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Ella & Pitr, artistas urbanos especialistas en perspectiva

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

Dos piernas femeninas, con zapatos de tacón, asoman de un cubo de pintura. Un hombre con un embudo en la cabeza se acurruca en una esquina. Un niño contempla sentado en una banqueta el pájaro que acaba de pintar con ceras de colores sobre una pared floreada. En realidad las piernas están bastante más lejos que el cubo, el hombre del embudo ocupa la esquina de un pasillo, dos habitaciones y una puerta, el niño está pintado en la pared igual que el pájaro…

Las escenas sólo se pueden disfrutar desde un ángulo concreto. El dúo francés de artistas callejeros Ella & Pitr condicionan muchas de sus creaciones al lugar en que se coloca el espectador para verlas: sin la perspectiva adecuada, los trazos y el color se convierten en conjuntos desordenados y sin cohesión.

Cultivan una estética de cómic, de trazos en apariencia confusos, tentativos e imprecisos. Los personajes son tiernos y reales: señoras mayores en bata, adolescentes larguiruchos, obreros de la constucción cansados…

Conscientes de que el arte urbano siempre pasa por la gente, tienen la necesidad de contactar con el público. Primero hicieron carteles de marcos ornamentados para que, quienes los encontraran por la calle sobre una pared, pudieran fotografiarse con ellos de fondo. El siguiente paso fue llevar esos marchos a espacios interiores y (con los juegos de perspectiva que ahora dominan) introducir a personas y convertir el espacio enmarcado en otra escena.

Ahora siguen depurando la técnica para conseguir que las pinturas en dos dimensiones salten a la realidad. Para los últimos añadidos a su ingeniosa colección de «anamorfosis» han utilizado como lienzo edificios viejos y vacíos, se han permitido la licencia de pintar y pegar carteles troquelados en grandes extensiones de pared, muebles y puertas para engañar al ojo humano.

Helena Celdrán

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

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© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

© Ella and Pitr

Arte callejero que denuncia el acoso verbal a las mujeres

'My name is not baby' - Tatyana Fazlalizadeh

‘Mi nombre no es ‘baby’

«Las mujeres no buscan tu validación», «Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento», «Mi atuendo NO es una invitación», «Mi nombre no es baby«. «Las mujeres no te deben su tiempo ni su conversación». Las leyendas ocupan carteles en blanco y negro, ilustrados con los retratos a lápiz de chicas mirando de frente.

Stop Telling Women to Smile (Deja de decirles a las mujeres que sonrían) es el primer proyecto de arte callejero de la artista Tatyana Fazlalizadeh, nacida en Oklahoma (EE UU) y residente en el barrio neoyorquino de Brooklyn.

La iniciativa está dirigida al acoso verbal en la vía pública y tiene como fin hacer visibles opiniones y sentimientos de mujeres que se sienten intimidadas por hombres que se dirigen a ellas con la idea premeditada de producir incomodidad.

Consciente de la polémica que genera la serie de carteles, que se pueden interpretar como una amenaza sin sentido a cualquiera que pretenda acercarse a una chica en la calle, Fazlalizadeh se apresura a aclarar el matiz en una declaración de intenciones: «Este proyecto no está pidiendo la interacción cero entre hombres y mujeres en los espacios públicos, está pidiendo que esta interacción sea respetuosa y segura. Este proyecto no es para persuadir a las mujeres de que se sientan ofendidas, es para quienes se sienten ofendidas por un tratamiento agresivo y fuera de lugar».

'Mi atuendo NO es una invitación'

‘Mi atuendo NO es una invitación’

La autora quiere dar visibilidad a este acoso, silencioso y efímero, con carteles que reafirmen la postura de quienes se han sentido humilladas por este trato y que también hagan reflexionar a quienes suelen dirigirse con tono burlón y altivo a  las desconocidas. «Las mujeres no tendrían por qué cruzar la calle para evitar a los hombres que ya desde lejos las han estado mirando mientras se acercaban. (…) No está bien hacer sentir a una mujer como un objeto, sexualizada simplemente porque es mujer».

Aunque de intención noble, es cierto que algunos mensajes de la colección de pósters pueden malinterpretarse como un exceso de susceptibilidad. La frase que da nombre al proyecto (Deja de decirles a las mujeres que sonrían) es ambigua y hostil y han sido muchos los que han escrito sobre los carteles mensajes que expresan esta idea («Un hombre que te pide sonreir sólo quiere contemplar la belleza que hay en ti», «¡Relájate!», dicen algunos de los comentaristas espontáneos) y otras más insultantes, claro está, tratándose de una plataforma anónima en la vía pública.

'Las mujeres no te deben su tiempo o su conversación'

‘Las mujeres no te deben su tiempo o su conversación’

Además, Fazlalizadeh ha puesto en marcha una campaña en Kickstarter para recaudar fondos con el fin de recorrer varias ciudades en las que retratará a mujeres y les preguntará por tratamientos intimidatorios que hayan sufrido en la calle. Con los dibujos y las declaraciones planea hacer carteles diferentes y difundir así el mensaje que ya ha iniciado en Nueva York. Ha superado con creces los 15.000 dólares que pedía y ya ha reunido 26,612.

La elección de las ciudades es, sin embargo, decepcionante. La artista no planea salir de los EE UU y plantea un recorrido por Baltimore, Boston, Atlanta, San Francisco, Miami, Kansas City, Los Ángeles y Chicago.

Es probable que en estas metrópolis muchas mujeres se hayan sentido como mercancía u objetos sexuales por la ligereza verbal de supuestos machos, pero ¿no tendría más sentido propagar el mensaje (tan valiente en Nueva York) en países en los que la mujer no tiene ni el derecho a denunciar una agresión verbal o física, vive oprimida por ley y se le niegan los derechos más básicos para un ser humano?

Helena Celdrán

'Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento'

‘Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento’

'Las críticas a mi cuerpo no son bienvenidas'

‘Las críticas a mi cuerpo no son bienvenidas’

'Deja de decirles a las mujeres que sonrían'

‘Deja de decirles a las mujeres que sonrían’

Todd Sanders, fiel artesano de las luces de neón

'Fireflies in a Mason Jar' - Todd Sanders

‘Fireflies in a Mason Jar’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

Cuando el gaseoso neón se aisla en un tubo se transforma en un emisor de luz deseable, capaz de capturar miradas y mantener un interés infantil en el espectador. No es de extrañar que el lenguaje publicitario se apropiara de él, atrayendo las miradas de los clientes potenciales con parpadeos cíclicos y colores cambiantes.

El elemento químico de cualidades refrigerantes fue descubierto en 1898 por los químicos británicos William Ramsay (premio Nobel de Química en 1904) y Morris W. Travers. En 1912 el neón se había convertido en el mejor de los reclamos para un negocio.

Los neones no llegaron a los EE UU hasta 1923, pero fueron recibidos con fervor y se convirtieron con el paso de los años en un elemento indispensable para entender el código básico y lúdico de la cultura popular de carretera: piernas femeninas que se doblaban con descaro, vaqueros y mascotas sonrientes, dinámicas flechas que señalaban el único camino posible al mejor batido de chocolate, moteles que prometían habitaciones con televisión y una piscina en el patio…

Roadhouse Relics (que se podría traducir por Reliquias de carretera), en Austin (Texas), es el nombre del taller de Todd Sanders, artista estadounidense del neón. Orgulloso de no haber sucumbido a los ordenadores en el proceso, Sanders —»educado en las técnicas originales de la fabricación de letreros»— lleva casi dos décadas elaborando cada obra a mano. «La gente suele entrar en Roadhouse Relics y preguntar dónde encontré los letreros. Para muchos, es difícil de creer que, con ese estilo tan antiguo, los haya hecho yo», declara en su página web.

Uno de los neones de Todd Sanders expuestos en Roadhouse Relics

Uno de los neones de Todd Sanders expuestos en Roadhouse Relics

Sus conocimiento son puramente autodidactas. Una colección personal de cientos de catálogos y libros de letreros luminosos de los años veinte hasta los sesenta son su enciclopedia personal para entender las consignas publicitarias, la tipografía y los motivos más seductores. Sanders aboceta, diseña, crea las piezas de metal, combina los colores del neón y —según las necesidades del cliente— incluso atreza la obra para simular que el cartel estuvo a la intemperie durante décadas: «puedo hacer que parezca que tienen 50 años».

Entre su cartera de compradores están ZZ Top, Robert Rodriguez, Johnny Depp, Willie Nelson, el artista Shepard Fairey y la cantante Norah Jones. La entrega de Sanders se traduce en neones tan perfectos que resultan irresistibles para campañas publicitarias modernas, videoclips, películas y portadas de discos. «Mi pasión desarrollar mi creatividad como artista a través de los letreros de neón estadounidenses y además retar la idea de que tienen un fin estrictamente comercial. Me encomiendo a preservar estas profundas raíces artísticas y culturales de la cultura popular del siglo XX».

Helena Celdrán

'Legs' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Legs’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Mercury Man' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Mercury Man’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Big Cupie Doll' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Big Cupie Doll’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Deep Eddy' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Deep Eddy’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Crown' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Crown’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

Todd Sanders - Photo: Katherine O’Brien

Todd Sanders – Photo: Katherine O’Brien

 

¿Carteles de diseño para personas sin techo?

Mike - 'Signs for the Homeless'

Mike – ‘Signs for the Homeless’

«Siempre me fue relativamente bien en la vida», cuenta Mike, sin hogar desde 2009. «Era supervisor de obras. En 2008 tuve un leve derrame cerebral y meses después me despidieron durante el crack económico. Tengo muchas facturas médicas y como no me he recuperado totalmente del derrame, no puedo volver a trabajar en el negocio de la construcción». Mike, de 57 años y apodado El Papa de Harvard Square, sostiene un cartel mientras pide limosna. El letrero sólo dice «Busco amabilidad humana».

Signs for the Homeless (Carteles para los sin techo) es una iniciativa de Kenji Nakayama y Christopher Hope, dos artistas que han decidido «impulsar la conciencia sobre la pobreza y las personas sin hogar», en la ciudad de Boston (Massachusetts, EE UU), en la que residen.

Piden a los sin techo los mensajes que exhiben en la vía pública, hechos con cartones ajados y portadores de frases concisas sobre la situación desesperada de quien los muestra. Nakayama y Hope pagan por los letreros 10 dólares (unos 7.54 euros) y ofrecen a cambio una versión supuestamente dignificada de los originales, también hecha a mano, pero con tipografías, colores y diseños cuidados.

Susan J. - 'Signs for the Homeless'

Susan J. – ‘Signs for the Homeless’

El «proyecto de intercambio» está documentado en un microblog de la plataforma Tumblr en el que ponen fotos del antes y del después y transcriben la pequeña entrevista que realizan a cada persona. Colleen, de 20 años, cuenta que se marchó de casa hace tres años: «No me siento cómoda hablando de por qué me escapé. Me resulta muy difícil hablar de ello». Viviendo en la calle comenzó a tomar drogas y ahora cuenta que trata de desengancharse. Aunque dolida y sin saber muy bien cómo salir del atolladero, entiende que su familia y sus amigos hayan «quemado puentes» con ella a causa de la adicción.

Susan J. (46 años) vive a la intemperie desde hace un año y medio junto a sus tres hijos y su marido, que trabajaba en la construcción hasta que sufrió un accidente laboral. Poco después a ella le diagnosticaron cáncer de pecho y un tumor maligno en el cuello: «Teníamos una casa, dos coches y dos motos hace menos de tres años. Ahora sólo nos tenemos los unos a los otros». Frank, de 74 años, es un sintecho de largo recorrido (más de dos décadas en la calle), cumplió condena por robo y ahora confiesa con orgullo estar siempre sobrio.

Aunque con ánimo de hacer visibles a quienes nadie quiere ver, los artistas han recibido críticas de quienes consideran la iniciativa un modo de «explotar» a las personas sin hogar y consideran los carteles —llamativos y en cierto modo alegres— una banalización que podría perjudicar más que ayudar. Según cuenta la página web estadounidense My Modern Met, los detractores del proyecto también señalan que los transeúntes incluso pueden confundir los letreros con anuncios y ni siquiera molestarse en leerlos.

Helena Celdrán

Colleen - 'Signs for the Homeless'

Colleen – ‘Signs for the Homeless’

Alberto - 'Signs for the Homeless'

Alberto – ‘Signs for the Homeless’

Jimmy Sunshine - 'Signs for the Homeless'

Jimmy Sunshine – ‘Signs for the Homeless’

 

Bobbi - 'Signs for the Homeless'

Bobbi – ‘Signs for the Homeless’

Retratos de DJs que ‘reviven’ en la oscuridad

James Murphy en uno de los carteles de 'Binary Prints', de Alex Trochut

James Murphy en uno de los carteles de ‘Binary Prints’, de Alex Trochut

Para sus ilustraciones, diseños y tipografías Alex Trochut (Barcelona, 1981) le da una vuelta a la premisa minimalista del «menos es más» y se encomienda al «más es más» con obras cargadas de tramas, geometrías y detalles en apariencia espontáneos como salpicaduras.

Siempre teniendo en cuenta la importancia de saber parar a tiempo para que la obra no se eclipse a sí misma en un revoltijo incomprensible, Trochut —un diseñador de éxito que ha trabajado para gigantes como los Rolling Stones, The New York Times, Adidas o Coca-cola— se interesa ahora por «la dualidad que podría ser representada en un trabajo de dos dimensiones sobre papel».

Binary Prints (Impresiones binarias) es una colección de carteles en los que dos imágenes separadas conviven en la misma superficie. Una se ve sólo de día o con la luz encendida, la otra emerge fluorescente en la oscuridad. Aunque parezca un truco manido, lo asombroso es que un motivo no interfiere sobre el otro: nadie sospecharía al contemplar la obra que de noche se transformará.

Editados durante el festival barcelonés de música electrónica Sónar, que este año cumplía 20 ediciones, los pósters son retratos que el artista ha realizado a DJs actuales de música electrónica como Four Tet, Damian Lazarus, James Murphy, Acid Pauli, Caribou y John Talabot.

De día sus rostros (con los ojos cerrados o bostezando) los revelan aletargados; la oscuridad muestra una faceta muy diferente de ellos, con los ojos abiertos, a veces en estado de alerta, con motivos abstractos rodeando o invadiendo el retrato. Trochut define las obras como metáforas de un «levantamiento nocturno», interpretaciones de cómo el DJ resucita durante la noche y transmite la energía de quienes lo escuchan y bailan «bajo el hechizo de la música».

Helena Celdrán

 

 

 

 

 

La cándida perversión del cine porno de los setenta

El cine porno ha sido expulsado del reino diáfano y bobalicón de lo correcto. Casi nadie tiene la valentía o la sinceridad de salir en su defensa. El ardor del pasado parece no ya de otro tiempo, sino de otro mundo. Ha sido barrida del escenario la fascinación intelectual de los años setenta, con el escritor Norman Mailer declarando que «hay algo emocionante en las películas pornográficas», la intelligentsia acudiendo en masa a las sesiones de las salas equis —permitidas en España a partir de 1982, pero legales en muchos otros países desde una década antes— y la sensación de que las películas de sexo explícito eran chic e ¡incluso podían tener un acabado artístico! (supongo que eso creíamos pensar o formulábamos como excusa, pero también me gustan los pretextos low-fi de aquellos años).

Desde el momento en que el cine dejó de ser un negocio para adultos y se convirtió en un producto dirigido al potentísimo mercado adolescente —el punto de inflexión es la primera entrega de la saga Star Wars (1975), el primer megataquillazo planetario que consideraba al espectador un niño eterno, imponiendo un paradigma que se mantiene y crece por momentos—, el cine porno quedó enterrado en los sótanos de la privacidad. Aunque no ha dejado de crecer en términos económicos —se calcula que factura, sólo en los EE UU, de 10 a 13.000 millones de dólares al año—, ahora es un placer más o menos solitario que se consume mediante la conexión a Internet o en las habitaciones de hotel, donde dos terceras partes de las emisiones de canales pay-per-view que ven los clientes son para adultos, según una encuesta de hace pocos años.

Antes de la llegada unificadora del vídeo y la epidemia del sida —que se llevó por delante a unas cuantas estrellas del género, entre ellas el actor John Holmes, un símbolo al que la cinta métrica adjudicaba 34 centímetros de pene—, el cine porno de los años setenta era divertido, inocente dentro de su aparente suciedad —sexual pero casi educativo, sin los afanes freak de los vídeos depravados del todo vale que llegarían más tarde— y se atrevía a ser libre e experimental (Behind the Green Door, de 1972, se presentaba, y había cierta verdad, como una película «bergmaniana«.

"Sexy Times" (Fantagraphics)

«Sexy Times» (Fantagraphics)

El libro Sexy Times, de la editorial Fantagraphics, condensa una antología de pósters de aquella época de aventura, música disco, vida sin complejos y un cierto candor trágico, porque la gente del cine porno, como retrata con aire naturalista y casi documental la gran película Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997), parecía llevar encima el peso de una sombra: se sabían reyes y reinas de un mundo de cristal que se quebraría en cualquier momento.

La cartelería que aparece en el libro, de la que inserto una selección en esta entrada, tiene el regusto casi candoroso de aquel tiempo blanco del que me confieso enamorado. Si alguien quiere hacerme feliz, lo logrará si me envía una copia de Librianna, Bitch of the Black Sea (Libriana, la perra del Mar Negro, 1979), que se vendía como la primera película porno rodada en la URSS.

Ánxel Grove

Las prostitutas argentinas reivindican sus derechos con arte callejero

Alita

En uno de los muros de la descuidada esquina está la figura de la mujer, en el otro lado, invisible si uno sólo se fija en uno de los laterales, están los niños. La reciente campaña de Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) —creada por la sucursal  bonaerense de la agencia publicitaria Ogilvy & Matherse inspira en el arte callejero para concienciar a quienes piensan en las prostitutas como mujeres salidas de la nada, sin familia ni más obligación económica que la de mantenerse.

Lejos de los casos de tráfico de personas y de esclavismo sexual, las afiliadas a la organización son trabajadoras del sexo que ejercen por libre, «por consentimiento propio y de manera autónoma». El colectivo resalta con el anuncio que el 86% de las prostitutas en Argentina son madres, que tienen derechos y obligaciones como cualquier ciudadano y, por lo tanto, necesitan una ley que regule su trabajo.

Para pegar las figuras, impresas sobre papel al estilo de las plantillas, eligen las esquinas «como lugares emblemáticos» de búsqueda de clientes. El emplazamiento permite con un sencillo juego visual que el peatón sólo vea la realidad completa (la del aspecto habitual de una prostituta y la de su faceta maternal) si se aleja para ver las dos paredes. La asociación anima a quien lo desee a descargar las plantillas de los tres modelos disponibles en mamasdelaesquina.org y colaborar en la iniciativa.

Si se ejercen los servicios libremente, sin proxenetas ni intermediarios, la prostitución no es delito en Argentina. La asociación Ammar se creó en 1994 para regular el trabajo sexual y mejorar así las condiciones laborales de las mujeres que lo ejercen, «eliminar la automarginación» y responder «al constante asedio y a la violencia de la Policía».

Helena Celdrán

AMMAR-florcita

AMMAR-vale

 

El mejor cartelista pop del siglo XX lo dejó todo por Picasso

El escritor Yukio Mishima, que no era nada dado a las complacencias, sobre todo si perturbaban la pureza integral japonesa que buscaba con afán, dijo sobre las obras perturbadas y explosivas de Tadanori Yokoo:  «Revelan todas las cosas insoportables que los japoneses tenemos dentro de nosotros mismos y nos convierten en gente enojada y asustada. Son explosiones que se parecen aterradoramente a la vulgaridad de las vallas publicitarias de espectáculos de variedades de las fiestas, a los santuarios dedicados a las víctimas de guerra y a los contenedores de color rojo de Coca Cola en el Pop Art de los EE UU… Es lo que hay en nosotros pero  no queremos ver».

Yokoo (nacido en 1936) quizá sea el mejor cartelista pop del siglo XX. Su grandeza, condensada con precisión por su amigo Mishima (que aparece con frecuencia en los collages de Yokoo), tiene que ver con la pluralidad de la mirada, al mismo tiempo explosiva, psicodélica, intoxicada, mística y nostálgica… Ninguno de los más famosos y venerados autores de pósters y diseños gráficos de los últimos setenta años llega a tal altura: comparado con el japonés, Peter Max es santurrón ; Peter Blake, amanerado; Andy Warhol, estúpido; los cartelistas hippies de la Costa Oeste de los EE UU —Rick Griffin, Alton Kelley, Stanley Mouse y Victor Moscoso—, insulsos…

Quizá el único hermano de Yokoo sea el visionario alemán Matu Klarwein, muerto en 2002, tras pintar cuadros que en realidad eran mandalas, como el inolvidable Nativity que muestra a una mujer mulata y desnuda sobre un paisaje donde un hongo nuclear convive con elementos gráficos budistas.

Yokoo también llegó al conocimiento a través de la India, que visitó con frecuencia desde mediados de los años sesenta. Si antes sus fotomontajes nacían de la tradición japonesa del grabado, a partir del encuentro con el budismo el artista gráfico plagó su cartelería con múltiples avatares de Krishna, Kali, Buda, Lokapali, Yami y muchos de los otros vecinos del santoral budista. Los mezcló con la opción de ver el mundo a través de la reforzada claridad de la psicodelia.

Autor de decenas de cubiertas de discos —entre ellos bastantes de Santana y un par de Miles Davis— y carteles de conciertos de rock y pop, a Yokoo le sucedió algo trascendental en 1981. Tras visitar una retrospectiva de Picasso, decidió apartar de su obra todo aquello que fuese «arte comercial» y dedicarse a la búsqueda solitaria y sin referentes de la pintura. El iluminado se dejó iluminar.

Ánxel Grove

No por tener un ‘smartphone’ debes olvidar la etiqueta

No mandes mensajes ni revises tu teléfono mientras hablas con otros

«No mandes mensajes ni revises tu teléfono mientras hablas con otros. Ofrece tu completa atención».

Que los pasajeros evitaran el transporte público en horas puntas (sobre todo las damiselas que volvían cargadas de las tiendas), que los soldados no se sirvieran más de lo que en realidad podían comer, que las señoras se quitaran el aparatoso sombrero en los cines para permitir que desde la fila de atrás se pudiera ver la película, que los obreros durmieran bien antes de enfrentarse a la dura jornada en la fábrica… Los carteles que con frecuencia se encontraban en los lugares públicos en la primera mitad del siglo XX estaban dirigidos a mejorar la educación y la seguridad, fomentar la urbanidad y las buenas maneras en las grandes ciudades europeas y estadounidenses.

Algunos tenían como fin concienciar a la población sobre las restricciones, los tiempos difíciles y la escasez de las posguerras; otros eran simples normas para convivir en armonía o prevenir accidentes. Vistos desde el presente, los pósters indican los problemas menores más cotidianos de cada época, las faltas, las molestias y los peligros frecuentes en los lugares de trabajo y ocio.

Con esa idea en la cabeza, el diseñador estadounidense Ted Slampyak (que basa muchos de sus encargos publicitarios en el lenguaje gráfico de décadas anteriores) ha realizado para el blog sobre «estilos de vida» The Art of Manliness (El arte de la masculinidad) una colección de seis carteles imaginarios que establecen normas de etiqueta para los usuarios de smartphones.

El problema es palpable: muchos no tienen reparos en mirar la pantalla del teléfono para comprobar si hay nuevos mensajes o correos mientras mantienen una conversación con una persona real. Otros tantos comunican rupturas sentimentales con la impunidad de un SMS o mantienen en un espacio reducido (ascensores, salas de espera, autobuses) conversaciones que no interesan a nadie.

Slampyak se inspira en carteles de la década de los cuarenta a los sesenta. Los protagonistas de las escenas son hombres trajeados y de cortes de pelo clásicos, pero los mensajes pretenden actualizar los buenos modales de los que muchos se olvidan al engancharse al móvil y vivir con más seriedad las relaciones personales a distancia que las del entorno tangible.

Helena Celdrán

Baja la voz cuando hables en público y manten la conversación el menor tiempo posible.

Baja la voz cuando hables en público y manten la conversación el menor tiempo posible.

Minimiza las conversaciones en espacios públicos cerrados (ascensores, buses, aviones etc.). No des la lata a una audiencia cautiva

Minimiza las conversaciones en espacios públicos cerrados (ascensores, buses, aviones etc.). No des la lata a una audiencia cautiva.

Da noticias importantes por teléfono o en persona. 'Textear' es de cobardes

Da noticias importantes por teléfono o en persona. ‘Textear’ es de cobardes

Apaga el teléfono durante películas, clases, reuniones, comidas, servicios religiosos etc. No arruines la experiencia a otros.

Apaga el teléfono durante películas, clases, reuniones, comidas, servicios religiosos etc. No arruines la experiencia a otros.

 

No elijas un tono hortera, detestable o vulgar. Mantente con clase.

No elijas un tono hortera, detestable o vulgar. Mantente con clase.

Cuando viajar tenía glamour

'See Europe Next'

'See Europe Next'

Comenzaba a perfilarse el viaje como posibilidad de ocio, objeto de deseo, escapada de la rutina.

De los años veinte a los cuarenta los transportes evolucionaron hacia la comodidad: hubo un importante desarrollo de los ferrocarriles en Europa y Estados Unidos, los viajes transoceánicos se vendían como el artículo de lujo que eran, los coches comenzaban a ganar en velocidad y diseño.

Los dibujos con destinos de todo el mundo que presento hoy en la sección de Obsesiones pertenecen a la selecta colección de más de 350 carteles de viajes que atesora la Biblioteca Pública de Boston (BPL) y que se diseñaron para campañas turísticas entre los años 1920 y 1940, la llamada Edad de oro del viaje en Estados Unidos.

En los años veinte comenzaron los vuelos comerciales, con valientes pasajeros que subían a los aviones bien abrigados para la experiencia. Los treinta fueron una década de perfeccionamiento, con aparatos bien aislados, 14 pasajeros por avión que iban cómodamente sentados en sillones que se parecían a los de cualquier salón. Ya no había fronteras, se podía visitar Europa, la India, Japón, Nueva Zelanda…

'Alaska via Canadian Pacific. Taku Glacier'

'Alaska via Canadian Pacific'

Los 351 pósters escaneados están a buen tamaño y disponibles para su descarga en la cuenta que la Biblioteca Pública de Boston tiene en Flickr.

Hay paisajes al más puro estilo Art déco, escenas de lujo en el interior del transatlántico French Line que unía Nueva York y París, exquisitas vistas alpinas,  elegantes rostros con expresión de diversión, ilustraciones de mujeres de una belleza exótica y vestidas con trajes locales…

Las exclusivas oficinas de viajes estaban adornadas con esas promesas idílicas. Algunos de sus autores incluso ganaron su fama diseñando las visiones ideales de futuros viajes.

Muchos de esos carteles se observan ahora desde una perspectiva artística, una vez despojados de su propósito publicitario, ya obsoleto para los turistas actuales.

Helena Celdrán