Archivo de noviembre, 2017

La viajera agorafóbica que pudo fotografiar el horizonte

Debo confesarle, doctor, que tengo alma viajera, una curiosidad innata. Dotado de instinto marinero, tobillos de pirata, culo inquieto, GPS en el lóbulo parietal, cualidades que suplican que me lance al mundo. Tengo un imán para la maravilla lejana.

Quise de niño imitar a los grandes: ser Lawrence de Arabia y recorrer los desiertos y comer camello; o Ibn Batuta y bañarme en el mar africano, bailar entre jirafas; ser Marco Polo y, vestido de seda, perderme en el palacio del emperador de Oriente…

Yo, un trotamundos visceral, amante natural del viaje, sufro, sin embargo, una enfermedad anímica que ustedes los médicos llaman agorafobia. Miedo al afuera, angustia de mezclarse con la gente o hacer cola. Entonces, por la acción de un dolor metafísico, un rayo paralizante, la sencilla visita al supermercado acaba convertida en un pasaje al infierno: el averno, decimos en el grupo de ayuda, es un espacio abierto, territorio sin muros, límites o aristas, sin posibilidad de refugio, un desierto sin fin, la deforestación del espíritu.

Este es un dolor que te aleja del horizonte como quien huye de las serpientes. Un síndrome que te inhabilita para todo viaje o recorrido cotidiano, mal que te recluye en la leprosería del espacio íntimo. Un viajero agorafóbico. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué la naturaleza crea estas paradojas que parecen ficción? ¿Tengo cura, doctor?

Y el doctor respondió: Observe la obra de Jacqui Kenny, inspírese…

Esta fotógrafa padece el mismo síndrome que usted: es agorafóbica y nunca ha usado una cámara en la calle que la incapacita. Si estuviera en el exterior de esa barriada de Senegal que observamos en la foto que hizo buscaría desesperada el punto de fuga que la devolviera al espacio cerrado que acune su ansiedad. Pero este problema no le ha impedido recorrer el mundo y fotografiar sus paisajes abiertos: pueblos perdidos de la Mongolia interior, canes ladrando en un desierto de sal, niños jugando entre icebergs, rusos paseando frente a unos bloques de cemento que llaman hogar… Ha dominado el tormentoso horizonte gracias al ingenio.

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Fotografiarse sobre 500 bombas de Hiroshima

Digamos que es un desastre con atractivo: la posibilidad de visitar una ciudad modelo soviética capturada en el tiempo, encerrada en una burbuja militar, intocable porque continúa apestada de restos de radiación en la zona de exclusión. La cercanía del bosque rojo, cuyo nombre te recuerda a los colores primarios de la muerte.

Es la atracción por la fatalidad comprimida en un tag geográfico: #pripyat, la ciudad fantasma desde 1986. En Instagram exaltan los fotógrafos el concepto de “meca de la exploración urbana”. Etiquetan de este modo a Chernóbil​, un pequeño apocalipsis al alcance de los exploradores por un puñado de grivnas (la moneda de Ucrania).

Donde debería existir un extenso museo – aún hoy imposible por las marcas mortales de la explosión- hay turoperadores que cruzan a diario la barrera militar para mostrarles a los turistas cómo es Pripyat, la ciudad dormida entre las sábanas negras de un reactor incendiado, emblema del comunismo hoy rendido ante las masas arbóreas, los animales vagabundos y el silencio radioactivo. Ofrecen un día emocionante. La posibilidad de unas fotos únicas.

“Toque lo intacto. Sienta lo desconocido. Vea lo salvaje”.

Pripyat se ha convertido en el emblema de las fotografías de territorios abandonados, una moda, disciplina o pasión, que lleva a miles de personas a adentrarse en espacios olvidados, derruidos o prohibidos, con el objetivo de conseguir imágenes impactantes, poéticas, odas a la fragilidad de la prepotencia humana.

Exploring the exclusion zone of Chernobyl and its ghost town Pripyat. #flynordica

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Cuerdas que son alvéolos, arterias, neuronas…. un laberinto de vida

Janaina Mello Landini es una artista conceptual que vive en Sao Paulo, donde diseña complejas instalaciones basadas en cuerdas que se ramifican, creando un efecto de raíz, neurona o alvéolo, una arquitectura laberíntica.

Utiliza sus conocimientos en matemáticas para levantar con la sencillez de una cuerda un espacio complejo. Los llama Laberintos Rizomáticos, y forman parte de su serie Ciclotramas, que deriva de la raíz «ciclo» y de la palabra latina «trama», que significa tejido.

Ciclotrama 26 (impregnación). 20m de cuerda de Nylon azul, diametro 15mm. ©Janaina Mello Landini

Ciclotrama 26 (impregnación). 20m de cuerda de Nylon azul, diametro 15mm. ©Janaina Mello Landini

El efecto es el de un sistema nervioso que se extiende por las salas a diferentes escalas, una imagen poética por las carreteras que componen a los seres vivos, un viaje hacia el núcleo de la existencia, ese código expansivo que llamamos vida.

Habitamos un mundo de redes, un universo de redes, un cuerpo de redes, un alma enredada, y la serie de Janaina, que lleva desarrollando desde 2010, tiene la virtud de la síntesis de un haiku geométrico: el espectador se adentra en estos rizomas que dirigen a cuanto nos compone y une, cuerdas que son el símbolo de los principios que regulan unos ecosistemas en constante movimiento creativo. Venas metafísicas.

Ha expuesto en salas de arte de París, Holanda y Brasil. Une los cálculos matemáticos con el trabajo manual de estas cuerdas para que desarrollen dinámicas en un espacio inmersivo. Busca desrenredar el tiempo interior hasta alcanzar una etapa indivisible sujeta a un perfecto equilibrio.

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Robots victorianos que lloran por la naturaleza perdida

Petit déjeuner.

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El artista italiano Pixel Pancho ha levantado un universo poético que mezcla las plantas, los robots y la estética vintage. Crea una historia alternativa o futuro steampunk en donde la naturaleza se ve muy afectada por el impacto humano. Este artista callejero, nacido en Turín, y criado en el grafiti de las calles españolas, está especializado en grandes murales en los que evoca un mundo onírico influenciado por la ciencia ficción, y en el que habitan figuras robóticas inspiradas por diferentes ecosistemas: la playa, los bosques, el cosmos. Le gusta dotar al resultado final de un toque antiguo, de color arcilla. Una de sus últimas incursiones se ha inspirado en la isla de Sumatra (Indonesia), pintando a un orangután que aparece como un golem mecánico del que emerge una exhuberante flora. La obra se enmarca dentro de la campaña SplashAndBurn, que busca concienciar sobre la destrucción del ecosistema por el nocivo cultivo del aceite de palma.

One year ago I got a call from my good friend @ErnestZacharevic to take a part in @SplashAndBurn, an awareness campaign responding creatively to unregulated farming practices of Palm Oil in Indonesia – tackling issues such as the transboundary haze, Deforestation, Human and Animal displacement. Murals/sculptures and interventions have been appearing throughout cities in the vast natural landscape of Sumatra. Once there, I had the chance to learn more about Indonesian society and culture – painting a wall in a small village of farmers, we would share lunch together while building an installation of three robotic orangutans; in a simple workshop that adjusted the local Becak. Being there showed me first hand that intentions and and actions often don't match, sharing experience through art was an easy and direct way to communicate the issues in growing and fighting together… "Orangutan" is a 10 layer screen printed edition of 60 to be available on PixelPancho.shop on Thursday the 2nd of November. Part of the proceeds will be donated to The Sumatran Orangutan Society and Splash and Burn as they continue their effort in raising awareness of the dangers faced by the Sumatran Orangutan and the Leuser Eco System. . . #splashandburn #pixelpancho #conflictpalmoil

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El pícnic que venció a la valla que separa a los EEUU de México

Un gigantesco pícnic que cruza la frontera de México con los Estados Unidos. Una tabla que opera de mesa comedor y que tiene dibujados dos ojos que imploran al cielo. Una instalación artística que une a soñadores (dreamers) de ambos lados del muro.

Estos son los ojos del dreamer (los jóvenes y niños que siguen indocumentados a pesar de haber nacido en los Estados Unidos), en opinión del artista francés JR, autor de esta instalación. Son los ojos de los necesitados de esperanza. La tabla sirvió para realizar un almuerzo con personas de ambos lados de esta cicatriz arquitectónica que los divide, familias que pudieron compartir por un día el pan, el agua y la misma comida a través de los barrotes, olvidando solo por unos minutos, al son del alegre corrido, la línea infranqueable que separa los mundos. A pesar de que la instalación no fue inicialmente autorizada, las autoridades fronterizas permitieron este extraño domingo de fraternidad.

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La más bonita de todas las banderas

Para poder amar a la más grande de las naciones necesitas la más bonita de las banderas. A mí no me gustan las naciones por sus gentes o constitución, yo las amo por sus emblemas, por el arte presente en ellos, mejor dicho. Confieso que claudico frente al diseño de una tela: cegado por la unidad cromática, la pompa, el equilibrio, la originalidad, la belleza en su composición. Pongo a Macedonia como primer ejemplo.

Nada me importa el derecho de sangre o de nacimiento, menos el Producto Interior Bruto, o los reyes antiguos, las guerras gloriosas o sus héroes sanguinarios… sentimentalismos que azuzan las arterias del nacionalista facilón; tampoco atiendo a la gastronomía, los bailes, la simpatía natural u hospitalidad, la benevolencia del clima, el desarrollo social o la musicalidad de la lengua.

A mí me gustan las naciones que lucen las más bonitas banderas, bellas franjas y animales míticos que puedan defendernos de los enemigos imaginarios de otras naciones con banderas feas. Nada de ejércitos, solo el diseño del emblema contra arte de la tela. Un dragón que se come a un león, un pájaro que vence a una estrella en un combate poético. Eso es la patria. La única batalla aceptable. Si me mandan a la cárcel que sea por el pequeño país de Bután y en nombre de su eléctrico escudo naranja. Solo me partiré la cara por el ave del paraíso de Papúa Nueva Guinea.

A mí solo me convencen las naciones con la más bonita de las banderas…

La insignia de Antigua y Barbuda, por ejemplo ¿Quién no lucharía por ella? Adoptada en 1967, cuando estas dos islas del Caribe proclamaron su independencia para ser después olvidadas por los escolares de la Tierra. El Sol naciente simboliza la nueva era. Los triángulos rojos representan la energía de la población local. El azul es la esperanza y evoca el mar que alimenta.

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El cosmonauta Yuri Gagarin, icono ‘rave’ tras la caída de la URSS

Una cosa aprendí ayer: Yuri Gagarin no fue un cosmonauta soviético, sino el primer raver ruso. Será preciso modificar los libros de Historia entonces. Nada de hitos espaciales: fiestas underground y tecnazo. Gorbachov había anunciado la disolución de la URSS y empezó la bacanal.

Ayer, día de muertos, era una jornada perfecta para mirar hacia el espacio soviético. Así que visité el festival de cine musical In-Edit. Para mi asombro, la película que esperé minoritaria estaba llena de vida, repleto el cine hasta los topes, una sala abarrotada, una de esas salas que te reconcilian con la humanidad cultural.

Imagen del documental I Am Gagarin. In-Edit

Imagen del documental ‘I am Gagarin’. In-Edit

Proyectaban el documental I am Gagarin, de la productora Petit à Petit, y dirigido por Olga Darfy. La temática la creía periférica: la caída de la URSS y el nacimiento entre sus ruinas del movimiento rave; el tecno entendido como un aullido liberador cuando el viejo mundo se descompone y entre sus grietas aparecen una pandilla de «partisanos» dispuestos a emular a sus héroes soviéticos, los cosmonautas; solo que el cohete en la nueva no-Rusia era su mente y cuerpo, la desinhibición, la ruptura, la locura del ritual cósmico que terminaría en nada: polvo estelar…

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