En España nos gusta aburrirnos. No necesitamos que aquello que vayamos a ver, jugar o escuchar tenga alicientes que nos hagan emocionarnos de cualquier manera. No nos hace falta disfrutar; con pasar el rato tenemos suficiente, aunque eso a lo que dediquemos el poco tiempo que tenemos sea aburrido. Todo esto no lo he descubierto porque sea muy listo o haya hecho un análisis sociológico. Me ha bastado ver el regreso de Velvet y leer las reacciones que ha provocado el capítulo. Es una serie soporífera y que triunfa. Lo cual me parece tan difícil como admirable.
Que nadie vaya a pensar que la serie de Antena 3 ha dado con la fórmula del éxito. O que tiene un secreto para enganchar al público. Tampoco destacan los actores por su manera de actuar, y me atrevería a decir que el resto de sus apartados son bastante mediocres. Es que en este país, como me decía un colega el otro día, somos muy «señores y señoras». El mayor divertimento es no hacer nada. Y si lo aplicamos a las series, es tener una ahí puesta en la tele de fondo. Que sea tan simple que no haga falta prestar mucha atención y que, cuando queramos atender, sea fácil reengancharnos porque no haya pasado nada.
Velvet es eso: una ficción trivial, sin acicates, donde nunca pasa nada. Solo se nos muestra las relaciones comunes que tendrían los personajes de un taller de costura y una tienda de ropa de lujo. A la mayoría del público eso le vale. No se quieren comer la cabeza, y quizá no pongan nada mejor en la tele un martes por la noche (su competencia esta semana fue la penosa Hermanos).
También reconozco que Velvet quizá sea lo mejor que tenemos en ficción nacional ahora mismo. Es la tuerta del reino de ciegos televisivo que padecemos, lleno de dramedias patéticos y supuestas comedias zafias y burdas. Diría que es hasta elegante. Pero eso no es suficiente. Todo va a seguir igual: el amor imposible entre Ana y Alberto, las relaciones amorosas o no de sus compañeros de trabajo, la identidad de la madre del director de las galerías y su pugna por el control de las mismas con el nuevo dueño. Nada más.
Insisto: pedí que se fuera nada más llegar porque me pareció muy pobre, e insistí en que no merecía una segunda temporada por la misma razón. Además de por ser muy aburrida, claro. Y lo reitero: la oferta de series actual es exagerada, y se pueden ver muchas más y mejores que ésta. Que tampoco te hagan pensar, que solo sirvan para pasar un rato agradable. Y que cuentan con lo necesario: generan interés. Un hilo argumental con el que te atrapan y enganchan. O que simplemente consiguen que te rías en poco tiempo con un humor más o menos inteligente.
Velvet es mala y aburrida. No sé que han hecho Paula «no me aprendo los guiones» Echevarría y Miguel Ángel Silvestre en su vida para ser protagonistas de una serie de éxito. Sus limitaciones me resultan ofensivas dada la situación límite que viven la mayoría de los actores en la actualidad. Son muy guapos, vale, ¿y? ¿Eso justifica que sean tan malos? Ojo, que el resto tampoco se salva, con la excepción de Manuela Vellés, Pepe Sacristán y Aitana Sánchez Gijón. Pero al final los que ponen la cara por la serie son Echevarría y Silvestre. A la primera solo la he visto hacer bien anuncios y al segundo modular la voz. Aunque con esos físicos, ¿quién necesita hacer un papel creíble? Ah, telita también con Manuela Velasco. No me la creo ni borracho. Veremos a ver si mejora algo Amaia Salamanca. Aunque lo dudo.
Que en nuestro país guste el sopor no significa que tengamos que aguantarlo (como nos ocurre con la política). Y más si el argumento, las interpretaciones y la banda sonora, por mencionar los aspectos más graves, provocan más desencantado que interés. Tampoco lo justifica el «no hay otra cosa esta noche». Solemos encender la tele por costumbre. Por ésto nos perdemos otros productos a los que podemos acceder desde Internet u otros canales menos mediáticos, y que sin duda nos aportarían mucho más.