hubo otros intentos, como se puede comprobar en este fragmento de película de 1932, ahora cómico por lo precario del modelo, la cantidad de humo que suelta por el tubo de escape y la reacción del pobre elefante de carne y hueso con el que se encuentra.

El elefante pasea a unos niños por Essex (Inglaterra) en julio de 1950

El elefante pasea a unos niños por Essex (Inglaterra) en julio de 1950

Hay datos poco precisos sobre la trayectoria y el paradero de los elefantes autómatas y ni siquiera se conoce con certeza cuántos se crearon. Stuart, inventor y autodenominado visionario, tuvo una compañía llamada Mechanimals de la que poco o nada se sabe. Parece que fue creada expresamente para los elefantes y poco después quebró.

El animal robot costaba 3.000 dólares (unos 2.243 euros) y se esperaba que fuera un éxito para la economía nacional, que los propietarios de parques, circos y otros centros de ocio se vieran atraídos por lo práctico de no tener que cuidarlo demasiado ni darle de comer. Funcionaba con un motor de una potencia de 10 caballos y estaba cubierto de un material gris que asemejaba con bastante acierto la piel de un elefante.

Se fabricó tras la II Guerra Mundial, en 1947. Medía más de dos metros y medio de alto, más de tres y medio de largo y constaba de 9.000 piezas: en su cuerpo había mecanismos hidráulicos que le permitían mover las patas con cierta gracilidad y en los dos siguientes ejemplares los mecanismos fueron mejorando y el tamaño del autómata fue aumentando hasta llegar a los seis metros de altura.

Recorte de prensa sobre el 'colapso' de Jumbo, en julio de 1951

Recorte de prensa sobre el 'colapso' de Jumbo, en julio de 1951

La página web Cyberneticzoo (dedicada a la historia de los robots y animales cibernéticos) recopila una serie de asombrosos recortes de prensa de los años cincuenta que arrojan pistas sobre Jumbo, uno de los elefantes, el primero en emigrar a los Estados Unidos.

En 1951 Cunningham Drug Stores, una cadena de farmacias de Míchigan compró a Jumbo para pasearlo por 100 de sus tiendas, por parques y colegios de Detroit para publicitarse con viajes gratis para los niños. Podía llevar a 10 pasajeros y alcanzaba los 43 kilómetros por hora. Según la prensa local, llevó a unos 10.000 niños en las primeras cuatro semanas.

Pero poco después de un mes de trabajo, el elefante comenzó a resentirse. Una de sus patas falló cuando seis niños iban sobre él. Resultaron heridos leves y le dieron un descanso al invento para revisarlo. Entre las pocas imágenes que hay posteriores al accidente, hay una que parece indicar que le hicieron un apaño. En todo caso, dos años después, en julio de 1953, lo pusieron a la venta.

Las entrañas del invento de Stuart

Las entrañas del invento de Stuart

En septiembre apareció otro elefante autómata en Nueva York, paseando por Times Square a un cómico y a Miss Nueva York. Se decía que acababa de llegar de Londres, pero las malas lenguas especulaban con la idea de que era Jumbo disfrazado. Un auténtico culebrón.

Todo indicaba que era el mismo, solo que ahora se llamaba Wendy, en honor a su dueño el actor cómico George Wendelken. Un año después volvió a ponerse a la venta. A lo largo de la década todavía se puede seguir el rastro del robot, que fue de un lado para otro poniéndose a la venta en numerosas ocasiones, tal vez por costosos fallos mecánicos, tal vez porque era un peligro.

Parece ser que poco a poco los tres ejemplares que fabricó Frank Stuart terminaron en Estados Unidos, algunos después de haber viajado mucho, como Nelly, la elefanta que compraron en Australia poco después de que el invento viera la luz en Reino Unido.

Rebotando de venta en venta, adquiridos en subastas y restaurados, siguen por allí escondidos, esperando que alguien los devuelva a la calle para ser una vez más el centro de atención.

Helena Celdrán