Solo la danza explica el asesinato de Pasolini

La muerte fue el chapero más afamado, y muchos adquirían sus servicios. Años de sermones, prédicas y anatemas que constituían una amenaza de bala o algo peor. Fue un temerario lúcido en una Italia que se desangraba por atentados de distinta podredumbre política. Anni di piombo. “Escandalizar es un derecho, como ser escandalizados es un placer», dijo Pasolini en su última entrevista. Allí soltó su titular premonitorio: “Todos estamos en peligro”. Fue asesinado.

Pier Paolo Pasolini. Wikimedia Commons.

Pier Paolo Pasolini. Wikimedia Commons.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El motor apagado actúa como elemento simbólico en el escenario de Bologna: Pasolini, de la compañía de danza La Veronal, obra que recrea su masacre. El lugar de la matanza, Ostia, adquiere un doloroso significado en el idioma castellano (Pasolini recibió una paliza mortal que empezó por sus testículos dejándole una hemorragia que se expande como una carnicería del Estado Islámico). El coche de marca Alfa Romeo Giuletta 2000 GT que condujo el último día evoca la tragedia: dijo el artista que esta «educación» haría trizas el mundo por una colonización de los individuos que fabrica «gladiadores desesperados».

Así lo sentenció en la entrevista con el periodista de La Stampa, Furio Colombo, un día antes de morir:

El poder es un sistema de educación que nos divide en subyugados y subyugadores. Pero cuidado. Un mismo sistema educativo que nos forma a todos, desde las llamadas clases dirigentes hasta los pobres. (…) Todos son los culpables, porque todos están listos para el juego de la masacre. Con tal de tener. La educación recibida ha sido: tener, poseer, destruir.

 

La compañía La Veronal baila alrededor de ese auto silencioso. Narran las horas finales de este artista que cultivó el cine, la poesía, la pintura, el teatro, el ensayo, y que dejó denuncias que hoy, en esta sociedad precaria, extasiada con la porno-violencia viral y televisiva, aún se atragantan. Si puedes ver Saló o los 120 días de Sodoma, esa cruenta fábula contra el fascismo, sin sentir náuseas, has elegido ser el subyugador. «La escatología es política», dijo, «no hay nada que no sea política».

 

Las bobinas de esta película, la última, dicen que fueron robadas y también se susurra que la noche de su asesinato Pasolini recibió una invitación para recogerlas.

Así explican en La Veronal nuestra incapacidad para resolver el caso:

El caso Pasolini sigue irresuelto y abierto así como lo es el legado, el de un artista complejo y monumental. Su obra es fruto de un compromiso constante con la realidad, tanto que hasta el crimen que acabó con su vida fue un reflejo de esa decadencia moral de la burguesía a la que Pasolini dedicó su mirada más mordaz.

No hay nada claro, bailemos…

 

La obra de La Veronal tuvo una buena acogida en la última Feria del Teatro en la Calle de Tárrega. El rojo como elemento simbólico, la danza como única forma de expresar el secreto impronunciable. Pedazos de la vida y obra de un artista gigante narrados en italiano con subtítulos. El público situado en círculo alrededor del Alfa Romeo en complicidad criminal.

La pieza propone recrear la escena material del crimen para que el público la observe desde diferentes perspectivas, analizarla y sentirla desde el cuerpo, en primera persona, a través de una coreografía de órdenes dadas por unos auriculares. Los espectadores participan en esta última fotografía de un cuerpo tendido en un descampado: un coche, objetos personales desperdigados aquí y allá y acompañados por el eco de su obra, fragmentos todos estos, de un puzzle todavía por armar, para sentir y quizás en algún momento nombrar y entender, aquello que todavía no tiene nombre ni sentencia.

Pasolini fue asesinado de la manera más abyecta con 53 años, en un litoral cercano a Roma, el 2 de noviembre de 1975. Después fue arrollado por su propio coche, un Alfa Romeo que hunde un corazón paradójico (fue cercenado a la altura del tórax). El único acusado de su crimen, Giuseppe Pelosi, ocasional chapero que entonces tenía 17 años, apodado Pino «la rana», trapichero, último peldaño de sombras en los bajos romanos, murió este verano, con 59, fulminado por un cáncer que parece un abultamiento poético, como si algo lo hubiera carcomido por dentro. Tal vez fue la culpa, puede que el silencio. Acaso fue saber que él no era el (único) culpable como dejó entrever en distintas entrevistas posteriores sin nunca limpiarse del todo. La rana saltó por el descampado llevándose su secreto a la ciénaga.

Cuando encontraron el cadáver del autor una mujer creyó que era basura abstracta (otro signo poético), un amasijo de restos irreconocibles. Basura de arterias, cartílagos y huesos rotos arrasados por un auto plateado que se dirige luego bramando de los suburbios al centro donde los turistas comen pizza y sueñan con bañarse en un fuente diáfana antes de reembarcarse a la lápida doméstica.

Si se habla de su asesinato aparece la palabra enigma como una sanguijuela agarrada a la estocada. Fue polémico, incómodo, sincero, genio, independiente, contradictorio, áspero; hay tantas sombras, pasajes nunca cruzados, teorías muertas, habladurías y conspiraciones…

Resulta difícil creer en la versión oficial: un ajuste sexual, un juego inmoral que terminó mal en el extrarradio con un chico de 17 años aupado esa noche con la fuerza de Thor. Cuando se reabrió el caso para volver a cerrarse en 2015 se apuntó entonces a matones mafiosos, los hermanos Borsellino, que encajaban mejor en esta escena brutal de palos y puñetazos. Archivado. No hubo culpables. Ya estaban muertos y todo quedó, una vez más, entre brumas portuarias

Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini. Fuente: Wikimedia Commons

Pasolini habitó los límites desde la infancia. Hijo de un militar fascista -sobre decir que violento y amargado- alcohólico y ludópata, desarrolló algo cercano a un complejo de Edipo con su madre, junto a la que huyó de la casa marital. Fue militante marxista y homosexual. Frecuentó los suburbios, y de ahí sacó a los personajes de sus obras que partían de un realismo simbólico. Fue un ateo enamorado de la fuerza estética del santo. Le llamaron artista de los desposeídos. Pero fue su asesinato el que nos desposeyó: un velado aviso a navegantes, la peor de las muertes espera a los bárbaros del intelecto, a los inmorales, a los libres, a quién se lo anda buscando…

Se habló de crimen de Estado. Se habló de mafias y cloacas. Se habló de simple robo por unas matones menores a los que se les fue la masacre de las manos. Se culpó a la CIA, a los carabineros, a la Democracia Cristiana, a las logias capitalistas, a los empresarios. Su libro póstumo, salvajemente inacabado, se titulaba Petróleo. Otro símbolo en este drama. Negro petróleo manchado de sangre roja, los ríos Pisón y Gihon de este falso paraíso, afluentes tóxicas que nacen también en Oriente Medio. Estaba investigando los asesinatos de los años de plomo, la relación entre el Estado y las tramas corruptas, y el presunto accidente de un gerifalte de la petrolera Eni. Petróleo que llena las válvulas de un Alfa Romeo plateado.

Antes de ser asesinado, comió un plátano con Pelosi, que dicen que ganó así el tiempo necesario para que la emboscada fuera perfecta. Quién sabe. Volvió a sumergirse en la zonas industriales y abandonadas en la madrugada. Un campo de barracas que sería su cementerio (más símbolos). Cometió lujuria, dicen. Puede que solo buscara recuperar los negativos, una lujuria peor. El líder de la Democracia Cristiana, Giulio Andreotti, declaró que “andava crecandosi dei guai” (“estaba buscándose líos”). Se lo andaba buscando. Parece una venganza de honor atávica. Roma no paga a traidores ni a maricones.

Tras esto, queda el silencio, y todas las palabras que hemos escrito sobre él y que no valen nada. Ahí está el mensaje del ejecutor. En eso consiste el símbolo negro del asesinato del último intelectual de Occidente. La estaca que lo golpeó y que a todos mira y se atraganta como Saló. Todos son culpables, nadie lo es. Pasolini no es héroe ni mártir, pero es a la vez ambas cosas en esa fosa de Ostia. Es un recuerdo/símbolo en un lugar oscuro en el que proyectar nuestra imaginación y miedos. Por eso solo la danza y un círculo que nos haga cómplices. Nada más habrá que decir. Bruma portuaria. Arrabales que pudren el poema en la boca. Poesía y castigo. Os los estáis buscando…

Así terminó la entrevista con Furio Colombo, publicada en el suplemento Tuttolibri del diario La Stampa, el 8 de noviembre de 1975:

No quisiera hablar más de mí, quizás he hablado, dicho incluso demasiado. Todos saben que yo mis experiencias las pago personalmente. Pero están también mis libros y mis películas. Quizás soy yo quien se equivoca. Pero sigo diciendo que estamos todos en peligro.

 

1 comentario

  1. Dice ser GROSERO

    A mi no me decian nada sus filmes

    21 septiembre 2017 | 18:13

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