Louise Johnson, pianista sexy y olvidada del blues del Delta

Viñetas de Robert Crumb sobre el viaje a Grafton de los bluseros del Delta

Viñetas de Robert Crumb sobre el viaje a Grafton de los bluseros del Delta

El par de viñetas están dibujadas por el Brueghel del siglo XX, Robert Crumb. Son parte de la biografía del bluesman aullador Charlie Patton [versión escaneada y completa del cómic, en inglés], un tipo que atacaba las cuerdas de la guitarra con un cuchillo oxidado, tuvo docenas de amantes y ocho esposas de las que no se ha documentado ningún divorcio. Al cantar gritaba de tal manera que un hombre situado en la plantación de al lado podía escucharle con claridad.

Patton vivió poco pero no tenemos modo de saber cuánto: el exesclavo que corrió con la crianza —de los padres del músico tampoco hay certeza alguna— aportaba cuatro posibles fechas natales, según las que el compositor pudo fallecer a los 43, 47, 49 ó 53 años. Los ensayistas del blues, que suelen ser blancos y tener doctorados en American Studies, toman como referencia la primera.

En los dibujos de Crumb, Patton es el tipo con cara de pocos amigos del asiento derecho, al lado del conductor. En la siguiente viñeta aparece en segundo plano, oteando y perfilado contra el ventanal. No se sentía cómodo: el tipo alto, con chaqueta de rayas y sonrisa fácil, estaba levantándole a la novia. Ella, que tampoco se corta en picardía, acepta compartir la noche con el hombre en un cuarto individual del hotelucho donde van a hospedarse.

La pareja que está a punto de hacer rechinar la cama está compuesta por Son House, uno de los mejores cantantes de blues de la historia —aunque no tan bueno, ni por asomo, como Patton—, y Louise Johnson, también cantante y pianista, una de las pocas mujeres que aparecen en las crónicas del blues del Delta del Misisipi, cuna del lamento y barro primigenio para las músicas del diablo.

El edificio de la derecha albergaba el estudio de Paramount

El edificio de la derecha albergaba el estudio de Paramount en Grafton

Conocemos suficientes pormenores del lugar y el momento. Finales de mayo de 1930 —a los protagonistas les importaba poco la depresión económica cuyo cénit atravesaban los EE UU: habían nacido sin nada y seguían viviendo con lo mismo: un traje, un sombrero, una guitarra mellada y monedas para otro vaso lleno de destilado ilegal. El pueblo es Grafton (Wisconsin), sede de la discográfica Paramount, un lugar sagrado del que ya hablé en otra entrada del blog:

La historia de Paramount Records es una parábola que puede parecer bíblica. La empresa, fundada en 1910, era una filial de una fábrica de sillas que, al recibir un pedido para la construcción de los armazones de madera de algunos fonógrafos, decidió aprovechar para expandir el negocio a la grabación y edición de discos.

Los propietarios eran anglosajones y la sede de la factoría no estaba en el profundo sur del blues, sino en Grafton, un pueblucho del blanquísimo Wisconsin. Con muy buen gusto y una voluntad que combinaba el negocio con la intuición, los empresarios decidieron dedicarse a la race music (música racial, expresión aplicada a los discos pensados y comercializados para negros en un mercado que, como la sociedad, padecía la segregación).

Entre 1918 y 1935 Paramount fue el gran útero de la música de la que emergerían en pocos años, en progresión de volumen y audacia, el blues eléctrico urbano, el rhythm and blues y el rock and roll. En el vetusto estudio de la fábrica de sillas grabaron discos de laca de 78 rpm nada menos que Charlie Patton, Son House, Blind Lemon Jefferson, Skip James, Papa Charlie Jackson, Ida Cox, Geeshie Wiley, Ma Rainey y otros cuantos centenares de artistas. A veces, si me pongo pragmático, considero que son mis verdaderos padres.

También pertenece a la historia contrastada el resultado de las históricas sesiones que se celebraron a la mañana siguiente de la llegada en coche narrada por Crumb en los estudios de Paramount —intervino, además de los tres protagonistas de la escena de celos y sexo, otro prodigio del Delta, el guitarrista Willie Brown—.

Mientras Patton se mostró apagado y con escasa inspiración, House y Johnson estaban en forma y contentos.

La pianista, que nunca antes había pisado un estudio, grabó un par de temas descarados y lujuriosos en los que canta y toca con nervio y vitalidad: All Night Long Blues y On The Wall. Las letras de ambas piezas, como sucede con el ochenta por ciento de los blues, van sobre sexo. Que el blues sea sinónimo de tristeza y pena es una interpretación paternalista y aproximada de los niñatos de American Studies: aquella gente hablaba sobre la calentura carnal o cuánto duele lidiar con la falta de intercambio.


Aunque los temas de Johnson se editaron a las pocas semanas en un disco de 78 rpm que se vendió mal porque Paramount distribuía de manera irrisoria, las canciones todavía son alabadas por su originalidad. La pianista, como apunta el historiador Ted Gioia en el fundamental libro Blues: la música del Delta del Mississippi (hay edición española en Turner), es una pionera:

En comparación con los estilos pianísticos afroamericanos que surgieron en otras partes del país —como el stride de Harlem, el ragtime de Saint Louis o el swing de Kansas City—, resulta fácil caer en la tentación de asumir que el Delta no produjo nada original, que sólo imitó lo que se hacía en otros lugares. Pero Louise Johnson acaba con ese mito.

Criada en una tierra de escasos pianistas, Johnson aplica al instrumento una tradición que no es pianística, sino que procede de la guitarra. Golpea el piano en pavoneos cortos, espasmódicos e intensos, tal como hacían con su instrumento los guitarristas del Delta, fundadores de un estilo de gran fuerza dramática.

Desde entonces poco o nada se sabe de la vida de la intérprete. Sólo un rastro que la sitúa residiendo en Helena, Clarksdale y otros villorios de la zona húmeda y fangosa donde nació el blues. Al parecer, años después viajó hacia Memphis. Ninguna grabación, ninguna leyenda, ni una foto…, ni siquiera una fecha de muerte.

Es como si el gran debut en el estudio fuese aparición y fuga al mismo tiempo para la explosiva blueswoman a la que persiguieron Son House y Charlie Patton.

Jose Ángel González

1 comentario

  1. Dice ser xibeliuss

    Fantástica entrada. Un sólo pero:
    «Son House, uno de los mejores cantantes de blues de la historia —aunque no tan bueno, ni por asomo, como Patton»
    Bueeeeno, aquí hay mucho que hablar, jejeje
    Saludos

    31 marzo 2016 | 20:58

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