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Otras novelas que también hicieron boom

Seis obras del boom

Seis obras del boom

Las seis novelas cuyas primeras ediciones aparecen en el mosaico de la izquierda justificarían por sí mismas y sin añadidos de mercadotecnia editorial o compadreos de cátedras universitarias cualquier movimiento literario.

Sucede que fueron editadas con pocos años de diferencia —a mediados de los sesenta— y en una misma región del planeta, la América en la que se habla sobre todo español, y sucede también que algunas editoriales de Barcelona vieron en aquel momento, y dada la pésima salud de la literatura española de entonces, la oportunidad de hacer negocio publicando buenos libros —no todas con el mismo buen ojo: el venerado Carlos Barral rechazó en 1966, y se pasó la vida lamentándolo, el manuscrito que le acaba de remitir un joven escritor colombiano de una novela titulada Cien años de soledad que con el paso del tiempo vendería, que sepamos, casi 40 millones de copias—.

A aquellos autores más o menos coetáneos les pusieron con presteza un nombre sonoro, boom, que recordaba, no por casualidad, el todavía fresco (1959) triunfo de los castristas en Cuba. Algunos de los escritores del boom vivían en el exilio, otros malvivían con el periodismo pagado por pieza; unos veneraban a Faulkner y sus territorios míticos, mientras que otros preferían el indigenismo derivado del Popol Vuh y sus muchas encarnaciones; a veces se reunían y bebían mucho whisky pero, pasados unos años, terminaron dándose potentes cuchilladas metafóricas unos a otros, casi siempre por un quítame allá esos misiles o, como es tradición entre los lationamericanos, por la forma de interpretar la palabra revolución.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

Nadie puede precisar cuándo empezó el boom porque nadie lo sabe y la fecha es opinable (unos conjeturan que en 1960, otros dicen que en 1962, otros que en 1963 y otros, a los que humildemente me sumo, pensamos que todo había empezado en los años cincuenta, con Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, sin cuya paternidad la descendencia hubiera sido otra), pero algunos se han empeñado en celebrar este año el 50º aniversario del fenómenos editorial.

Aunque las razones para la celebración del medio siglo son peregrinas —se cita un cierto Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile), celebrado en enero de 1962 y al que no asistieron más que un grupo de escritores de la órbita marxista (el comisario Neruda entre ellos, desde luego) y en el que Carlos Fuentes pronunció una frase de vergüenza ajena que resume el ambiente: «política y literatura son inseparables y Latinoamérica sólo puede mirar hacia Cuba»— y la reseña de los 50 años resulta complaciente y preñada de colegueo o intereses comerciales —no se menciona, por ejemplo, el daño colateral causado por el boom, en cuyos posos se asienta la epidemia perniciosa del realismo mágico de bata y zapatillas de Isabelita Allende y otros tan lánguidos como ella—, no me importa entrar en el juego, sobre todo porque creo que la mejor literatura en español de los siglos XX y XXI, quizá la única que merece ser llamada literatura, procede de las Américas.

Siguiendo el juego que propuso hace unos días Arsenio Escolar con sus diez libros favoritos del boom —y alertando que Arsenio me gana de largo como rata de biblioteca—, les dejo una lista de siete novelas menores que también hicieron boom pese a que los méritos casi siempre fueron para otras. Advierto que llevo años sin leer algunas, de modo que acudo a la cada día más débil memoria para recuperar sentimientos. Una nota, digamos, técnica: las imágenes de las cubiertas son de las primeras ediciones, inencontrables hoy, pero los vínculos en los títulos remiten a la edición más barata de las que todavía están en el mercado.

"Los Premios"

«Los Premios»

El monstruo que engendró Rayuela
Los premios
. Julio Cortázar
, 1960

La primera novela de Cortázar que encontró editor tras el rechazo de sus dos primeros manuscritos, tiene bastante del ambiente opresivo desarrollado en las zonas opacas de la vida cotidiana que encontramos en sus magistrales relatos —ya había publicado tres tomos de cuentos—.

Un grupo muy heterogéneo de personas gana un premio para viajar en un barco. En esa atmósfera cerrada el narrador habla como en astillas y deja que sea el lector quien recomponga la acción, adelantando la fórmula que Cortázar depurará en Rayuela tres años más tarde. No es casualidad que uno de los protagonistas de la ópera prima sea un tal Horacio Oliveira, el personaje central al que Cortázar colocará a la deriva en el París de Rayuela.

Novela del absurdo y la búsqueda inútil, porque toda búsqueda conduce a la destrucción, Los premios, que el escritor redactó en París mientras vivía en una aguda penuria material, Cortázar intenta construir una novela híbrida como «un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, mantiene a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico«.

Como dice uno de los angustiados personajes, ya no se trata de entender la realidad, sino de «abrazar la creación desde su verdadera base analógica. Romper el tiempo-espacio que es un nivel plagado de defectos«.

"Crónica de San Gabriel"

«Crónica de San Gabriel»

La falsa arcadia del campo
Crónica de San Gabrie
l. Julio Ramón Ribeyro
, 1960

Julio Ramón Ribeyro, un ser desprendido, una bendita persona, es uno de los escritores que militan con injusticia en la segunda división del boom pese a su amplia producción de cuentos y su papel capital en el realismo urbano latinoamericano.

Crónica de San Gabriel, escrita durante un viaje de juventud por Europa, en el invierno polar de Munich («sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma … comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginaba todo el tiempo que pasaba unas plácidas vacaciones en la sierra peruana»), es una de las mejores novelas de iniciación en español del siglo XX.

La peripecia del adolescente Lucho en una hacienda de montaña le obliga a descubrir que la arcadia del campo es sólo una abstracción y que le han enviado a un lugar donde «el pez más grande se come al chico» y «los débiles no tienen derecho a vivir».

Un descarnado libro fabricado con maña por un escritor que opinaba que «la historia puede ser real o inventada. Si es real ,debe parecer inventada, y si es inventada, real».

"El coronel no tiene quien le escriba"

«El coronel no tiene quien le escriba»

La novela rusa de Gabo
El coronel no tiene quien le escriba
, Gabriel García Márquez
, 1961

Pregunta: Dime, qué comemos. Respuesta (pura, explícita, invencible): Mierda.

El celebre intercambio de palabras que resume episódicamente la gran novela corta que García Márquez publicó seis años antes de Cien años de soledad, es suficiente: estamos ante una voz narrativa de una extraña resonancia, capaz de contener todas las voces de un pueblo.

El coronel no tiene quien le escriba es la dulce y desoladora crónica de una espera sin futuro: la pensión que nunca llega. A partir de la situación dramática, todo está salpicado por el humor explosivo y bravo del Caribe que tan bien sabe explotar el autor.

Contenida y sobria, carente de los excesos de estilo que acaso lastren algunas obras posteriores del colombiano, es, como menciona Caballero Bonald, un «acabado modelo de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal», donde hasta lo complejo se muestra de modo escueto.

La historia de un personaje insular y solo, una bellísima obra de tintes rusos bajo el martirio del sol.

"El lugar sin límites"

«El lugar sin límites»

 Apuesta por los perdedores
El lugar sin límites
. José Donoso
, 1965

Estridente en la esfera privada, de la que solamente supimos  en detalle (homosexualidad reprimida, egocentrismo, neurosis) tras su muerte en 1996, el chileno José Donoso tampoco merece el lugar secundario que algunos le adjudican en el canon del boom.

El lugar sin límites desarrolla la vida miserable en El Olivo, una ciudad ruin y venida a menos, y disecciona la sociedad local, que es un eco de la sociedad chilena, católica, ultranacionalista y muy conservadora en lo social, a través del burdel que gestiona Manuela González, un homosexual travestido.

Con pinceladas que pueden provenir del estilo enfático de Conrad y Graham Greene y una prosa telegráfica que tiene de más una conexión con la de Hemingway, Donoso apuesta por los perdedores y saca pecho ante el dolor. Pese a que es más conocido por la experimental El obsceno pájaro de la noche (1970), yo prefiero la negrura marginal de su novela de burdeles, apariencias y dobleces.

"Los cachorros"

«Los cachorros»

Frenética musicalidad
Los cachorros
. Mario Vargas Llosa
, 1967

Cuando Vargas Llosa escribió Los cachorros tenía 29 años y era el más joven de los escritores del boom. La circunstancia no tiene valor, pero ayuda a explicar por qué la obra es la de mayor calado generacional del grupo y, al tiempo, la de más acelerada narrativa.

De una precisión que aturde y escrita con tanta urgencia que la lectura resulta angustiosa (y tóxica), la vida de Pichula Cuéllar, un distinto —no diré por qué para no incurrir en el spoiler— es presentada con una fluidez desbordante y experimental (diálogos sin marcas, cambios de persona en el habla narrativa), pero nunca trivial ni caprichosa.

El gran Roberto Bolaño, quizá el descendiente más brillante de los escritores del boom, destacó la «musicalidad sustentad en el habla cotidiana» de Los cachorros y añadió: «El descenso a los infiernos, narrado entre grititos y susurros, es de alguna manera el descenso a otro tipo de infierno al que se verán abocados los narradores. De hecho, lo que aterroriza a los narradores es que Pichula Cuéllar es uno de ellos y que empeña, de forma natural, su voluntad en ser uno de ellos (…) Toda anomalía es infernal, aunque tras la destrucción de Cuéllar lo que las voces que arman el relato tienen ante sí es la planicie de la madurez, la tranquila destrucción de sus cuerpos, la resignada y total aceptación de una mediocridad burguesa».

Tras esta magistral novela, publicada por primera vez con fotos de Xavier Miserachs, Vargas Llosa logró el empuje necesario para abordar su obra mejor y más ambiciosa, Conversación en la Catedral (1969).

"De dónde son los cantantes"

«De dónde son los cantantes»

El cubano extranjero
De dónde son los cantantes
. Severo Sarduy
, 1967

Los cubanos citados en todos los elencos del boom son Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.

Que olviden a Severo Sarduy es inexplicable, aunque quizá algo tenga que ver su proclamada extranjeríase consideraba más europeo que caribeño, renegó del tropicalismo de la patria y de los trabajos como periodista en revistas revolucionarias para embarcarse en la experimentación de la metaficción parisina de Tel Quel y buscó en el budismo una explicación vital—.

De dónde son los cantantes construye una imagen de La Habana, la ciudad a la que nunca regresó desde 1960, con las voces superpuestas de las tres grandes herencias que conformaron la identidad local: lo español, lo africano y lo chino.

Carnavalesca, paródica y y barroca, la novela es, según Sarduy, un «collage hacia adentro», y prefigura la que sería su obra más celebrada, Cobra (1972).

"Cicatrices"

«Cicatrices»

El gran olvidado
Cicatrices
. Juan José Saer
, 1969

Lean: «Hay esa porquería de luz de junio, mala, entrando por la vidriera. Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca —mi bola es la de punto— están del otro lado de la mesa, cerca del rincón. Tengo que golpear suavecito, para que mi bola corra muy despacio, choque primero con la colorada, después con la blanca y pegue después en la baranda entre la colorada y la blanca: la colorada va a golpear contra la baranda lateral, antes de que mi bola choque contra la baranda del fondo, hacia la que tiene que ir en línea oblicua después de chocar contra la blanca».

Ahora intenten responder —yo no sé o no puedo o no quiero—: ¿por qué Juan José Saer, uno de los escritores más deslumbrantes en español no fue reconocido hasta los años ochenta y murió en 2005 sin haber sido apenas publicado en España?

Su ciclo de novelas sobre Santa Fe, la localidad argentina en la que vivió exiliado antes de optar, en 1968, por la migración trasatlántica en París, son equívocas: el lector las sobrevuela con levedad hasta que, bien pronto, se siente dentro de una caverna donde él mismo participa de un rito de memoria colectiva.

Mi favorita es Cicatrices, la historia de un crimen (un obrero del metal mata a su mujer el uno de mayo) contada por cuatro narradores diferentes en un ejercicio sutil de lírica política.

Ricardo Piglia ha dicho que «la prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio, es en realidad una elaboración muy sutil de la gran poesía escrita en lengua española«. Tiene toda la razón.

Ánxel Grove

Drácula, el personaje que engulló a Bram Stoker

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

Cuando Bram Stoker (1847-1912) publicó Drácula (1897) en Londres las buenas críticas tardaron en llegar. Muchos no sabían qué pensar de la extravagante historia: algunas de las publicaciones captaron al instante la grandeza de la novela, otras la tachaban de «empalagosa» o «demasiado extraña». Hubo incluso quien acusó a Stoker de no ser el autor: la calidad literaria de Drácula era muy superior a la de sus trabajos anteriores.

El personaje del Conde Drácula era una herencia de la literatura de vampiros del romanticismo tardío que, al igual que Frankenstein o el moderno prometeo de la escritora inglesa Mary Shelley, exploraban la anomalía, el destierro del diferente, el terror hacia lo que no conocemos.

El vampiro (1819) del inglés John William Polidori fue una de las narraciones de vampiros de mayor éxito anteriores a Drácula y la primera en presentar al personaje demoniaco como un caballero y no como una bestia chupasangre. Carmilla (1872), el cuento del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, fue seguramente la historia de más éxito, protagonizada por una mujer vampiro que, dominada por el espíritu de un ancestro, intenta poseer a una joven.

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Stoker también se basó en hechos históricos para configurar a su famoso conde. De la historia del noble Vlad Tepes (1431-1476), héroe transilvano que se enfrentó a la invasión turca de Rumanía, se quedó con la leyenda de su carácter sanguinario (apoyada por testimonios escritos y grabados) que dice que Tepes empalaba a los turcos y bebió sangre de los invasores.

Se cumplen 100 años de la muerte de Bram Stoker, el autor de la novela de la que nació el Conde Drácula. El personaje del que más adaptaciones se han hecho tras Sherlock Holmes se somete desde su nacimiento a las versiones y a las actualizaciones más radicales. El teatro y el cine lo capturaron y no piensan soltarlo, pero él parece encantado de transformarse según las modas, los gustos personales y las fobias de quienes lo han llevado de la literatura al teatro y al cine. No piensa morir.

Programa de mano de la única representación de la  'adaptación' de Stoker

Programa de mano de la única representación de la ‘adaptación’ de Stoker

Esta semana el Cotilleando a… es un repaso a algunas de las caras de Drácula, el ser que con su popularidad, ha eclipsado cualquier otro aspecto de la vida de su creador y lo ha engullido con nuestro consentimiento.

1. El Drácula precoz. Bram Stoker fue el autor de la precoz primera adaptación de Drácula, que se estrenó unos días antes de que saliera la novela. Dracula, or The Un-Dead (Drácula o el no-muerto) fue representada una sola vez el 17 de mayo de 1897 en el Lyceum Theater de Londres. El libreto era tan fiel al libro que la obra duraba casi cinco horas, se detenía en eternos monólogos, sembraba la confusión en el espectador por el constante cambio de escenas (47 en total, divididas en cinco actos) y tenía una sobreabundancia de personajes.

Stoker quería que el popular actor victoriano Henry Irving (también director del Lyceum) interpretara al conde y parece ser que la elegante figura y las exquisitas maneras de la estella inspiraron el lado más fino de Drácula en la novela. Irving se negó, aunque sí fue a ver la demencial representación, que describió después como «espantosa».

Uno de los dos fotogramas que se conservan de 'Drakula halála'

Uno de los dos fotogramas que se conservan de ‘Drakula halála’

2. La película perdida. El director húngaro Károly Lajthay (1886-1945) fue el primero en llevar el personaje al cine. De la película muda Drakula halála (La muerte de Drácula), estrenada en 1921, sólo se conservan dos fotogramas. Se sabe que se estrenó en Viena y se proyectó en varios cines de Europa. Con el éxito del largometraje, Lajthay aprovechó para relanzarlo en su país y lo reestrenó en Budapest en 1923.

Lo poco que se conoce de la trama coincide sólo parcialmente con la historia de Stoker: una inocente chica visita un tenebroso psiquiátrico y conoce a uno de los internos, que dice ser el Conde Drácula. A partir de ese encuentro ella tiene visiones que no distingue de la realidad. Él la atrapa mentalmente con la fuerza de la hipnosis, pero no hay referencias a la sangre.

Nosferatu en la película de Murnau

Nosferatu en la película de Murnau

3. Nosferatu, el Drácula expresionista. El alemán Friedrich Wilhem Murnau (1888-1931) dirigió el primer acercamiento artístico a la historia del Conde, convertido en Nosferatu, un monstruo de uñas que se mueven como las garras de un ave de presa, más cercano a la bestia que al educado noble. Nosferatu, eine Syphonie des Grauens (Nosferatu, una sinfonía del horror) se estrenó en Berlín en 1922 y cautivó a los espectadores europeos (no tanto a los estadounidenses). Su inusual narrativa, los innovadores puntos de vista y la composición de las escenas acercan a la película a las corrientes artísticas alemanas más vanguardistas.

La transformación de Drácula en el conde Orlok (Nosferatu) se debe a una vulgaridad ajena al arte. El estudio con el que Murnau rodaba la película no quería pagar por los derechos de la historia a Florence, la viuda de Bram Stoker: cambiar los nombres y algunos detalles de la trama era una triquiñuela para ahorrar dinero, pero la heredera no tragó con la chapuza y los demandó igualmente por infringir el copyright. Ganó el juicio en 1925 y el tribunal ordenó la destrucción de todas las copias del film, que ya se había distribuido en varios países: la tarea resultó imposible y Nosferatu se salvó.

La vida del álter ego no terminó con la versión de Murnau. En 1979, Nosferatu: Phantom der Nacht (Nosferatu, fantasma de la noche) hace una interpretación fiel del primero. El director alemán Werner Herzog (que consideraba la película de Murnau, la mejor de la historia del cine alemán) la adaptó y la dirigió; Klaus Kinski interpretó al protagonista. La revisión enfatiza la terrible soledad del conde, rechazado, repulsivo para los humanos, cansado de vivir. En el año 2000 Nosferatu volvió a seducir al cine. Shadow of the Vampire (La sombra del vampiro), protagonizada por John Malkovich y Willem Dafoe, imagina el cómo se hizo de la película.

Béla Lugosi con el 'uniforme' de Drácula

Béla Lugosi con el ‘uniforme’ de Drácula

4. Drácula se pone el esmoquin. Era la indumentaria elegante de la ciudad moderna en los años veinte y treinta, la prenda opuesta al aura medieval del vampiro de la novela de Bram Stoker. El actor, dramaturgo y director de teatro Hamilton Deane —irlandés como el escritor— le puso por primera vez al conde un esmoquin en una adaptación teatral y descubrió que el traje era muy útil. Al acabar la representación el actor principal no tenía que cambiarse para acudir a cenas, recepciones y compromisos; además, la capa añadida le permitía desaparecer de escena agachando la cabeza y envolviéndose en la tela.

El Drácula (esta vez sonoro) dirigido por Tod Browning en 1931 y producida por los estudios Universal, presentaba a Béla Lugosi (que también había interpretado al Conde en el teatro con Deane) con el esmoquin y la capa, imitando la puesta en escena del irlandés. La historia fusionaba personajes, dejaba flecos sueltos y cometía torpezas varias; pero la película tenía una estética tan atractiva que pronto Lugosi se convirtió en la imagen oficial de Drácula, marcando incluso el modo en que debía hablar el conde con su fuerte acento húngaro.

Los estudios pasaron a ser, a partir de la película, productores de la primera serie de films de terror de Hollywood. Tras Drácula se estrenaron de 1931 a 1941 títulos como El doctor Frankenstein, La momia, El hombre invisible, La novia de Frankenstein y El hombre Lobo.

Christopher Lee

Christopher Lee

Béla Lugosi nunca se libró de los papeles de monstruo y parecía condenado a dar vida una y otra vez a Drácula. Adicto a la morfina, participó en películas de bajo presupuesto hasta su muerte a los 73 años, de un ataque al corazón, que sufrió mientras interpretaba su papel estrella. Lugosi fue enterrado, por petición de su hijo y su cuarta mujer, con el traje de vampiro que lo hizo inmortal en el cine.

5. Depredador sexual. Hammer Productions, la productora inglesa famosa por sus películas de terror entre los años cincuenta y setenta, continuó con la permanente presencia del vampiro en el cine. Christopher Lee también llevaba esmóquin en Drácula, la película dirigida por Terence Fisher en 1958: fue la primera de las siete veces que Lee  interpretó al personaje para la Hammer y ostenta el récord del actor que más hizo de Drácula en el cine.

Lee se expresa con actos y no con palabras. La conquista de las inocentes mortales es puramente física. Aunque desde la novela de Bram Stoker siempre ha existido un componente sexual en la relación del monstruo con sus víctimas, es con Christopher Lee cuando se acentúa el erotismo. Las mujeres, después de ser atacadas, se convierten en vampiros y se encomiendan a él para la eternidad. No es casualidad que en el largometraje haga aparición, incluso antes que el conde, una sensual vampiresa.

Drácula transformado para seducir a Mina

Drácula, en la película de Coppola, transformado para seducir a Mina

6. Coppola: vuelta a los orígenes. Los años sesenta, setenta y ochenta continuaron desvirtuando a la figura literaria, introduciéndola en historias cada vez más rebuscadas. Eran aventuras que unían el absurdo con el bajo presupuesto, Drácula podía enfrentarse a Billy el Niño, vivir con su mujer la Condesa Drácula en un castillo del desierto de Arizona o asociarse con el científico loco (descendiente del Doctor Frankenstein, por supuesto) que tiene un laboratorio en el que experimenta con chicas medio desnudas (seguramente el verdadero atractivo de la película).

En 1992 Francis Ford Coppola hizo una llamada al orden. El aspecto de Drácula es el más fiel al que imaginó Stoker: el pelo cano, la frente despejada, la mezcla de repulsión y elegancia… Drácula de Bram Stoker tenía un reparto irresistible: Gary Oldman interpretaba al Conde, Anthony Hopkins era el profesor Abraham Van Helsing, Keanu Reeves daba vida a Jonathan Harker y Winona Ryder se convertía en Mina Murray.

Tal vez la historia enerve un poco a los puristas. Coppola convierte la lucha del bien contra el mal en una historia de amor. Mina no es una mera víctima de la dominación vampírica, Drácula la persigue porque ve en ella el vivo retrato de su ancestral amada Elisabeta. El director, sin embargo, explora la capacidad de transformación del ser demoniaco y la progresiva juventud que alcanza gracias al poder revitalizante de la sangre, dos aspectos bastante olvidados hasta entonces.

Helena Celdrán

Lisbeth Salander, a la caza de Charles Dickens

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Cinco años después de la publicación del tercer volumen de la serie Millennium en el mundo se han vendido unos 65 millones de ejemplares de los libros, que están camino de convertirse en las obras de ficción más vendidas de toda la historia: se acepta que la primera es Historia de dos Ciudades, con más de 200 millones de unidades, pero la obra de Charles Dickens lleva en el mercado desde 1859 y las novelas de Stieg Larsson aparecieron en 2005, 2006 y 2007.

Aceptemos la opinión entusiamada de Mario Vargas Llosa («he leído Millennium con la felicidad y excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens. Fantástica. Esta trilogía nos conforta secretamente. Tal vez todo no esté perdido en este mundo imperfecto») o nos sobrecoja la duda sobre por qué nos gustan tanto las malas novelas y sus abundantes clichés —antes de seguir, aquí está mi confesión: me fascinó el primer volumen, que acabé en dos días; me gustó moderadamente el segundo y no pude terminar el tercero, que me pareció un manuscrito falto de dos o tres correcciones a fondo—, lo cierto es que los personajes creados por el prematuramente muerto periodista y escritor sueco, en especial la heroína incorrecta Lisbeth Salander, han alcanzado la categoría de mitos con una premura muy propia del frenesí voraz de los tiempos.

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Una búsqueda en Google a partir del nombre de la protagonista —hacker, punk, fumadora, bisexual, desinhibida, inteligente, justiciera, asocial, alegal, combativa («ningún sistema de seguridad es más fuerte que su usuario más débil»), posible enferma de Asperger, mal hablada, casi anoréxica (42 kilos), exresidente en siquiátricos y otros gulags estatales para los diferentes, excitante, ventitantos, metro y medio…— alcanza los casi tres millones de resultados. Lisbeth Salander influye en la moda, protagoniza un inminente cómic (dibujado por el catalán Josep Homs), se convierte en aplicación para smartphone, es citada como una resiliente de manual de psicología, se convierte en referente de la ética posmoderna de los antisistema («jamás habla con policías y funcionarios»), ejerce un feminismo extremo y es la más malota (y también la única atractiva) millonaria de ficción reseñada por la revisa Forbes.

Una constatación: la potencia inconstestable del impacto de Salander en su generación. En la web temática de los editores españoles del libro, Destino, hay mensajes de lectores, sobre todo mujeres, de este tono: «Una guerrera que se antepone a todo, que le dice a la sociedad mucho aunque no abra la boca»; «una antisocial, una luchadora innata, una singular hacker«; «hermosa, dura y tan frágil, que conmueve y una no puede dejar de solidarizar y empatizar con ella»; «una superviviente que lucha contra la adversidad. Y sí, este tipo de personajes que lucha contra algo está muy visto. La diferencia es que esta vez, la luchadora es una mujer, y lucha contra los hombres»; «por fin vemos una superwoman, no solo sexy y guapa…, sino inteligente y normal»…

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso 'online' sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso ‘online’ sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Otra constatación, ésta de carácter personal. En la ciudad en la que vivo —no importa cuál: las ciudades occidentales son una misma ciudad repetida con matices diferenciales muy leves— abundan las librerías de segunda mano. En todas ellas, sin excepción, encuentro cada vez que entro docenas de ejemplares abandonados de las tres novelas de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Nunca entendí la deserción cuando se trata de un libro de esos que se te han pegado alma y no puedo evitar preguntarme si los apasionados lectores de la trilogía no desean releerla. Si esa es la norma, ¿hablamos de un fenómeno efímero y de corto alcance, de una tendencia muy siglo XXI de consumo rápido y abandono?, ¿prefieren los seguidores de las novelas la edición digital y han decidido, muy de acuerdo con la postpunk Salander, prescindir del engorro de los papeles y acumular sólo bytes? (Larson, por cierto fue el primer escritor de la historia en llegar al millón de ejemplares vendidos en e-book en Amazon)…

En otros términos, ¿representará Lisbeth Salander los valores de individualismo y libertad que Huck Finn representó para los jóvenes del siglo XIX y Holden Caulfield para los del XX?, ¿será capaz Larsson de alcanzar a Dickens? Acaso convenga estar preparados para el cambio de paradigma literario y conocer alguna circunstancia más del autor sueco: un idealista tan cegato como para aplicar un análisis troskista a la realidad actual, un activista de causas nobles, un fanático de la ciencia ficción, un testigo mudo y apático durante su adolescencia de una violación en grupo a una joven y, en fin, un escritor capaz —y pocos lo son— de agitar los ingredientes de su vida en el remolino de la ficción para subyugar a los lectores.

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

1. Hijo de adolescentes en la mina más sucia. Karl Stig-Earland Larsson —cambió su nombre de pila más tarde por el de Stieg— nace el 15 de agosto de 1954 en el pueblo de Skelleftehamn, un villorrio pesquero situado 600 kilómetros al norte de Estocolmo y no demasiado lejos del Círculo Polar. Sus padres se habían conocido un año antes, cuando tenían quince. Ella, Vivianne Böstrom, se queda preñada casi de inmediato. Viven en pareja y en condiciones casi miserables en un apartamento de una sola estancia y sin calefacción. El padre, Erland Larsson, trabaja en la mina de Rönnskärsverken, una de las industrias más sucias y contaminantes de los países nórdicos por los excedentes de ácido sulfúrico derivados de los procesos de extracción de la factoría, propiedad del holding Boliden AB —causante del desastre ecológico de Aznalcóllar en el parque de Doñana en 1998—. Los sindicatos dicen que los empleados de la mina sueca estornudan sangre y mueren antes de los 50. El gobierno jamás investiga las denuncias.

2. La colaboración de Suecia con Hitler, revelada por el abuelo. Cuando los padres de Stieg se marchan a Estocolmo en busca de un futuro algo mejor, el niño, de un año, queda al cuidado de los abuelos maternos Severin y Tekla, con quienes vive hasta los nueve. Severin, que había sido militante antinazi y seguía creyendo en las bondades del comunismo ortodoxo, cuenta al niño el episodio más oscuro de la historia reciente de Suecia. Aunque el país era en teoría neutral durante la II Guerra Mundial, lo cierto es que actuó como un socio colaborador del nazismo: aportó materias primas (hierro y otros minerales) a la industria bélica alemana, permitió que millones de soldados de Hitler atravesasen su territorio para llegar a Noruega, Dinamarca y Finlandia y censuró toda la propaganda antinazi. Unos 300.000 comunistas, anarquistas o liberales con conciencia fueron encerrados en campos de concentración.  La revelación de este deshonroso secreto nacional, que rara vez se menciona en público en Suecia, conmociona al pequeño Stieg y se convierte en uno de los motivos de su vida.

Larsson y su máquina de escribir

Larsson y su máquina de escribir

3. Propensión genética a los ataques al corazón. Si algo está escrito en los genes de la rama materna de Larsson es le propensión a los infartos tempranos. El abuelo Severin muere de uno en 1962, a los 55 años. La abuela, de otro, en 1968, a los 57. La madre, en 1991, a los 55.

4. La máquina. Cuando Stieg cumple 12 años, sus padres —a quienes las cosas les van mejor: trabajan en comercios, habían tenido otro hijo y viven en Umeå— le regalan una máquina de escribir Facit, de hierro y muy ruidosa. Los padres se arrepienten: el chico no para de teclear —temas favoritos: política, ciencia ficción y diexismo (escuchar e identificar emisoras de radio lejanas y exóticas)—. Entre el receptor de radio y la Facit es tanta la gresca que los Larsson alquilan un pequeño local para Stieg y sus cacharros en un sótano del edificio colindante.

5. Maoísta y testigo de una violación. Cada vez más radical en sus postulados, en 1969 y en plena campaña mundial de protestas contra la intervención de los EE UU en Vietnam —no censurada por el gobierno socialdemócrata sueco—, Stieg se alista en un partido maoísta, el DFFG, y se declara «antirracista y feminista». Ese mismo año, en un campamento de verano, es testigo de cómo varios adolescentes, algunos de ellos amigos suyos, violan a una chica. Stieg no interviene. Más tarde encuentra a la muchacha e intenta pedirle perdón. Ella lo increpa por cobarde. Se ha publicado que el nombre de la víctima era Lisbeth.

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

6. Rechazado como periodista. Tras intentar sin éxito entrar en una escuela de Periodismo (suspende el examen de admisión) y trabajar como cerrajero, repartidor de prensa y empleado de una lavandería, empieza a publicar piezas en fanzines de ciencia ficción. En 1973 conoce en una manifestación antibélica a la estudiante de Arquitectura Eva Gabrielsson. Vivirán juntos hasta la muerte de Larsson.

7. Instructor de granaderas en Eritrea. En 1977, ya alejado del maoísmo y afiliado al minúsculo partido troskista sueco, en cuyas publicaciones firma piezas con el seudónimo Severin, en honor a su abuelo, organiza un viaje a Eritrea para intentar entrar en contacto con la guerrilla comunista del Eritrean’s People Liberation Front. Antes de dejar Suecia escribe dos cartas que rotula: «Abrir sólo tras mi muerte». Una es una declaración de amor a Eva y la segunda un «testamento» mediante el cual dona sus escasas pertenencias a la Liga de Trabajadores Communistas, un sindicato troskista. Tras un difícil viaje, Larsson logra contactar con los guerrilleros y entrena a mujeres en el uso de granadas con las técnicas básicas que había aprendido unos años antes durante el servicio militar. Tiene que regresar a toda prisa a Suecia por una gravísima infección renal complicada con altas fiebres provocadas por la malaria.

Portada del primer número de "Expo"

Portada del primer número de «Expo»

8. «Amenaza contra la raza blanca». Para ganarse la vida trabaja como ilustrador, desde 1979, en la agencia Tidningarnas Telegrambyrå, pero lo que de verdad le apasiona es escribir sobre antifascismo y racismo. En 1987 rompe sus lazos con los troskistas y en 1991 edita su primer libro, Extremhögern (Extrema derecha), con la periodista Anna-Lenna Lodenius. Se compromete con la facción sueca de Stop Racism y forma parte del núcleo fundador de la revista Expo, apadrinada por una fundación sin ánimo de lucro. Publican el primer número en 1995 y anuncian que se dedicarán al periodismo de investigación para detener el ascenso del neonazismo en Suecia. Un año más tarde un grupo supremacista publica una foto y la dirección de Larsson, sugiriendo que debía «ser eliminado por tratarse de una amenaza contra la raza blanca»; la redacción de la revista es atacada por una pandilla de extremistas y los datos personales de Larsson aparecen también en poder de un detenido por conexiones neonazis que había sido oficial de las SS de Hitler y en los domicilios de los acusados de asesinar al líder sindical Björn Söderberg. En una época en que varios periodistas suecos sufren atentados, uno de ellos mortal, la Policía ofrece a Larsson escolta durante meses. El periodista publica un libro sobre el partido político Sverigeremokraterna (Demócratas de Suecia), que enmascara una ideología de extrema derecha bajo una apariencia nacionalista.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

9. Los primeros editores no abrieron el sobre con el manuscrito. En 2002, durante las vacaciones de verano, Larsson empieza a desarrollar lo que será la trilogía Millennium. Tras dejar que Eva y unos cuantos amigos íntimos lean los manuscritos de las dos primeras novelas, las envía, en 2003, a la editorial Piratförlaget, donde nunca, como ellos mismos han reconocido, llegaron a abrir el sobre, devolviéndolo con una carta formal de rechazo. En la segunda editora, la legendaria Norstedts, sí leen las piezas y le ofrecen de inmediato al autor un contrato por tres novelas y un avance de derechos de 70.000 euros. Es abril de 2004. El 15 de agosto Larsson cumple 50 años. Va a celebrar una fiesta pero la pospone para seguir escribiendo ficción. Sus amigos le encuentran más feliz que nunca. Incluso ha engordado.

10. «Quizá sí, me duele el pecho». El 9 de noviembre de 2004 tiene una cita en la oficina de Expo. Al llegar encuentra el ascensor averiado y sube los siete pisos a pie. Llega pálido, sudoroso, desencajado. Sus compañeros le preguntan si se siente mal, si quiere que llamen a una ambulancia. «Quizá sí, me duele el pecho», dice antes de desplomarse con un ataque al corazón. Muere una hora más tarde, en el hospital.

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

11. La batalla postmórtem por la fortuna.  Desde la publicación del primer tomo de la saga, que apareció en Suecia en agosto de 2005 con el título Män som hatar kvinnor (Los hombres que odian a las mujeres) —luego sustituido en algunas partes del mundo por el mucho más comercial de The Girl With the Dragon Tattoo (La chica con el tatuaje del dragón)—, y con la mundialización milmillonaria de las novelas, una amarga batalla legal y moral se desata entre el padre y el hermano del escritor y Eva Gabrielsson. Las leyes suecas no reconocen derechos de herencia a las parejas de hecho y la compañera de Larsson durante tres décadas no ha recibido ni un centavo de la fortuna que han generado las novelas y sus adaptaciones al cine. Ella sostiene que el padre y el hermano se desentendieron siempre de Larsson, pero algunos amigos íntimos de éste, como el militante antiracista Kurdo Baksi, dicen lo contrario. El escritor murió sin dejar otro testamento que aquella carta escrita antes de viajer a Eritrea en 1977. Los tribunales suecos han fallado en contra de la media docena de militantes del grupo troskista que quisieron hacer valer su derecho a la fortuna porque la disposición de la carta, según el fallo judicial, sólo era válida si Larsson fallecía en el viaje a Eritrea.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

12. Nazis parlamentarios. En las elecciones de 2010, los Demócratas de Suecia, tras una campaña electoral propugnando el odio racial, obtienen 20 escaños en el Parlamento de Suecia. Es la primera vez que un grupo filonazi entra en el Riksdag desde la II Guerra Mundial.

13. La venganza de Dios. Al parecer, Larsson tuvo tiempo de escribir un manuscrito casi completo de otra novela y notas para algunas más. Es posible que Eva Gabrielsson tenga el original inédito, pero estaría en un ordenador portátil que pertenecía a la revista Expo. ¿De qué va la novela? Sabemos que se desarrolla en parte en el noroeste de Canadá, que Lisbeth Salander «se deshace de sus enemigos y de sus propios demonios» y que el tíulo que manejaba Larsson era La venganza de Dios.


14. Dos canciones (y 240 tazas de café). En las tres novelas de Larsson, pese al retrato naturalista de la sociedad cerebral y neurótica de Suecia, no hay apenas alcohol —Lisbeth es abstemia y el periodista Mikael Blomkvist sólo se regala algún malta añejo en momentos especiales—, aunque sí muchas tazas de café (240) e incluso una máquina para hacer espresso, la Jura Impressa X7, que cuesta unos 3.000 euros, aunque el escritor, en un patinazo, le otorga el valor de 10.0000. Como buen hijo de los años cincuenta, Larsson incluye en la saga dos guiños musicales muy pertinentes: Maria, un tema de Blondie de 1999 que habla sobre una chica a la que todo «le importa muy poco» y Cat People (Putting Out the Fire), de David Bowie (1982), que gira en torno a la idea de «apagar el fuego con gasolina».

Lisbet, Modesty y Pippi

Lisbet, Modesty y Pippi

15. ¿Quién es Lisbeth? En Lisbeth Salander los analistas y semiólogos han encontrado rasgos de Pippi Långstrump, el personaje de ficción de la escritora sueca Astrid Lindgren. Como Pippi, Lisbeth es la niña más fuerte del mundo, más que cualquier hombre, y se mueve a gran velocidad. Otro personaje-espejo es Modesty Blaise, una chica sin nombre y de pasado criminal que conoce extrañas artes de lucha y se enfrenta a villanos excéntricos entre los que abundan los «fantasmas» de su propio pasado. Sin embargo, parece que la verdadera inspiración de Larsson es su sobrina Therese, con la que cruzó centenares de emails mientras redactaba las novelas para palpar la sensibilidad adolescente. La chica, que tenía entonces 15 años, era muy flaca, vestía de negro a lo punk y se metía sin miedo en peleas contra chicos. Fue muy sincera con su tío en el intercambio y se mostró confesional y encantada de colaborar. Therese, que nunca ha hablado sobre su marca sobre el personaje, recibió de Larsson el mejor de los elogios: «Lisbeth Salander eres tú».

Ánxel Grove

La caja registradora post mórtem de los Beatles sigue funcionando: «Magical Mistery Tour»

"Magical Mistery Tourt" Collectors Box

«Magical Mistery Tourt» Collectors Box

Aunque la caja registradora no deja de sonar en el negocio post mórtem de ganancias más abultadas de toda la historia, los propietarios de la marca The BeatlesPaul McCartney, ese tipo vegetariano y magnánimo que sólo cobró 1,6 euros por vender ideología consoladora y patriotera en la apertura de los Juegos Olímpicos;  Ringo Starr y las viudísimas Yoko Ono Lennon y Olivia Harrison— no están dispuestos a que los ingresos dejen de fluir.

Apple Corps Ltd, el holding que administra el legado del mejor grupo de música pop de todos los tiempos, tiene un equipo legal que no deja escapar ninguna oportunidad de engordar la cuenta de resultados, sea demandando a Nike por usar una canción en un spot o a la otra Apple, el monopolio tecnológico, por apropiación de nombre y logotipo.

En el segundo caso, los milmillonarios se entendieron y ambas empresas, la de los Beatles y la del también difunto con posibles Steve Jobs, se aliaron a finales de 2010 para sacar tajada juntos a través de la tienda online iTunes. La santa alianza entre el par de manzanas ha sido uno de los grandes pelotazos financieros del siglo XXI: dos meses después de que el catálogo beatle saliera al mercado, Apple —la de Jobs— había despachado cinco millones de canciones y un milón de álbumes.

Los cuatro 'beatles' en 1967

Los cuatro ‘beatles’ en 1967

Así las cosas y pese a que los exbeatles o sus herederos sólo reciben, según los países de los que se trate, entre un 33 y un 50% de las regalías generadas por sus canciones —el resto se lo lleva la empresa montada por la multinacional Sony y Michael Jackson, que en 1985 compró parte de los derechos de 250 temas del catálogo de Lennon y McCartney por 36,5 millones de euros—, John Lennon (es decir, su avatar Yoko Ono) es uno de los muertos que más dinero gana desde el más allá: en 2009 ingresó 15 millones de dólares según Forbes (dos años antes fueron 44 millones). George Harrison, cuya contribución como compositor era muy pobre, más o menos una canción por álbum, tarifó 22 millones de 2007 por el pleito contra la discográfica EMI por regalías imapagadas.

Con unos mil millones de discos vendidos en todo el mundo, los Beatles son, empatados con Elvis Presley, los artistas más comerciales de la historia. La explotación de su exiguo catálogo —sólo existieron como grupo diez años, de 1960 a 1970— ha sido intensiva y despiadada desde finales del siglo XX: un aprovechamiento cruel del cariño con que los viejos y nuevos fans recuerdan la inigualable carrera de los Fab Four.

The Beatles Stereo Box Set (2009)

The Beatles Stereo Box Set (2009)

Si el proyecto Anthology (1 | 2 | 3), editado entre 1995 y 1996, jugaba con el factor arqueológico y permitía descubrir, pagando una buena pasta (ahora anda por 85 euros), la manera altamente creativa en que trabajaba el grupo en el estudio (aunque también cometía el pecado de la necrología publicitaria al manipular una maqueta de Lennon y resucitarlo tocando con los beatles vivos), la edición remasterizada de todos los discos del grupo en 2009 (140 euros, en principio costaba casi lo doble), que publican en vinilo el 12 de noviembre, con t-shirt incluida (230 euros), era una engañifa para exprimir a los hijos y nietos del público incondicional de la banda. Clientes que, por cierto, sólo debían buscar en la discoteca familiar para encontrar los mismos discos y con mejor sonido.

Aún peor fue el pobrísimo proyecto Love (2006), un mix montado para un espectáculo en Las Vegas del Cirque du Soleil que permitió a Sir George Martin —productor del grupo— conseguir un buen trabajo para su hijo Giles.

Cubierta original del doble EP "Magical Mistery Tour", 1967

Cubierta original del doble EP «Magical Mistery Tour», 1967

La última operación de ordeño de la agotada vaca llega ahora con la publicación y lanzamiento con fanfarria de Magical Mistery Tour, que en su edición de lujo para coleccionistas cuesta 53 euros (gran gancho: ¡un clip de 2:30 minutos titulado Ringo the actor, donde el batería reflexiona sobre su pasión por la actuación!). La película ya se ha estrenado en algunos cines de los EE UU. En España no hay fecha.

Aprovechando la jugada de McCartney, Ono, Harrison y Starr, que escamotean la avidez dineraria tras la presunta celebración del 45º aniversario del estreno de la película y el disco, hablemos de uno de los proyectos más descabellados de la factoría de sueños beatle: Magical Mistery Tour, una película desastrosa que produce vergüenza ajena y una casi perfecta colección de canciones.

Para empezar un trailer promocional. No es necesario creer lo que ofrece: se trata de publicidad.

La película que reeditan, de una hora de duración, fue estrenada el 26 de diciembre de 1967 —el boxing day de los británicos— por la BBC. Aunque los créditos atribuyen la dirección a los cuatro beatles, el film fue una idea de McCartney, que llevó la voz cantante y se encargó del guión (que había escrito, en abril del mismo año, durante un vuelo transoceánico entre los EE UU e Inglaterra), la puesta en escena y la realización.

Con muy poca maña cinematográfica, Magical Mistery Tour cuenta el atribulado y surreal viaje en un autobús Bedford —por supuesto, made in England— de un grupo de personas entre las que están los Beatles y algunos de sus colaboradores. No hay mucho más que contar. La historia es una deshilvanada sucesión de disparates y el resultado final deja al espectador una muy certera sensación de que acaba de ver el capricho de unos millonarios que se aburren y creen, dada su genialidad musical, que también pueden hacer cine.

Foto fija del 'clip' de "I am the walrus" en "Magical Mistery Tour"

Foto fija del ‘clip’ de «I am the walrus» en «Magical Mistery Tour»

La mayor parte del rodaje —que se les fue de las manos: 11 semanas de duración y diez horas de metraje— tuvo lugar en una base aérea abandonada de Kent en un momento de transición para el grupo: su descubridor y agente, Brian Epstein, había muerto en agosto de 1967 por una ingesta de barbirtúricos que oficialmente fue determinada como accidental;  acababan de conocer al falso santón Maharishi Mahesh Yogui, a cuya disciplina sectaria se apuntaron con entusiasmo inicial para descubrir bien pronto que el gurú sólo quería dinero y sexo —a Harrison le importó poco y siguió siendo fiel hasta la muerte al embacuador—, y el tremendo esfuerzo de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (junio de 1967), que les había dejado en una encrucijada creativa.

El estreno de la película en televisión fue recibido con unas merecidas muy malas críticas. Incluso la prensa británica aquejada de beatlemanía se preguntó qué pretendía el grupo con aquel ejercicio absurdo y pedante.

Interior del doble EP de "Magical Mistery Tour"

Interior del doble EP de «Magical Mistery Tour»

La música es otra cosa. El doble extended play inicial con la banda sonora de Magical Mistery Tour, primorosamente editado con un libreto-cómic (y un primerizo y torpe logotipo de la manzana de Apple), contiene seis canciones entre las que sólo sobra la babosa Your Mother Should Know, una baladita de McCartney en uno de sus momentos-sacarosa.

Los demás es oro puro, sobre todo I Am the Walrus, un viaje astral e inspiradísimo que está entre las mejores canciones compuestas por Lennon.

¿Consejo? Vean los vídeos de la película en Internet (los colocó tras el post), compren las canciones en ediciones baratas —el doble EP fue lanzado más tarde como álbum, con el añadido de algunos temas sueltos para completar el producto: se puede encontrar a precio decente (unos 8 euros)— y no contribuyan a que los hombres y viudas de negocios sigan viviendo con los réditos de lo que una vez fueron y nunca volverán a ser (McCartney) o sacando partido a las falsas lágrimas de luto eterno (Ono).

Ánxel Grove






Glenn Gould, mucho más que el pianista preferido de Hannibal Lecter

Dejaba una mano en el aire, como dirigiéndose a sí mismo; la otra atacaba las teclas del piano. Aderezaba con gruñidos y suspiros el rígido protocolo impuesto para la música clásica, musitaba a ratos las melodías, agachaba la cabeza como en un ceremonial.

Se cumplen 30 años de la muerte de Glenn Gould (1932-1982), el pianista canadiense que reinventó a Johann Sebastian Bach, desenmascaró la libertad del intérprete clásico y echó por tierra las convenciones sobre la postura, la actitud, el atuendo y la contención con los que se deben ejecutar un concierto de piano.

La postura de Gould frente al piano

La postura de Gould frente al piano

La hipocondría y la neurosis lo llevaron a sobremedicarse y a desarrollar paraonia. En el aislamiento encontraba el modo de remediar su extraño modo de relacionarse, pero sobre el manto de extrañeza y enfermedad bailaba siempre la música. Glenn Gould es uno de los intérpretes más famosos y admirados del siglo XX. Con una destreza técnica que combinaba con las mil aristas de su personalidad creó un filtro propio que coloreaba las obras inamovibles de Bach, Mozart, Beethoven, Haydn, Brahms, Prokofiev, Schoenberg, Scarlatti…

En el Cotilleando a… de esta semana repasamos la compleja figura de Gould, un virtuoso que muchos descubrieron algunos años después de su muerte por ser el pianista favorito de Hannibal —el canibal de refinada cultura imaginado por el novelista Thomas Harris— que (tanto en el libro como en la película El silencio de los corderos) escucha con devoción las Variaciones Golberg de Bach ejecutadas por el músico.

Envuelto en una manta

Envuelto en una manta

1.»El pelo necesita un corte y un cepillado». Una descripción con mala baba en un periódico de toque sensacionalista, tras un concierto de Gould a principios de los años sesenta en Chicago, decía: «Su apariencia es descuidada y alborotada. La ropa que lleva no le queda bien, el pelo necesita un corte y un cepillado, parece que llevara los bolsillos llenos de pomelos y camina como una imitación de Henry Fonda imitando a su vez al joven Abraham Lincoln. Siendo él mismo una parodia, va más allá de la parodia».

Por el aspecto Gould, los que no lo conocían podían suponer, al verlo por la calle, que rozaba la indigencia. Morris Gross, su abogado, recuerda que en una ocasión el músico fue detenido en Sarasota (Florida). Recibió una llamada de él narrando lo sucedido: «Estaba sentado en el banco de un parque y supongo que tratan de preservar la imagen de que viven en un lugar cálido también en invierno. Estaba sentado, no hacía nada inusual, y me arrestaron. La policía». Gross se limitó a preguntarle «¿qué llevabas puesto?».

El pianista y su inseparable asiento

El pianista y su inseparable asiento

Se sobreabrigaba, decía pasar frío constantemente y tenía un miedo patológico a caer enfermo, llevaba ropa ajada y poco elegante que podía sustituir, como mucho, por un traje negro que parecía quedarle siempre grande. Odiaba el frac con el que solían salir al escenario las grandes figuras de la música clásica.

2. La silla lo separaba del suelo 35 centímetros, lo justo para que las muñecas quedaran situadas por debajo o a la altura de las teclas. Su padre, Bert Gould, la había hecho a mano, guiado por las exigencias del artista y siempre fue la misma: cuando se deterioraron los cojines, continuó tocando sobre la estructura desnuda. Era una silla plegable sin la que no salía de casa, con las cuatro patas serradas y modificadas para que se pudieran ajustar individualmente.

El inspirador de la postura heterodoxa que Gould adoptó siempre frente al piano fue Alberto Guerrero, un pianista chileno de renombre en Canadá que con poco más de 50 años aceptó al niño de 10 (que desde los tres había estado utilizando el piano como juguete) como alumno. El maestro usaba un asiento bajo para arrastrar las teclas en lugar de golpearlas, convencido de que esa técnica mejoraba cada sonido.

Con las manos en agua caliente antes de una de las sesiones de las 'Variaciones Goldberg'

Con las manos en agua caliente antes de una de las sesiones de las ‘Variaciones Goldberg’

3. Pastillas, toallas y bufandas para las Variaciones Goldberg. Tras su debut con el sello canadiense Hallmark en 1952, llegó su primer trabajo de éxito. Todavía no había cumplido 23 años cuando grabó con Columbia Records en Nueva York Bach: The Goldberg Variations. El pianista llegó al estudio con su inseparable silla, bufandas y jerseys que se ponía incluso en los días más cálidos, un surtido de pastillas y una colección de toallas que mojaba en agua caliente y se aplicaba en las manos y en los antebrazos veinte minutos antes de ponerse a tocar. Un comunicado de prensa comenzó a vender la figura de Gould como un excéntrico empedernido que reaccionaba ante el más ligero cambio de temperatura en el estudio: «El técnico del aire acondicionado trabajó tan duro como el de sonido».

Pero la intensidad de las grabaciones eclipsó pronto los detalles banales sobre la figura del artista. Las Variaciones Goldberg, que Joan Sebastian Bach completó en 1741, se habían afrontado siempre como piezas cerebrales: Gould demostró que se podían convertir en pasionales sin desvirtuar las construcciones originales. La capacidad rítmica y la rapidez del pianista hicieron de las piezas ejercicios de vuelo. El disco acabó con muchas ideas preconcebidas e injustas sobre la música de Bach.

A Gould le bastó una semana de grabación para terminar el disco. Cuando dio por finalizado el trabajo, saludo sonriente a todo el equipo, recogió sus bártulos y volvió a Canadá.

Dirigiéndose a sí mismo

Dirigiéndose a sí mismo

4. Anticonciertos. Desde el comienzo de su carrera amenazó con dejar el escenario y centrarse en las grabaciones, era un conocido cancelador de conciertos y sus excusas solían ser relativas a la salud, pero la mayoría de las veces la negativa de salir a tocar era producto de una mezcla de hastío, rechazo ilógico hacia el auditorio en que tenía que actuar, terror a los aviones y, en conjunto, la alteración de las pequeñas costumbres que regían su vida: la comodidad del colchón de su cama, el agua del grifo, el cielo gris (en la casa familiar del lago Simcoe, en Ontario) que lo protegía de la agresividad del sol.

No le ilusionaba el contacto con la gente, disfrutaba tocando para sí mismo en soledad. «Por cada hora que pasas en compañía de otro ser humano, necesitas equis número de horas sólo. El aislamiento es un elemento indispensable de la felicidad humana«, decía en una entrevista.

A los 11 años, con su profesor Alberto Guerrero

A los 11 años, con su profesor Alberto Guerrero

Se sentía presionado por las observaciones que hacían los críticos sobre su aspecto y su gesticulación. Gould siempre sostuvo que su forma de actuar (considerada por muchos como mero exhibicionismo) era necesaria y mejoraba la calidad de su interpretación musical. Cuando el sonido de un piano no le gustaba del todo, los experimentos con la voz se volvían más frecuentes en un intento de suplir las carencias del instrumento. Además, aseguraba que el leve zumbido constante que suena como fondo en algunas de las grabaciones le permitía percibir la música internamente.

Dio su último concierto en 1964 en Los Ángeles (California), tenía 31 años. Muchos vieron en la decisión un suicidio profesional para un músico joven que debía darse baños de multitudes y cultivar la fama. Gould lo tenía claro: las actuaciones eran para él como un rodeo o un circo romano en el que él estaba siempre en el centro.

5. «Semirretiro». Tras su «semirretiro», afrontó las grabaciones como una exploración musical. «Ha sido una gran experiencia empezar a pensar a través de la música y no de un instrumento, no tener que especular cómo eran realmente Beethoven y Bach para comunicar esa teoría al público», declaraba en 1968. Su ambición por hacer que las interpretaciones siempre sonaran diferentes de las de otros pianistas a veces provocaba que incluso hiciera unos cambios en el tiempo y en la dinámica de las piezas. Eran tan radicales que costaba reconocerlas, como sucedió con su versión de la Sonata para piano nº 23 (Appassionata) de Beethoven. Tampoco dudó en darle a Mozart una textura discordante y percusiva, que le servía para hacer las paces con un compositor que nunca fue de su agrado.

Hizo pequeñas incursiones como escritor, dio charlas, colaboró en proyectos documentales y programas de televisión… En su mente comenzó a crecer la idea de que a los 50 años dejaría el piano por completo.

Gould en 1981

Gould en 1981

6. Volver a interpretar las Variaciones. «Conforme he ido haciéndome mayor, encuentro… que muchas de mis interpretaciones tempranas son demasiado rápidas para reconfortar. Con texturas complejas contraponiéndose, uno requiere cierta deliberación y (…) es la falta de esa calma lo que me molesta en la primera versión de Goldberg«. Gould volvió a ejecutar las Variaciones en 1981, un año antes de su muerte, con un ánimo más introspectivo. El eco crepuscular de la grabación se convirtió más tarde en el testamento del pianista.

Su última grabación fue en Nueva York, en septiembre de 1982, interpretando Sonata de piano en B menor, Op.5, de Richard Strauss. El día 25 de ese mes afrontó su 50 cumpleaños con poco ánimo por su larga lista de malestares físicos. Había llegado a la edad a la que había declarado que abandonaría su carrera de pianista y sospechaba que su cuerpo también había decidido abdicar. Dos días después sufrió un derrame cerebral. Murió el 4 de octubre en el Hospital General de Toronto.

Helena Celdrán

Músicos muertos ‘on the road’

El día que murió la música

El día que murió la música

Habitan la carretera —o esas otras formas de senda: las vías de tren, los corredores trazados en el cielo…— y por pura obligación estadística mueren sobre la carretera, on the road, en marcha de un lugar a otro para cantar mañana las mismas canciones que ayer.

En los primeros minutos de la madrugada inclemente del 3 de febrero de 1959 una avioneta Beechcraft Bonanza se estrelló en un maizal de Clear Lake-Iowa (EE UU). Murieron el piloto y los tres pasajeros, los músicos Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper. El impacto de la tragedia todavía es notable en la copia de la vieja portada de diario. Unos años después bautizaron la amarga jornada como el día que murió la música.

Hubo otros fallecidos por impactos y entre hierros, pero no estaban en tránsito laboral: el londinense Marc Bolan, muerto unos días antes de cumplir 30 en el interior de un Mini que conducía su novia, salía de un restaurante y se iba a casa a dormir; el texano Stevie Ray Vaughan, a los 36, cuando se estrelló el helicóptero que lo trasladaba a un curso de golf; Rockin’ Robin Roberts, a los 26, cuando, tras una fiesta muy loca, viajaba en un coche kamikaze que causó una colisión múltiple con incendio; Bobby Fuller, cuyo cadáver (24) fue encontrado en el interior de su coche en Hollywood…

No fueron las primeras víctimas de la urgencia temeraria que reclama el negocio musical. Tampoco serán los últimos. En esta entrada recordamos a otros artistas prematuramente quebrados en automóviles, aviones, trenes…

Ragtime para Al Capone

Pesaba 150 kilos pero la comida no era su único apetito: consumía alcohol y sexo con la misma entrega. Fats Waller, el maestro del piano rag, tocaba tan bien que Al Capone ordenó que lo secuestrasen a punta de pistola para llevarlo a animar una fiesta de cumpleaños. Volvía locos a todos y todas, pero vivía más deprisa de lo que su enorme cuerpo podía aguantar. Murió en 1943 (ataque cardíaco) en la cabina del tren en el que viajaba para la siguiente actuación y la siguiente borrachera. Tenía 39 años.

Desangrada en la Ruta 61

La Emperatriz del Blues, Bessie Smith, tenía malas pulgas.  Siempre estaba dispuesta a la bronca por una mala mirada o una lectura entre líneas. Bebía mucho y cantaba como nadie ha cantado —incluso la adorable Billie Holiday se queda muy atrás en la comparativa—, con sangre y fuego en la garganta. Fue la primera cantante negra de blues rica y famosa (cobraba 500 dólares por actuación en los años veinte, una enorme suma entonces) y murió desangrada, a los 43 años, con un dramatismo casi literario: en la tierra de nadie de la Route 61 —la verdadera carretera de la música, por la que los bluesmen del sur llevaron el veneno a Chicago— tras un accidente de coche. La ambulancia tardó una eternidad en llegar.

Cadáver en un Cadillac azul pálido

La última canción que grabó Hank Williams fue I’ll Never Get Out of This World Alive, Nunca saldré vivo de este mundo. El vaquero más triste murió el uno de enero de 1953, a los 29 años, en el asiento trasero de un Cadillac azul pálido (lo exhiben en un museo) en una gasolinera de Oak Hill, Colina del Roble (Virginia Occidental), mientras iba camino de otra actuación. Estaba consumido por la morfina y los calmantes que necesitaba para paliar el tormento de una espina bífida oculta. Además de la guitarra que había cambiado el rumbo del country y presentido el rock and roll tenía encima un cuaderno escolar con letras de nuevas canciones.

Sin gafas en una noche de lluvia

Clifford Brownie Brown tuvo la mala suerte de madurar como trompetista casi al mismo tiempo que Miles Davis, cuya enorme presencia eclipsaba a todos los rivales. Era un músico limpio —ni heroína ni alcohol— y de gran pegada rítmica que ayudó a consolidar el hard bop, es decir, el jazz contaminado por el rhythm and blues y su latido urbano. En junio de 1956 murió, entre actuación y actuación, cuando el coche que conducía su mujer se salió de la carretera en una noche de lluvia. Ella, que también perdió la vida, era miope y no llevaba gafas, pero se había animado a tomar el volante mientras Brownie echaba una cabezada en al asiento de atrás.

El cadete se llevó una Gretsh rota

Eddie Cochran era tan guapo como Elvis Presley pero bastante más inteligente —en Summertime Blues (1958) hizo el primer alegato generacional y político a ritmo de cuatro por cuatro—. Murió el 16 de abril de 1960, a los 21 años, mientras estaba de gira en el Reino Unido. El taxi en el que viajaba iba a demasiada velocidad, sufrió un reventón en una rueda, patinó y se empotró contra una farola. Cochran salió despedido por una puerta y sufrió letales contusiones en la cabeza. En el taxi viajaba su colega, el también cantante Gene Vincent (Be-Bop-A-Lula), que resultó herido en una pierna y cojeó toda la vida. Con la guitarra Gretsh de Cochran, bastante perjudicada tras el accidente, se quedó el  cadete de policía David John Harman, que aprendió a tocarla y, bajo el apodo de Dave Dee, montó unos años después el grupo Dave Dee, Dozy, Beaky, Mitch & Tich.

Vaquero angelical y conductor borracho

Clarence White aparece en el vídeo anterior a la izquierda, vestido de vaquero angelical, tocando con clase y estilo fingerpicking la guitarra y apoyando a Roger McGuinn en la voz. Hijo de músicos canadienses, White era un virtuoso llamado con frecuencia para acompañar a grupos y solistas del country-rock espacial de la segunda mitad de los años sesenta (Gram Parsons, Emmylou Harris, Ry Cooder…). El 15 de julio de 1973, mientras cargaba equipo en una furgoneta para salir a tocar, fue atropellado por un conductor borracho y murió en el acto. Tenía 29 años.

El soul murió en un lago helado

Otis Redding estaba llamado a ser el gran renovador del soul. Era una demasía: la mejor voz, el más alto voltaje escénico, un enorme compositor y arreglista. Incluso los hippies —muy poco amigos de la música racial— se habían quedado pasmados tras verlo en el Festival de Monterey, donde incendió la noche y dejó en evidencia a los grandes ídolos blancos. El 10 de diciembre de 1967, a los 26 años, murió al caer la avioneta en la que viajaba en las aguas heladas de un lago. Estaba de gira con su grupo, The Bar-Kays, dos de cuyos músicos también fallecieron en el accidente. Tres días antes, Redding había grabado la canción con la que daba a su carrera un giro radical y la acercaba a la sensibilidad beatle: (Sittin’ On) The Dock of the Bay.

La cubierta profética

Tres días antes habían editado el disco Street Survivors (Supervivientes callejeros), en cuya portada aparecían entre llamas. El 20 de octubre de 1977, el grupo Lynyrd Skynyrd, sureños, bebedores, eléctricos, alquiló una avioneta para ganar tiempo en una apretada y exitosa gira. La aeronave se estrelló en un bosque y en el accidente murieron seis personas, entre ellos el cantante Ronnie Van Zant (29 años), el guitarrista Steve Gaines (28) y su hermana y vocalista Cassie (29). Uno de los supervivivientes, mal herido, logró llegar a una granja para pedir ayuda pero el propietario le dió un tiro creyendo que se trataba de un prófugo de una penitenciaria. La avioneta había sido rechazada previamente por el grupo Aerosmith porque el piloto y el copiloto no paraban de beber bourbon mientras tripulaban el aparato.

 Ánxel Grove

Lo mejor (y lo peor) de Neil Young

Cubierta de "Waging Heavy Peace"

Cubierta de «Waging Heavy Peace»

El libro de la izquierda —publicado hace unas horas en el mercado anglosajón— será un bestseller. Es la esperada autobiografía de Neil Young, tiene más de 500 páginas y se titula Waging Hevy Peace. Lo edita una filial del poderoso grupo Penguin y en los EE UU cuesta 30 dólares (unos 23 euros) en tapa dura  y 16,99 (13 euros) en edición electrónica.

Young, que el 12 de noviembre cumplirá 67 años, no admite discusión. Es uno de los obligatorios. En algún momento de los últimos años escribí sobre él algunos párrafos que me atrevo a repetir:

Richard Shakey, Ricardo Tembleques, Young tiene sarcasmo suficiente como para mofarse en su alias habitual de la eplilepsia que padece. No es la única herida: diabético, lastrado por una polio infantil, superviviente de un aneurisma casi letal, padre de dos niños con parálisis cerebral…

Hijo de periodistas deportivos, niño enfermizo crecido en el boscoso pueblo canadiense de Winnipeg –donde conoció a uno de sus grandes amores, la cantautora Joni Mitchell–, Shakey se ha atrevido contra todo: echó en cara al rock sureño su complacencia con la segregación racial (Southern Man ), acusó a Nixon de asesino de estudiantes durante protestas antibélicas (Ohio ), relató los estragos de la heroína entre sus compadres generacionales (The Needle and the Damage Done), denunció las barbaridades de los conquistadores españoles (Cortez The Killer )…

La edad no ha mitigado la furia. Hace unas semanas suspendió un concierto en Los Angeles por solidaridad con la huelga de los trabajadores del local y en los últimos años, pese a que conserva la nacionalidad canadiense y podría ser expulsado de EE UU por inmiscuirse en asuntos internos, se ha destapado como el artista más beligerante contra la atroz política de Bush. En 2006 pidió directamente su destitución en Let’s Impeach the President.

¿La autobiografía? No la he leído, aunque lo haré, pero cuentan las reseñas que está bastante mal escrita aunque mitiga la torpeza de estilo con un abundante anecdotario: una jam session con Charles Manson, el líder de la secta de asesinos hippies; sus problemas como inmigrante canadiense en los EE UU —hasta hace relativamente poco no consiguió una green card para poder trabajar legalmente en el país—; el dolor de tener dos hijos (Zeke y Ben, de madres distintas) nacidos con parálisis cerebral no hereditaria…

Con la autobiografía como excusa, intentaré condensar la mareante obra musical de Young —solamente en estudio, unos cuarenta discos— y proponer lo mejor y lo peor de una carrera tan paradójica como el personaje. Para empezar, lo indignante, lo que se debe evitar.

Los tres peores discos de Neil Young:

"Landing on Water"

«Landing on Water»

1. Landing on Water, 1986. Tan malo que duele. La década de los ochenta puede borrarse de la carrera de Young. Estaba perdido, sin inspiración y desganado. Ocultaba con desprecio y cinismo un bache creativo que no deseaba admitir.

Entre los pésimos discos de la época, éste se lleva la palma: una colección de endebles canciones con arreglos de pop mainstream al estilo de Jouney, Kansas y otras bandas épicas sin alma.

Geffen Records, la discográfica en la que grababa desde 1982 el artista, demandó a Young poco después de la edición del álbum y le reclamó algo más de tres millones de dólares, aduciendo que sus discos eran suicidios comerciales y artísticos y no respondían a lo que el público esperaba del músico. El dueño de la empresa, David Geffen, se disculpó más tarde en persona por intentar interferir en las decisiones musicales de Young, pero no tuvo reparos en despedirle.

Aunque ninguna de las diez piezas del álbum es audible y quienes lo compramos en su momento por fidelidad lo hemos condenado a las telarañas, la canción Hippie Dream merece cierta atención por la mala baba de Young hacia sus compañeros de hippismo, a los que acusa de idealismo e inocencia.


"This Note's for You"

«This Note’s for You»

2. This Note’s for You, 1988. Otro producto de la década ominosa y un nuevo desatino de Young, que intentaba ocultar el bache eloborando indigeribles experimentos temáticos sobre géneros musicales.

Había ejercido el ridículo con su emulación del tecno (Trans, 1982), el rockabilly (Everybody’s Rockin’, 1983) y el country & western (Old Ways, 1985) y en This Note’s for You lo intentó con el soul.

Rodeado de coros y salpimentado con supuesta gracia negra —algo de lo que carece Young, que es adusto y sin swing—, el disco blusey del canadiense no alcanza el azul pálido.

Escribiendo letras y vendiendo ideología de andar por casa tampoco estaba en su mejor momento. Algunas estrofas claman a gritos por una tijera redentora o invitan a regalar al compositor un diccionario de rimas: I ain’t singin’ for Pepsi / I ain’t singin’ for Coke / I don’t sing for nobody / Makes me look like a joke (No canto para Pepsi / No canto para Coca Cola / No canto para nadie / Porque me hace sentir como un payaso).

"Are You Passionate?"

«Are You Passionate?»

3. Are You Passionate?, 2002. Intolerable y ridículo disco en el que Young juega a otra de sus desastrosas encarnaciones, la de crooner romántico.

Pese al acompañamiento sólido de Booker T. & The MG’s, una de las piedras angulares del sonido de Stax, aquí sólo hay sacarosa, un patético intento de hacer música de seducción para adultos.

Para empeorar la sensación, el disco contiene la que seguramente sea la peor canción de toda la carrera de Young, Let’s Roll, uno de los primeros temas musicales en abordar los atentados del 11-S, basado en las últimas palabras que pronunció Todd Beamer, uno de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines que se enfrentaron a los secuestradores.

Si las discutibles opiniones ideológicas de Young ya habían quedado patentes en su apoyo a Ronald Reagan en 1984, esta vez quedó marcado para siempre como trovador del patrioterismo menos racional.

Los tres mejores discos de Neil Young:

"Tonight's the Night"

«Tonight’s the Night»

1. Tonight’s the Night, 1975. Uno de los discos más bellos y catárticos de la historia del rock.

Aunque palidezca porque exhibe menos decibelios que los discos más eléctricos de Young, la intensidad desnuda del músico, el dolor palpitante y la miseria existencial sobre la que narra experiencias personales hacen de Tonight’s the Night un álbum irrepetible.

Dedicado a dos amigos y almas gemelas muertos por sobredosis de heroína —el gran músico Danny Whitten, líder de Crazy Horse, y el roadie Bruce Berry—, la gran tragedia generacional que a mediados de los años setenta avistaban los exhippies es el fondo temática de un disco irreprochable y en carne viva que transmite un escalofrío constante.

Despedazado por las desgracias, conocedor de que la velocidad y las mentiras habías sido demasiadas, Young canta en estado trémulo algunas de los mejores temas de su carrera. Pese a todo, la discográfica de turno (Reprise) no lo veía claro y devolvió al músico el proyecto, ordenándalo grabar otro álbum. Sólo después del éxito de las canciones en directo dieron luz verde al proyecto.

"After the Gold Rush"

«After the Gold Rush»

2. After the Gold Rush, 1970. Es difícil elegir entre el anterior y éste: de una elegantísima y cruda belleza.

Cuando editó After the Gold Rush [aquí está completo, al menos por ahora] Neil Young era el elemento más brillante del súpergrupo Crosby, Stills, Nash & Young —con quienes grabó Helpless y Ohio— y despuntaba como una figura imparable y con voz propia.

En un rush creativo pasmoso, se convirtió en el mejor y más prolífico cantautor eléctroacústico. El disco, el tercero en solitario y el segundo con Crazy Horse como músculo, es casi una obra conceptual sobre la soledad, pero contiene puntos de fuga memorables como el volcánico Southern Man.

Disco consistente y de equilibrio perfecto. No conozco a nadie que no se emocione al escucharlo por primera vez. Lo compré cuando lo editaron. Yo tenía 15 años. Mi madre tenía que obligarme a abandonar la habitación para ir a cenar cada noche aunque también a ella le gustaba el disco.


"Rust Never Sleeps"

«Rust Never Sleeps»

3. Rust Never Sleeps, 1979. La solvencia de cataclismo de Neil Young y Crazy Horse en su expresión máxima.

Algunos sostienen, con bastante tino, que Rust Never Sleeps es el único disco realmente punk que se ha editado nunca. Incluso las canciones acústicas tienen un altísimo grado de desesperación.

Fue el gran último momento de Young y también su última predicción solvente: sólo un individualismo con alma nos salvará contra el monstruo hambriento del sistema.

El álbum parece grabado en un polvorín o en la sala de electrochoques de un sanatorio para deshauciados y no tiene una sola grieta.

Cada canción es perfecta, pero entre todas brilla la reflexión ying-yang sobre el pérfido negocio musical: My My, Hey Hey (Out of the Blue) y Hey Hey, My My [Into the Black].

Ánxel Grove

Paul Gauguin, el pintor que nunca encontró el paraíso

Paul Gauguin

Paul Gauguin

Cuando el poeta romántico centroeuropeo Rainer Maria Rilke (1875-1926) aseguraba que «la infancia es la patria del hombre», sabía que las coordenadas geográficas y los discursos políticos poco tienen que ver con la primera casa que habitamos, el descubrimiento de los sabores y los colores, el ensayo de los balbuceos, la visión desde abajo de una habitación en la que apenas podemos alcanzar nada, ese detalle mínimo (el pomo de una puerta, el mantel, la voz de la vecina) que recordamos toda la vida como por cosa de magia…

El pintor francés Eugène Henri Paul Gauguin (1848-1903) utilizó el arte para buscar sensaciones primigenias, despertar la percepción de la niñez añorada para siempre. Vivía con la idea de recuperar el paraíso perdido y, aunque no pudo encontrarlo nunca, sus cuadros le permitieron habitarlo momentáneamente.

La arcadia infantil de Gauguin fue Perú. El año en que nació, el ambiente revolucionario que se vivía en París era la respuesta contra el régimen absolutista impuesto por la Restauración. Con el fracaso de las revoluciones liberales (que sin embargo allanaron el camino para los movimientos obreros), Clovis, el padre de Gauguin, periodista, perdió su empleo por el cierre de la publicación en la que trabajaba. El joven cabeza de familia de 34 años, su esposa Aline-Marie (de sólo 22), su hija Marie y el pequeño Paul emprendieron viaje a Perú, un país en el que la familia de la mujer había hecho fortuna.

'Te aa no areois' ('La semilla de Areoi') (1892)

‘Te aa no areois’ (‘La semilla de Areoi’) (1892)

Clovis quería fundar un periódico en Lima, lejos de la reaccionaria Francia de la Restauración. Por el camino, en el Cabo de Hornos, murió de un infarto. La viuda y los dos pequeños llegaron sin él a la casa de los familiares de Aline-Marie: Gauguin tenía 18 meses y sus sentidos comenzaron a almacenar el brillo del sol, la variedad de la vegetación, los tonos vibrantes de los vestidos y el aspecto exótico de las niñeras (una africana y otra china) que lo cuidaban. El pintor entró en contacto con el arte en sus primeros años de vida, admirando la colección de cerámica precolombina de su madre.

Vivió en la ciudad peruana hasta los seis años, cuando la familia perdió poder político y Aline-Marie decidió instalarse en casa de su padre, en Orleans. La vida provinciana y gris de la ciudad francesa fue el comienzo de la nostalgia perpetua de Gauguin, que despreció la artificiosidad europea desde entonces y con los años terminó marchándose a la Polinesia francesa en busca de la autenticidad.

En el Cotilleando a… de esta semana  repasamos cinco cuadros del impresionista (o posimpresionista, según se mire) que comenzó a avanzar hacia las manchas de color del fauvismo, que inspiró a las vanguardias de las décadas posteriores (¿qué hubiera sido de Franz Marc y de tantos otros sin él?). Paul Gauguin, siempre un paso por delante del impresionismo que comenzó imitando, mantuvo escaso contacto con sus coetáneos (salvo con Van Gogh) y se afanó por eliminar la frontera entre la vida y el arte, aunque eso significara su autodestrucción.

'Interieur du peintre Paris, rue Carcel' (1881)

‘Interieur du peintre Paris, rue Carcel’ (1881)

1. Vida de broker. Interieur du peintre Paris, rue Carcel (Interior del hogar del pintor, calle Carcel), del año 1881, obra temprana, abre una ventana a la vida del artista antes de la búsqueda del paraíso en tierras lejanas.

Gauguin era corredor de bolsa, estaba casado con Mette Gad (una institutriz danesa) y el matrimonio tenía cuatro hijos. Bastante bueno en los negocios, el broker vivía en una bonita casa suburbana de Vaugirard, con jardín y un estudio para dedicarse en los ratos libres a la pintura, que a esas alturas estaba dejando de ser un pasatiempo: un año después de terminar este cuadro, perdió su trabajo a causa de la crisis económica de la época y aprovechó la circunstancia para ser artista a tiempo completo.

Los primeros trabajos son un canto de adoración a la obra de Camille Pissarro y Paul Cézanne. Con un estilo aún por desarrollar, las ventas de las obras eran escasas y no le permitían mantener a una familia y Mette, pragmática y molesta con la decisión de su marido de ser artista, se marchó a Dinamarca con los niños. Gauguin nunca disfrutó del éxito en vida. Vendió su arte y participó en exposiciones, pero nunca llegó a vivir con desahogo ni ser una figura de primera fila.

Seguramente sea Mette la que está sentada tras el piano en la escena doméstica. El pequeño costurero, el arreglo florar, el mantel… Cada detalle es una muestra de las comodidades burguesas. El trabajo, incluido en la séptima exposición impresionista que se celebró en París en 1882, era más oscuro que los demás. La luminosidad al aire libre de autores como Manet nada tenía que ver con la melancolía casera de Gauguin, incómodo con la vida conformista y supuestamente civilizada que llevaba.

Van Gogh peignant des tournesols (1888)

Van Gogh peignant des tournesols (1888)

2. «Realmente soy yo, pero enloquecido», dijo el retratado al verse en el cuadro. Van Gogh peignant des tournesols (Van Gogh pintando girasoles, 1888) es una de las obras que Gauguin realizó en el tiempo que pasó viviendo y trabajando en Arlés.

Theo Van Gogh, hermano de Vincent y comerciante de arte, financió a medias la estancia de Gauguin para que hiciera compañía al artista holandés. Trabajaron juntos durante dos meses, generalmente en el mismo motivo a la vez. A pesar de la admiración mutua, la relación era tensa y las peleas cotidianas, cada vez más frecuentes. Gauguin meditaba las composiciones y las ideas; Van Gogh afrontaba el lienzo con una explosión irreflexiva. El parisino resumió la relación en una carta que escribió cuando ya había renegado definitivamente de Europa: «Vincent quería preparar una sopa, pero no sé cómo mezcló los ingredientes, seguramente como mezclaba los colores en sus cuadros. El caso es que no nos la pudimos comer».

El trabajo atestigua el camino que iniciaba Gauguin hacia las manchas de colores y las perspectivas radicales. El modelo está retratado desde arriba y la postura forzada expresa la incomodidad y el cansancio del pintor holandés, que iniciaba su famosa serie de cuadros de girasoles.

'Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?)' (1892)

‘Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?)’ (1892)

3. En busca del paraíso. Comenzó viajando a la isla de la Martinica, tratando de encontrar en el Caribe la intensidad del color, la liberación de las formas y —en el plano espiritual— la calidez genuina que no era posible en Francia, donde a ojos del artista todo era «artificial y convencional».

En 1891, viajó a la Polinesia francesa. A partir de ese año se disparan las tonalidades vivas, las formas terminan de abandonar la rigidez de las líneas: el artista había encontrado el estilo que iba a definir sus obras más famosas.

Llegó a Papeete (Capital de Tahití) y tuvo una desilusión momentánea al comprobar que los efectos de la colonización habían hecho mella en la indumentaria y las costumbres de sus habitantes. De ahí se trasladó a Mataiea —a 45 kilómetros del centro— y pintó  su primer gran cuadro tahitiano, Vahine no te tiare (Mujer con una flor), el retrato de una mujer que había elegido sus mejores galas para posar, un vestido occidental que nada tenía que ver con los pareos tradicionales.

Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?, 1892) es de un año después de la llegada de Gauguin a Tahití. La muchacha, con el halo de inocencia que caracteriza a todas las jóvenes que retrató en la Polinesia, posa arrodillada y lleva una flor junto a la oreja que indica que todavía no está casada. Tras ella, una mujer algo mayor es quien debe encontrarle un esposo.

Es uno de los ejemplos más esplendorosos del arte de Gauguin, que estaba enamorado de la obra. Cuando volvió a París temporalmente en 1893 participó en una exposición de la galería Durand-Ruel y le puso al cuadro el precio más alto de la muestra (1.500 francos), tal vez porque no quería venderla. Sabía que la temática exótica del ritual tahitiano del matrimonio iba a cautivar a los visitantes.

'Manao Tupapau' (El espíritu de los muertos vela) (1892)

‘Manao Tupapau’ (El espíritu de los muertos vela) (1892)

4. Primitivismo. En Manao Tupapau (El espíritu de los muertos vela, 1892) Gauguin mezcla el rito pagano previo a la colonización con una adaptación libre de la Olympia de Manet.

El artista quiso plasmar el miedo que tradicionalmente los nativos de Tahití han sentido por los tupapau, o espiritus de la muerte, representados en la figura que mira de perfil. El universo intuitivo, de supersticiones y creencias ancestrales e imborrables, contrasta con la desnudez de la muchacha, que en su candidez no asocia el miedo con el pudor, como sí lo haría una mujer occidental al sentirse vulnerable en esa posición.

Teha’amana, una de las amantes indígenas del pintor, fue la modelo para el cuadro. La retrata en una posición que logra, con lo que el autor describe como un matiz «insignificante», que resulte «indecente». El paisaje sigue evolucionando hacia la sensación de poca profundidad, los contrastes de color son vastos como en una pieza de artesanía. El fondo de la escena se acerca a lo onírico. «Hay algunas flores (…), pero no son reales, sólo imaginarias, y hago que se parezcan a chispas«, escribió en una carta a Mette (la que fuera su mujer), encargada de organizar una exposición del pintor en Copenhague en 1893.

Where Do We Come From

‘D’où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?’ (1897)

5. La amargura del arsénico. Gauguin escribió en una carta al pintor y coleccionista de arte George-Daniel de Monfreid hablando de un trabajo «filosófico», una gran obra que se leía de derecha a izquierda, empezando por la figura del bebé que protagoniza la esquina inferior izquierda del cuadro.

D’où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous? (¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?)  es una obra de 1897, un año que pudo ser el último del artista. Estaba abatido: su delicada salud se deterioraba con el avance de la sífilis, tenía un herida en la pierna que no se curaba y además contrajo la lepra; cada vez se sentía más abandonado por los marchantes de arte de Francia, apenas podía mantenerse con el dinero que tenía… La noticia de la muerte por neumonía de Aline (1877–1897), su hija preferida, acentuó los episodios depresivos de Gauguin, que trató de suicidarse tras acabar el monumental cuadro.  Ingirió una gran cantidad de arsénico, tanto que vomitó y salvó su vida.

Pintó el lienzo pensando que sería el último y que la obra consolidaría su figura en el arte una vez muerto.  Cada tercio corresponde a una de las preguntas del título. El nacimiento ilustra ¿de dónde venimos?; ¿quiénes somos? está representada por la cotidianeidad y ¿a dónde vamos? es la decadencia y la muerte.

A los problemas de salud y dinero, se sumaban los políticos.  Gauguin se había enfrentado al gobierno colonialista francés por sus políticas en la isla, se había puesto del lado de su paraíso. Fue acusado de difamar al gobernador, multado y sentenciado a tres meses de prisión. En un segundo juicio, en abril de 1903, la sentencia amplió ese tiempo a un año.

En mayo, sin haber ingresado aún en prisión, el pintor sufrió por accidente (o quiso sufrir) una sobredosis de la morfina que tomaba para sus dolores. Murió de un ataque cardiaco en las islas Marquesas, a los 54 años.

Helena Celdrán

Jodie Foster, los cincuenta años de una actriz que lleva actuando desde los tres

Jodie Foster retratada por Herb Ritts

Jodie Foster retratada por Herb Ritts

De los muchos retratos que le han dedicado a la actriz Jodie Foster, quizá el de Herb Ritts de la izquierda sea el que más profundidad alcanza en la disección: el abatimiento de la mirada azul que emerge de la sombra, el gesto de solemnidad serena y cicatrices ocultas, la mano en tensión amarrando la camisa, 161 centímetros de electricidad contenida

El próximo 19 de noviembre cumple 50 años una de la estrellas de cine más ajenas al paradigma de las últimas décadas.

Huidiza pero de carácter fuerte (en los platós la llamaban Little Bossy Thing, Cosita Jefazo); atea pero mística («me gustan los rituales») y cercana a las ideas cosmogónicas del dios de los vacíos; colocada ante las cámaras desde los tres años —fue la niña de Coppertone y actuó en muchos otros spots publicitarios— y no por ello quemada; supuesta miembro de Mensa, el club que reúne a 110.000 superdotados de todo el mundo (leía a la perfección a los tres años) y practicante de karate y kickboxing; radicalmente celosa de su intimidad —nadie sabe quién es el padre de sus dos hijos ni cómo fueron concebidos— y, desde luego, millonaria —por sus últimas apariciones en producciones mainstream de Hollywood ha cobrado doce millones de euros—…

Jodie Foster

Jodie Foster

Aunque su carrera, que anda por los 75 títulos como actriz en cine y televisión, cuatro películas como directora y siete como productora, no es un ejemplo de congruencia (las obras maestras son bastante escasas mientras que abundan las medianías inexplicables), un puñado de los papeles que ha interpertrado son suficientemente poderosos como para garantizar a Foster un lugar en la eternidad de la memoria colectiva.

Con la excusa del 50º cumpleaños de una actriz muy sensible (aunque también cerebral y calculadora), inteligente (aunque también irreflexiva y dada a los golpes de capricho) y marcada por una infancia tortuosa (se vió obligada a crecer ante las cámaras por una madre dominante), repasamos cinco momentos de la cinematografía de la gran y misteriosa Jodie Foster.

Foto del 'book' infantil de Jodie Foster

Foto del ‘book’ infantil de Jodie Foster

1. Niña responsable. Antes de ser mayor de edad, Foster actuó en medio centenar de episodios de series y shows de televisión y películas. También hizo anuncios publicitarios de todo tipo —el primero, a los tres años—. La madre de la cría, Evelyn Ella Brandy Almond, actuaba como agente, iba a los castings y elegía los papeles.

«Cuando cumplas 16 años tu carrera habrá terminado», era la constante coletilla que justificaba la elección de comedietas infantiles baratas de la factoría Disney o la aparición en el Show de Doris Day.

Brandy Almond se empezó a comportar como una tirana con los niños después de que su marido, Lucius Fisher Foster, coronel de la Aviación, rompiese el matrimonio en 1962, meses antes del nacimiento de Jodie. Él acusó a la mujer de mantener una relación lésbica —era cierta, su amante era Josephine Domínguez, de ancestros mexicanos, a quien los niños llamaban Tía Jo— y Brandy hizo creer durante un tiempo a los cuatro hijos que el padre había muerto.

'Brandy' Almond, madre y manager

‘Brandy’ Almond, madre y manager

Vivían en Granada Hills, en el Valle de San Fernando, un lugar elegido con frecuencia para rodar exteriores de películas por los cercanos imperios de Hollywood. Con el dinero que ganaban Jodie y su hermano mayor Buddy, también actor infantil, Brandy compó una mansión en 1968.

Pese a que siempre se llevó bien con su madre y aceptó sin rechistar sus decisiones, Jodie Foster reveló en una entrevista reciente que sentía haber desarrollado un morboso sentido de la responsabilidad: «Me pregunto qué me perdí. Me rebelaba, pero eran pequeñas rebeliones. ¿Por qué no me rebelaba más? Porque era responsable de otros y no podía. Siempre estaba trabajando«.

Iris, la niña prostituta de "Taxi Driver", 1976

Iris ‘Easy’ Steensma, la niña prostituta de «Taxi Driver», 1976 (Foto: Steve Schapiro)

2. Taxi Driver, 1976. La primera decisión contraria a los dictados de la madre-manager que tomó Jodie Foster fue interpretar en la película Taxi Driver (Martin Scorsese) a la niña prostituta Iris Steensma, de 12 años, que escapa de una familia infeliz para dedicarse a vender sexo en las calles de Nueva York, donde es dominada por el chulo Sport (Harvey Keitel), que la introduce en el consumo de cocaína, le otorga el seudónimo de Easy (Fácil) y la ofrece al mejor postor.

Aunque era todavía menor de edad (14), Jodie Foster, que estaba fascinada con Scorsese, para el que había trabajado en Alicia ya no vive aquí dos años antes, decidió imponerse y aceptar el duro papel pese a la negativa de mamá (que se quedó de piedra al leer el guión y aseguró que su hija no actuaría en la película «ni bajo amenaza de ir al infierno»).

Jodie Foster (izquierda) y su hermana Connie, que fue su doble en "Taxi Driver" (Foto: Steve Schapiro)

Jodie Foster (derecha) y su hermana Connie, que fue su doble en «Taxi Driver» (Foto: Steve Schapiro)

La jovencísima actriz, que estaba segura hasta entonces de que su futuro estaba en la docencia —aprobaba sin estudiar y había conseguido que su extraordinario currículo académico le garantizase una beca en la Universidad de Yale—,  entreveía por primera vez que el cine era algo más que una pamplina tontorrona. Tras el primer pase privado de Taxi Driver, dijo:  «Me sentí tan bien viéndome que ya no quiero ser la primera mujer presidenta de los EE UU. Quiero ser una actriz seria».

Foster tuvo que ser asistida por un sicólogo por prescripción legal para que pudiese participar en los momentos más duros del film. Aún así, fue doblada por su hermana Connie (19) en algunas escenas y una asistente social estaba presente en todo momento en los sets para asegurar que no se empleaba «lenguaje inapropiado para una menor».

Taxi Driver atravesó el delicado margen entre realidad y ficción en 1981, cuando John Hinckley disparó con intención asesina sobre el entonces presidente de los EE UU Ronald Reagan, que resultó herido.

Foto policial de John Hinckley

Foto policial de John Hinckley

El pistolero, que imitaba al personaje de Travis Bickle (Robert De Niro), adujo que deseaba impresionar a Jodie Foster, a la que decía amar obsesivamente y a la que había enviado cartas y llamado por teléfono —ella respondió y charló con él, creyendo que se trataba de un fan algo exagerado—.

El jurado declaró a Hinckley inocente, al considerar pertinente el alegato sobre enfermedad mental formulado por el defensor, que consiguió que en la vista fuese proyectada la cinta de Scorsese para explicar los actos de su cliente. También se exhibió un vídeo con la declaración de Foster, exonerada de testificar. Negó conocer a Hinckley y éste explotó en una reacción iracunda en el banquillo de los acusados.

Tras el atentado, Foster se refugió en su faceta de «chica dura» (la expresión es de ella). Durante unos años incluso contestaba preguntas sobre el asunto y negaba tajantemente haber tenido nada que ver con Hinckley. En diciembre de 1982 publicó un artículo en la revista Esquire titulado Why Me? (¿Por qué yo?) en el que se mostraba destrozada, con la sensación de ser la «víctima» de una infinita y absurda pesadilla: «Sé que algún día alguien se me acercará en la calle y me preguntará: ¿no eres tú la chica que disparó al presidente?«.

Luego empezó a prohibir a los periodistas mencionar el tema como condición previa para conceder entrevistas. Hace unos años, para borrar todo rastro de su relación con el asunto, compró los derechos de difusión del artículo de Esquire, que no se puede citar ni publicar, aunque es localizable en Internet.

"Acusados", 1988

«Acusados», 1988

3. Acusados, 1988. Cuando Jodie Foster leyó el guión de Acusados, cuyo título inicial era Reckless Endagerment (Ponerse en peligro temerariamente), se empeñó en que el papel principal fuese para ella.

El guión, escrito por el periodista Tom Topor, estaba basado en la historia real de Cheryl Araujo, una mujer violada en 1983 sobre la mesa de billar de una taberna de New Bedford por al menos seis hombres y ante varios más que jaleaban a los agresores. Cuatro de los detenidos, hijos de inmigrantes portugueses, fueron condenados a penas de entre seis y doce años de cárcel, pero otros dos fueron declarados inocentes. Todos mantuvieron durante el juicio que, por la forma de bailar y vestir de la víctima, la mujer «estaba pidiendo» la violación. La identidad de Araujo fue revelada durante la retransmisión en directo del caso por la televisión. Tres años más tarde murió en un accidente de tráfico en Florida, donde había escapado con su esposo e hijos para buscar el anonimato y dejar atrás el estigma social.

"Acusados", 1988

«Acusados», 1988

Ganándole en el casting a actrices con mucho más caché dramático —entre ellas Demi Moore, Rosanna Arquette, Melanie Griffith, Jennifer Jason Leigh, Diane Lane, Elisabeth Shue, Virginia Madsen, Bridget Fonda, Daryl Hannah, Jennifer Jason Leigh, Joan Cusack y Tatum O’Neal— y echándole al envite más valentía que otras a quienes ofrecieron el papel y no se atrevieron a interpretarlo porque era incómodo —Brooke Shields, Sarah Jessica Parker, Carrie Fisher, Michelle Pfeiffer, Sigourney Weaver, Debra Winger y Geena Davis—, Jodie Foster convenció al director Jonathan Kaplan de que era la mejor opción para ser Sarah Tobias, la mujer con fama de promiscua que es violada por una pandilla sobre la máquina de pinball de un bar. Para interpretar a la fiscal del caso fue seleccionada Kelly McGuillis, que había sido violada por dos hombres años antes.

Foto de promición de "Acusados"

Foto de promición de «Acusados»

La unión de dos actrices heridas, la tremenda intensidad de la puesta en escena y la reflexión sobre la demonización de la víctima hizo que la película fuese uno de los grandes éxitos del año y recibiese una lluvia de premios, entre ellos el primer Oscar de Jodie Foster como mejor actriz principal.

La filmación de la violación se prolongó durante cinco días y Foster se negó a ser sustituida por una doble. Algunos de los actores se quejaron al director por las repeticiones en busca de las tomas adecuadas y aseguraron que sufrían de insomnio o pesadillas. La protagonista principal consolaba a algunos de los más afectados, pero ella misma no podía dejar de llorar tras cada sesión.

«Normalmente me acuerdo de cada pequeño detalle de la filmación de un plano, pero esta vez decidí concentrarme en la violación y cuando parábamos no podía recordar nada más. Sentía que me habían violado», explicó la actriz, que tenía 24 años y se hizo acompañar por su madre durante todo el rodaje.

Anthony Hopkins y Jodie Foster en una foto de promoción de "El silencio de los corderos"

Anthony Hopkins y Jodie Foster en una foto de promoción de «El silencio de los corderos»

4. El silencio de los corderos, 1991. Aunque Acusados la había situado en la galaxia de las grandes actrices de su generación, Foster tuvo que luchar duro para convencer al director Jonathan Demme de que confiara en ella para interpretar a Clarice Sterling, la estudiante en proceso de ser agente del FBI que debe engatusar a Hannibal El Canibal Lecter (Anthony Hopkins) para que colabore en la captura de un serial killer. Demme prefería a Michelle Pfeiffer, pero ésta rechazó el ofrecimiento porque el guión le parecía demasiado violento. Tras una entrevista con Foster, el director comprendió que era la adecuada: la actriz le recitó casi de memoria («y creyendo todo cuanto decía») la novela de Thomas Harris en que está basado el guión, que había leído cuando fue publicada, en 1988, y le había gustado tanto que había intentado comprar los derechos cinematográficos.

Clarice y Hannibal

Clarice y Hannibal

Para entrenarse, la actriz pasó varias semanas con una agente del FBI, escuchó grabaciones reales de mujeres torturadas, visitó morgues para ver cadáveres de personas mutiladas y quemadas. El personaje que llevó a la pantalla es el de una heroina compleja y con sombras en su pasado, capaz de sobreponerse a sus demonios y triunfar sin usar la fuerza o la coquetería.

En una época en que dominaban las películas políticamente correctas, El silencio de los corderos, una historia de terror expresionista y nada cómoda, rompió la norma y ganó los cinco Oscar más importantes: película, director, guión, actor y actriz (el segundo de Foster).

"Nell", 1994

«Nell», 1994

5. Nell, 1994. La primera película en la que puso dinero como productora y un empeño personal nacido de su admiración por la cinematografía del francés François Truffaut y, en concreto, por El pequeño salvaje (1970), la historia real de un crío criado en soledad en los bosques.

Nell, cuya base es ficticia —la obra de teatro Idioglossia de Mark Handley—, es una mujer encontrada por un médico en un lugar remoto. Ha crecido por su cuenta y se comunica mediante un lenguaje idiosincrático, una lengua privada.

La película fue catártica para la actriz, que dió rienda suelta a su parte emocional y dejó descansar al cerebro. «Es el papel más duro que he interpretado y estaba muy asustada al comienzo del rodaje, pero también es el trabajo del que me siento más orgullosa», diría más tarde.

Inserto dos vídeos como salida de este repaso breve por los momentos cumbre de la carrera de una actriz que ha crecido ante las cámaras. El primero es My Name Is Tallulah, de Bugsy Malone (Alan Parker, 1976), un absurdo musical de gangsters interpretados por niños, y el segundo, de 1977, es el clip de la canción Je t’attends depuis la nuit des temps, un intento de Foster de hacer carrera paralela como cantante pop.

Ánxel Grove

Edward Gorey, el amante de los gatos que pensaba en blanco y negro

Edward Gorey

Edward Gorey

«Pienso en mis libros como en novelas victorianas hechas un burruño«. Edward Gorey (1925-2000) escribía e ilustraba historias de presencias oscuras, niños que morían, mansiones decadentes y almas solitarias, pero de algún modo conseguía que hasta lo más tenebroso tuviera un lado entre surrealista y cómico que lo hacía tierno.

Clasificaba su trabajo como «literary nonsense» («Absurdo literario»), le molestaba socializarse, no le interesaban la promoción, la riqueza ni la fama. Disfrutaba del privilegio de tener la nariz metida en un libro todo el tiempo que fuera necesario.

Tal vez esa mezcla de circunstancias sea la razón de su estatus como autor de culto. Desde su debut en los años cincuenta, siempre fue conocido y admirado por unos pocos, nunca un superventas, pero es muy probable que cualquiera que lo descubra se quede boquiabierto no solo por la singularidad del universo afilado y elegante del autor: la obra de Gorey desenmascara también la supuesta originalidad de algunos héroes pop como Tim Burton.

'Donald imaginaba cosas'

‘Donald imaginaba cosas’

En breves narraciones ilustradas (a veces sólo una frase acompaña a cada dibujo), Gorey recrea la incomodidad que provoca un invitado convertido en intruso, se divierte con el sinsentido de un accidente doméstico, caricaturiza una despedida amarga. Los personajes, larguiruchos y pálidos, se someten a las historias con caras serias, como si tuvieran la certeza de que nada pueden hacer contra la locura de quien los maneja.

En la sección Cotilleando a… de esta semana repasamos la figura de Edward Gorey en una decena de puntos que descubren cómo lo inusual de su caracter se mezclaba con la capacidad creativa.

1. La infancia. Por su aficción al estilo victoriano y eduardiano, la aparente incoherencia de su humor y lo refinado del vocabulario, era frecuente la suposición de que Gorey era inglés.

En realidad había nacido en Chicago (EE UU) y, a pesar de las especulaciones de todo el que se acerca a su trabajo, no creció en un entorno difícil ni tuvo una infancia traumática. Creció en los suburbios de la ciudad, su padre era periodista y la familia se mudaba con frecuencia por razones que el artista nunca supo.

'The gashlycrumb tinies'

‘The gashlycrumb tinies’

Cuando tenía año y medio hizo el primer dibujo, los trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos. «Eran extrañas y pequeñas salchichas que pretendían ser vagones», recordó después en varias entrevistas. Aprendió a leer sin la ayuda de nadie a los tres años y medio. Era un niño brillante al que avanzaron de curso en dos ocasiones. Leer y jugar al Monopoly eran sus actividades preferidas.

La normalidad con la que habla de la niñez contrasta con la oscuridad de sus personajes infantiles, desdichados y maltratados, que protagonizan obras famosas de Gorey como The Gashlycrumb Tinies (1963) (gash significa corte, tajo y crumb, mequetrefe), un abecedario con nombres de niños que sufren accidentes o enfermedades: «A de Amy, que se cayó por las escaleras; B de Basil, atacado por los osos; C de Clara, que se consumió…». Cada ilustración en tinta sobre papel muestra sin miramientos el momento que rodea a la desgracia, en blanco y negro, como una pesadilla poética.

Una de las escenas de ballet de Gorey

Una de las escenas de ballet de Gorey

2. Ballet. No se perdía ni una representación del New York City Ballet. Tras servir en tareas administrativas al ejército de EE UU (sin salir del país) en la II Guerra Mundial y después licenciarse en Francés por la universidad de Harvard, Gorey se instaló en Nueva York en 1953.

Comenzó acudiendo de vez en cuando al ballet y tres años después era un adicto. Cautivado por el trabajo del célebre coreógrafo ruso George Balanchine (1904-1983), que dirigía a la compañía entonces, Gorey era capaz de distinguir los pequeños matices de una representación a otra, la evolución de las destrezas de los bailarines.

Muchos conocían al artista de haberlo visto en las representaciones y no por su obra, e incluso lo abordaban por la calle para preguntarle por uno u otro show. Cuando Balanchine murió en 1983, Gorey se mudó de la Gran Manzana a su residencia en Cape Cod (Massachusetts), en una casa atestada de libros en la que campaban a sus anchas cinco o seis gatos.

No se ponía elegante para el ballet, vestía como solía ir: con vaqueros y zapatillas deportivas, anillos dorados en casi todos los dedos de las manos y un abrigo de piel; un estilo que Stephen Schiff (periodista de la revista New Yorker que entrevistó a Gorey en 1992) describía como «una mezcla de beatnik aficionado a tocar los bongos y dandi de fin de siglo».

Demuestra la obsesión por el ballet en varios libros, en especial en The Lavender Leotard (La malla lavanda, 1973), una detallada caricatura del New York City Ballet en el que recrea la atmósfera, las grandes figuras de cada espectáculo, los acontecimientos y pequeños detalles cotidianos de un lugar que casi era una segunda casa.

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

3. Gatos. «Llevan esas vidas misteriosas, que sólo estan medio conectadas a la tuya. (…) Es interesante compartir la casa con un grupo de gente que obviamente ve, escucha y piensa de un modo infinitamente diferente a ti». Gorey asemejaba los movimientos felinos al ballet y siempre tuvo varios e intentó capturar su gracilidad sobre el papel: «Se mueven en el instante en que decido hacer un boceto, incluso cuando previamente han pasado horas en estado comatoso». El autor los consideraba «el amor de su vida». En el testamento, legó la gestión de su obra a una fundación dedicada a la defensa de los perros y los gatos.

Dancing Cats and Neglected Murderesses  (Gatos danzantes y asesinas olvidadas, 1980) es una muestra más de la devoción del autor por los felinos domésticos, de los que decía que eran el amor de su vida. La colección de ilustraciones individuales con texto muestra a gatos en actividades extravagantes que se entrelazan de modo sorprendente con oscuros retratos femeninos.

'Esperar la llegada del otoño'

‘Esperar la llegada del otoño’

4. Viajes. A pesar de la curiosidad innata con la que abordaba cualquier manifestación artística y literaria, recorrer mundo no le interesaba. Sólo salió una vez de Estados Unidos, para hacer un viaje a las islas Hébridas, en Escocia.

En una entrevista previa a esa única excursión habló de su aversión por los paisajes extraños: «No. Nunca he estado en Inglaterra. Nunca he salido del país. Todo viene de los libros. Leo sobre todo literatura inglesa. Siempre me gustaron las novelas victorianas. No me gusta viajar ¿Quién cuidaría de mis gatos? Seguramente les daría un ataque de nervios… Excepto en el caso de que ni se dieran cuenta de que me he ido. Soy una persona rutinaria. No quiero trastornos en la barriga, sonidos extraños en mis oídos, ni dormir en camas extrañas»

Dos ilustraciones de 'The dubious guest'

‘The doubtful guest’ (‘El invitado dudoso’)

5. Violencia. En los dibujos sugiere la amenaza en lugar de mostrarla. Gorey odiaba que le definieran como macabro, porque aborda el miedo con absoluta frialdad. Los personajes caen en desgracia y la vida continúa, el momento en que sucede el desastre casi nunca se ilustra, pero la frase que acompaña al dibujo no deja duda del cruel desenlace.

Las estrategias del autor para hacer sentir incómodo al lector no se reducen al miedo a la muerte. Gorey es capaz de crear situaciones aparentemente cómicas que resultan en amenazantes, como sucede en The Doubtful Guest  (El invitado dudoso, 1957), una narración ilustrada sobre un extraño ser —parecido a un pingüino— que se instala en la mansión victoriana de una familia adinerada. Sin intención de marcharse y perturbando el día a día de los distinguidos y algo decadentes seres humanos de la casa, la presencia pasa de ser curiosa a desasosegante y después desesperante para el lector, a pesar de la impavidez de los que sufren al invitado.

6. De la alta cultura a Las chicas de oro. La atemporalidad de los dibujos, las numerosas referencias literarias de sus obras y la precisión con que emplea las palabras son sólo una vaga muestra de la erudición del autor, recolector de influencias que van del surrealismo pionero de Lewis Carroll y la observación aguda de Jane Austen a «la captura del momento congelado» que admiraba en pintores como Piero della Francesca, Georges de la Tour, Vermeer y (por supuesto) Francis Bacon.

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

Tenía una pequeña colección de arte, reunía postales decimonónicas de bebés muertos («siempre me dicen que no lo mencione», apuntaba en una entrevista) y compraba libros de manera compulsiva. Aunque tuviera un volumen repetido cinco veces, no se podía desprender de ningun ejemplar. De Murasaki Shibiku (escritora japonesa del siglo X), al novelista victoriano Anthony Trollope, pasando por Borges, Gorey leía y releía incluso lo que detestaba (como era el caso de las novelas de Henry James).

Junto a esa vena erudita, convivía la atracción por los culebrones baratos y las series de televisión que nadie sospecharía que fueran de su gusto. Las chicas de Oro y Buffy Cazavampiros («la recomiendo sin ninguna reserva») fueron algunos de sus fetiches. Salvando las distancias, al final de su vida, quedó prendado de Expediente X. «Vivo para ver la última temporada», dijo en 1998.

Ilustraciones y texto para 'The curious sofa'

Dibujos y texto para ‘The curious sofa’

7. Asexual. Nunca se casó ni se le conocieron romances. Su apariencia extravagante se complementaba con una voz algo nasal y una expresión corporal amanerada; pero nunca afirmó ni desmintió su posible homosexualidad: «No soy ni una cosa ni la otra (…). Soy una persona antes que todo eso«. Algunos críticos detectan en el trabajo del artista una sexualidad reprimida. Él respondía con indiferencia a ese análisis: «No lo sé, yo no sé de lo que escribo. Nunca me he sentado a averiguarlo».

The Curious Sofa (El curioso sofá) es tal vez su obra más cercana al erotismo, clasificada por su autor como «pornográfica», el lenguaje rebuscado y las ilustraciones cuidadosamente planeadas evitan cualquier referencia al sexo mientras queda patente que no se habla precisamente de un sofá. Gorey recuerda con ironía haber recibido cartas de padres que destacaban lo mucho que sus hijos pequeños habían disfrutado con la historia.

Ilustración de 'Drácula'

Ilustración de ‘Drácula’

8. Dibujante aficionado. Sus estudios artísticos se reducían a un semestre en el Instituto de Arte de Chicago.  Se sentía inseguro en cuanto a la calidad de sus dibujos y le gustaba pensar en sí mismo como escritor («mis ideas tienden a ser primero literarias en lugar de visuales»).

Declaraba que nunca había hecho una ilustración que no fuera para un libro, que nunca sabía cómo iba a ser el dibujo hasta que no estaba hecho: «Cuando trato de visualizarlo antes( …) me paralizo y el resultado suele ser terrible«.

Muy de vez en cuando se atrevía a colorear con acuarelas el mundo en blanco y negro que albergaba casi siempre a sus personajes. Gorey estaba acostumbrado a que sus libros fueran publicados en editoriales modestas que no iban a permitirse el lujo de publicar nada a color. «He terminado pensando en blanco y negro«, sentenciaba.

Diseños para el vestuario de 'Mikado'

Diseños para el vestuario de ‘Mikado’

9. Teatro. «Pienso al estilo de las películas de cine mudo», decía cuando le preguntaban por la influencia cinematográfica en sus trabajos. La obra de Gorey es teatral, cada escena es un momento congelado que bien podría ser un fotograma. No es casualidad que se encargara del diseño en 1977 del vestuario y la escenografía de una adaptación del Drácula de Bram Stocker, primero representada en Nantucket (Massachusets) y luego en Broadway.

Los sets, en blanco y negro y en dos dimensiones, marcaron tanto la adaptación que pronto se terminó conociendo como «la versión de Drácula de Edward Gorey». Ganó el premio Tony al mejor vestuario y, por supuesto, no fue a recogerlo. En 2007 se editó un hermoso libro desplegable que recreaba los escenarios y los personajes de la novela de Stocker imaginados por Gorey.

The Mikado (1983) fue su otra gran aportación al teatro. La ópera cómica escrita por W.S.Gilbert (1836-1911) y Arthur Sullivan (1842-1900) satiriza en dos actos la Inglaterra del siglo XIX con la seguridad que proporcionaba entonces hablar de un país tan lejano como Japón. En un estilo luminoso y colorista, poco habitual en él, Gorey —gran admirador de la cultura japonesa— diseñó también la escenografía y el vestuario de la adaptación.

Ilustración de Gorey para 'The Disrespectful Summons' ('Las citaciones irrespetuosas')

Ilustración de Gorey para ‘The Disrespectful Summons’ (‘Las citaciones irrespetuosas’)

10. Asocial. A pesar de que a veces se le asocia por error con la literatura infantil, no tenía intención de acercarse a ese público. Su relación con los niños fue nula y declaraba no sentirse cómodo con ellos alrededor, pero tampoco los adultos eran fáciles.

«Eventos sociales… ¡Buf! Ya sabes». Gorey se recluía con agrado en su casa de Cape Cod, llena de pilas de papeles y libros, descuidada hasta el punto de que en una ocasión un trozo de techo se derrumbó.

Con frecuencia Gorey se escudaba en una sordera para justificar su vida monacal. «Soy ligeramente sordo… más que ligeramente. Durante años lo he pasado mal en los intermedios y en las reuniones. Estoy allí de pie, sonriendo dulcemente y preguntándome de qué habla todo el mundo porque no llego ni a oir una de cada diez palabras (…). Muchas ocasiones sociales me dejan menos que entusiasmado», decía en 1992.

Pasó los últimos años de su vida sin dejar de dibujar, pero en ese silencio social que no le molestaba en absoluto, en el micromundo de libros, pinturas y películas almacenados sobre los que dormían sus gatos. En abril del año 2000 murió de un ataque al corazón.

Helena Celdrán