El idioma secreto de los vagabundos del ferrocarril

El Oeste es la promesa. Saltan al tren en marcha. Candado roto, oxígeno. Arañan vagones. La navaja deja su firma en el óxido. El cubículo es estrecho y frío, como el útero de una vieja embarazada de pobres. Destino de trabajador vagabundo, olvidarán su antiguo nombre allí.

Siempre en marcha, tragan polvo, correcaminos implumes. El pitido de la locomotora se cuela a través de la puerta abierta y la noche es negra, resbaladiza, y los llama. Veloces estepas sin horizonte que se repiten como en un purgatorio. Un rayo pintor. Espinas. Reino de sapos venenosos. Nueva estación. Policías. Silbatos. Perros. Silencio de ardillas. Retoman la marcha.

Mañana, muchachos, llegaremos a Dallas, Portland, Reno, Burns… La promesa, el Oeste, es la mirada de un coyote taciturno que desaparece tras un guiño de ojos. Entonces, al día siguiente, el claustro metálico los expulsará en la vía y nacerán cansados, dolidos, derrotados. Serán bautizados de nuevo en el Jordán de las piedras, tendrán el nombre de un huérfano y éste será el de Hobo.

Destino: Viajar por la nada siendo nada y todo por casi nada.

Así fue su vida. Así quisieron renacer.

Llevaban años recorriendo el país de esta forma mal llamada aventurera. Puede que fueran los primeros parásitos del recién nacido ferrocarril. Fue durante la Gran Depresión, sin embargo, el crack del 29 y la ola de desempleo que dividió los Estados Unidos, cuando su número aumentó hasta los centenares de miles de andrajosos caminantes, merodeadores sin suerte, y no eran negros, centroamericanos o sirios, como hoy, solo hobos, así los llamaban: americanos blancos sin rumbo y techo.

Hobo saltando a un tren de mercancías. 1935.

Hobo saltando a un tren de mercancías. 1935.

Los hobos eran el ejército insomne del nuevo rey vagabundo: el trabajador empobrecido, el currante itinerante que usaba el tren para aparecer y desaparecer cual conejo tísico de una chistera rota.

Sin casa y patria (o lo que es lo mismo: sin dólares); sin lugar donde caer muertos, zarparon como polizones. Cruzaron los estados en la madrugada ferroviaria, buscaron sin descanso un lugar donde deslomarse por unos centavos o nickels; monedas que en ocasiones convertirían en pequeñas joyas para ganarse la amistad de quienes los acogían en sus establos o granjas.

Odiados y temidos, migrantes internos, trotamundos desposeídos, currantes temporales, clandestinos, recorrían de Este a Oeste por las rutas del ferrocarril milagroso, saltando a los trenes de mercancías sin billete, mucho antes de que Jack Kerouac vindicara su espíritu libertario en la novela En el camino.

“No sabía a dónde ir excepto a todas partes”.

El tren era su medio de fuga, su dragón de aliento humeante y cascabel metálico, el único refugio. Fueron perseguidos por la policía local y la privada del ferrocarril. Acusados de infamias por los vecinos que desconfiaban de sus rápidos descensos en el granito de la vía muerta.

Afirman las crónicas que tuvieron que inventarse un lenguaje críptico para protegerse, un grafiti ferroviario conocido como “los signos del hobo”, y que solía éste informar a los recién llegados, otros vagabundos marcados, sobre cuestiones prácticas, señas de supervivencia, advertencias acerca de si en ese lugar “el granjero tenía un arma”, si había “un ángel de la comida”, si era “buen sitio para el trabajo”, con «agua fresca», si encontrarían “ladrones”, o si era necesario “defenderse”, y el peligro de las “esposas”.

Lenguaje Hobo. Wikimedia Commons.

Lenguaje Hobo. Wikimedia Commons.

Sus rutas se fueron cubriendo de jeroglíficos (triángulos, rombos, cruces, sombreros, círculos intercalados, zig-zags), un código visual que parecía brujería y que solo ellos, instruidos en las noches de un traqueteo incesante, sabían descifrar. Su idioma era el compendio de las necesidades básicas de estos espíritus errantes que navegaban por los estrechos brumosos del empleo y el desempleo, trabajadores precarios en la resaca del siglo, despojados de elementales derechos, siempre extranjeros en su propio país, y por ello, como druidas sin árbol sagrado, sacerdotes de pirámide caída, armados con un lenguaje secreto.

Condenados al movimiento de piernas tectónicas, sin lazos y arraigo, encontraron una vía de comunicación, la hermandad vagabunda en el grafiti primitivo. Algunos historiadores, sin embargo, desconfían de la existencia de este supuesto lenguaje, o al menos de que fuera tan extendido como los mismos hobos hicieron creer en los reportajes y las revistas de la época. Las pintadas halladas en los trenes se referían normalmente a la información de sus nombres, la fecha y el lugar hacia donde se dirigían, tags en camiones o trenes de mercancías conocidos en inglés como monikers. No se trataría de una información práctica y tan detallada como para constituir un verdadero idioma ideográfico. No hubo la piedra Rosetta de los pobres que hoy podamos descifrar.

Signos Hobo. California. 1870. Wikimedia Commons.

Signos Hobo. California. 1870. Wikimedia Commons.

No obstante, la idea de un idioma universal de los vagabundos, un códice secreto de autodefensa, ha quedado pintada en los vagones de la locomotora común, propagada por los alfabetos apócrifos que circulan en Internet. Es una idea que nos cautiva a quienes aprendimos lenguas, matemáticas, geografía y historia en las escuelas, a los hijos ilustrados de este nuevo siglo también en crisis, en un tiempo raro, imprevisible y herido, lleno de vías muertas, en el que muchos tememos la posibilidad de terminar siendo un hobo sin tren de alta velocidad al que poder agarrarse.

Supuesto alfabeto Hobo que circula por la Red.

Supuesto alfabeto Hobo que circula por la Red.

1 comentario

  1. Dice ser San Judas Tadeo

    muchas gracias por esta oracion a san judas tadeo patrono de los desesperados

    01 octubre 2018 | 04:08

Los comentarios están cerrados.