El artista que perdió su virginidad con una extraterrestre

Se llamaba Crescent. Cómo olvidarla. No se parecía a las rubias granjeras que rezaban en las iglesias baptistas de su Georgia natal, en los Estados Unidos.

Crescent. Como la luna creciente. Luna que lo asaltó en el bosque y le mostró sus pechos; lo cabalgó entre ardillas y tejones; lo sedujo sobre la hierba mojada; no es lo que se espera de una chica del Cinturón de la Biblia cuando tienes solo 17 años.

Tenía los ojos grandes, brillantes, oblicuos. Llevaba una peluca negra para disimular su rara calvicie. Lucía uñas largas aunque no le arañó mientras subía y bajaba …

Se llamaba Crescent, sí, y no era un mujer cualquiera, porque era una chica extraterrestre.

 

Lo bonito o acaso terrorífico de la historia de David Huggins, de ser cierta, lo cual parece improbable -aunque el mundo es un misterio cegado por la arrogancia-, es que podemos hacer el amor con los alienígenas. Así perdió él su virginidad, siendo menor de edad, dice, de la forma más extraña posible. Viene un ser de otra galaxia y se te pasa por la piedra entre la hojarasca del bosque cercano a tu casa. Tú eres un crío y la vida no volverá a ser nunca la misma.

 

 

La ansiada comunicación entre distintas especies que narra la película Arrival (La Llegada) podía haber sido más sencilla, sin necesidad de tanta lingüística comparada o ultimátums a la Tierra.

Solo sexo en el bosque, seducción, o puede que una violación.

 

 

Huggins es un pintor estadounidense de 74 años que llevaba una vida normal, hasta que un día empezó a recordar cosas, imagen tras imagen, un torbellino de dolor y asombro (opacos rincones galácticos, salas quirúrgicas, inspecciones médicas…). Le sucedió tras leer en 1987 un libro de Budd Hopkins: Intruders: The Incredible Visitations at Copley Woods. Entonces supo que venían visitándole desde que tenía ocho años.

Hasta en ese día solo se había salvado en su recuerdo aquel encuentro furtivo con Crescent. Nadie olvida su primer amor, por muy alienígena que éste sea.

Lo sorprendente de David Huggins, y el motivo por el que aparece en este blog, es que ha pintado sus encuentros con estos seres; protagoniza, además, el documental Love&Saucers (Amor y platillos volantes), de director Brad Abrahams. Su obra ha sido expuesta en distintas ferias de arte.

 

 

Nunca supo de dónde venían, si de una lejana galaxia, otro universo, o acaso de una dimensión paralela. No importa. “Sé que son reales, sé que existen, y es suficiente para mí”, afirma. Fue visitado por distintas especies de distintos tamaños (grises, peludos, insectos) y funciones; algunos parecían trabajadores, otros jefes, y unos cuantos le resultaron terroríficos aunque le hablaran como si fuera un niño.

“Todo está bien”. “No, nada está bien”, respondía él asustado.

No han sido experiencias fáciles. Una mezcla de terror y euforia caracteriza sus contactos. Experimentaron con su cuerpo, le clavaron un implante a través de la fosa nasal, y le mostraron algunos de sus secretos. Los vecinos y amigos de Huggins le creen, porque parece muy convencido de ello: están seguros de que no miente, lo cual no significa que lo ocurrido sea cierto.

 


 

Existen en la Tierra, por ejemplo, poderosas sustancias visionarias, como la DMT (N,N-dimetiltriptamina), que a veces pueden generar este tipo de experiencia, con similar aparición de esta clase de seres.

Sabemos que los humanos albergan trazas endógenas de esta droga en el cerebro, puede que en la glándula pineal, aunque los científicos consideran que no en suficiente cantidad como para que un día, y sin previo aviso, nos visite Crescent; esta hipótesis -la DMT endógena como un portal interdimensional, o como artifice de estos extraños sueños-, es considerada solo una idea romántica.

Sin embargo, no deja de ser extraño la repetición de este mito universal -antaño fueron dioses, hoy extraterrestres-, y que una sustancia psicodélica relativamente común -presente en plantas y animales- pueda despertar estos mismos encuentros. Quizás existan otras vías aún desconocidas en nuestro cerebro. Tal vez Huggins no esté mintiendo. Si Crescent se aparece sin haber fumado, puede que la química sea otra.

 

 

Real o no, el artista dice haber conocido las incubadoras de bebés alienígenas y recibido la visita de entidades inteligentes. “Una relación poco convencional”, afirma en el documental. Desde entonces ha mantenido el contacto con la chica estelar, a la que define como “cálida y amigable, pero un poco extraña”.

El amor es una fuerza errática en esta Galaxia y quizás el único vínculo verdadero entre las distintas dimensiones.

A veces acompaña a Crescent el horripilante insecto -es como una mantis religiosa- y no sabemos si se trata de un escolta o una alcahueta. Puede que sea una especie de médico pues supuestamente de estas relaciones nacieron hordas de niños híbridos.

Huggins está seguro de haber sido el padre involuntario de centenares de seres mixtos. Y no todos fueron hijos de Crescent. La monogamia no se estila más allá de la iglesia baptista, y menos en el bosque de los extraterrestres.

 

 

Cuando empezó a recordar pensó que iba a perder la cabeza. Fueron los mismos seres quienes le recomendaron que pintara estos encuentros. Reales o no, comprendían mejor que nosotros el poder curativo de la pintura, la música, la poesía…

Consiguió de este modo calmarse. El arte sanó. Esta fue su terapia y la única razón de que no enloqueciera.

1 comentario

  1. Dice ser Escribe aquí tu comentario

    A san José, carpintero, le desvirgó una mujer que nació sin mancha.

    08 febrero 2018 | 19:42

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