Desclasifican y digitalizan filmaciones de pruebas atómicas de los EE UU

Con el tam-tam atómico sonando de nuevo y los monstruos del pasado reapareciendo en la psique colectiva, nos muestran una parte de lo que hasta ahora habían escondido: filmaciones de algunas de las 210 pruebas nucleares realizadas por los EE UU entre 1945 y 1962. Han sido desclasificadas por mediación del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore (LLNL, en las siglas inglesas), una institución de propiedad mixta, pública y privada, cuya sede californiana vista desde el aire parece una pacífica ciudad suburbana, tiene casi seis mil empleados, un presupuesto anual de 1.500 millones de dólares y un objetivo basado en una paradoja absoluta: garantizar la seguridad de las armas nucleares.

En medio de la crisis entre los EE UU y Corea del Norte, la gente del laboratorio —con un accionariado que mete un poco de miedo (Bechtel, BWX Technologies, AECOM y otras consultoras de ingeniería con poder y sin escrúpulos) y en el que no sería difícil imaginar a hombres que fuman y se mueven en helicópteros pintados de negro y sin matrícula— nos regala la «desclasificación» de unas 500 filmaciones de detonaciones nucleares.


Las filmaciones, sin sonido —se grababa con equipos diferentes— pero con cámaras de alta velocidad de 2.400 frames por segundo que garantizan la captura de las rápidas explosiones, son parte de las 210 pruebas de detonaciones atómicas en la atmósfera organizadas por los EE UU entre 1945 y 1962, periodo de máxima tensión de la Guerra Fría.

Cada explosión era captada por varias decenas de cámaras y 10.000 películas fueron abandonadas en latas de embalaje en depósitos diseminados por el país. Cuando el LLNL recibió carta blanca para recuperarlas, estaban al borde de la descomposición por la oxidación y el deterioro de las emulsiones químicas de las películas.

El laboratorio ha localizado en cinco años 6.500 de las 10.000 rollos de película, digitalizado 4.200 y desclasificado 750. Un grupo inicial de estos últimos acaba de ser publicado en una lista de YouTube.

Desde 1957 a 1992 se han llevado a término en el mundo 1.352 explosiones atómicas —la mayoría atmosféricas, pero también subterráneas y submarinas—, que han liberado 90 megatones de TNT, aproximadamente tres mil veces la potencia combinada de las únicas bombas atómicas lanzadas sobre civiles, las de Hiroshima y Nagasaki que EE UU arrojó en 1945 sobre las ciudades japonesas.

También EE UU gana en pruebas nucleares con una ventana holgada —1.054 tests según los recuentos oficiales— y la antigua URSS está en el segundo lugar con 727. En la clasificación de las pruebas del átomo como arma bélica siguen Francia (217), Reino Unido (88), China (47), India (3) y Pakistán (2).

El peligro amarillo de Corea del Norte, según las siempre opacas o intereasadas informaciones del país, ha ejecutado cinco pruebas entre 2009 y 2016.

 

Proyección del efecto sobre Madrid de la bomba atómica probada por Korea del Norte en 2013 - Nukemap

Proyección del efecto sobre Madrid de la bomba atómica probada por Corea del Norte en 2013 – Nukemap

De ser detonada en el centro de Madrid, una bomba de diez kilotones como la probada por el régimen coreano en 2013 provocaría de inmediato 85.000 muertos y 306.000 heridos. En las primeras 24 horas contaminaría severamente a casi un millón de personas.

Los datos proceden del tétrico —y pertinente— simulador de explosiones y efectos de bombas nucleares son de la web Nukemag, donde pueden lanzarse virtualmente artefactatos nucleares sobre cualquier lugar del mundo y también recrear los efectos de las bombas históricas más potentes o de artilugios sucios de mucho más fácil construcción y manejo.

En la comparativa suicida de los entrenamientos atómicos, el gran premio se lo lleva la antigua URSS, que en 1961 detonó la bomba de hidrógeno conocida en Occidente como Tsar Bomb (Bomba del Zar, RDS 220 en denominación técnica soviética). Fue detonada a cuatro kilómetros de altitud sobre Nueva Zembla, un archipiélago del mar de Barents del Océano Ártico, después de ser lanzada desde un bombardero Tupolev Tu-95 modificado.

La explosión, con una potencia de 50 megatones —superior a la de todas las bombas usadas en la II Guerra Mundial— demostró que el ingenio no sólo sería capaz de destruir una gran ciudad objetivo, sino que era posible que lo hubiese logrado también con áreas metropolitanas como las que rodean Nueva York o Tokio. La energía térmica fue tan grande que podría haber achicharrado a personas a cien kilómetros de la explosión.

Para un último apunte caprichoso, tétrico y comparativo, de ser lanzada sobre Madrid, la Bomba del Zar convertiría en cenizas la superficie entre Toledo y Guadalajara, mataría de inmediato a casi cuatro millones de personas y condenaría a una muerte atroz por contaminación a 6,4 millones más.

Jose Ángel González

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