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La estatuilla a un nazi, el sueldo de un acomodador y otras vanidades de los Oscar

© Chris Vector

© Chris Vector

Cuando 3.300 seres humanos engalanados y bellos —no he utilizado, con intención, los mayoritariamente improcedentes adjetivos inteligentes y cultos— se sienten el domingo en las butacas del Dolby Theatre de Los Ángeles para asistir a la 85ª ceremonia de entrega de los Premios Oscar, a ninguno de ellos le faltarán razones para la sonrisa. Lo que está en juego, el motivo final de la noche, se puede medir con la más estimada de las unidades en estos tiempos codiciosos, el papel moneda.

El negocio del cine, verdadero anfitrión de la gala, ingresó en 2012 y sólo en los EE UU 10.7000 millones de dólares (unos 8.000 millones de euros) —sobre la caja mundial no hay datos fiables, pero se suele admitir que es cuatro veces superior a la estadounidense: hablamos, por ende, de unos 32.000 millones—. La cifra, que se limita a las entradas vendidas en taquilla y deja fuera la comercialización doméstica, explica los atrevidos modelos de haute couture, la joyería obscena y el simpático charmant sobre la alfombra, pero conviene recordar que con estos galantes señores y señoras sucede lo mismo que con los policías antidisturbios que vigilan las sedes de los partidos políticos investigados por corrupción: les estamos pagando el sueldo, la pose y la vanidad (el año pasado se metieron en los tractos digestivos 1.200 botellas de champán, 1.200 ostras japonesas y 18 kilos de caviar en el ágape posterior, anunciado como «anticrisis»).

Mantengamos la calma y llamemos al Señor Lobo

Mantengamos la calma y llamemos al Señor Lobo

En vísperas de la kermesse, van unas cuantas curiosidades sobre los Academy Awards desde el más profundo desprecio hacia los bailes de beneficencia y las mesas petitorias del gremialismo. Y no se trata de una posición personal: el año pasado la ceremonia masturbatoria de Hollywood tuvo una audiencia de casi 40 millones de televidentes, algo así como un 0,5% de la población mundial, lo que me anima a considerar que la gente del cine haría bien en aplicarse como norma de conducta el consejo de humildad que desde la pantalla repartía el inolvidable Señor Lobo: «No empecemos a chuparnos las pollas todavía».

1. Una sola peli X. El único premio a la mejor película para una obra calificada como X (en los EE UU) fue para Cowboy de Medianoche (John Schlesinger), que lo ganó en 1970. La consideración del film como explícito es cuando menos discutible y la categoría está relacionada con la secuencia de la fiesta sicodélica en la que participaron algunas super stars de la Factory de Andy Warhol. El film fue reclasificado poco después del estreno como R (contenido recomendado para mayores de 17 años).

2. Y muy pocas para todos los públicos. Desde 1969, cuando ganó el Oscar como mejor película Oliver! (Carol Reed), ninguna clasificada G (para todos los públicos) se ha llevado el galardón.

Julie Christie, desnuda

Julie Christie, desnuda

3. El primer desnudo premiado. Julie Christie, en 1966, fue la primera mujer que ganó el premio a la mejor actriz tras aparecer desnuda en una película (Darling, también de John Schlesinger, el director de Cowboy de Medianoche). El desnudo era muy cándido (culo y pechos en escorzo) y la actriz había montado una escandalera en el rodaje, con llanto y mocos incluidos, para que el director la exonerase de desvestirse.

4. Oscar para un nazi. El alemán Emil Jannings ganó el premio como mejor actor en 1929 —en la primera convocatoria del certamen— por sus interpretaciones en dos películas, La última orden (Josef von Sternberg) y El destino de la carne (Victor Fleming). La Academia tuvo el detalle de darle la estatuilla una semana antes de la ceremonia para que Jannings pudiese volar a su natal Alemania, donde tenía compromisos. Unos años más tarde Hitler nombraría al actor responsable de los estudios UFA y el ministro nazi de Propaganda, Josef Goebbels, le condecoró como Artista del Estado por su participación en películas de propaganda como Ohm Krüger (1941). Tras la derrota de sus colegas nazis, fue detenido —«¡no disparen, gané el Oscar!», gritó a los soldados estadounidenses, llevando la estatuilla sobre la cabeza— y adujo que le habían obligado a colaborar a la fuerza. Murió en 1950, con el hígado destrozado por el alcohol.

5. Los Beatles también tienen un Oscar. El grupo más famoso de todos los tiempos ganó el premio a la mejor música original en 1971 por Let It Be (Michael Lindsay-Hogg), pero sólo fue a recogerlo Paul McCartney: el grupo se había separado unos meses antes porque, como muestra el documental, los cuatro músicos no se soportaban entre sí. La película, la única decente de la filmografía beatle, no ha sido reeditada porque McCartney y Yoko Ono Lennon siguen vendiendo una falsa historia de hermandad que las imágenes desmienten.

Cartel de "La Ciociara" ("Dos mujeres")

Cartel de «La Ciociara» («Dos mujeres»)

6. Sophia, la primera que no hablaba inglés. El primer Oscar para un actor o actriz por un papel protagonista no hablado en inglés fue para Sophia Loren, que lo ganó en 1962 por el drama neorrealista Dos Mujeres (Vittorio De Sica).

7. Italia, diez. A la cabeza en el ranking de mejores películas extranjeras está Italia, con diez, entre ellas tres de Federico Fellini: Las noches de Cabiria, Amarcord y .

8. Cinco papeles, cinco mejores películas, ningún premio. Uno de los grandes actores de los años setenta, John Cazale, que murió a los 42, sólo tuvo tiempo de participar en cinco películas. Lo bordó en cada una y, aunque no fue nominado, todas estuvieron en la batalla por el Oscar al mejor largometraje: El padrino, La conversación, El padrino parte II, Tarde de perros y El cazador —las tres primeras dirigidas por Francis Ford Coppola y las dos últimas por Sidney Lumet y Michael Cimino—. Tres de ellas, los dos padrinos y El Cazador, ganaron el premio. Cazale rodó la última conociendo que padecía un letal cáncer de pulmones.

9. ¿Westerns? Mejor no. Sólo tres obras del género épico de las praderas y la soledad del pionero han ganado el premio a la mejor película: Cimarron (Wesley Ruggles, 1931), Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990) y Sin perdón (Clint Eastwood, 1992).

Francis Ford Copola y su hija Sofía

Francis Ford Copola y su hija Sofía

10. Clanes. Un par de familias asiduas a las nominaciones: los Newman y los Coppola. Los primeros son compositores de música original y proceden de la saga de Alfred Newman, que fue postulado para 45 premios y ganó nueve. Era el compositor de confianza de John Ford. El hijo del músico, Thomas Newman, ha sido nominado nueve veces, pero no ha ganado ninguna estatuilla. Otros Newman que han concurrido al certamen son Alfred, Lionel, Emil, Thomas, David y Randy. El clan familiar atesora 87 nominaciones. Los Coppola —Francis Ford, Carmine, Sofia, Talia Shire y Nicolas Cage— tienen 24.

11. El mayor y la menor. La persona más joven que ha ganado un Oscar fue la (insufrible) niña prodigio Shirley Temple, que recibió un premio honorario en 1934, cuando tenía cinco años. El más viejo fue el actor Christopher Plummer, mejor actor de reparto en 2012 por Beginners (Mike Mills), a los 82.

12. Oscar y Nobel. Sólo una persona obtuvo los dos premios, el escritor George Bernard Shaw, que ganó enl Nobel de Literatura en 1925 y el Oscar al mejor guión adaptado en 1938 por Pygmalion. Otros tres escritores con el Nobel optaron a la estatuilla pero sin éxito: John Steinbeck, Jean-Paul Sartre y Harold Pinter.

Tumba de Haing S. Ngor

Tumba de Haing S. Ngor

13. Un Oscar asesinado. ¿El único ganador de los premios que fue víctima de una asesinato? El actor camboyano Haing S. Ngor, muerto a tiros en la puerta de su casa en 1996 cuando se negó a entregar a unos asaltantes un relicario de oro con una foto de su mujer, muerta en un campo de prisioneros de los Jemeres Rojos. Ngor había ganado el Oscar al mejor actor de reparto por Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984), una película sobre el ascenso al poder en Camboya del régimen de terror de los Jemeres.

Foto policial de Dalton Trumbo, detenido por "antiamericano"

Foto policial de Dalton Trumbo, detenido por «antiestadounidense»

14. Ganadores con identidades falsas. Tres guionistas acusados de «antiestadounidenses» durante la la caza de brujas y condenados al ostracismo ganaron sendos premios adoptando identidades falsas que les permitían seguir trabajando: Dalton Trumbo —en 1956 por El Bravo (Irving Rapper), con el nombre de Robert Rich— y Carl Foreman y Michael Wilson, que se lo llevaron al unísono en 1957, ocultando su filiación con el nombre del novelista (real) Pierre Boulle, por el guión de El puente sobre el río Kwai (David Lean). La Academia les volvió a entregar a los tres los premios en 1985, esta vez con sus identidades reales. Foreman y Wilson ya habían muerto y sus viudas recogieron las estatuillas.

15. Sólo un Oscar ganó el Oscar. El único ganador del premio que comparte nombre con la estatuilla es Oscar Hammerstein II: mejor canción en 1941 —coescrita con Jerome Kern— por The Last Time I Saw Paris, de la película Lady Be Good (Norman Z. McLeod).

16. Oscar de madera. En 1937 el ventrilocuo Edgar Bergen —creador del muñeco Charlie McCarthy— recibió un Oscar honorario. La estatuilla era de madera y tenía la mandíbula articulada. La hija del artista, Candice Bergen —la Murphy Brown televisiva— fue nominada en 1979 por Comenzar de nuevo (Alan J. Pakula), pero le ganó la inevitable Meryl Streep.

La fabrica de las estatuillas

La fabrica de las estatuillas

17. Despidos en la fabrica de estatuillas. Desde la primera edición de los premios los organizadores han entregado 2.809 estatuillas. Durante la II Guerra Mundial, por escasez de metales (dedicados a la maquinaria bélica), fueron de plástico. Diseñada por Cedric Gibbons, director artístico de la Metro (y ganador de once premios por películas como El mago de Oz), la figura representa a un caballero sobre un rollo de película y sosteniendo una espada. Las estatuillas de oro (3,6 kilos de peso y 34,29 centímetros de altura) han sido fabricadas desde 1982 por la empresa de Chicago R. S. Owens & Company, cuyos artesanos tardan un mes en realizar las 50 figuras que se entregan en cada gala. La empresa está en crisis y acaba de despedir a 95 empleados.

Prepartivos para la gala de este año (Darren Decker / ©A.M.P.A.S.)

Prepartivos para la gala de este año (Darren Decker / ©A.M.P.A.S.)

18. Hombres, blancos, maduros y autopremiados. La entidad organizadora de los Oscar, la Academy of Motion Picture Arts and Sciences, está formada por 5.765 miembros del gremio del cine. Según una encuesta de Los Angeles Times, el 94% son blancos; el 77%, hombres; el 86% tiene más de 50 años y el 33% ha ganado alguno de los premios.

19. Patrones. La Academia tiene unos activos financieros de 196 millones de dólares (unos 146 millones de euros) y la la gala de los Oscar produce un beneficio de 81,3 millones de dólares (60 millones de euros).

20. Empleados. Los acomodadores del teatro durante la ceremonia reciben una paga de 125 dólares por una noche de trabajo, 93 euros.

Ánxel Grove

«La rapada de Chartres» retratada por Robert Capa se llamaba Simone Touseau

La Tondue de Chartres – Robert Capa

«La Tondue de Chartres» – Robert Capa

La joven que ocupa el centro visual de la foto es Simone Touseau. Tiene 23 años y lleva en brazos a su hijo, un bebé de menos de un año. Antes del paseo público de escarnio y venganza a Simone le habían rapado el pelo al cero y marcado la frente con un hierro candente. El pueblo la acusaba de «colaboración horizontal» con los nazis, es decir, de haber mantenido relaciones sexuales con un militar alemán en los años de la ocupación de Francia.

Un paso frente a la muchacha, con boina y una bolsa de tela, camina su padre, George Touseau. Tras él, semioculta, también rapada a la fuerza, marcha su esposa, Germaine, madre de Simone. Toda la familia es sometida a la humullación.

La fecha y el lugar son conocidos: tarde del miércoles 18 de agosto de 1944 en la calle Beauvais (que en la actualidad se llama Docteur Jacques de Fourmestraux) de Chartres, la ciudad francesa de la prefectura del Loira que goza de la bien merecida fama de una catedral gótica iluminada por un conjunto de vidrieras —considerado por algunos como el más bello de Europa— donde una virgen «linda, rubia y con los ojos azules», como dicen con orgullo los hijos del pueblo, propone los méritos de grandeza, humildad, pureza, compasión, experiencia, serenidad, tristeza, sonrisa y majestad. En la foto, tomada muy cerca del templo, no hay un ápice de ninguno de esos valores. La imagen, sin gota de piedad, es la de una purificación por la vía del escarmiento.

Quizá ya se hayan percatado ustedes de que el momento es coincidente con la liberación de París. El fotógrafo había entrado en Francia diez semanas antes, el 6 de junio de 1944, incrustado en las tropas estadounidenses que desembarcaron en la Playa de Omaha, en la operación militar de Normandía que precipitó la caída de Hitler. El reportero, asignado por la revista Life, estaba a punto de cumplir 30 años y, aunque se llamaba Endre Friedmann Erno, todos le conocían como Robert Capa.

La foto, que ha sido llamada La Tondue de Chartres (La rapada de Chartres), tiene el don de la oportunidad que le sobraba a Capa, al que avisaron de la celebración en Chartres de juicios populares y sin garantías en contra personas acusadas de haber colaborado o mantenido relaciones con los nazis. El reportero salió corriendo con una cámara Contax. No llegó a tiempo para asistir a varias ejecuciones sumarias in situ, ni al trabajo de un peluquero local que rapó a doce mujeres que ejercieron, según el tribunal del porpulacho, la «colaboración horizontal», pero hizo la foto de Simone Touseau, su hijo y sus padres acompañados por la turbamulta de adultos y niños. La imagen dió la vuelta al mundo.

"La Tondue de Chartres" - Robert Capa

«La Tondue de Chartres» – Robert Capa

Gérard Leray y Philippe Frétigné, vecinos de Chartres, quieren reconstruir los detalles de una imagen demasiado cargada de emoción irracional. Gracias a ellos sabemos que la chica rapada había trabajado como intérprete para el ejército nazi desde 1941 y que se había liado con un soldado, del que sólo conocemos el nombre de pila: Erich. Cuando él, destinado al frente del este, resultó herido en combate, Simone se trasladó a Munich para acompañarlo en la convalencencia. Fue en la ciudad bávara donde se quedó embarazada. Dedicidió regresar a Francia en 1943. Tanto la chica como sus padres, según las acusaciones verbales de algunos vecinos, simpatizaban con el Partido Popular Francés del filonazi Jacques Doriot.

Madre e hija fueron internadas en la cárcel y juzgadas, esta vez con garantías procesales, en un proceso por traición que sólo concluyó en 1947. La sentencia condenó a Simone a diez años de degradación nacional, la figura punitiva establecida tras la guerra que dejaba sin derechos y convertía en ciudadanos de segunda a los colaboracionistas. Simone se entregó a la bebida y murió en 1966, a los 44 años. El bebé al que lleva en sus brazos en la foto vive todavía en Chartres, pero ha cambiado de identidad.

La foto, de una crueldad porosa y eterna, abre algunas líneas de debate sobre las irracionalidad de la justicia popular y la necesidad de cabezas de turco que justifiquen los pecados colectivos. Casi siempre, como resulta revelador, se trata de personas débiles. Alguien ha señalado, no sin razón, el contraste del caso de Simone Touseau con los de, por ejemplo, Maurice Chevalier y Édith Piaf, que cantaron para los alemanes ocupantes; Pablo Picasso, que siguió residiendo, pintando y vendiendo óleos en su apartamento parisino durante buena parte de la ocupación nazi; el cineasta Marcel Carné, que no dejó de rodar películas, o la mecenas millonaria Gertrude Stein, que no se cortó un pelo (¡y era judía!) en mostrar su admiración por Hitler.

Ánxel Grove

Winston Churchill retratado en su peor momento

'Winston Churchill' - William Orpen - Lent by the Churchill Chattels Trust -  Image © National Portrait Gallery, LondonLent by the Churchill Chattels Trust -  Image © National Portrait Gallery, London

‘Winston Churchill’ – William Orpen – Lent by the Churchill Chattels Trust – Image © National Portrait Gallery, London

Winston Churchill (1874-1965) es en la memoria colectiva el gran orador, el valeroso estratega, el líder nato, el extraordinario político que además tenía cultura (fue Premio Nobel de Literatura en 1953). En los momentos más oscuros de la amenaza nazi sobre Inglaterra, sus discursos en el Parlamento ayudaban a tomar impulso a los desolados londinenses que aguantaban la pesadilla de los bombardeos diarios: «Defenderemos nuestra isla, sea cual sea el coste. Lucharemos en las playas, lucharemos en los terrenos de desembarque, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas: nunca nos rendiremos«.

Con la imagen imborrable del fumador de puros de mirada desafiante, el aspecto del estadista e intelectual resulta sorprendente en el retrato que acaba de ser cedido a la National Portrait Gallery de Londres. Realizado por el pintor irlandés William Orpen en 1916 cuando Hitler no era todavía más que un soldado raso, el cuadro muestra a Churchill, entonces Ministro de Marina británico (Primer Lord de Almirantazgo, el puesto más alto de la Marina Real Británica), en su peor momento político.

Tenía 42 años y sentía el peso insoportable las muertes de la Batalla de Galípoli. Eran los años de la I Guerra Mundial: en 1915 los aliados franceses y británicos decidieron conquistar Constantinopla (la actual Estambul) para aislar a las potencias centrales del mar. El estrecho de los Dardanelos (en Turquía), centro de la Guerra de Troya y punto estratégico en el siglo XIV cuando los otomanos atacaron al Imperio bizantino, fue el escenario de la masacre.

Churchill en los años de la II Guerra Mundial

Churchill como Primer Ministro durante la II Guerra Mundial

Churchill apostaba por un desembarco masivo, que pillara desprevenido al Imperio otomano, pero el efecto sorpresa no fue tal: una serie de indecisiones de los altos mandos relentizaron la acción y los turcos estaban listos para el ataque en las playas. Murieron 50.000 británicos (entre los que abundaban neozelandeses y australianos), 5.000 franceses y 60.000 turcos. Lo que iba a ser una operación limpia y rápida se convirtió en una agonía sangrienta de francotiradores e historias de supervivencia en cuevas.

El ministro no dudó en dimitir y su reputación sólo fue restituida en parte cuando en la Comisión de los Dardanelos (1916-1917) se demostró que él no era personalmente responsable del fracaso de la operación.

El cuadro muestra a un hombre asediado por el miedo y debilidad, que encorva ligeramente la espalda como buscando cobijo en sí mismo. Tiene el cuello de la camisa mal doblado y la pajarita aflojada; el poco pelo que le queda en la cabeza se rebela, los mechones se alzan puntiagudos. La mirada es de un sufrimiento contenido por el ceño de seriedad. Al ver la obra terminada, Churchill confesó a Orpen que era el mejor retrato que le habían hecho. «No es la representación de un hombre. Es la representación del alma de un hombre».

Desde el 1 de noviembre y por un tiempo indeterminado, el cuadro se puede ver en la National Portrait Gallery. Pertenecía a Winston S. Churchill (nieto del político y fallecido en 2010) y los herederos cumplen su última voluntad mostrándolo al público en el museo.

Helena Celdrán

Los gemelos rubios brasileños del ‘Ángel de la Muerte’ de Auschwitz

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Darles y Darlene Wolkeins. Tenían diez años cuando posaron en un columpio del colegio ante la cámara del fotógrafo italiano Gabriele Galimetti (Arezzo, 1977). Los niños gemelos son hijos de un granjero de la zona y una maestra de la misma escuela en cuyo patio fue tomada la imagen.

Si les propongo adivinar  la localización de la fotografía o la procedencia de los niños y dado el perfil racial de los gemelos (pigmentación blanquísima de la piel, ojos azules, rubios), es posible que las respuestas se concentren en Austria, Alemania, Holanda, otros países del centro y el norte de Europa, ciertas zonas de los Estados Unidos o, en resumen, cualquier lugar donde primen los rasgos de la llamada —con injusticia e imprecisión— raza blanca, equívoco término tantas veces usado para justificar el racismo, la xenofobia y otro tipo de desmanes.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Segunda foto: Kitana and Tauhana Lunkes, de cinco años, sonrientes y juguetonas en el sofá de su casa. De nuevo, gemelas y con el mismo patrón biológico de los anteriores.

Ambas fotografías son del pequeño poblado de Linha de São Pedro, en Cândido Godói, municipio de unos 7.000 habitantes del estado brasileño de Rio Grande do Sul, no muy lejos de la frontera con Argentina, una zona poblada a partir de comunidades de inmigrantes alemanes y polacos.

El pueblo del lejano y fértil límite sureño de Brasil, donde la tierra es dócil y permite dos o tres cosechas al año, aparece en los libros por una característica singular. En la villa se da la mayor cantidad proporcional de gemelos del mundo.

De cada diez embarazadas de Linha de São Pedro, una da a luz a gemelos monocigóticos, nacidos de un embrión fecundado por un único óvulo y un único espermatozoide.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Los expertos en genética dicen que la extraordinaria abundancia de gemelos se debe a lo que se llama efecto fundador (presencia inusitada de un rasgo determinado en poblaciones muy pequeñas) que ya se daba en la región renana de Hunsrück, en la que tienen ancestros comunes muchos de los habitantes del poblado brasileño.

El fotógrafo Galimbetti cree en otra teoría y culpa de la explosión de gemelos al hombre que dormía en la cama con mosquitero de la foto de la izquierda. Se hacía llamar Rudolph Weiss y visitó el pueblo con cierta asiduidad durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Algunos granjeros todavía le recuerdan, le describen como «simpático» y «muy buen veterinario». Weiss daba charlas sobre técnicas de reproducción animal y, a veces, atendía a las mujeres embarazadas de la zona, que en aquellos tiempos no contaba con asistencia médica.

Lo tenebroso del asunto es que bajo la falsa identidad de Weiss se ocultaba Josef Mengele (1911-1979), el médico nazi que hacía experimentos genéticos con prisioneros del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau para intentar crear una raza de superhombres arios para Hitler. La especialidad del Ángel de la Muerte, como era conocido, fue la experimentación con gemelos.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

El periodista argentino Jorge Camarasa sostiene en el libro de investigación Mengele: el Ángel de la Muerte en Sudamérica (2008) que el perverso médico, detenido pero liberado por los aliados porque no pudieron establecer su identidad real, y refugiado luego en Argentina, Paraguay y Brasil, está relacionado con la proliferación de gemelos en Linha de São Pedro, porque administró a mujeres embarazadas del pueblo «nuevos tipos de drogas y medicamentos» que las predispusieron al parto de gemelos arios.

Mengele habría elegido el lugar no por azar sino, precisamente, por la dominancia genética alemana, señala el periodista.

Pese a que los genetistas brasileños siguen insistiendo en que todo lo que sucede en el pueblo es fruto de la lotería del ADN y no tiene nada que ver con el prófugo nazi (¿qué otra cosa podrían decir para no poner en evidencia que su país fue cómplice en la huida de la justicia de un criminal psicópata que murió tranquilamente en la cama?), el trabajo del fotógrafo Galimbetti resulta turbador y produce escalofríos.

Ánxel Grove

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Lisbeth Salander, a la caza de Charles Dickens

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Tres representaciones de Lisbeth Salander

Cinco años después de la publicación del tercer volumen de la serie Millennium en el mundo se han vendido unos 65 millones de ejemplares de los libros, que están camino de convertirse en las obras de ficción más vendidas de toda la historia: se acepta que la primera es Historia de dos Ciudades, con más de 200 millones de unidades, pero la obra de Charles Dickens lleva en el mercado desde 1859 y las novelas de Stieg Larsson aparecieron en 2005, 2006 y 2007.

Aceptemos la opinión entusiamada de Mario Vargas Llosa («he leído Millennium con la felicidad y excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens. Fantástica. Esta trilogía nos conforta secretamente. Tal vez todo no esté perdido en este mundo imperfecto») o nos sobrecoja la duda sobre por qué nos gustan tanto las malas novelas y sus abundantes clichés —antes de seguir, aquí está mi confesión: me fascinó el primer volumen, que acabé en dos días; me gustó moderadamente el segundo y no pude terminar el tercero, que me pareció un manuscrito falto de dos o tres correcciones a fondo—, lo cierto es que los personajes creados por el prematuramente muerto periodista y escritor sueco, en especial la heroína incorrecta Lisbeth Salander, han alcanzado la categoría de mitos con una premura muy propia del frenesí voraz de los tiempos.

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Cubierta en coreano de uno de los libros de la saga Millennium

Una búsqueda en Google a partir del nombre de la protagonista —hacker, punk, fumadora, bisexual, desinhibida, inteligente, justiciera, asocial, alegal, combativa («ningún sistema de seguridad es más fuerte que su usuario más débil»), posible enferma de Asperger, mal hablada, casi anoréxica (42 kilos), exresidente en siquiátricos y otros gulags estatales para los diferentes, excitante, ventitantos, metro y medio…— alcanza los casi tres millones de resultados. Lisbeth Salander influye en la moda, protagoniza un inminente cómic (dibujado por el catalán Josep Homs), se convierte en aplicación para smartphone, es citada como una resiliente de manual de psicología, se convierte en referente de la ética posmoderna de los antisistema («jamás habla con policías y funcionarios»), ejerce un feminismo extremo y es la más malota (y también la única atractiva) millonaria de ficción reseñada por la revisa Forbes.

Una constatación: la potencia inconstestable del impacto de Salander en su generación. En la web temática de los editores españoles del libro, Destino, hay mensajes de lectores, sobre todo mujeres, de este tono: «Una guerrera que se antepone a todo, que le dice a la sociedad mucho aunque no abra la boca»; «una antisocial, una luchadora innata, una singular hacker«; «hermosa, dura y tan frágil, que conmueve y una no puede dejar de solidarizar y empatizar con ella»; «una superviviente que lucha contra la adversidad. Y sí, este tipo de personajes que lucha contra algo está muy visto. La diferencia es que esta vez, la luchadora es una mujer, y lucha contra los hombres»; «por fin vemos una superwoman, no solo sexy y guapa…, sino inteligente y normal»…

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso 'online' sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Diseño de Jonathan Barker, ganador de un concurso ‘online’ sobre cubiertas alternativas de los libros de Larsson

Otra constatación, ésta de carácter personal. En la ciudad en la que vivo —no importa cuál: las ciudades occidentales son una misma ciudad repetida con matices diferenciales muy leves— abundan las librerías de segunda mano. En todas ellas, sin excepción, encuentro cada vez que entro docenas de ejemplares abandonados de las tres novelas de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Nunca entendí la deserción cuando se trata de un libro de esos que se te han pegado alma y no puedo evitar preguntarme si los apasionados lectores de la trilogía no desean releerla. Si esa es la norma, ¿hablamos de un fenómeno efímero y de corto alcance, de una tendencia muy siglo XXI de consumo rápido y abandono?, ¿prefieren los seguidores de las novelas la edición digital y han decidido, muy de acuerdo con la postpunk Salander, prescindir del engorro de los papeles y acumular sólo bytes? (Larson, por cierto fue el primer escritor de la historia en llegar al millón de ejemplares vendidos en e-book en Amazon)…

En otros términos, ¿representará Lisbeth Salander los valores de individualismo y libertad que Huck Finn representó para los jóvenes del siglo XIX y Holden Caulfield para los del XX?, ¿será capaz Larsson de alcanzar a Dickens? Acaso convenga estar preparados para el cambio de paradigma literario y conocer alguna circunstancia más del autor sueco: un idealista tan cegato como para aplicar un análisis troskista a la realidad actual, un activista de causas nobles, un fanático de la ciencia ficción, un testigo mudo y apático durante su adolescencia de una violación en grupo a una joven y, en fin, un escritor capaz —y pocos lo son— de agitar los ingredientes de su vida en el remolino de la ficción para subyugar a los lectores.

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

Stieg Larsson y sus padres, en torno a 1955

1. Hijo de adolescentes en la mina más sucia. Karl Stig-Earland Larsson —cambió su nombre de pila más tarde por el de Stieg— nace el 15 de agosto de 1954 en el pueblo de Skelleftehamn, un villorrio pesquero situado 600 kilómetros al norte de Estocolmo y no demasiado lejos del Círculo Polar. Sus padres se habían conocido un año antes, cuando tenían quince. Ella, Vivianne Böstrom, se queda preñada casi de inmediato. Viven en pareja y en condiciones casi miserables en un apartamento de una sola estancia y sin calefacción. El padre, Erland Larsson, trabaja en la mina de Rönnskärsverken, una de las industrias más sucias y contaminantes de los países nórdicos por los excedentes de ácido sulfúrico derivados de los procesos de extracción de la factoría, propiedad del holding Boliden AB —causante del desastre ecológico de Aznalcóllar en el parque de Doñana en 1998—. Los sindicatos dicen que los empleados de la mina sueca estornudan sangre y mueren antes de los 50. El gobierno jamás investiga las denuncias.

2. La colaboración de Suecia con Hitler, revelada por el abuelo. Cuando los padres de Stieg se marchan a Estocolmo en busca de un futuro algo mejor, el niño, de un año, queda al cuidado de los abuelos maternos Severin y Tekla, con quienes vive hasta los nueve. Severin, que había sido militante antinazi y seguía creyendo en las bondades del comunismo ortodoxo, cuenta al niño el episodio más oscuro de la historia reciente de Suecia. Aunque el país era en teoría neutral durante la II Guerra Mundial, lo cierto es que actuó como un socio colaborador del nazismo: aportó materias primas (hierro y otros minerales) a la industria bélica alemana, permitió que millones de soldados de Hitler atravesasen su territorio para llegar a Noruega, Dinamarca y Finlandia y censuró toda la propaganda antinazi. Unos 300.000 comunistas, anarquistas o liberales con conciencia fueron encerrados en campos de concentración.  La revelación de este deshonroso secreto nacional, que rara vez se menciona en público en Suecia, conmociona al pequeño Stieg y se convierte en uno de los motivos de su vida.

Larsson y su máquina de escribir

Larsson y su máquina de escribir

3. Propensión genética a los ataques al corazón. Si algo está escrito en los genes de la rama materna de Larsson es le propensión a los infartos tempranos. El abuelo Severin muere de uno en 1962, a los 55 años. La abuela, de otro, en 1968, a los 57. La madre, en 1991, a los 55.

4. La máquina. Cuando Stieg cumple 12 años, sus padres —a quienes las cosas les van mejor: trabajan en comercios, habían tenido otro hijo y viven en Umeå— le regalan una máquina de escribir Facit, de hierro y muy ruidosa. Los padres se arrepienten: el chico no para de teclear —temas favoritos: política, ciencia ficción y diexismo (escuchar e identificar emisoras de radio lejanas y exóticas)—. Entre el receptor de radio y la Facit es tanta la gresca que los Larsson alquilan un pequeño local para Stieg y sus cacharros en un sótano del edificio colindante.

5. Maoísta y testigo de una violación. Cada vez más radical en sus postulados, en 1969 y en plena campaña mundial de protestas contra la intervención de los EE UU en Vietnam —no censurada por el gobierno socialdemócrata sueco—, Stieg se alista en un partido maoísta, el DFFG, y se declara «antirracista y feminista». Ese mismo año, en un campamento de verano, es testigo de cómo varios adolescentes, algunos de ellos amigos suyos, violan a una chica. Stieg no interviene. Más tarde encuentra a la muchacha e intenta pedirle perdón. Ella lo increpa por cobarde. Se ha publicado que el nombre de la víctima era Lisbeth.

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson en 1980

6. Rechazado como periodista. Tras intentar sin éxito entrar en una escuela de Periodismo (suspende el examen de admisión) y trabajar como cerrajero, repartidor de prensa y empleado de una lavandería, empieza a publicar piezas en fanzines de ciencia ficción. En 1973 conoce en una manifestación antibélica a la estudiante de Arquitectura Eva Gabrielsson. Vivirán juntos hasta la muerte de Larsson.

7. Instructor de granaderas en Eritrea. En 1977, ya alejado del maoísmo y afiliado al minúsculo partido troskista sueco, en cuyas publicaciones firma piezas con el seudónimo Severin, en honor a su abuelo, organiza un viaje a Eritrea para intentar entrar en contacto con la guerrilla comunista del Eritrean’s People Liberation Front. Antes de dejar Suecia escribe dos cartas que rotula: «Abrir sólo tras mi muerte». Una es una declaración de amor a Eva y la segunda un «testamento» mediante el cual dona sus escasas pertenencias a la Liga de Trabajadores Communistas, un sindicato troskista. Tras un difícil viaje, Larsson logra contactar con los guerrilleros y entrena a mujeres en el uso de granadas con las técnicas básicas que había aprendido unos años antes durante el servicio militar. Tiene que regresar a toda prisa a Suecia por una gravísima infección renal complicada con altas fiebres provocadas por la malaria.

Portada del primer número de "Expo"

Portada del primer número de «Expo»

8. «Amenaza contra la raza blanca». Para ganarse la vida trabaja como ilustrador, desde 1979, en la agencia Tidningarnas Telegrambyrå, pero lo que de verdad le apasiona es escribir sobre antifascismo y racismo. En 1987 rompe sus lazos con los troskistas y en 1991 edita su primer libro, Extremhögern (Extrema derecha), con la periodista Anna-Lenna Lodenius. Se compromete con la facción sueca de Stop Racism y forma parte del núcleo fundador de la revista Expo, apadrinada por una fundación sin ánimo de lucro. Publican el primer número en 1995 y anuncian que se dedicarán al periodismo de investigación para detener el ascenso del neonazismo en Suecia. Un año más tarde un grupo supremacista publica una foto y la dirección de Larsson, sugiriendo que debía «ser eliminado por tratarse de una amenaza contra la raza blanca»; la redacción de la revista es atacada por una pandilla de extremistas y los datos personales de Larsson aparecen también en poder de un detenido por conexiones neonazis que había sido oficial de las SS de Hitler y en los domicilios de los acusados de asesinar al líder sindical Björn Söderberg. En una época en que varios periodistas suecos sufren atentados, uno de ellos mortal, la Policía ofrece a Larsson escolta durante meses. El periodista publica un libro sobre el partido político Sverigeremokraterna (Demócratas de Suecia), que enmascara una ideología de extrema derecha bajo una apariencia nacionalista.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

9. Los primeros editores no abrieron el sobre con el manuscrito. En 2002, durante las vacaciones de verano, Larsson empieza a desarrollar lo que será la trilogía Millennium. Tras dejar que Eva y unos cuantos amigos íntimos lean los manuscritos de las dos primeras novelas, las envía, en 2003, a la editorial Piratförlaget, donde nunca, como ellos mismos han reconocido, llegaron a abrir el sobre, devolviéndolo con una carta formal de rechazo. En la segunda editora, la legendaria Norstedts, sí leen las piezas y le ofrecen de inmediato al autor un contrato por tres novelas y un avance de derechos de 70.000 euros. Es abril de 2004. El 15 de agosto Larsson cumple 50 años. Va a celebrar una fiesta pero la pospone para seguir escribiendo ficción. Sus amigos le encuentran más feliz que nunca. Incluso ha engordado.

10. «Quizá sí, me duele el pecho». El 9 de noviembre de 2004 tiene una cita en la oficina de Expo. Al llegar encuentra el ascensor averiado y sube los siete pisos a pie. Llega pálido, sudoroso, desencajado. Sus compañeros le preguntan si se siente mal, si quiere que llamen a una ambulancia. «Quizá sí, me duele el pecho», dice antes de desplomarse con un ataque al corazón. Muere una hora más tarde, en el hospital.

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

Cubierta de la primera edición en Suecia del libro inicial de la saga

11. La batalla postmórtem por la fortuna.  Desde la publicación del primer tomo de la saga, que apareció en Suecia en agosto de 2005 con el título Män som hatar kvinnor (Los hombres que odian a las mujeres) —luego sustituido en algunas partes del mundo por el mucho más comercial de The Girl With the Dragon Tattoo (La chica con el tatuaje del dragón)—, y con la mundialización milmillonaria de las novelas, una amarga batalla legal y moral se desata entre el padre y el hermano del escritor y Eva Gabrielsson. Las leyes suecas no reconocen derechos de herencia a las parejas de hecho y la compañera de Larsson durante tres décadas no ha recibido ni un centavo de la fortuna que han generado las novelas y sus adaptaciones al cine. Ella sostiene que el padre y el hermano se desentendieron siempre de Larsson, pero algunos amigos íntimos de éste, como el militante antiracista Kurdo Baksi, dicen lo contrario. El escritor murió sin dejar otro testamento que aquella carta escrita antes de viajer a Eritrea en 1977. Los tribunales suecos han fallado en contra de la media docena de militantes del grupo troskista que quisieron hacer valer su derecho a la fortuna porque la disposición de la carta, según el fallo judicial, sólo era válida si Larsson fallecía en el viaje a Eritrea.

Stieg Larsson

Stieg Larsson

12. Nazis parlamentarios. En las elecciones de 2010, los Demócratas de Suecia, tras una campaña electoral propugnando el odio racial, obtienen 20 escaños en el Parlamento de Suecia. Es la primera vez que un grupo filonazi entra en el Riksdag desde la II Guerra Mundial.

13. La venganza de Dios. Al parecer, Larsson tuvo tiempo de escribir un manuscrito casi completo de otra novela y notas para algunas más. Es posible que Eva Gabrielsson tenga el original inédito, pero estaría en un ordenador portátil que pertenecía a la revista Expo. ¿De qué va la novela? Sabemos que se desarrolla en parte en el noroeste de Canadá, que Lisbeth Salander «se deshace de sus enemigos y de sus propios demonios» y que el tíulo que manejaba Larsson era La venganza de Dios.


14. Dos canciones (y 240 tazas de café). En las tres novelas de Larsson, pese al retrato naturalista de la sociedad cerebral y neurótica de Suecia, no hay apenas alcohol —Lisbeth es abstemia y el periodista Mikael Blomkvist sólo se regala algún malta añejo en momentos especiales—, aunque sí muchas tazas de café (240) e incluso una máquina para hacer espresso, la Jura Impressa X7, que cuesta unos 3.000 euros, aunque el escritor, en un patinazo, le otorga el valor de 10.0000. Como buen hijo de los años cincuenta, Larsson incluye en la saga dos guiños musicales muy pertinentes: Maria, un tema de Blondie de 1999 que habla sobre una chica a la que todo «le importa muy poco» y Cat People (Putting Out the Fire), de David Bowie (1982), que gira en torno a la idea de «apagar el fuego con gasolina».

Lisbet, Modesty y Pippi

Lisbet, Modesty y Pippi

15. ¿Quién es Lisbeth? En Lisbeth Salander los analistas y semiólogos han encontrado rasgos de Pippi Långstrump, el personaje de ficción de la escritora sueca Astrid Lindgren. Como Pippi, Lisbeth es la niña más fuerte del mundo, más que cualquier hombre, y se mueve a gran velocidad. Otro personaje-espejo es Modesty Blaise, una chica sin nombre y de pasado criminal que conoce extrañas artes de lucha y se enfrenta a villanos excéntricos entre los que abundan los «fantasmas» de su propio pasado. Sin embargo, parece que la verdadera inspiración de Larsson es su sobrina Therese, con la que cruzó centenares de emails mientras redactaba las novelas para palpar la sensibilidad adolescente. La chica, que tenía entonces 15 años, era muy flaca, vestía de negro a lo punk y se metía sin miedo en peleas contra chicos. Fue muy sincera con su tío en el intercambio y se mostró confesional y encantada de colaborar. Therese, que nunca ha hablado sobre su marca sobre el personaje, recibió de Larsson el mejor de los elogios: «Lisbeth Salander eres tú».

Ánxel Grove

La Bauhaus, la mejor escuela de diseño del siglo XX

Cuatro diseños de los talleres de la Bauhaus

Diseños de los talleres de la Bauhaus

«Las escuelas de arte (…) tienen que volver al taller. Este mundo de pintores, dibujantes y artes aplicadas tiene que convertirse en un mundo que construye. (…) Arquitectos, escultores, pintores… ¡Todos tenemos que volver a la artesanía! Porque no existe el arte por profesión«, decían en su manifiesto.

Sólo unos años (de 1919 a 1933) bastaron para que la Bauhaus (en alemán, Casa de la construcción) sobrepasara la función de cualquier centro de enseñanza y se convirtiera en un movimiento, en un referente mundial de la arquitectura, el arte y el diseño, a pesar de los tiempos convulsos que le tocó vivir.

Con la sencillez como norma para la elegancia, crearon desde edificios, pinturas y esculturas hasta muebles, lámparas, vajillas y juegos de ajedrez.  Los objetos que dejaron siguen produciendo admiración y siendo protagonistas de grandes exposiciones, como la que se celebra hasta el 12 de agosto en el Barbican Centre de Londres.

El edificio que Walter Gropius diseñó para la Bauhaus de Dessau (1926)

El edificio que Walter Gropius diseñó para la Bauhaus de Dessau (1926)

La primera escuela, en la ciudad alemana de Weimar, tenía como miembros fundadores al arquitecto Walter Gropius, al pintor Lyonel Feininger, al escultor Gerhard Marcks, a los pintores Paul Klee y Vassily Kandisky. Oskar Schlemmer —que impartió un revolucionario taller de teatro—, el diseñador y fotógrafo László Moholy-Nagy, el arquitecto y diseñador de muebles Marcel Breuer, el arquitecto Mies van der Rohe… Los creadores que más innovación ofrecieron en sus campos fueron profesores de la Bauhaus.

Al ser un centro de enseñanza público, su permanencia en una ciudad no era estable y cambió tres veces de sede. En 1925 se mudó a Dessau (una ciudad industrial ansiosa por potenciar su oferta cultural) y en 1930 se trasladó a Berlín y cambió de director. Ludwig Mies van der Rohe sólo dirigió la escuela durante tres años: en 1933 el partido nazi ganó las elecciones y una de las primeras medidas que tomó el gobierno tras su llegada al poder fue cerrar la Bauhaus. Tres meses después de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller de Alemania, la policía de Berlín clausuró el centro como primer paso para eliminar cualquier rastro de «cosmopolitismo judío» y de arte «decadente y bolchevique».

En el Cotilleando a… de esta semana repasamos la historia de la Bauhaus con una selección de personajes que se propusieron reformar la educación artística y crear un nuevo tipo de sociedad.

Gropius en 1922

Gropius en 1922

1. Walter Gropius tenía 36 años cuando se fundó la Bauhaus en Weimar, pero ya era una de las grandes figuras de la arquitectura alemana. La primera muestra de que Gropius se anticipaba a su tiempo fue su primer proyecto, la Fábrica Fagus. El edificio se construyó entre 1911 y 1913 y supuso una innovación por sus grandes ventanales con marcos de acero que dan ligereza a la estructura de ladrillo. El joven arquitecto puso especial mimo en la fachada visible desde el tren que pasaba cerca del edificio.

En la escuela comenzó siendo un director idealista que anteponía los métodos artesanales a la mecanización, creía en los maestros que daban igual importancia a las destrezas técnicas y al desarrollo del carácter del alumno. Diseñador de la sede de Dessau, el centro educativo era su vida y estaba incluso por encima de sus proyectos arquitectónicos: defendió la escuela de los nacionalistas —que sospechaban que era una institución simpatizante del comunismo— y hasta de los artesanos locales de Weimar, que la veían como una amenaza para sus negocios. Los conflictos con la administración pública (que no daba suficiente dinero para material) se juntaron al desencanto del alumnado por la falta de recursos. Algunos profesores también se rebelaron contra Gropius. Tomó decisiones equivocadas en una situación política y social compleja, la falta de dinero y las ideas incendiarias que gestaban el desastre del nazismo eran cada vez más sofocantes.

'Composición nº 8' (1923) - Vassily Kandinsky

‘Composición nº 8’ (1923) – Vassily Kandinsky

2. Vassily Kandinsky fue profesor de diseño para principiantes junto con Paul Klee y daba un curso de teoría avanzada. En sus talleres de pintura comenzó a desarrollar sus teorías del color y las formas abstractas, que aplicaba a sus obras en los años veinte, sustituyendo las formas por un lenguaje más subjetivo.

Tenía 56 años cuando comenzó a trabajar para la Bauhaus y su aspecto reservado y distante combinaban a la perfección con su tendencia a teorizar. El conjunto le daba un aire de profesor infalible, que parecía revelar en sus discursos verdades incontestables: los alumnos lo veían poco accesible y excesivamente frío.

Algunos se atrevieron a bromear sobre las enseñanzas de Kandinsky. Un alumno le enseñó el lienzo en blanco: «Maestro. Por fin he conseguido con éxito pintar una pintura absoluta de absolutamente nada». El artista tomó en serio la propuesta y le preguntó al alumno por qué había escogido el blanco, a lo que contestó que «el plano blanco representa la nada». «La nada es demasiado. Dios creó el universo de la nada. Así que ahora lo que queremos es crear un pequeño mundo», contestó Kandinsky. Cogió pinceles y pintura y sobre la superficie vacía hizo una mancha roja, otra azul y otra amarilla. Una sombra verde lateral unificaba los tres colores en una pintura que en cuatro pasos era una síntesis de tonos.

El curso se hizo cada vez más popular y se ofertó hasta que la escuela cerró. Con los análisis de corte científico, muchos estudiantes apreciaron las teorías del color y de la forma y encontraron grandes oportunidades creativas en buscar el equilibrio entre un arte controlado con el intelecto pero emocionalmente expresivo.

El 'Ballet Triásico' de Schlemmer

El ‘Ballet Triásico’ de Schlemmer

3. Oskar Schlemmer era pintor, escultor, diseñador y coreógrafo. En 1923 comenzó a dirigir el taller de teatro de la Bauhaus. La escenografía era una oportunidad ideal para poner en común conocimientos de diferentes disciplinas y además las representaciones eran una oportunidad para la escuela de popularizar sus diseños.

Sus ideas sobre la relación de la figura con el espacio fueron el origen del Triadisches Ballett (Ballet Triádico), su obra más famosa, estrenada en Stuttgart en 1922 y un éxito en el momento. Los personajes iban ataviados como marionetas (que el autor consideraba sumamente expresivas), se convertían en figuras geométricas, danzaban para combinar sus estructuras como en un cuadro abstracto…

Schlemmer veía el mundo moderno guiado por dos corrientes: la mecánica (el cuerpo como máquina) y la de los impulsos primordiales (el espíritu creativo). Su ballet mostraba a personajes que sintetizaban esas dos caras de la existencia humana.

La 'Silla Wassily' (1926) - Marcel Breuer

La ‘Silla Wassily’ de Marcel Breuer

4. Marcel Breuer fue uno de los alumnos de la Bauhaus que se convirtieron después en maestros. Arquitecto y diseñador de muebles, comenzó a estudiar en el taller de ebanistería en 1920 y sus piezas reflejaban el interés de la escuela por las corrientes expresionistas y el arte africano. Comenzó a despuntar por sus diseños de sillas de madera, simples y a la vez de una geometría rompedora. Su mueble más famoso es tal vez la Silla Wassily (bautizada así en honor a Kandinsky), una estructura tubular y curva inspirada en la bicicleta de Breuer. Creada en 1925, era la primera silla de la historia con esas características.

Con la llegada de los nazis, el artista, de origen judío, escapó a Londres y después a los EE UU, donde se convirtió en un arquitecto de éxito.

5. Ludwig Mies van der Rohe fue el segundo y último director de la Bauhaus, un puesto al que Walter Gropius renunció —quemado por las constantes presiones políticas y teóricas— dos años antes de que terminara su contrato.

La casa Tugendhat, diseñada por Mies van der Rohe y Lilly Reich (1929)

La casa Tugendhat, diseñada por Mies van der Rohe y Lilly Reich (1929)

El recién llegado ya era un afamado arquitecto, admirado por la sencillez de sus líneas y su utilización del acero y el cristal. Recibió una herencia complicada, tenía que restaurar la reputación de la escuela y librarla de las connotaciones políticas de las que la acusaban sus enemigos.

Se vio obligado a adoptar una postura autoritaria para aplacar a los estudiantes más contestatarios con la creciente radicalización de la política en la Alemania de principios de los años treinta. La actitud no lo ayudó a ser popular: muchos veían al nuevo director como el arquitecto de las casas lujosas para ricos que no se interesaba por las viviendas para la clase trabajadora. En la cafetería de la escuela, había reuniones encendidas que amenazaban con convertirse en revueltas e incluso tuvo que ir la policía.

Mies van der Rohe en su apartamento de Chicago (1964)

Mies van der Rohe en su apartamento de Chicago (1964)

Mies van der Rohe prohibió todo tipo de manifestación política y cargó los programas de teoría, los estudios se estancaron y la producción artística cayó en picado. Los talleres relativos a los muebles, los murales y el metal se fusionaron en Diseño de interiores, todo un símbolo del enfoque esnobista que el director quería darle a la institución.

Aún con el toque formal e inocuo, la Bauhaus tenía un estigma antialemán del que  no se libraba. Los nazis proclamaban que era una amenaza para el paisaje típico de Alemania y que ese cosmopolitismo, que traía estilos de países como EE UU, Holanda y Francia, «contaminaba» las tradiciones. Además, los teóricos del nazismo clasificaban los techos planos (típicos de las creaciones de Mies van der Rohe) como ajenos al clima del norte y típicos de oriente, particularmente de los judíos. El arquitecto intentó salvar la escuela incluso mitigando las diferencias que pudiera haber con el gobierno nazi, no se sabe si por amor a la escuela o por amor propio, pero pronto se dio cuenta de que la emigración era la única salida. La Bauhaus cerró para siempre.

Helena Celdrán

¿Sería Woody Guthrie un indignado de cien años?

"Woody at 100" (Folkways, 2012)

‘Woody at 100’ (Folkways, 2012)

El sábado que viene, 14 de julio, algo drástico debería suceder en cada corazón honrado. Los centenarios no son nada más que congregaciones de días, excusas para colocarte una cinta en la pechera y creer que el deber está cumplido, pero este centenario merece tener altura pentecostal, porque el sábado se cumple un siglo del nacimiento de Woody Guthrie, cantante de la acción directa, voz de los manos sucias, cronista de los sin nada, contradictorio, preso de una agitación emocional permanente, indomesticable visualizador de la tierra reseca y el cielo espeso, hambriento de justicia, archivista para la posteridad del elenco de traidores, déspotas, fascistas y explotadores…

Una canción es lo que está mal y cómo solucionarlo o / Quién esta hambriento y dónde tiene la boca o / Quién está desempleado y dónde está el trabajo  o / Quién está arruinado y dónde está el dinero o / Quién lleva una pistola y dónde está la paz. Bajó el prisma dialéctico que adquirió por la ciencia infusa de los caminos y sin pasar por la contaminación  universitaria, Guthrie supo ver que todo conflicto se desarrolla entre dos polos: opresores y oprimidos. Se entregó a dar voz a los segundos.

Woody Guthrie

Woody Guthrie

En el convencimiento de que casi nada ha cambiado y que a los platillos de la balanza se les ha seguido añadiendo más culpa que inocencia, resumimos la estancia sobre la tierra —con minúscula, por favor, la de todos— de Woody Guthrie, «un hombre al que le daba igual tener diez dólares o diez centavos en el bolsillo», como le definió un amigo, porque las finanzas no eran lo suyo y sabía que no nos han dejado caer en mitad de la historia para practicar el ahorro según los criterios de los bancos o la caridad recomendada desde los púlpitos, sino el desapego material.

Cuando culminó su corta vida (54 años) tenía más hacienda que el más secular de los caciques: varios miles de canciones (no hay un recuento oficial, porque se tiene la certeza de que compuso muchas sin preocuparse por registrarlas como suyas) y cuatro guitarras. Sobre cada uno de los instrumentos, Woody había colocado una consigna que aún debería ser el santo y seña que permita la entrada en el baile: This Machine Kills Fascists (Esta máquina mata fascistas).

Casa natal - Foto: Walter Smalling, 1979

Casa natal – Foto: Walter Smalling, 1979

1. Como todos los puros, rústico. Woodrow Wilson Woody Guthrie nació en el centro geográfico del estado de Oklahoma (la etimología es exacta como una foto: okla humma significa gente roja en muskogi, la lengua de los pobladores primarios, los indios choctaw) el 14 de julio de 1912. En el árbol genealógico del niño, bautizado en honor al político demócrata Woodrow Wilson (pronto elegido presidente del país), hay antepasados cuyos nombres de pila también son parte de la canción: Jeremiah, Aliza, Izadore…, filiaciones de musicalidad matinal y olor a tizne. Contemplado en una street view virtual, el pueblo natal, Okemah, todavía luce almacenes y calles que nacen para perderse en las praderas. Cuando nació Woody, Okemah era un lugar joven, fundado sólo diez años antes y bautizado en honor al Jefe Okemah, un indio algonquino que creía que todo, lo orgánico y lo inorgánico, tiene vida propia y está conectado. Los blancos pagaron a los indios 50 dólares por cada acre de tierra (4.047 metros cuadrados). Cada circunstancia de la vida de Woody está esperando una guitarra.

Woody (izquierda), su hermano George y sus padres en el porche de la casa de Okemah

Woody (izquierda), su hermano George y sus padres en el porche de la casa de Okemah

2. Nora, la madre, era una mujer trágica. Padecía —aunque sin saberlo— la enfermedad de Huntington, una degeneración nerviosa hereditaria y mortal que puede conllevar actitudes dementes y que en el pasado era conocida como baile de San Vito por los movimientos incontrolados y espásticos que provoca. Nora tenía el ánimo desvencijado y en los descensos era peligrosa: incendió la casa de la familia, fue la responsable de un fuego accidental provocado por una estufa que mató a su hija Clara en 1919 y en 1927 intentó quemar a su marido, Charley, que resultó gravemente herido y tuvo que ser hospitalizado. Nora fue internada en un manicomio y murió tres años más tarde. Woody heredó el cromosoma causante de la enfermedad.

3. Charley, el padre especulador de terrenos. Charley Guthrie era un hombre industrioso y con buena mano para los negocios. Llegó a ser propietario de una treintena de lotes de terreno en la zona de Okemah y se las arreglaba para vivir de la compraventa y el chalaneo especulativo. Como es habitual entre los de su especie y porque andaba sobrado de labia, quiso meter baza en política, siempre desde el bando demócrata. Solía participar en la organización de discursos al raso —los stomp speeches que se celebraban bajo la sombra de un árbol—, a los que llevaba como compañía a Woody. El niño era todos oídos.

Los cuerpos de Laura y Lawrence Nelson cuelgan del puente, Okemah, 1911

Los cuerpos de Laura y Lawrence Nelson cuelgan del puente. Okemah, 1911

4. El linchamiento de negros. Los mítines políticos no eran los únicos encuentros en los que participaba Charley Guthrie. El terrateniente demócrata había participado en la multitud asesina que linchó, en mayo de 1911, a Laura Nelson, de 35 años, y su hijo Lawrence, de 15, granjeros negros y pobres acusados de matar a un agente del sheriff. Los cuerpos fueron colgados de un puente cerca de Okemah. Con el tiempo, el fanatismo de Charley se acentuó: no le bastaba con ser un vigilante y entró como hermano en un capítulo local de Klu Klux Klan. Woody escribió una canción sobre el linchamiento en el que había colaborado su padre: sostiene que la turbamulta también asesinó a un segundo hijo de la mujer, un bebé.

Alumnos del instituto de Okemah. Woody es el primero por la derecha de la fila de abajo, 1926-1927

Alumnos del instituto de Okemah. Woody es el primero por la derecha de la fila de abajo, 1926-1927

5. Harmónica en el bolsillo. Woody no tenía demasiado interés en la educación que le querían transmitir en las aulas. Iba a clase con la harmónica en el bolsillo, hacía novillos cada vez que podía y en clase era el payaso, siempre dispuesto a montarla con tal de provocar unas carcajadas e interrumpir a los latosos docentes. Era demasiado bajo (medía 1,65 metros de adulto) y enclenque para jugar al fútbol americano o el baloncesto, pero iba a los partidos, ayudaba con el utillaje y ligaba con las chicas. Desde pequeño hacía trabajillos a cambio de unas monedas: repartía periódicos, lustraba zapatos, limpiaba sótanos, recogía utensilios que nadie quería e intentaba venderlos… También bailaba, cantaba y tocaba la harmónica en la calle mayor de Okemah. No tenía más remedio que buscarse la vida porque su padre, cuyos negocios de terrenos habían quebrado, se había largado a Pampa, en Texas, donde el boom del petróleo prometía oportunidades. Charley se llevó con él a los dos hijos pequeños, Mary Jo y George, pero dejó en Okemah a los mayores, Woody y Roy. «Tenéis edad para vivir por vosotros mismos», les dijo.

Tormenta de polvo en Pampa (Texas), 1930

Tormenta de polvo en Pampa (Texas), 1930

6. Gorki y la Biblia en la pampa. «Tres grandes catástrofes azotaron las llanuras del norte de Texas en 1929: las tormentas de arena, la Depresión y yo», escribiría Woody en la autobiografía de 1934 Bound for Glory [hay traducción española: Rumbo a la gloria, Global Rhythm Press, 25 euros]. Su padre le mandó llamar para que se trasladase a Pampa, un pueblo bautizado no por casualidad en honor a la región homónima argentina: 360 grados de horizonte sin un sólo alivio para los ojos, y Woody —que tenía 17 años— se puso a hacer todo lo que le encargaban: servía leche merengada en una fuente de soda, se encargaba del mantenimiento de un caserón-patera para braceros, aceptaba trabajos como pintor de brocha gorda, limpiaba coches, traficaba con alcohol casero… Vivía en la zona pobre de la ciudad, Little Juárez, donde abundaban los sin futuro que vagaban en busca de un bocado. Su humor se escindía entre la actividad frenética de los días buenos y la soledad huraña de los malos. Cuando la sombra le embargaba iba a la biblioteca pública a leer —sus libros favoritos eran La Madre [PDF], de Gorki, y la Biblia— o se quedaba en su cuchitril, fumando un cigarrillo de liar tras otro —siempre de la marca Bull Durham— y dibujando caricaturas o acuarelas. También hizo cursos por correspondencia sobre conocimientos básicos de leyes, medicina, religión y literatura. Lo quería saber todo pero tenía prisa y, como si supiera que los bocados han de ser rápidos cuando tienes poco tiempo por delante, no quería ahondar en ningún discutible conocimiento que estuviese encerrado en un papel.

The Pampa Jr. Chamber of Commerce Band (Guthrie, primero por la izquierda), 1936

The Pampa Jr. Chamber of Commerce Band (Guthrie, primero por la izquierda), 1936

7. Escucha e imitación. Durante sus años texanos Woody aprendió a tocar la guitarra. Le enseñó Jeff Guthrie, medio hermano de su padre y gran intérprete de violín, que no daba crédito al talento natural del chico y lo rápido que aprendía, deseando imitar el finger picking de Maybelle Carter, de la Carter Family. Con Jeff y con otros grupos locales, Woody tocó en fiestas granjeras, celebraciones públicas y bodas. Nunca aprendió solfeo ni técnicas de notación: tocó por imitación hasta que desarrolló su propio estilo.

8. «Pensábamos en cómo respirar». El 28 de octubre de 1933 Woody Guthrie se casó con Mary Jennings, de 17 años, una chica de campo tímida y seducida por el don de la palabra y la invención que atesoraba aquel músico sin futuro. La primera hija, Gwendolyn, nació en 1935. Luego llegarían Sue (1937) y Bill (1939) [los dos primeros heredaron la enfermedad de Huntington y murieron prematuramente, a los 41 años; Bill falleció en un accidente automovilístico a los 23]. Eran malos tiempos para sostener a una familia: la Gran Depresión que se inició con el crack de la bolsa de 1929 y la quiebra posterior del sistema bancario configuró un paisaje de pobreza, hambre y desempleo (25%) desconocido en los EE UU. Para empeorar las cosas, la Great Dust Bowl (gran tormenta de polvo) arruinó 400.000 kilómetros cuadrados de tierras de cultivo entre 1931 y 1937 en el sur del país. «No pensábamos en qué comer, pensábamos en cómo respirar», escribió Guthrie.

Primeras "canciones y baladas" de Alonzo M. Zilch, 1935

Primeras «canciones y baladas» de Alonzo M. Zilch, 1935

9. «Lector sicológico». Woody se dejó llevar por la aflicción y se entregó a la bebida. Paseaba por las calles descalzo, con la ropa rota y sucia, hasta que amanecía, regresaba a casa y se echaba a dormir la mona. Lo sacó del arroyo su madrastra, Betty Jean McPherson, con la que se había casado Charley Guthrie en 1931. La mujer, una convencida espiritualista y teosofista, hizo leer a Woody algunos panfletos de Robert Collier, precursor de la autoayuda mediante el pensamiento postivo y el desarrollo de la voluntad. Woody se tomó el asunto tan en serio que durante unos meses, aprovechando su desenvoltura y labias naturales, montó una consulta en su casa a la que llamaba The Guthrie Institute for Psychical Research. Atendía él mismo a los pacientes bajo el heterónimo de Alonzo M. Zilch, «psychological reader» (lector sicológico). Bajo esa misma identidad registró sus primeras canciones. Durante esta época leía con fruición El profeta, el libro del místico libanés Jalil Gibran.

Refugiados de la Dust Bowl en San Fernando, California. Foto: Dorothea Lange, 1935

Refugiados de la Dust Bowl en San Fernando, California. Foto: Dorothea Lange, 1935

10. Canciones por un plato de sopa. En 1937, como otros cientos de miles de desesperados y arruinados sin nada por perder, Woody decidió poner rumbo al oeste. No llevaba ni un dólar en el bolsillo. Durante el camino hacia California, su destino, montó como polizón en trenes, hizo jornadas a pie, trabajó lavando platos y fregando suelos, cambió un plato de sopa por unas cuantas canciones, conoció a mucha gente y anotó sus historias. En California se encontró con el racismo anti okie —por originario de Oklahoma, como se llamaba despectivamente a todos los desplazados por la pobreza— y tuvo que trabajar como obrero, pero un golpe de suerte le llevó a entrar en la emisora populista de Los Ángeles KFVD, donde conducía el show musical Woody and Lefty Lou con la cantante Maxine Crissman. A los pocos meses de llegar trajo a Mary y los niños. Hasta 1940 trabajó como locutor-cantante y se convirtió en el portavoz de los okies y otros outsiders en el sur de California. Estrenó en antena muchas de las canciones que había compuesto en el camino, desoladoras crónicas de carencia y pobreza que luego se reunieron en su primer álbum, Dust Bowl Ballads (1940) [Dust Bowl Blues, Tom Joad, Dust Bowl Refugee, Dust Can’t Kill Me, Blowin’ Down This Road, Dust Pneumonia Blues…]

Woody y Lefty Lou ante los estudios de XELO, en Tijuana, 1938

Woody y Lefty Lou ante los estudios de XELO, en Tijuana, 1938

11. Copyleft en los años treinta. Durante los shows en la radio —que continuó transmitiendo desde la border blaster ubicada en Tijuana (Méxixo) XELO, cuya señal llegaba hasta Canadá—, Woody repartía entre los asistentes copias de las letras de las canciones y los acordes. Las octavillas culminaban con esta declaración precursora del procomún que algunos creen un producto derivado de la cultura geek del siglo XXI: «Esta canción está registrada en los EE UU bajo copyright por un periodo de 28 años y cualquiera que la cante sin nuestro permiso será considerado un buen amigo, porque nos importa un comino. Publícala. Escríbela. Cántala. Muévela. Nosotros la escribimos, eso es todo lo que queríamos hacer».

La sección 'Woody Sez' del semanario comunista "The Daily Worker"

La sección ‘Woody Sez’ del semanario comunista «The Daily Worker»

12. «Soy un rojo». En California hizo buenas migas con un par de militantes del Partido Comunista de los EE UU, el periodista Ed Robin y el actor Will Geer, actuó en actos del grupo político y firmó entre 1939 y 1940 la columna de opinión Woody Sez (Woody dice) en el semanario oficial de los comunistas, The Daily Worker. Opinaba sobre la actualidad pero escribía con faltas de ortografía que imitaban el acento hillbilly e incluía un dibujo o cómic. También redactó para una revista socialista una serie de reportajes de denuncia sobre las indignas condiciones de vida en los hoovervilles —por el presidente Herbert Hoover—, los campamentos donde los okies eran obligados a instalarse cuando llegaban a California. Aunque Guthrie fue espiado por el FBI durante la caza de brujas como presunto militante comunista, el cantautor nunca llegó a formalizar su afiliación al partido, aunque tampoco desdijo que era un fiel compañero de viaje. «No soy un comunista, pero sí un rojo», contestó cuando le preguntaron.

Woody y su primera esposa, Mary, con los tres hijos de la pareja (Gwen, Sue y Bill) frente a su casa en Los Ángeles, 1941

Woody y su primera esposa, Mary, con los tres hijos de la pareja (Gwen, Sue y Bill) frente a su casa en Los Ángeles, 1941

13. Un «pequeño bastardo» en Nueva York. Por invitación de Geer, Woody viajó a Nueva York en 1940. Los círculos de folkloristas le recibieron como «el vaquero de Oklahoma» —pese a que tenía miedo a los caballos y no se atrevía a montarlos— y los izquierdistas le convierten en un héroe pese a que no existían grabaciones de sus temas, que eran transmitidos de un intérprete a otro y que nadie en Nueva York conocía. En la gran ciudad, donde Woody vivió con pocas interrupciones desde entonces, cantó allá donde fue invitado. En el primer concierto, organizado para recaudar fondos para los refugiados de la República Española recién derrotada por el fascismo franquista, interpretó Jarama Valley (Pese a que hayamos perdido la Batalla del Jarama / Volveremos para liberar este valle). En otra actuación, en defensa de John Steinbeck, a quien la derecha estadounidense acusaba de «socialista» y «antipatriota» por la novela Las uvas de la ira (1939) —basada en los okies escapados de las dust bowls—, Woody salió a escena rascándose el pelo enmarañado con la púa de la guitarra y sosteniendo el instrumento sobre el hombro, como si fuera un rifle: «¡Dios! El metro para llegar aquí estaba tan abarrotado que ni siquiera podías caerte. Tuve que cambiar dos veces de tren y en ambas salí de los vagones con zapatos diferentes». Tras escucharle cantar las baladas sobre las nubes de polvo y la tragedia de los desplazados, Steinbeck expresó su pasmo: «Tuve que escribir una novela para explicarlo y este pequeño bastardo lo cuenta mejor en unos cuantos versos».

Woody Guthrie en Nueva York

Woody Guthrie en Nueva York

14. Archivando a Woody. En el concierto, con la adrenalina igualmente disparada por la expresiva sinceridad de Woody, la penetrante humildad narrativa de sus letras, la pureza formal redentora de las viejas canciones tradicionales y el componente existencial de las peripecias de tragedia y dominación que en todas latía, estaban Pete Seeger, el veleidoso padrino del folk entendido como material para tesinas universitarias —ejemplo de su visión: hasta 1993, cuando publicó una autobiografía, no repudió en público su apoyo fanático al régimen genocida de Stalin—, y el musicólogo Alan Lomax, que no dejó escapar aquella joya y al cabo de unos días ya había metido en un estudio de grabación al «vaquero de Oklahoma». Aunque sólo se publicaron en disco unas cuantas —el resto se archivaron en la Biblioteca del Congreso y no fueron editadas hasta 1964, cuando el folk era un buen producto comercial y Woody estaba internado en un manicomio—, el cantautor no se amilanó y entró en una fase de creatividad creciente: compuso un disco temático, Ballads of Sacco and Vanzetti, una crónica casi periodística basada en las actas del proceso judicial amañado que terminó con la condena a muerte de dos anarcosindicalistas [parte 1, parte 2, parte 3; parte 4; parte 5]; escribió 21 canciones en un mes de encierro, entre ellas tres de sus piezas más conocidas —Roll On Columbia, Pastures of Plenty  y Grand Coulee Dam—…

Woody Guthrie, agachado, con Alan Lomax, 1946

Woody Guthrie, agachado, con Alan Lomax y la hija de éste, 1946

15. Contra la propiedad privada. En febrero de 1940, Woody terminó en una sola tarde This Land is Your Land, una respuesta a la patriotera y complaciente oda God Bless America que compuso Irving Berlin y han cantado todos los cazurros y cazurras prosistema. La pieza de Woody, socializante, optimista y peleona, fue repudiada por los poderes fácticos por algunos versos que se consideraron una llamada a la colectivización, la eliminación de la propiedad privada y a la revuelta para conseguir la justicia social: Mientras caminaba encontré un cartel / Que decía: Propiedad Privada / Pero el reverso estaba en blanco / Ese reverso fue hecho para ti y para mí (…) En las plazas de las ciudades, a las sombras de los campanarios / En las oficinas de ayuda social, he visto a mi gente / Hambrienta, esperando, preguntando / ¿Es esta tierra para ti y para mí?.

Woody Guthrie y Marjorie Mazia, 1945

Woody Guthrie y Marjorie Mazia, 1945

16. Cathy de las mil danzas. En noviembre de 1945 Woody se casó con Marjorie Mazia, una bailarina de danza moderna nacida en 1917 en una familia de judios emigrados de Rusia. Se habían liado dos años antes y la primera mujer de Guthrie pidió el divorcio tras enterarse del asunto. Con Marjorie, que trabajaba como profesora en la escuela de Marta Graham, Woody vivió los momentos más felices y reposados de su vida. Se establecieron en una casa cerca de Coney Island y el mar, en la avenida Mermaid, donde él no dejaba de teclear poemas, reseñas y esbozos de canciones en una máquina de escribir. Tuvieron cuatro hijos, una de las cuales, Cathy, la favorita de Woody («Cathy de las mil danzas», la llamaba), murió electrocutada a los cuatro años en un accidente doméstico que envió al músico a una depresión aguda de seis meses. Los otros tres hijos son Joady, Nora y Arlo, que es cantante.

Woody Guthrie

Woody Guthrie

17. Contradictorio pero antifascista. Woody merece el respeto de que no obviemos  sus contradicciones, que fueron las mismas de la izquierda occidental. Apoyó a Stalin mientras este mantuvo el pacto de no agresión con Hitler y defendió el pacifismo y la no intervención estadounidense en la II Guerra Mundial. Cuando quedaron claras las intenciones del nazismo, quiso reparar la inocencia alistándose en el ejército, pero no le quisieron y se tuvo que conformar con estar unos años en la marina mercante. Al contrario que algunos de sus compañeros en el colectivo Almanac Singers —defensores de la idea de que «el comunismo es el nuevo americanismo»—, Woody descreyó pronto y se situó en el más ámplio y humana militancia del antifascismo. «Mis ojos han sido mi cámara de fotos para ver el mundo y mis canciones han sido los mensajes que he ido repartiendo por los patios de atrás, las escaleras de incendios, las ventanas cerradas y las habitaciones a oscuras, y ahora sé que el fascismo es tener miedo», escribió en 1948.

Arlo Guthrie, Woody Guthrie y Marjorie Mazia en el hospital de Brooklyn, 1966

Arlo Guthrie, Woody Guthrie y Marjorie Mazia en el hospital de Brooklyn, 1966

18. Una cucharada de agua con azúcar. Los últimos años de Woody fueron tan penetrantes como el resto de su vida. En 1952 Marjorie pidió el divorcio porque él se había convertido en un alcohólico irresponsable que gastaba el dinero del alquiler y la comida en los bares del barrio y, aún peor, sufría ataques de violencia que ponían en peligro a los niños. Los médicos diagnosticaron esquizofrenia y se equivocaron. Woody volvió a errar: se casó con la bohemia Anneke Van Kirk, tuvieron una hija, Lorinna Lynn, y vivieron en un autobús adaptado como casa en Florida. En 1953 sufrió quemaduras graves en el brazo derecho por la explosión accidental de una bombona de gas y quedó impedido para tocar la guitarra. Al año siguiente regresó a Nueva York y firmó un divorcio amistoso con su tercera esposa. A la niña la entregaron en adopción y, como tantos hijos de Woody, moriría prematuramente, a los 19 años, en un accidente de coche. Desde 1956 el gran cantautor vivió hospitalizado en varios psiquiátricos de Nueva York, con esporádicas altas para pasar en casa los fines de semana. La enfermedad de Huntington, finalmente comprobada por los médicos, avanzó hasta desbaratarle los movimientos y la coordinación e impedirle hablar. Marjorie le cuidó durante este tiempo. Muchos amigos y fans le iban a ver, entre ellos un jovencito que le veneraba llamado Bob Dylan, pero Woody no siempre era amable con las visitas. Woody falleció el 3 de octubre de 1967, tras beber un cucharada de agua con azúcar y escuchar, con los ojos cerrados, como el capellán del hospital rezaba: «El Señor es mi pastor».

"Woody at 100" (Folkways, 2012)

«Woody at 100» (Folkways, 2012)

19. Nuevo cofre retrospectivo en Folkways. La obra de Woody Guthrie es amplísima, tan difícil de abarcar como necesaria para mantener cierto nivel de fe en la capacidad de autoredención del género humano. Lo mejor para quienes opten por el acercamiento está en el catálogo de la discográfica Folkways, que debería ser Patrimonio de la Humanidad. La colección de cuatro discos The Asch Recordings es apabullante (149 temas grabados entre 1944 y 1948), pero acaba de ser editado el cofre Woody at 100: The Woody Guthrie Centennial Collection, donde, además de las 57 canciones de los tres discos [todas pueden escucharse en streaming aquí] —entre ellas 21 inéditas y las recientemente descubiertas primeras grabaciones de 1939 en la radio KFVD—, hay un libro de 150 páginas con ensayos, obra gráfica pintada por Guthrie y muchas fotos. Una audición complementaria que permite atisbar la exorbitante obra musical y poética del okie es la serie de tres discos Mermaid Avenue, donde el grupo Wilco y Billy Bragg ponen música a letras que Guthrie dejó escritas pero sin musicar.

Woody Guthrie, 1958 (Woody Guthrie Foundation and Archives - Foto: Lou Gordon)

Woody Guthrie, 1958 (Woody Guthrie Foundation and Archives – Foto: Lou Gordon)

20. ¿Indignado a los 100? Esta foto nunca se había publicado hasta 2004, cuando apareció en la biografía definitiva de Woody, Ramblin’ Man (Ed Cray, W.W. Norton & Company). Está datada en 1958, al comienzo del tercer año de internamiento hospitalario del músico y siete años antes de la muerte. Pese a que en la imagen se adivina la cruel enfermedad degenerativa que padecía, la mirada incadescente parece rebatir el daño y me atrevo a aventurar que propone una respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada: ¿sería Woody Guthrie un indignado de cien años? Aventuro que el rústico vendedor de diarios, pintor de brocha gorda, campesino, trovador ambulante, polizón, sintecho, pinchadiscos, agitador asambleario, columnista de un diario comunista, limpiazapatos, payaso de instituto, hombre con los genes rotos y padre de tantos hijos muertos responde con la mirada, como antes con la máquina de escribir, que sí, que siempre, que no hay otra dignidad que la indignada… «No me gustan las canciones que te hacen pensar que no eres bueno. No me gustan las canciones que te hacen pensar que has nacido para perder, que estás destinado a perder, que no eres bueno para nadie, que no sirves para nada, que eres demasiado viejo o demasiado joven o demasiado gordo o demasiado flaco o demasiado feo o demasiado esto y lo otro. No me gustan las canciones que se burlan de nosotros, de nuestra mala suerte, de nuestra vida desgraciada. Estoy aquí para luchar contra esas canciones hasta mi último aliento, hasta mi última gota de sangre. Estoy aquí para cantar canciones que probarán que este es nuestro mundo sin que importe cuánto y cuan fuerte nos hayan golpeado».

Ánxel Grove

El cine antinazi británico ensalzaba el cricket y el fútbol de patada a seguir

El corto que preside la entrada, engolado como todo producto british que se precie —los Smiths, los sonetos de Shakespeare, el pastel de riñones…—, es un arma de contrapropaganda antinazi. Fue realizado en 1940 y pagado por el British Council, la organización oficial creada en 1934 para defender, promover y vender la cultura británica en el mundo antes de los Beatles.

Con el nazismo afilando su ideología supremacista desde Centroeuropa, la administración británica necesitaba un argumentario para defenderse. Hitler, con quien el Reino Unido estaba en guerra desde la invasión de Polonia (otoño de 1939), machacaba a la opinión pública con la acusación de que el estado insular era una nación añeja y regida por tradiciones igual de arcaicas.

La idea fue utilizar el cine para exportar un ideal de futuro sin caer en la dialéctica discursiva de los nazis. Las 120 películas que produjo el British Council no mostraban la forma de ser del Reino Unido, sino la manera en que el país, pensaban sus dirigentes, deseaba ser visto por el resto del mundo.

Tratándose de británicos, la presunción de que su forma de vida es la única que vale la pena es acertada. Los cortos son panegíricos —con frecuencia muy naíf— sobre la  british life y sus supuestos logros: maternidades modélicas, seguro de desempleo, diversión sana (aunque acaso un poco bruta) y cerveza superior. Desde luego, ni un atisbo de crítica.

La colección completa acaba de ser colgada en Internet en la web del British Council Film Collection. El trabajo de digitalización y clasificación ha sido financiado por Google y apadrinado por New Deal of the Mind, una coalición de empresarios, creadores y artistas que quieren empaquetar y comerciar el «talento británico». Una alianza que mete miedo.

En el divertido archivo —el adjetivo de cultural no es aplicable, quizá sí el de costumbrista— que ahora se puede ver online hay cortos donde el fútbol inglés se presenta como lo que allá en las islas siguen creyendo que es (el único válido: prolongación del patada-a-seguir del rugby), escenas de Shakespeare (¿quién más?), detalles sobre la producción de lana escocesa, una defensa de las leyes penales inglesas realizada con maneras de Alfred Hitchcock, las pruebas de por qué resulta irrefutable la afirmación de que Inglaterra es un «país de jardineros» y el revelador corto que inserto para terminar, donde intentan explicarnos la grandeza y gracilidad de ese juego racial, ridículo e inexplicable que llaman cricket, el único deporte del mundo que se juega con jersey de pico.

Ánxel Grove

Lenin y Bowie en ‘mugshots’ de estilo inmutable con 81 años de diferencia

Lenin, 1895 (izquierda) y Bowie, 1976

Lenin, 1895 (izquierda) y Bowie, 1976

Entre el par de fotos de la izquierda y las dos de la derecha hay casi un siglo de distancia temporal.  Vladimir Ilich Lenin fue retratado en un cuartel de la policía zarista de San Petersburgso en 1895. David Bowie, en un comisaría policial de Rochester (Nueva York-EE UU) en 1976.

Los delitos son distintos, casi discrepantes. El del soviet, ejercer la agitación escribiendo y publicando panfletos peligrosos para el estatus del imperio, con títulos tan manifiestos como Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas. El del músico, llevar encima casi tres kilos de marihuana.

Los castigos tampoco guardan semejanza: Lenin fue condenado en 1896 a tres años de destierro en la tundra siberiana, mientras que Bowie, tras una retención de unas horas en el cuartelillo, pagó una multa de 2.000 dólares y se fue a su hotel de lujo sin cargos judiciales.

¿Es improcedente colocar una imagen al lado de la otra? No desde el punto de vista fotográfico: ambas pertenecen al género de las mugshots o retratos policiales y, como tal, responden al mismo objetivo (ser añadidas como complemento gráfico al atestado policial) y, pese a los 81 años transcurridos, están realizadas con la misma metodología (retratos frontal y de perfil, iluminados con luz directa y con corte de plano medio).

Al Capone, 1929

Al Capone, 1929

No hay nada artístico en las mugshots, ningún artificio. Todo es sometimiento al imperativo del género y la utilidad. El retratado debe ser identificable y dejar ver sus dimensiones antropométricas. El modelo ha de mostrarse ante la cámara manejada por un funcionario policial que hace su trabajo con disculpable rutina.

En los retratos policiales hay otra constante: el retratado sabe y asume que la foto es la prueba gráfica de su detención y debe decidir, en un espacio de tiempo ínfimo, habitualmente 1/125 de segundo, y bajo una tremenda presión, qué imagen, rastro o reflejo quiere dejar de sí mismo ante quienes le han capturado y le juzgarán.

Al Capone, que llegó a ser el enemigo público número uno, todavía lucía saludable cuando fue detenido en 1929 por llevar encima armas de fuego sin licencia. Su mirada es clara en la mugshot, de fiera pero también de hombre de negocios. Tiene el don de saber ocultar el miedo que padecía a los atentados de las familias enemigas que deseaban asesinarle y el dolor de la sífilis que sufría desde adolescente (y que le mató a los 48 años).

Hermann Goering, 1945

Hermann Göring, 1945

Tampoco opta por el mimetismo o el enclaustramiento el mariscal nazi Hermann Göring, detenido en Austria en mayo de 1945. El ego descomunal del que había sido designado por Hitler como sucesor es patente en las fotos, en las que posa con descarada pedantería, la misma que le hacía llevar toga sobre el uniforme y que demostró en los juicios de Nuremberg por crímenes contra la humanidad (se suicidó con una píldora de veneno el día antes del señalado para su ahorcamiento).

Algunas sentencias judiciales en los EE UU no han admitido como prueba las mugshots porque «criminalizan» a los acusados e influyen en los jurados al estar basadas en el mismo código visual de los carteles de se busca. Otros fallos judiciales, en sentido contrario, indican que las fotos son especialmente apropiadas cuando se trata de demostrar la «carrera criminal» de una persona.

Sean cuales sean el lugar o el tiempo, la circunstancia o la causa de la detención, la actitud altanera o derrotada del modelo, la tecnología análogica o digital utilizada en los retratos policiales -que pueblan por millones los archivos nacionales y los vericuetos de Internet (aquí hay un buscador y aquí una colección de celebrities en apuros), el carácter del subgénero no se ha transformado: el supuesto culpable, casi siempre sumiso, posa ante el sistema represivo de frente y de perfil.

Presuntos mafiosos, 1940

Presuntos mafiosos, 1940

Las excepciones son contadas. La foto de la izquierda, tomada en una comisaria de Nueva York en 1940, muestra a un grupo de cuatro acusados de pertenecer a una pandilla organizada de delincuentes. ¿Por qué la imagen en grupo, que rompe todos los cánones del trabajo y no tiene ningún fin aparente que no pueda ser suplido por las fotos individuales? ¿El deber inesperado del fotógrafo por ser documentalista, casi reportero?

En otras ocasiones, muy pocas, la ideología se infiltra de manera muy burda en el hábito y la mugshot expande su significado.

El 23 de febrero de 1956 casi 60 activistas en pro de los derechos civiles de los negros estadounidenses fueron detenidos en Montgomery (Alabama) tras una manifestación contra la segregación racial en los autobuses públicos.

Martin Luther King, 1956

Martin Luther King, 1956

Uno de los detenidos fue Martin Luther King. El funcionario policial encargado de las mugshots descuidó bastante el marco de la foto y lanzó al activista hacia la izquierda y hacia abajo. ¿Cansancio por tener que retratar a tanto negro beligerante? ¿Puro deseo primario de acabar con aquel joven carismático sacándolo del cuadro?

Pasados unos años, el 4 de abril de 1968, alguien anotó a mano alzada en la foto que King estaba muerto. La palabra dead aparece dos veces: sobre el vientre y encima de la cabeza del asesinado. Las fotos casi nunca mienten.

Ánxel Grove

 

Cuando las fotos de moda no eran grosería

Portada de Vogue, 1950

Erwin Blumenfeld - Portada de Vogue, 1950

A veces algunos de mis amigos aficionados a la fotografía hablan de fotos de moda. La conclusión suele ser unánime: hieden.

Entiendo la reacción impulsiva. En mi trabajo como periodista he tenido que soportar esos productos que ahora llaman editoriales de moda: pura y simple publicidad en un packaging grandilocuente, como de pureza existencial. Me recuerdan a las personas que entran en una estancia haciendo resonar los colgantes de bisutería que pretende pasar por joyería. Dicen: «aquí estoy, soy guay y tú no lo eres».

Los quioscos están llenos de pornografía semiótica de esta calaña (algunas mentes también, pero eso es otra historia). Fotografías de valor cero.

En el bello artículo Cómo la fotografía ha arruinado la vida de millones de mujeres, Txema Rodríguez, que además de fotógrafo es un tipo que no ha perdido el alma en el marasmo, apunta a los parásitos que han llevado las fotos de moda a un «punto grotesco» y les llama «gente que construye la imagen del otro sexo sin observarlo».

Ewing Blumenfeld

Erwin Blumenfeld

Cuando mis amigos reniegan de las fotografías de moda están sobrados de razones, lo sé.

Tendente como soy a llevar la contraria (sobre todo para no terminar hablando de lo de siempre, o sea, reduciendo el lenguaje a la primera persona del singular), suelo meterme en camisa de once varas y les hago ver que no podemos, no debemos, quedarnos en Vanity Fair Vice (por citar a los dos extremos de las revistas parasitarias de lo femenino: la casta y la grosera) o cualquiera de sus muchas hermanastras, porque no son más que basura.

Entonces les hablo de Erwin Blumenfeld (1897-1969). O mejor, porque la verbalización no hace más que añadir ruido a la pureza emocional de las fotos, les enseño a Blumenfeld.

Cada una de sus fotos es una lección de moralidad y compromiso, una epifanía, una canción.

Erwin Blumenfeld - "Wet silk"

Erwin Blumenfeld - "Wet silk", 1937

La erótica, que la hay, tangible y doliente, es de seda, nunca de la basta arpillera que envuelve los editoriales de moda de los basurales de hoy.

Blumenfeld, judió berlinés, hizo fotos desde los ocho años. Fue conductor de ambulancias en la I Guerra Mundial y desertor de la carnicería. Detenido y encarcelado, se exilió en Holanda. Buscó ganarse la vida como librero y peletero, pero en ambos oficios fracasó. En 1936 se estableció en París y conoció a Cecil Beaton, que le apadrina, le considera un hermano, le introduce en el circuito de las fotos de moda.

Blumenfeld no es un esteta de hielo: envuelve a sus modelos en gasas mojadas, las retrata bajo la óptica de la imperfección, las obliga a comulgar y comprometerse, jugar

Erwin Blumenfeld, 1939

Erwin Blumenfeld, 1939

En 1939 -no sin antes firmar el más certero de los retratos de Hitler-, convence a Lisa Fonssagrives para que se cuelgue de la Torre Eiffel.

El reportaje, que publica Vogue, es un poema a la libertad, una de las obras de arte más hermosas del siglo XX.

Cuando la fotografía de lo femenino es «parafílica», como dice Txema Rodríguez, tenemos que determinarnos en la labor crucial: «La belleza se encuentra y admira, no se construye o crea, porque sucede espontáneamente a través de quien la descubre y la muestra a otros».

Se deben romper las reglas, desde luego. Para eso fueron concebidas, para encontrar la mano que las quiebre y las reinvente para que la siguiente mano vuelva a quebrarlas. Pero nada se rompe a través de la grosería. Como un escupitajo hacia el cielo, el insulto siempre retorna.

Blumemfeld opinaba que «la belleza está en el accidente, el mal balance, el tropiezo, la sensibilidad transtornada».

Erwin Blumenfeld, 1944

Erwin Blumenfeld, 1944

Su carrera -que hoy utilizo en Xpo como referente y patrón de una ética que no considero perdida pese a la afluencia de tiburones reaccionarios en el mar revuelto de las fotos de moda- fue un ejemplo de trascendencia.

Incluso en los trabajos de encargo tensó el límite, buscó las pistas de aterrizaje, el gesto sacerdotal, el baile apócrifo que debemos trazar en el mundo lleno de nosotros.

Ánxel Grove