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¿Se puede retratar África con Instagram o Hipstamatic?

Niños jugando al futbolín en Dakar, Senegal, 28 de sept., 2012 (Foto: Holly Pickett)

Niños jugando al futbolín en Dakar, Senegal, 28 de sept., 2012 (Foto: Holly Pickett)

El fotoperiodista Peter DiCampo, que trabaja y vive en África desde 2008, no terminaba de estar satisfecho con el resultado de sus reportajes. Pese a la intensidad de algunos, como Life Without Lights (La vida sin luces), un premiado proyecto multimedia sobre las consecuencias de la falta de energía eléctrica, tenía la sensación de que había imágenes que siempre quedaban fuera porque estaban en los bordes de la acción o a sus espaldas y resultaban inalcanzables.

En la búsqueda de una manera de mostrar la complejidad africana, DiCampo, residente en Ghana, se alió con la también periodista Austin Merrill, que vive en Costa de Marfil, y decidieron emplear la cámara del iPhone y la aplicación Instagram como método blando de acercamiento e instrumento cotidiano. «Hacer fotos con un teléfono te permite empezar a trabajar antes de que te den el pase de prensa», comentan en su declaración de principios.

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

El resultado es Everyday Africa, un foto-blog colectivo que coordinan ambos periodistas, veteranos voluntarios de los Peace Corps estadounidenses. Las fotos son casuales, mundanas y sin la gravedad —no menos cierta y transcendente— del drama de la violencia, los refugiados, las guerras de baja intensidad pero alta tragedia, el hambre y la aparente contradicción de la paz y alegría del continente africano.

El uso de las potentes cámaras de los smartphones como instrumento periodístico ha alcanzado cierto grado de polémica. Cuando el año pasado Benjamin Lowy publicó el reportaje Life During Wartime sobre Iraq con fotos telefónicas, algunos le acusaron de manipular la realidad, al filtrarla mediante las aplicaciones Instagram e Hipstamatic, que, según sus detractores, embellecen lo que retratan y le añaden falsedad (de hecho, se anuncian ofreciendo la posibilidad de hacer fotos «bellas y rápidas», en el caso de la primera app, y diciendo, la segunda, que «la foto digital nunca pareció tan analógica»).

Lowy —cuyo microblog de Tumblr merece una visita— no entró en la polémica porque, se limitó a señalar, el smarthpone y sus filtros son sólo un instrumento más, como podrían serlo la elección de una cámara analógica o una película en blanco y negro. Algo parecido ha opinado el reportero Damon Winter, que también ha retratado la crudeza bélica con teléfono. «Es mi mirada, no la de Hipstamatic», señaló en su defensa.

Puesta de sol en la costa de Sinaí, Egipto, 8 de junio de 2012 (Foto de Laurael Tantawy)

Puesta de sol en la costa de Sinaí, Egipto, 8 de junio de 2012 (Instagram de Laurael Tantawy)

Lo que ofrecen DiCampo y Merrill en Everyday Africa (donde también colaboran los fotógrafos Laura El-Tantawy, Shannon Jensen, Holly Pickett y Glenna Gordon) no tiene el contenido descriptivo y duro de los reportajes de Lowy y Winter. Las fotos de hombres comprando DVD piratas, mujeres posando con la elegante gracia de lo cotidiano o momentos de pausa en la lucha diaria, son más sentimentales y tal vez casen mejor con el subjetivismo de las aplicaciones fotográficas para smartphones.

La duda moral sigue siendo la misma: ¿se debe retratar la realidad a través de la implícita perversión de los filtros digitales?, ¿es África este decorado místico de ensueño?, ¿es moral hacer una foto con un teléfono y publicarla en un reportaje?, ¿cómo cambia la relación entre fotógrafo y sujeto cuando el primero lleva en la mano un artefacto cotidiano y casi invisible que no le identifica como periodista?, ¿hace el juego el reportero a los intereses mercantiles de las mega corporaciones y se convierte en cómplice de la unificación de una mirada bella  —y ciertamente tontorrona— sobre el mundo?, ¿dónde queda la búsqueda de la foto cuando la mitad del proceso (la postproducción) la realiza un filtro digital?

Es casi imposible formular respuestas. Acaso sean inncesarias si se parte del principio fundamental de que toda foto es una mirada desde el corazón.

Ánxel Grove

Contenedores en el puerto de San Pedro, Costa de Marfil, marzo de 2012 (Instagram de  Austin Merrill)tin. (Taken with Instagram)

Contenedores en el puerto de San Pedro, Costa de Marfil, marzo de 2012 (Instagram de Austin Merrill)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Dakar, Senegal, 22 de julio, 2012 (Instagram de Holly Pickett)

Dakar, Senegal, 22 de julio, 2012 (Instagram de Holly Pickett)

Una niña en el puesto de venta de sus padres en Duekoue, Costa de Marfil, 7 de marzo de 2012 (Instagram de Peter DiCampo)

Una niña en el puesto de venta de sus padres en Duekoue, Costa de Marfil, 7 de marzo de 2012 (Instagram de Peter DiCampo)

Vendedores ambulantes buscan clientes entre los pasajeros de un autobús, Uganda, 21 de mayo, 212 (Instagram de Peter DiCampo)

Vendedores ambulantes buscan clientes entre los pasajeros de un autobús, Uganda, 21 de mayo, 212 (Instagram de Peter DiCampo)

¿Son «inmorales» las fotos en blanco y negro?

Color y blanco y negro

Color y blanco y negro

De las fotos de arriba tenemos muy presente, por fresca y cotidiana, a la situada a la derecha. La hizo Samuel Aranda (Santa Coloma de Gramanet, 1979) y la publicó hace unos días, junto con otras sobre la miseria interior del país, el diario The New York Times en el reportaje In Spain, Austerity and Hunger (En España, austeridad y hambre).

La de la izquierda la hizo un sargento de la Aviación de los EE UU —Michel Michaud, su nombre consta— el 16 de marzo de 2003 en las Islas Azores, donde los cuatro clientes del mismo sastre se reunieron para organizar una guerra ilegal, sucia, contraria al derecho internacional, basada en pruebas falsas, apoyada por grandes grupos industriales y financieros y causante hasta la fecha de más de un millón de muertos y casi dos millones de refugiados. De los cuatro, el más débil e inculto, que ya es decir con George Bush en la pelea, es José María Aznar, a la derecha, presidente de España. Entonces y ahora es un importante cómplice del sindicato invisible del hiperpatriotismo y la edificación de estados dirigidos según pautas ultraconservadoras y deshumanizadas.

Cada jueves en este blog hablo de fotografía, por tanto pregunto: ¿qué foto es más inmoral?

Mientras Don Juan Carlos de Borbón, con la obstinación de todo aficionado cinegético, sea cual sea su nivel, se iba directo a la redacción del New York Times tras la publicación de las fotos en blanco y negro de Aranda para mostrar su real protesta en persona porque le habían hecho pupa en la marca España, algunos cófrades del Tea Party español en la sombra —no puedo hipervincularlos, sus púlpitos son para lectores de pago— hablan desde sus comederos, casi siempre blogs muy bien pagados por empresas que se dicen periodísticas pero actuan como negociados de la Stasi, sobre la «inmoralidad» del reportaje fotográfico del Times porque está publicado en blanco y negro. El hambre y la miseria serían más pasables, con perfil de colores; tendrían matices y bokeh,  parecen dar a entender.

Hace pocos años, en 2005, los jefes de Arte de los principales diarios de pago españoles hablaban en un debate universitario de la «connotación de credibilidad» y «seriedad» del blanco y negro y el «sensacionalismo» asociado al color. Tal como se nos ha ido de las manos la realidad por la aceleración tecnológica, aquella reunión suena a medieval, pero resulta jocoso encontrar esta predicción en boca del representante de ABC: «La prensa es sensacionalista o amarilla en función de sus contenidos, no en función de sus formas. Son los contenidos los que clasifican este tipo de prensa. El color no».

El reportaje de Aranda, según ABC «apocalíptico» y conformado por «rebuscadas imágenes de exclusión social», fue atacado desde el diario conservador y progubernamental español como dando una castiza bofetada: «ABC constata que el New York Times confirma que progresismo y sensacionalismo pueden resultar compatibles» e intenta «ocultar una realidad doméstica que, en plena campaña electoral estadounidense, se le ha traspapelado».

¿Cómo lo constataron? ¿Enviaron a una reportera literaria y un fotoperiodista a recorrer EE UU como hizo el Times para su reportaje español? No, que no están las cuentas para ese modelo con lo barato que es el e-periodismo. ¿Publicaron fotos propias y a color? No, todas en blanco y negro y de agencia, sin fecha, sin intención editorial y con pies de foto de circunstancias, sin nombres propios, sin alma, sin verdad.

Volvamos al asunto: ¿qué foto es más inmoral: Bush, Blair, Aznar y Barroso jugando al Risk o un ciudadano rebuscando en un contenedor? Sea cual sea la respuesta, incluso si opinan, como yo, que ambas son inmorales —aunque los actores de la primera van con premeditación alevosa y el de la segunda está empujado por la pobreza—, ¿tiene algo que ver en la calificación ética que una sea en color y otra en blanco y negro?

«Algo así como Campos de Níjar, pero sin Goytisolo. Ni siquiera el Times es capaz de resistirse a la españolada. El ejemplo más reciente es esa colección de fotografías del especialista en piedades Samuel Aranda, cuyo reportaje sobre la pobreza en España solo prueba la inmoralidad del blanco y negro (…) La clave del oficio del periodismo no es más que la de practicar con acierto la figura de la sinécdoque. Y caer en el miserabilismo para describir la España de hoy es tan preciso y riguroso como caer en la tauromaquia», dice con el salero habitual y el rifle cargado con la munición de siempre Arcadi Espada, uno de los más contumaces críticos con el blanco y negro.

En algún lugar de sus muchos cuadernos, Franz Kafka escribió que «fotografiamos para cerrar los ojos». Algunos escriben abriéndolos tanto que dejan abierta una ventana a través de la cual queda a la vista su ropa interior. Suele ser de colores. Pero siempre del mismo. No es blanco ni tampoco negro.

Ánxel Grove

Manuel Lourerio, inmigrante cubano, en su casa rodante cerca de Barcelona, en la que vive desde hace año y medio. Trabajaba en la construcción y le despidieron (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Manuel Lourerio, inmigrante cubano, en su casa rodante cerca de Barcelona, en la que vive desde hace año y medio. Trabajaba en la construcción y le despidieron (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Comedor de beneficencia en Gerona, donde el Ayuntamiento ha anunciado que cerrará los contenedores de basura para evitar que la gente rebusque en ellos (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Comedor de beneficencia en Gerona, donde el Ayuntamiento ha anunciado que cerrará los contenedores de basura para evitar que la gente rebusque en ellos (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

El fotoperiodismo de verdad debe ser ‘cándido’

Charlie Kirk

Charlie Kirk

El colectivo de fotografía callejera Burn My Eye tiene un objetivo ambicioso: «mostrar lo extraordinario que reside en lo ordinario utilizando la fotografía cándida«.

En inglés el adjetivo candid aplicado a la fotografía no tiene nada que ver con la acepción española que referida a aquello que es simple, rayano con lo simplón, sino a lo sencillo, sin malicia o doblez. Candid photography sería algo así como fotografía natural, el género opuesto al artificio de los posados —sean en estudio o en el exterior—, las fotos de naturaleza, las de deportes o las periodísticas, en las que se consiente el acecho, el engaño del teleobjetivo o la preparación previa de la situación.

TC Lin

TC Lin

La fotografía natural, una especialidad de la que pocas veces se puede obtener rentabilidad económica, suele responder a una ética bastante rígida: el fotógrafo debe estar con los sujetos fotografiados, cerca, nunca escondido. Los sujetos deben ignorar su presencia o aceptarlo, pero sin llegar a posar para él.

Es claro que los márgenes del género tienen cierta amplitud y hay quien opina, no sin razón, que la fotografía natural es el verdadero fotoperiodismo al captar a los seres humanos en sociedad, pero sin que el fotógrafo interfiera en el ceremonial. Cartier-Bresson acercó el estilo al arte, dedicándose durante toda su carrera a esperar hasta encontrar el tan manido momento decisivo.

Jack Simon

Jack Simon

Burn My Eye, formado por una docena de fotógrafos de varios países que acaban de debutar en el London Festival of Photography con su primera exposición como colectivo, propone nada menos, como ya apunté, que «mostrar lo extraordinario que reside en lo ordinario» . Pese al cliché, que parece prestado de un manual de zen aplicado a la vida cotidiana, el ideal tiene el valor de ser vago en grado suficiente como para permitir que quede espacio para la heterodoxia.

Los fotógrafos del colectivo —en especial el inglés residente en Japón Charlie Kirk, un abogado que disfruta de un año sabático, y el estadounidense emigrado a Taiwan TC Lin, que es un prodigio: toca la trompeta, escribe, hace películas, fue soldado e inspector de factorías de calzaado— tienen el buen criterio de no exigir el cumplimiento obligado de una normativa de género y juegan con los márgenes.

Jason Penner

Jason Penner

Jason Penner, un canadiense de ascendencia ucraniana, hijo de fotógrafos de bodas, resume los efectos del virus de la fotografía natural: «Antes de girar la esquina, anticipar e imaginar lo que está sucediendo tras ella, vivir en un perpetuo estado de sueño». Tampoco él se deja amilanar por la no intervención como regla dorada: en ocasiones juega con sus personajes, a través de los cuales observamos la presencia del fotógrafo.

Sea como sea, me interesa el debate entre fotoperiodismo y fotografía natural. Me pregunto, por ejemplo, por qué en los diarios, en papel o digitales, no hay espacio para las fotos sobre la vida y sí para tanta imagen pactada, robada o posada, es decir, preparada, es decir, mentirosa.

Imagino las imágenes de Burn My Eye en un medio de comunicación y me imagino creyendo, otra vez, que los medios hablan de la vida y no de la reconstrucción de un cierto tipo de vida.

Ánxel Grove

Charlie Kirk

Charlie Kirk

Zisis Kardianos

Zisis Kardianos

Justin Vogel

Justin Vogel

Justin Sainsbury

Justin Sainsbury

Zisis Kardianos

Zisis Kardianos

Fotos del infierno en la puerta de al lado

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Money Power Respect: Pictures of My Neighborhood (Dinero poder respeto: fotos de mi barrio). Que no haya signo de puntuación alguno entre las tres primeras palabras es una decisión meditada. Esas tres palabras son un único golpe de voz y no debes separar lo que vive enlazado.

El foto ensayo de Brenda Ann Kenneally es una indagación en los infiernos de la puerta de al lado y, pese a que tiene algunos años —la investigación empezó en 1996 y fue publicada en libro en 2005—, mantiene la vigencia, aún arde. Es uno de esos infrecuentes trabajos fotográficos que seguirán latiendo aunque los cuerpos retratados hayan muerto.

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Kenneally, madre y vecina de Brooklyn (Nueva York), un distrito-municipalidad que contiene mundos opuestos (riqueza-miseria, belleza-fealdad, atención-miseria, tiendas chic y dispensarios de crack a cielo abierto), se empeñó en revelar la faceta menos agraciada del barrio. Creía que era necesario y, lo que es más importante, sentía como un deber moral mostrar lo que casi nadie deseaba ver. La constancia de su valentía, el compromiso con los que nada tienen excepto dolor, hacen que Money Power Respect merezca ser revisitado.

El proyecto documental, un arañazo al cuerpo social, un golpe en el plexo solar de la conciencia colectiva, ha sido premiado una y otra vez: el Premio W. Eugene Smith de Fotografía Humanista, el de Mother Jones, una beca Soros… El extraordinario montaje multimedia que Kenneally tiene en su web ganó en 2006 el premio a la mejor iniciativa de uso de Internet de la National Press Photographers Association.

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Pese a la intimidad y la cercanía, a la convivencia, las fotos no son invasivas ni fueron realizadas bajo el paraguas de un protectorado (¡tanto reportero con credencial al cuello y permiso de la autoridad!). Kenneally no entró en las casas, los patios, las salas de maternidad de los hospitales de beneficiencia, de la mano de un asistente social. Llegó y se quedó por su condición de vecina.

Esta fotógrafa que no confunde la casta con la indecencia, es autora de otro foto-ensayo multimedia, Big Trigg (Gran gatillo), que funciona como complemento del anterior. Es una indagación en el rap de aficionados del mismo barrio, la única música posible para el infierno.

Ánxel Grove

Un abrazo, una bala, tres cadáveres, una foto

Dominic Bracco II © Dominic Bracco II

Dominic Bracco II © Dominic Bracco II

La mujer estaba embarazada. La bala iba destinada a su compañero, pero, tras atravesarle la cabeza a éste, la mató también a ella. Los sanitarios no pudieron salvar al feto y en la foto aparecen tres cadáveres. La dentellada de la muerte no logró desatar el abrazo de la pareja, sorprendida en un momento de ternura por el pistolero.

Hace unos días la imagen me enmudeció desde Lens, el blog de fotografía del New York Times. El titular era certero: «Mostrando la muerte con humanidad y dignidad».

No es difícil adivinar la situación geográfica por las facciones amerindias y el tono canela de la piel de la mujer: Ciudad Juárez (3.100 muertes violentas en 2010 y unas 5.000 el año pasado). Tampoco saber que ambos eran personas humildes, como la mayoría de los caídos en el sangriento laberinto bélico mexicano.

El autor de la foto, Dominic Braco II (25 años) iba aquella noche con los servicios de asistencia y afirma que es «casi imposible» encontrar una manera para otorgar dignidad a los muertos, cuyos cadáveres «casi siempre han sido mutilados». El fotógrafo, que desde hace dos años trabaja en Ciudad Juárez, no quiere hacer fotos demasiado explícitas porque «extienden el mensaje del horror» y buscó una aproximación «íntima, que mostrase la violencia, pero acompañada de humanidad y dignidad».

Braco, un chico estadounidense bien alimentado, trabaja con jóvenes de Ciudad Juárez en un proyecto de foto-documental y es miembro fundador de Prime Collective, un grupo de fotógrafos convencidos de que «la verdad no es absoluta, la experiencia nunca es total y la percepción colorea la realidad invariablemente».

Es una buena cosa moverse por el mundo voraz de la fotografía con un filtro fundamental en el objetivo: la duda.

Ánxel Grove

El mejor fotógrafo de la historia es un renegado

Robert Frank

Robert Frank, autorretrato

Lo rompió todo y de manera definitiva. Varias veces. Todo lo perdió. Varias veces.

Es desde hace décadas una sombra entre la niebla de Nova Scotia, en el Canadá más norteño. En noviembre cumplió 87 años. Vive como un ermitaño en una antigua cabaña de pescadores. Reaparece por impulsos. Tiene un genio cambiante.

Puede ser calificado como el mejor fotógrafo de la historia porque incluso cuando dejó de hacer fotos (porque le cansaban y nada le decían, porque renegó de ellas) siguió siendo el mejor.

Hoy le dedicamos la sección Cotilleando a… a Robert Frank (Suiza, 1924), cuya larga sombra, que se proyecta sobre toda la fotografía de los últimos sesenta años, es notable incluso en la ausencia.

El arte de Frank, como él mismo predicó, es objeto simple, fácil y teorizable. No se puede decir lo mismo de la persona y su reacción, porque la vida, como la fotografía, es una respuesta contra uno mismo.

Cubierta de "40 Fotos", 1946

Cubierta de "40 Fotos", 1946

1. Nace en una familia judía de buena posición económica que lo había perdido todo durante el nazismo y la II Guerra Mundial.

2. Se foguea como aprendiz de fotografía en Suiza. Autoedita su primer libro, 40 Fotos, en 1946. Es un portfolio para intentar venderse como fotógrafo. El estilo, demasiado ecléctico: contiene incluso fotos de otros autores retocadas por Frank. Fue reeditado hace unos años.

3. Viaja por Europa, pero en el continente desolado por la guerra no encuentra receptividad. En febrero de 1947 embarca en Holanda hacia los EE UU («me voy a América, ¿cómo puede ser uno suizo?», escribe). Sobrevive en Nueva York hasta que encuentra trabajo como colaborador habitual de la revista Harper’s Bazaar, donde hace bodegones de bolsos, zapaatos y otros accesorios de moda como protegido del gran Alexey Brodovitch, que dió cancha un puñado de los mejores fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX (Richard Avedon, Irving Penn, Lisette Model…).

4. Brodovitch le convence para que abandone la poco ágil Rolleiflex bifocal de medio formato y se pase a la Leica III de 135 milímetros, que permite hacer fotos con una sola mano. Esta decisión cambiará la historia de la fotografía.

"Horse and Sun" - Perú, 1948

"Horse and Sun" - Perú, 1948

5. En 1948 comienza el nomadismo de Frank. Entre junio y diciembre recorre Brasil, Cuba, Panamá y, sobre todo, Perú. Autoedita dos cuadernos de espiral con las fotos. El libro Peru, publicado años más tarde, es su primera obra maestra y predice lo que vendrá.

6. Cruza el Atlántico varias veces. Traba amistad con otros buscadores de verdad (Elliott Erwitt y Bill Brandt) y viaja a Francia, Italia, Reino Unido y España. Entre marzo y agosto de 1952 vive con su mujer, la pintora Mary Lockspeiser, y el primer hijo de la pareja, Pablo, en El Grao (Valencia). Hace fotos sobre corridas de toros. Se hospedan en el hotel El Sol y, como no tienen dinero, pagan al propietario con fotos que hace Frank y que nunca han sido localizadas.

"Sobre Valencia", 1950

"Sobre Valencia", 1950

7. En el casi inencontrable catálogo Sobre Valencia, 1950, el parco Frank -muy poco amigo de teorizar- incluye una de sus más detalladas declaraciones de principios: «Blanco y negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y desesperación a las que la humanidad está eternamente sujeta. La mayoría de mis fotografías son de gente, vista de un modo muy simple, como a través de los ojos del hombre de la calle. Eso es algo que la fotografía debe contener: la humanidad del momento. Esa clase de fotografía es realismo. Pero el realismo no es suficiente: ha de estar lleno de visión, y las dos cosas juntas pueden hacer una buena fotografía. Es difícil describir esa tenue línea donde acaba el tema y empieza la propia mente».

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

8. En 1954, con el padrinazgo de Walker Evans, fundador del moderno fotoperiodismo, Frank solicita una beca de la fundación Guggenheim. En la memoria indica que desea fotografiar en profundidad, en ciudades y pueblos de los EE UU, el rostro de una «nación cambiante». Le dan 3.600 dólares (que amplirán en una cantidad similar dos años más tarde). Frank compra un Ford de segunda mano y se embarca en un recorrido de decenas de miles de kilómetros a través de 48 estados del país, que atraviesa de este a oeste, de norte a sur, de oeste a este y en varias direcciones erráticas más. Armado con su fiel Leica dispara 767 rollos de película (unas 27.000 fotos) durante dos años y medio. El resultado será con los años el libro de fotografía más importante de la historia, Los americanos.

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

9. Proteico y metafórico, real y humano, el foto-ensayo habla de política, religión, pobreza, racismo, riqueza, alienación, redención, música, juventud, medios de comunicación, nacimiento, muerte… Pese a todo, es autobiográfico: la mirada de Frank, que fue detenido varias veces por la policía, expulsado de pueblos y amenazado, está en cada foto. «Trabajo todo el tiempo, hablo poco, trato de no ser visto», escribe en su diario. En algunas etapas embarca a su esposa y sus dos hijos (Andrea, la segunda, había nacido en 1954) en un viaje que parece comenzar eternamente y no tener fin. Duermen en el coche o en moteles baratos, se mueven por impulsos, entran en tiendas y bares, conviven con las paradojas y registran las grandezas. Nunca nadie, ni antes ni después, se tomó tan en serio un recorrido anatómico-fotográfico para diseccionar un país con ternura pero sin piedad.

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

10. Los americanos -83 imágenes seleccionadas por Frank tras un meticuloso y agotador proceso- provoca miedo. Es un espejo demasiado exacto. Las editoriales califican el libro de «perverso», «siniestro» y «antiamericano» y ninguna se atreve a publicarlo. En 1958 Frank logra editarlo en Francia. La introducción la escribe Jack Kerouac: «Después de ver estas imágenes, terminas por no saber si un jukebox es más triste que un ataúd (…) Robert Frank, suizo, discreto, amable, con esa pequeña cámara, que levanta y dispara con una mano, se tragó un triste poema desde la misma América y lo pasó a fotografía, haciéndose un sitio entre los grandes poetas trágicos del mundo», dice. En 1959, cuando el libro aparece en los EE UU, ofende a los críticos. La revista Popular Photography publica siete reseñas en un mismo número. Todas son malas menos una, que destaca el uso del contraste.

Hoja de contactos de "The Americans"

Hoja de contactos de "The Americans"

11. «Una decisión: meto la Leica en el armario. Basta de espiar, de cazar, de atrapar a veces la esencia de lo que es negro, de lo que es blanco, de saber dónde se encuentra el Buen Dios», escribe Frank en 1960. Había empezado a tantear con el cine el año anterior, con Pull My Daisy, inspirada en un texto de Kerouac.

12. Desde entonces se dedica a destruir lo descriptivo para ahondar en su propio estado de ánimo. Ha vuelto a hacer fotos con película Polaroid o cámaras desechables, pero las interviene, superpone, raya, dibuja y escribe sobre ellas. De vez en cuando acepta encargos extraños, como fotografiar un catálogo de camisas, una convención política o la contraportada para un disco de Tom Waits, pero se muestra esquivo y prefiere pasar el tiempo grabando vídeos en los alrededores de su cabaña de pescador.

13. Andrea, la hija, murió en 1974 en un accidente de avión en Guatemala; Pablo, el primogénito, padeció esquizofrenia y murió en 1994 en un centro siquiátrico. Frank vive desde 1970 con su segunda esposa, la artista June Leaf.

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

14. En 1972 hizo las fotos de la portada y las cubiertas interiores del mejor disco de los Rolling Stones, Exile on Main St. Siguió al grupo en la gira de ese mismo año por los EE UU y filmó el documental Cocksucker Blues (El blues de la felación), que fue estrenado en 1975 y proyectado una docena de veces antes de que Mick Jagger y Keith Richard prohibiesen la exhibición por la imagen de brutal amoralidad que se desprende del film. A la hora de escribir esta entrada, el documental está disponible online a partir de este vínculo.

15. Casi todas las películas de Frank también pueden ser encontradas en la red. Son introspectivas y radicales. «Son los mapas de mis viajes por esta vida», dijo de ellas. Inserto para terminar el bellísimo clip que rodó Frank en 1996 para Patti Smith.

Ánxel Grove

Slab City, un campamento de vagabundos en el desierto

Claire Martin

Claire Martin

Es uno de esos lugares a donde nunca llegarán un turista, un médico, un político, un informático, un abogado, un arquitecto, un hijo de papá…

A Slab City sólo vas cuando te quedan la piel, tres o cuatro dientes, un par de pantalones y, si eres un privilegiado, el talón mensual del salario social para mayores de 65, ciegos o lisiados.

La reportera australiana Claire Martin tiene cara de niña pero voluntad perseverante. Con menos de treinta años se ha convertido en una fotoperiodista valiente.

Claire Martin sí fue a Slab City, la base militar abandonada del Desierto de Colorado, en el sudoeste de California (EE UU), donde reside una población flotante -de varios cientos a poco más de cincuenta- de olvidados. Son migratorios: bajan al desierto en invierno y suben al norte en verano, cuando la temperatura en Slab es inaguantable.

El lugar carece de normas. El verbo haber se conjuga en negativo: no hay luz, no hay agua… Sólo quedan arena, desechos y la Salvation Mountain, una loma con mensajes de amor a Dios que ha construido Leonard Knight, un residente con afanes redentoristas.

Claire Martin

Claire Martin

Martin retrató la vida en Slab City el año pasado. Encontró, dice, la pobreza extrema y «quizá las peores condiciones» de todos los EE UU. También residentes que defienden la opción de llevar un deliberado estilo de vida que es la más radical oposición al modelo social imperante y vagabundos, toxicómanos y ex delincuentes que optan por «una comunidad que no les juzga».

La fotógrafa tiene poca experiencia -empezó a hacer reportajes hace cuatro años-, pero se mueve con un coraje antiguo.

En 2007 firmó un reportaje sobre los residentes del Downtonw East Side de Vancouver (Canadá), un barrio-miseria de yonquis abandonados. El año pasado firmó algunas de las mejores fotos de los disturbios en Haití, país al que acaba de regresar para mostrar a una población exhausta un año después del terremoto.

La agencia Magnum Photos le concedió en 2010 el premio Inge Morath a fotógrafas jóvenes por su «incansable trabajo de documentación de comunidades marginadas en países prósperos».

Claire Martin

Claire Martin

Aunque es absurdo (y puede parecer cínico) decantarse por una u otra colección de fotos cuando todas ellas muestran la miseria de la condición humana, la serie sobre Slab City es la que más me llega.

¿Por qué? Las razones son difíciles de verbalizar y tienen que ver con mi esfera personal.

El Desierto de Colorado forma parte del enorme Desierto de Sonora, a cuya mortífera y seca soledad se enfrentan cada día cientos de inmigrantes, sólo armados con coraje y sueños, para intentar colarse en los EE UU. En Slab City viven los inmigrantes de sí mismos.

Ánxel Grove

Erin y Mary E., la niña prostituta y la fotógrafa

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1973

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1983

Primera Avenida y Calle Pike. Downtown Seattle. 1983, año de vicio. Ella dice llamarse «simplemente Tiny». En realidad se llama Erin Charles. 14 años.

– Quiero parecer una puta francesa -dice.

La fotógrafa se la gana con la mirada. Tiny se gana a la fotógrafa con lo que ustedes están viendo: la pose definitiva, hambrienta, de una mujercita de la nouvelle vague.

Es una apreciación injusta, una mera fascinación plástica por el velo, los guantes, el sombrerillo…

Mete la pata quien adivine un mélange de cynisme, de sensualité, d’indifférence et d’oisiveté en las promesas que contiene tanto color negro

A Tiny la delatan los labios, tuercas apretadas en una media esvástica de carne tiesa. Cuando eres prostituta debes evitar que el alma, puerca chivata, se te vaya por la boca, revelándote ante el público de la Primera con Pike.

Hay otra foto de la sesión callejera, el envés de este plano frontal con profundidad de Gran Cañón. Tiny, que masca chicle como todas las princesas de todos los downtown, hace un globo. El alma integral de la niña-puta contenida en una bola de goma rosa. Pagaría por ese tesoro.

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1983

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1983

Es la víspera de Halloween. Aroma de orín y mantequilla. En unas horas comenzará la noche de los muertos. Tiny tiene planes para celebrarla con otros muertos en el Monastery, la discoteca con el MDMA más fácil y barato de Seattle.

– ¿Eres de la Policía? -había preguntado a la fotógrafa Mary Ellen Mark (Philadelphia, Pennsylvania, EE UU – 1940) cuando ésta, fascinada, intentó el primer acercamiento.

Tiny acababa de bajar de un taxi. A veces puedes permitirte los tópicos, son la voz colectiva. Va uno que se adapta: vestida para matar.

– Quiero conocerte, hacerte fotos.

– ¿Qué saco yo de todo esto?

Tiny sabe de atuendos y de negocios feos: una felación a cambio de una pastilla, un intercambio sexual sin lengua a cambio de 50 dólares. Así es la vida en el Monastery.

Mary Ellen Mark, en el set de rodaje de "Apocalypse Now", 1976 (foto: Dean Tavoularis)

Mary Ellen Mark, en el set de rodaje de "Apocalypse Now", 1976 (foto: Dean Tavoularis)

Flashback. Seis años antes, 1976. Selva húmeda, infernal, en Ibas (Filipinas). El equipo de la película-pesadilla Apocalypse Now se enfrenta al ciclón tropical Olga, a la confusión y los intentos de suicidio del director Francis Ford Coppola, a las lecturas bíblicas, oraculares, de La rama dorada, El corazón de las tinieblas y Despachos de guerra, tres libros que estipulan la vida como un camino de sufrimiento y ceremonial.

Como la película, la filmación es un viaje hacia el miedo primario, la estaca en la sien, el mito de la oscuridad de la que emergemos.

Mary E. es la encargada de las fotos de rodaje. Retrata a Marlon Brando-Kurtz con un escarabajo sobre la cabeza, a Coppola encerrado en un poncho y sentado sobre el barro, a Martin Sheen con la mirada vacía del asesino encargado de liquidar al militar enloquecido de cordura

Mary Ellen Mark - 'Tiny' (Erin Charles)

Mary Ellen Mark - 'Tiny' (Erin Charles)

Ya sean tomadas en el millonario set de un film o en el lado equivocado de las calles, sus fotos no son complacientes ni pactistas. Arañan con profundidad de faros antiniebla.

En 1983, en Seattle, Mary E. y Erin intiman. La fotógrafa se prenda de la sonrisa oculta de la adolescente, de su naturalidad animal y franca. A Erin le gusta sentir que una hermana mayor retrata sus pasos.

Las primeras fotos aparecen en Streets of the Lost (Las calles de los perdidos), un reportaje que publica la revista Life en julio de 1983 sobre los runaway kids de los EE UU.

Estremecedor: un millón de críos de entre 11 y 17 años abandona por voluntad propia el hogar cada año. El 80 por ciento se dedica a la prostitución para sobrevivir. Cinco mil tumbas sin nombre se añaden anualmente a los osarios yanquis.

La historia de Erin es el corolario de la crónica negra. Vive con su madre y su padrastro, ambos desempleados sin más esperanza que fatigar las horas en la taberna de los bajos del edificio. La casa tiene un dormitorio. Erin duerme en el sofá. La han arrestado dos veces por prostitución, la han obligado por la fuerza a posar para fotos pornográficas, padece de una grave gonorrea.

Cartel del documental "Streetwise" (Martin Bell, 1984)

Cartel del documental "Streetwise" (Martin Bell, 1984)

Mary E. no es de las periodistas que dicen adiós con la última foto. A los tres meses regresa a Seattle con su marido, el realizador Martin Bell, y buscan a Erin. Cuentan su historia en Streetwise, un documental sobre los niños de la calle que es nominado al Oscar en 1984. Erin viaja a la ceremonia con el matrimonio. Se ofrecen a adoptarla legalmente. Ella se niega. Prefiere que Mary E. y Martin sean sus amigos. No se fía de los padres.

El vínculo, el hilo de oro, no ha sido mancillado por el tiempo. Erin y Mary E. todavía son confidentes. Se ven con frecuencia, hablan por teléfono casi a diario.

Mary E., a quien alguien ha llamado, no sin justicia, «la fotógrafa más importante del siglo XX», tiene ahora 71 años y sigue con las cámaras al cuello. Galardonada, celebrada, becada, premiada con casi todos los honores, atendida con esmero en sus consejos a reporteros primerizos, publicada en libros que se agotan (milagro radiante en un mundo en que sólo los locos compramos libros de fotografía), es una intocable.

En su honor debo anotar que aún conserva la rabia intacta:

«Estamos en la era de la superficialidad. Las historias de ricos y famosos son las únicas que venden. Estoy hastiada de las revistas que son sólo apariencia, moda, belleza, celebridades… Hay una crisis en el fotoperiodismo. Es duro: muchas revistas han cerrado y todavía tengo que luchar para ganarme el pan. Mi trabajo no es suficientemente arty para los museos. Tengo que aceptar encargos comerciales para financiar los proyectos que realmente me importan. Me da igual. Todavía quiero, todavía necesito hacer fotos», dice en una entrevista.

Mary Ellen Mark - Erin y dos de sus hijos, 2004

Mary Ellen Mark - Erin y dos de sus hijos, 2004

Erin, que tiene 42, es madre de nueve hijos de cinco hombres. Está casada con el padre de los cuatro últimos, ha dejado las drogas y perdido la gracilidad de reina de Halloween. Sigue viviendo en Seattle, pero en un suburbio de clase media-baja. A veces afloja la tuerca de los labios y esboza una sonrisa de inmensa franqueza.

«Sobrevivo. He tenido suerte», declara cuando algún periodista la llama para recordar su pasado.

Mary E., que considera a Erin el proyecto de su vida, le sigue haciendo fotos con el mismo ánimo que la primera: dejar que la vida entre sin pactos previos en la retina de la cámara. Ha retratado embarazos, partos, quehaceres domésticos, dones y melancolías de su amiga Erin, a la que alguna vez llamo Tiny.

¿Redención? La pregunta no tiene sentido en el mundo de Erin y Mary E que hoy ocupa Xpo, la sección de fotografía de este blog.

La redención no tiene sentido en ninguno de los mundos. La redención es un producto en una estantería del supermercado del cynisme y  la indifférence . Esto es sólo ceremonial y sufrimiento: la biblia de los normales.

Ánxel Grove