El día en que una elefanta saltó del tranvía volador

¡Tuffi está loca! ¡Tuffi se cree Dumbo! ¡Tuffi baila con la muerte…!

Seguramente sea uno de los intentos de suicidio más extraños de la historia animal. Cayó desde una altura considerable, pero la fortaleza propia del elefante le evitó males mayores. Puede que se tratara de una huida desesperada, como en las películas de espías o presidarios, un doble o nada, salto al agua y a ver qué ocurre.

Es imposible pensar como un elefante. Sentir como un paquidermo. Escuchar las llamadas suicidas en la demencia de sentirte atrapada en un diminuto vagón de tren.

Es paradójico querer meterse en la mente de esta elefanta inverosímil.

Solo deberían importarnos unos segundos de caída libre

Fotomontaje del salto de Tuffi.

Fotomontaje del salto de Tuffi.

Un tren aéreo, un dragón de acero, no es lugar para una elefanta; un camión o un circo, no se engañen, tampoco. Tenía motivos de peso. Unas estaciones repletas de ojos. Una trompa que expulsó quejidos flamencos. Y ese río teñido de negro.

Esta podría haber sido su esquela si el azar y un fondo de fango no la hubieran protegido:

El animal se tiró desde el ferrocarril colgante en marcha, en la ciudad alemana de Wuppertal, centro económico, industrial y cultural del Condado del Monte (Renania del Norte-Westfalia). Cayó al frío río Wupper desde una altura de más de 10 metros.

Pudo atraerla el brillo del Wupper por el recuerdo imantado de su India natal (los elefantes son seres memoriosos y los ríos se parecen en todas partes del mundo). Seguro que estaría harta de ser el monstruo de feria (también son orgullosos). Se puso nerviosa frente a los cables que parecían serpientes siniestras (lejos del paisaje ocre y del olor a especias, en la mecánica Alemania).

¡Tuffi, la escapista! ¡Tuffi, la elefanta que no teme a la muerte! ¡Tuffi, campeona olímpica! ¡Tuffi! ¿Por qué saltaste?, gritó su dueño, que vio cómo la gran idea (y esto no es una metáfora) saltaba por los aires.

El dislate de la elefanta inverosímil es hoy un hecho memorable. Famoso por un fotomontaje publicado en la época- año 1950-, que corre todavía por la Red demandando la atención de estos caníbales de curiosidades en que nos hemos convertido todos.

Célebre por la milonga surrealista: ¿qué demonios hacía allí una elefanta?.

El circo Althoff había llegado a la ciudad de Wuppertal en verano. El director del mismo, Franz Althoff, pensó que sería un buen reclamo subirla al tranvía aéreo. Althoff descendía de un linaje circense que podemos rastrear hasta el 1660. Una dinastía antigua que fue la Roma máter de más de 70 compañías de circo.

Tenía instinto, y sabía que la combinación de un tren volador y una elefanta asiática llamarían la atención. Pero desconocía el comportamiento de los paquidermos aéreos, a pesar de que solo unos años antes se había presentado, con gran éxito, la película Dumbo.

 

El dragón de acero, como lo describió la poetisa Else Lasker-Schüler, era y es un medio de transporte extraño, único en Europa, que cruza 13 kilómetros por las alturas de la urbe, a una distancia de pájaro de entre siete y treces metros, serpenteando sobre viviendas y grisáceas miradas de asombro, bajo puentes de hierro que siguen el curso del río negro.

Es un transporte singular y uno de los más célebres por el atrevimiento de esta elefanta anárquica que ignoró las órdenes de un aristócrata circense.

Tuffi tenía tres años el día que saltó. Era una elefanta joven, nerviosa, llena de fuerza, y pesaba una multitud de toneladas. 21 de julio, para ser exactos: puede que hiciera calor. Eran las 10,30 de la mañana, y la estación, la Wuppertal-Barmen.

El animal había tenido que pagar cuatro boletos de segunda clase para poder montarse, con justo precio, en el tren. Escuchó el chirrido afilado de la máquina al girar por una curva (grandes orejas implican un oído fino); reaccionó subiéndose sobre unos asientos que se derrumbaron de inmediato. Pánico en el tren suspendido. Gritos sobre las viviendas de hojalata. Un trocito de la película King Kong en Alemania. La elefanta, desesperada, buscaba una salida en la cajita voladora. Una serpiente, un dragón alado, se la había comido.

 

 

Paquidermo y pasajeros solo sufrieron algunas heridas que no revistieron gravedad. El vagón se había llenado por unos periodistas que pensarían -antes del suceso y los gritos- en la singularidad y belleza de su trabajo.

Tuffi cayó sobre el fondo fangoso que amortiguó el golpe (los elefantes aman el barro). Escogió no triturar a los plumillas antes del salto, y eso la horna. El dueño del circo fue multado: “La suspensión del ferrocarril no es adecuada como medio de transporte para los elefantes”, dictaminó el juez en uno de los fallos con más sentido común de la historia.

Más tarde el circo se separó por problemas económicos y vendió a nuestra escapista.

El episodio que viene a continuación lo suelen calificar como “afortunado” los múltiples cronistas de este suceso. Dicen que Tuffi fue vendida a otro circo, el Cirque Alexis Gruss, más digno, caritativo, y que vivió sana y salva durante 39 años hasta morir en 1989. Tuffi cayó en el mismo año que el Muro de Berlín. Vivió la Guerra fría. Hizo reír a los niños mientras las principales potencias del mundo decidían si apretaban el botón rojo. Su proeza había dado nombre a una marca de leche, y se publicó un cuento ilustrado en alemán: Tuffi und die Schwebebahn. Encontramos también una canción de blues, del estadounidense Cory P. McDaniel, titulada Elephant Fall in Wuppertal, en el Youtube.

¿Pero fuiste feliz, Tuffi?

Como sé que los elefantes son animales memoriosos y orgullosos, no dejo de preguntarme si en realidad se sintió tan afortunada en el nuevo circo. Hasta el día de su muerte le quedaría grabado el fantasma de ese color ocre. 20 pares de costillas y 34 vértebras caudales que se pondrían rectas ante el espasmo nervioso de un paisaje volatizado. Este es un problema común entre todos los seres cuya memoria les agrava el exilio, incluidos los humanos.

Seguiría atada y esclavizada para el disfrute de los más pequeños especímenes del homo sapiens. Nada sabría de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles que podían arrasar la Tierra, o de las conversaciones temerosas entre John F. Kennedy y Nikita Kruschev.

Mantendría, eso sí, el recuerdo limpio– como solo un elefante sabe hacer- del día en que miró por esa ventana y decidió mandarlo todo al garete, apretar el botón rojo, saltar por los aires y sentir unos segundos de tonelaje espléndido, cayendo libre hacia las aguas, como el Dumbo de la recién estrenada película, acompañada solo por la gravedad y un aire de proeza, de inteligencia y perfecta disolución.

Creo que Tuffi, al igual que nosotros, nunca olvidó este salto. Fue su único momento de libertad animal. Tomó una decisión que la hizo célebre: solo el fango es lugar para el elefante, aunque fuera en ese río negro, bajo fríos dragones de acero.

 

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